(RV).- (Audio)
Acunando como un
niño feliz la réplica de madera de Nuestra Señora de Aparecida que recibió de regaló,
es como vimos a Francisco al término de la misa en el Santuario de Aparecida el miércoles
24 de julio.
Esta visita no estaba en el programa inicial, pero Francisco,
ciertamente, no puede ir a Brasil sin visitar la casa de la Madre, regazo y corazón
espiritual de la familia. De modo que el Obispo de Roma lo agregó en la agenda como
lo primero que se debe hacer, es decir, la oración en la que se puso él mismo en manos
de la Virgen, y con él a todo Brasil y a todos los jóvenes de la JMJ Río 2003, convencido
de que una buena madre jamás abandona a sus hijos.
De regreso de los 200 kilómetros
que separan Aparecida de Río, en un acto que tampoco estaba previsto en el programa
inicial el Papa visitó a los jóvenes en recuperación de droga y alcohol en el Hospital
de San Francisco de Asís de la Providencia de Dios. Allí se fundió en un abrazo estrecho
y largo con dos jóvenes que dieron testimonio de su gratitud por el camino de salida
del infierno de la dependencia química que les ofreció esa comunidad.
De esta
manera el Sucesor de Pedro ejecutó ya, en su primer día de actividad en Brasil, la
dinámica de vida de la que da testimonio en cada uno de sus pasos y a la que nos invita
constantemente: ir del corazón a las periferias existenciales; de la oración a la
carne de Cristo en el que sufre; de la fe fuerte a la acción concreta, que terminan
siendo una cosa sola que no se pueden separar.
El mismo Francisco de Roma,
el gran padre espiritual, está hora entero, en acción en la JMJ de Brasil.