En cada hermano en dificultad abrazamos la carne de Cristo que sufre
(RV).- (Audio) La actividad del
Papa del miércoles en Rio culminó con la esperada y emotiva visita al hospital San
Francisco. En ese nosocomio a cargo de la comunidad franciscana local ubicado en el
barrio de Tijuca, el Obispo de Roma visitó a los pacientes, recordando que todos hemos
de aprender a abrazar a los necesitados, como el santo de Asís. “En cada hermano y
hermana en dificultad abrazamos la carne de Cristo que sufre. Hoy, en este lugar de
lucha contra la dependencia química, quisiera abrazar a cada uno y cada una de ustedes
que son la carne de Cristo, y pedir que Dios colme de sentido y firme esperanza su
camino, y también el mío”. El Santo Padre escuchó testimonios de pacientes y asistió
a la inauguración de un centro gratuito con espacio para 80 internos. La instalación
de este centro modelo ha sido posible también gracias a una importante donación de
la Conferencia Episcopal Italiana. Este nuevo centro fomenta el trabajo integral con
la familia del enfermo, desde que este llega al hospital hasta su reinserción en la
sociedad.
Palabras del Papa en el Hospital San Francisco de Asís
Querido
Arzobispo de Rio de Janeiro y queridos hermanos en el episcopado; Honorables
Autoridades, Estimados miembros de la Venerable Orden Tercera de San Francisco
de la Penitencia, Queridos médicos, enfermeros y demás agentes sanitarios, Queridos
jóvenes y familiares
Dios ha querido que, después del Santuario de
Nuestra Señora de Aparecida, mis pasos se encaminaran hacia un santuario particular
del sufrimiento humano, como es el Hospital San Francisco de Asís. Es bien conocida
la conversión de su santo Patrón: el joven Francisco abandona las riquezas y comodidades
del mundo para hacerse pobre entre los pobres; se da cuenta de que la verdadera riqueza
y lo que da la auténtica alegría no son las cosas, el tener, los ídolos del mundo,
sino el seguir a Cristo y servir a los demás; pero quizás es menos conocido el momento
en que todo esto se hizo concreto en su vida: fue cuando abrazó a un leproso. Aquel
hermano que sufría, marginado, era «mediador de la luz (...) para san Francisco de
Asís» (cf. Carta enc. Lumen fidei, 57), porque en cada hermano y hermana en dificultad
abrazamos la carne de Cristo que sufre. Hoy, en este lugar de lucha contra la dependencia
química, quisiera abrazar a cada uno y cada una de ustedes que son la carne de Cristo,
y pedir que Dios colme de sentido y firme esperanza su camino, y también el mío.
Abrazar.
Todos hemos de aprender a abrazar a los necesitados, como San Francisco. Hay muchas
situaciones en Brasil, en el mundo, que necesitan atención, cuidado, amor, como la
lucha contra la dependencia química. Sin embargo, lo que prevalece con frecuencia
en nuestra sociedad es el egoísmo. ¡Cuántos «mercaderes de muerte» que siguen la lógica
del poder y el dinero a toda costa! La plaga del narcotráfico, que favorece la violencia
y siembra dolor y muerte, requiere un acto de valor de toda la sociedad. No es la
liberalización del consumo de drogas, como se está discutiendo en varias partes de
América Latina, lo que podrá reducir la propagación y la influencia de la dependencia
química. Es preciso afrontar los problemas que están a la base de su uso, promoviendo
una mayor justicia, educando a los jóvenes en los valores que construyen la vida común,
acompañando a los necesitados y dando esperanza en el futuro. Todos tenemos necesidad
de mirar al otro con los ojos de amor de Cristo, aprender a abrazar a aquellos que
están en necesidad, para expresar cercanía, afecto, amor.
Pero abrazar
no es suficiente. Tendamos la mano a quien se encuentra en dificultad, al que ha
caído en el abismo de la dependencia, tal vez sin saber cómo, y decirle: «Puedes levantarte,
puedes remontar; te costará, pero puedes conseguirlo si de verdad lo quieres».
Queridos
amigos, yo diría a cada uno de ustedes, pero especialmente a tantos otros que no han
tenido el valor de emprender el mismo camino: «Tú eres el protagonista de la subida,
ésta es la condición indispensable. Encontrarás la mano tendida de quien te quiere
ayudar, pero nadie puede subir por ti». Pero nunca están solos. La Iglesia y muchas
personas están con ustedes. Miren con confianza hacia delante, su travesía es larga
y fatigosa, pero miren adelante, hay «un futuro cierto, que se sitúa en una perspectiva
diversa de las propuestas ilusorias de los ídolos del mundo, pero que da un impulso
y una fuerza nueva para vivir cada día» (Carta enc. Lumen fidei, 57). Quisiera repetirles
a todos ustedes: No se dejen robar la esperanza. Pero también quiero decir: No robemos
la esperanza, más aún, hagámonos todos portadores de esperanza.
En
el Evangelio leemos la parábola del Buen Samaritano, que habla de un hombre asaltado
por bandidos y abandonado medio muerto al borde del camino. La gente pasa, mira y
no se para, continúa indiferente el camino: no es asunto suyo. Sólo un samaritano,
un desconocido, ve, se detiene, lo levanta, le tiende la mano y lo cura (cf. Lc 10,
29-35). Queridos amigos, creo que aquí, en este hospital, se hace concreta la parábola
del Buen Samaritano. Aquí no existe indiferencia, sino atención, no hay desinterés,
sino amor. La Asociación San Francisco y la Red de Tratamiento de Dependencia Química
enseñan a inclinarse sobre quien está dificultad, porque en él ve el rostro de Cristo,
porque él es la carne de Cristo que sufre. Muchas gracias a todo el personal del servicio
médico y auxiliar que trabaja aquí; su servicio es valioso, háganlo siempre con amor;
es un servicio que se hace a Cristo, presente en el prójimo: «Cada vez que lo hicieron
con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 25,40), nos dice Jesús.
Y
quisiera repetir a todos los que luchan contra la dependencia química, a los familiares
que tienen un cometido no siempre fácil: la Iglesia no es ajena a sus fatigas, sino
que los acompaña con afecto. El Señor está cerca de ustedes y los toma de la mano.
Vuelvan los ojos a él en los momentos más duros y les dará consuelo y esperanza. Y
confíen también en el amor materno de María, su Madre. Esta mañana, en el santuario
de Aparecida, he encomendado a cada uno de ustedes a su corazón. Donde hay una cruz
que llevar, allí está siempre ella, nuestra Madre, a nuestro lado. Los dejo en sus
manos, mientras les bendigo a todos con afecto (CA-RC, RV)