El Papa y el seguimiento de Cristo, camino de servicio lejos de la fascinación de
lo provisorio
(RV).- (Con audio) La Iglesia celebró
ayer la fiesta litúrgica de San Benito abad, patrono de Europa, y en el Evangelio
se presentaba el pasaje en el que los Apóstoles preguntan a Jesús qué tendrán a cambio
de haberlo seguido. Ambos aspectos remiten a algunas reflexiones recientes del Papa
Francisco sobre el valor del seguimiento de Cristo y de la oración.
“Nosotros
hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué recibiremos entonces?”. La pregunta que
Pedro dirige a Jesús en el Evangelio no tiene fecha de vencimiento. Cada generación
de la Iglesia la repite a su Cabeza, para sentir cada vez que Él le ofrece la medida
de un intercambio sin medida: “El céntuplo” hoy y la herencia de la “vida eterna”
mañana. Una petición neta y un ofrecimiento límpido. Y sin embargo, afirma el Papa
Francisco, surge un problema cuando, al decidir seguir a Jesús, el “contrayente” más
frágil, el hombre, comienza a hacer cálculos de interés y de lucro en lugar de poner
sobre el plato una sola moneda, la de la magnanimidad, de la amplitud del corazón,
siguiendo el ejemplo de Jesús, el Contrayente fuerte. Una tentación, admite el Papa,
que aflige un poco a todos los cristianos:
“Seguir a Jesús como una forma
cultural (…) Si se sigue a Jesús como una propuesta cultural, se usa este camino para
ir más arriba, para tener más poder. Y la historia de la Iglesia está llena de esto,
comenzando por algunos emperadores y después por tantos gobernantes y tantas personas,
¿no? Y también algunos – no quiero decir tantos, pero algunos – sacerdotes, algunos
obispos, ¿no? Algunos dicen que son tantos… pero algunos piensan que seguir a Jesús
es hacer carrera”.
Una vez limpio el campo de lo que contamina, la relación
entre quien pide y quien ofrece, recordó el Papa, muestra otra ganancia que va a enriquecer
a aquel o a aquella que ha elegido el seguimiento de Cristo, independientemente de
cuál sea su vocación: quien cree no lo hace solo, sino en una casa y en una comunidad
grande cuanto el mundo, la Iglesia. Y la Iglesia, afirma Francisco, es la “Madre que
nos da la identidad”:
“La identidad cristiana es la pertenencia a la Iglesia
(...) porque encontrar a Jesús fuera de la Iglesia no es posible (...) Y la Madre
Iglesia que nos da Jesús nos da la identidad que no es sólo un sello: es una pertenencia.
Identidad significa pertenencia”.
Y la pertenencia sólo puede ser fuerte,
si se considera que la identidad cristiana ha sido adquirida al precio de la sangre
del Calvario de hace dos mil años en el Gólgota en el que mueren los cristianos de
hoy. Pero también aquí, el Papa Francisco nos advierte: Seguir a Jesús hasta el céntuplo
y a la vida eterna es una elección definitiva que choca con esa “fascinación de lo
provisorio” que con frecuencia seduce también al hombre de fe, que al salto hacia
un compromiso definitivo prefiere mil pequeños pasos que giran alrededor:
“He
oído de uno que quería ser sacerdote, pero por diez años, no más… Cuántas parejas,
cuántas parejas se casan, sin decirlo, pero en el corazón: ‘hasta que dure el amor,
y después vemos…’ El atractivo de lo provisorio: esta es una riqueza (...) Yo pienso
en tantos, tantos hombres y mujeres que han dejado su propia tierra para ir como misioneros
por toda la vida: ¡eso es lo definitivo!”.
A la ambigua fascinación de
lo provisorio, el Papa Francisco ha opuesto siempre una llana dirección de marcha,
la que apunta hacia las “periferias de la existencia”. Y para salir y comenzar por
esa dirección – que por otra parte es seguir a Cristo según el estilo de San Benito
y de su “ora et labora” – es necesario salir antes del cono de sombra del corazón
gracias a la luz de la oración. Esa que funge como “navegador” y confirma que no se
es “cristianos de salón”, con caras tristes “como ajíes en vinagre”, sino hombres
y mujeres que en primer lugar de rodillas y después en acción están en camino hacia
la promesa del céntuplo y de la vida eterna:
“La oración hacia el Padre
en nombre de Jesús nos hace salir de nosotros mismos; la oración que nos aburre está
siempre dentro de nosotros mismos, como un pensamiento que va y viene (…) Si no logramos
salir de nosotros mismos hacia el hermano necesitado, hacia el enfermo, el ignorante,
el pobre, el explotado, si nosotros no logramos hacer esta salida de nosotros mismos
hacia esas llagas, jamás aprenderemos la libertad que nos da en la otra salida de
nosotros mismos, hacia las llagas de Jesús. Hay dos salidas de nosotros mismos: una
hacia las llagas de Jesús, la otra hacia las llagas de nuestros hermanos y hermanas.
Y éste es el camino que Jesús quiere en nuestra oración”.