(RV).- (Con audio)
“Los tratantes nos
dijeron que navegáramos siempre derecho, siguiendo esa estrella. De día la estrella
no se ve. Nosotros dijimos: Vamos. O morimos o nos salvamos” relató un migrante clandestino,
confesando que de once personas que salieron del norte de África solo se salvaron
dos.
Lampedusa, es puerta de Europa para miles de migrantes, la Isla más al
sur de Italia y a solo 113 kilómetros de África, en el corazón del Mar Mediterraneo,
convertido hoy en cementerio de la vida y la esperanza de tantos.
“El cuerpo
sin vida de un naufrago es un fracaso de la sociedad”, afirmó el párroco de la isla
que escribió a Francisco invitándolo a visitarlos.
Es la vida en riesgo al
límite. Lampedusa representa el riesgo de la vida de tantas personas en tantos lugares
de tránsito del mundo. Veinte mil muertos registrados; 20 mil personas para quienes
la tabla de salvación se convirtió en el mar en lápida de cementerio. Treinta mil
personas rescatadas en el mar.
A las 9,26 de Roma, Papa Francisco arrojó en
el mar Mediterráneo una corona de flores, en un momento de oración por los muertos.
Y, en un viaje que es un acto de compasión, de piedad y claramente penitencial, de
pedido de perdón, desembarcó en el Muelle Falovoro, el mismo de los migrantes, para
encontrarse con los refugiados y rezar con ellos, por los muertos y pidiendo perdón
junto a estos olvidados de todos, desterrados, no solamente aquí, sino en muchos lugares
del mundo.