Permeados por el amor de Cristo para injertarse en el árbol de la vida que es la Cruz
del Señor, el Papa a los jóvenes en el camino vocacional
(RV).- (Con audio y video) “Si la Iglesia es
la Esposa de Cristo, en cierto sentido ustedes constituyen el momento del noviazgo,
la primavera de la vocación, la estación del descubrimiento, de la prueba, de la formación.
Y es una etapa muy bonita, en la que se ponen las bases para el futuro. ¡Gracias por
haber venido!”. Con estas palabras el Papa Francisco dio la bienvenida a los son seminaristas,
novicios, novicias y jóvenes que se encuentran en el camino vocacional, procedentes
de todo el mundo para participar en la conclusión de su Jornada en el ámbito de las
iniciativas del Año de la fe. A todos ellos el Obispo de Roma les recordó que ¡representan
a la juventud de la Iglesia!
El Papa se refirió a la palabra de Dios que hoy
nos habla de la misión. Y les dijo que la misión es la cruz de Cristo. El Santo Padre
concluyó su homilía poniéndolos bajo la intercesión de María Santísima. Porque la
Madre nos ayuda a tomar las decisiones definitivas con libertad y sin miedo. Y , en
fin, pidió que Ella los ayude a dar testimonio de la alegría de la consolación de
Dios, a conformarse con la lógica de amor de la Cruz, a crecer en una unión cada vez
más intensa con el Señor.
(María Fernanda Bernasconi – RV).
Texto completo de la homilía del Santo Padre Francisco:
Queridos
hermanos y hermanas:
Ya ayer tuve la alegría de encontrarme con ustedes, y
hoy nuestra fiesta es todavía mayor porque nos reunimos de nuevo para celebrar la
Eucaristía, en el día del Señor. Ustedes son seminaristas, novicios y novicias, jóvenes
en el camino vocacional, provenientes de todas las partes del mundo: ¡representan
a la juventud de la Iglesia! Si la Iglesia es la Esposa de Cristo, en cierto sentido
ustedes constituyen el momento del noviazgo, la primavera de la vocación, la estación
del descubrimiento, de la prueba, de la formación. Y es una etapa muy bonita, en la
que se ponen las bases para el futuro. ¡Gracias por haber venido!
Hoy la palabra
de Dios nos habla de la misión. ¿De dónde nace la misión? La respuesta es sencilla:
nace de una llamada que nos hace el Señor, y quien es llamado por Él lo es para ser
enviado. ¿Cuál debe ser el estilo del enviado? ¿Cuáles son los puntos de referencia
de la misión cristiana? Las lecturas que hemos escuchado nos sugieren tres: la alegría
de la consolación, la cruz y la oración.
1. El primer elemento: la alegría
de la consolación. El profeta Isaías se dirige a un pueblo que ha atravesado el periodo
oscuro del exilio, ha sufrido una prueba muy dura; pero ahora, para Jerusalén, ha
llegado el tiempo de la consolación; la tristeza y el miedo deben dejar paso a la
alegría: “Festejad… gozad… alegraos”, dice el Profeta (66,10). Es una gran invitación
a la alegría. ¿Por qué? ¿Cuál es el motivo de esta invitación a la alegría? Porque
el Señor hará derivar hacia la santa Ciudad y sus habitantes un “torrente” de consolación,
un “torrente” de consolación, tan lleno de consuelo, un torrente de ternura materna:
“Llevarán en brazos a sus criaturas y sobre las rodillas las acariciarán”. Cuando
la mamá pone al niño sobre sus rodillas y lo acaricia, así hará el Señor con nosotros
y hace con nosotros. Éste es el torrente de ternura que nos da tanto consuelo. “Como
a un niño a quien su madre consuela, así los consolaré yo” (v. 12-13). Todo cristiano,
sobre todo nosotros, estamos llamados a ser portadores de este mensaje de esperanza
que da serenidad y alegría: la consolación de Dios, su ternura para con todos. Pero
sólo podremos ser portadores si nosotros experimentamos antes la alegría de ser consolados
por Él, de ser amados por Él. ¡Esto es importante para que nuestra misión sea fecunda:
sentir la consolación de Dios y transmitirla! Yo he encontrado algunas veces a personas
consagradas que tienen miedo de la consolación de Dios, y pobres, pobres, se atormentan,
porque tienen miedo de esta ternura de Dios. Pero no tengan miedo. No tengan miedo,
el Señor es el Señor de la consolación, el Señor de la ternura. El Señor es Padre
y Él dice que hará con nosotros como una mamá con su niño, con su ternura. No tengan
miedo de la consolación del Señor. La invitación de Isaías ha de resonar en nuestro
corazón: “Consolad, consolad a mi pueblo” (40,1), y convertirse en misión. Encontrar
al Señor que nos consuela e ir a consolar al pueblo de Dios. Ésta es la misión. La
gente de hoy tiene necesidad ciertamente de palabras, pero sobre todo tiene necesidad
de que demos testimonio de la misericordia, la ternura del Señor, que enardece el
corazón, despierta la esperanza, atrae hacia el bien. ¡La alegría de llevar la consolación
de Dios!
2. El segundo punto de referencia de la misión es la cruz de Cristo.
San Pablo, escribiendo a los Gálatas, dice: “Dios me libre de gloriarme si no es en
la cruz de nuestro Señor Jesucristo” (6,14). Y habla de las “marcas”, es decir, de
las llagas de Cristo Crucificado, como el cuño, la señal distintiva de su existencia
de Apóstol del Evangelio. En su ministerio, Pablo ha experimentado el sufrimiento,
la debilidad y la derrota, pero también la alegría y la consolación. He aquí el misterio
pascual de Jesús: misterio de muerte y resurrección. Y precisamente haberse dejado
conformar con la muerte de Jesús ha hecho a San Pablo participar en su resurrección,
en su victoria. En la hora de la oscuridad y de la prueba está ya presente y activa
el alba de la luz y de la salvación. ¡El misterio pascual es el corazón palpitante
de la misión de la Iglesia! Y si permanecemos dentro de este misterio, estamos a salvo
tanto de una visión mundana y triunfalista de la misión, como del desánimo que puede
nacer ante las pruebas y los fracasos. La fecundidad pastoral, la fecundidad del anuncio
del Evangelio no procede ni del éxito ni del fracaso según los criterios de valoración
humana, sino de conformarse con la lógica de la Cruz de Jesús, que es la lógica del
salir de sí mismos y darse, la lógica del amor. Es la Cruz – siempre la Cruz con Cristo
–, la que garantiza la fecundidad de nuestra misión. Y desde la Cruz, acto supremo
de misericordia y de amor, renacemos como “criatura nueva” (Ga 6,15).
3. Finalmente,
el tercer elemento: la oración. En el Evangelio hemos escuchado: “Rogad, pues, al
dueño de la mies que mande obreros a su mies” (Lc 10,2). Los obreros para la mies
no son elegidos mediante campañas publicitarias o llamadas al servicio de la generosidad,
sino que son “elegidos” y “mandados” por Dios. Es Él quien elige, es Él quien manda,
es Él quien envía, es Él quien da la misión. Por eso es importante la oración. La
Iglesia, nos ha repetido Benedicto XVI, no es nuestra, sino de Dios; y cuántas veces
nosotros los consagrad pensamos que es nuestra ¿eh? Hacemos lo que se nos ocurre...
Pero no es nuestra, es de Dios, el campo a cultivar es suyo. Así pues, la misión es
sobre todo gracia. La misión es gracia. Y si el apóstol es fruto de la oración, encontrará
en ella la luz y la fuerza para su acción. En efecto, nuestra misión pierde su fecundidad,
e incluso se apaga, en el mismo momento en que se interrumpe la conexión con la fuente,
con el Señor.
Queridos seminaristas, queridas novicias y queridos novicios,
queridos jóvenes en el camino vocacional. Uno de ustedes, uno de sus formadores, me
decía el otro día, évangéliser on fait en genou, la evangelización se hace
de rodillas, la evangelización se hace de rodillas. Escuchen bien: “La evangelización
se hace de rodillas”, sean siempre hombres y mujeres de oración. ¡Sean siempre hombres
y mujeres de oración! Sin la relación constante con Dios la misión se convierte en
función. Pero que tú trabajes, como sastre, como cocinera, como sacerdote, ¿trabajas
como sacerdote, trabajas como religiosa…? No. No es un oficio, es otra cosa. El riesgo
del activismo, de confiar demasiado en las estructuras, está siempre al acecho. Si
miramos a Jesús, vemos que la víspera de cada decisión y acontecimiento importante,
se recogía en oración intensa y prolongada. Cultivemos la dimensión contemplativa,
incluso en la vorágine de los compromisos más urgentes y acuciantes. Cuanto más les
llame la misión a ir a las periferias existenciales, más unido ha de estar su corazón
a Cristo, lleno de misericordia y de amor. ¡Aquí reside el secreto de la fecundidad
pastoral, de la fecundidad de un discípulo del Señor!
Jesús manda a los suyos
sin “talega, ni alforja, ni sandalias” (Lc 10,4). La difusión del Evangelio no está
asegurada ni por el número de personas, ni por el prestigio de la institución, ni
por la cantidad de recursos disponibles. Lo que cuenta es estar imbuidos del amor
de Cristo, dejarse conducir por el Espíritu Santo, e injertar la propia vida en el
árbol de la vida, que es la Cruz del Señor.
Queridos amigos y amigas, con gran
confianza les pongo bajo la intercesión de María Santísima. Ella es la Madre que nos
ayuda a tomar las decisiones definitivas con libertad, sin miedo. Que Ella los ayude
a dar testimonio de la alegría de la consolación de Dios, sin tener miedo de la alegría,
que Ella los ayude a conformarse con la lógica de amor de la Cruz, a crecer en una
unión cada vez más intensa con el Señor en la oración. ¡Así su vida será rica y fecunda!