Papa Francisco: San Miguel Arcángel Patrono de la Ciudad del Vaticano, con San José
custodio de Jesús
(RV).- (Con audio y video)
No es un monumento más, el del Arcángel Miguel - que desde este viernes está presente
en los Jardines Vaticanos, por voluntad del Papa Francisco y de Benedicto XVI - sino
que tiene una importancia particular. Así como también quedarán grabadas en las mentes
y los corazones de muchos las imágenes del nuevo abrazo fraterno y cordial entre ambos,
junto con la fecha del 5 de julio de 2013, día en que el Santo Padre Francisco consagró
el Estado de la Ciudad del Vaticano a San José, Patrono de la Iglesia Universal y
a san Miguel Arcángel, campeón de la primacía y del poder de Dios.
«Nos hemos
dado cita aquí en los Jardines Vaticanos para inaugurar un monumento dedicado a San
Miguel Arcángel, patrono del Estado de la Ciudad del Vaticano», empezó diciendo el
Papa Bergoglio, para luego hacer hincapié en que es una iniciativa planeada desde
hacía tiempo, con la aprobación de su amado predecesor, el «Papa Benedicto XVI, a
quien va siempre nuestro afecto y nuestro reconocimiento y a quien queremos expresar
nuestra gran alegría por tenerlo aquí presente hoy en medio de nosotros ¡Gracias de
corazón!», dijo textualmente el Santo Padre Francisco.
Y tras subrayar el
particular relieve de la obra monumental dedicada a san Miguel que vence al Maligno
– tanto por su colocación en los jardines vaticanos, como por su significado, el Papa
Francisco reiteró que «es una invitación a la reflexión y a la oración, que se inserta
bien en el Año de la Fe. Miguel – que significa ¿quién como Dios? – es el campeón
de la primacía de Dios, de su trascendencia y poder. Miguel lucha para restablecer
la justicia divina; defiende al Pueblo de Dios de sus enemigos y sobre todo del enemigo
por excelencia, el diablo»:
«San Miguel vence porque en Él es Dios el que
actúa. Esta escultura nos recuerda, por lo tanto, que el mal es vencido, que el acusador
es desenmascarado y su cabeza aplastada, porque la salvación se ha cumplido una vez
para siempre en la sangre de Cristo. Aunque el diablo intenta siempre resquebrajar
el rostro del Arcángel y el rostro del hombre, Dios es más fuerte. Es suya la victoria
y su salvación es ofrecida a todo hombre. En el camino y en las pruebas de la vida
no estamos solos, estamos acompañados y sostenidos por los Ángeles de Dios, que nos
ofrecen – por decir así – sus alas para ayudarnos a superar tantos peligros, para
poder volar alto, con respecto a las realidades que pueden apesadumbrar nuestra vida
o arrastrarnos hacia abajo. Al consagrar el Estado de la Ciudad del Vaticano a San
Migue Arcángel, le pedimos que nos defienda del Maligno y que lo expulse».
Antes
de concluir el Santo Padre Francisco destacó también la consagración a San José:
«Queridos
hermanos y hermanas, consagramos el Estado de la Ciudad del Vaticano también a san
José, el custodio de Jesús, el custodio de la Sagrada Familia. Que su presencia nos
haga aún más fuertes y valientes, para que dejemos espacio a Dios en nuestra vida,
para vencer siempre el mal con el bien. A Él le pedimos que nos custodie y nos cuide,
para que la vida de la Gracia crezca cada día más en cada uno de nosotros»
El
Santo Padre Francisco pronunció la oración de consagración:
«San José... custodia
y dona paz a esta tierra, regada por la sangre de san Pedro y de los primeros mártires
romanos. Custodia y reaviva la gracia del Bautismo en cuantos aquí viven y trabajan,
custodia y aumenta la fe de los peregrinos que llegan aquí de todas partes del mundo.
A ti te consagramos las fatigas y las alegrías de cada día... las expectativas y las
esperanzas de la Iglesia. A ti te consagramos los pensamientos, los anhelos y las
obras: ¡que todo se cumpla en el nombre del Señor Jesús!
¡Oh glorioso Arcángel
san Miguel.... vela sobre esta Ciudad y sobre la Sede Apostólica, corazón y centro
de la catolicidad, para que viva en fidelidad al Evangelio y en el ejercicio de la
caridad heroica! ¡Haznos victoriosos contra las tentaciones del poder, de la riqueza
y de la sensualidad! ¡Sé tú el baluarte contra toda maquinación, que amenaza la serenidad
de la Iglesia! ¡Sé tú la centinela de nuestros pensamientos, que libera del asedio
de la mentalidad mundana! ¡Sé tú la guía espiritual que nos sostiene en la buena batalla
de la fe!»