Papa Francisco: Todos somos evangelizadores con la propia vida, para esto es necesario
abrirse sin temor a la acción del Espíritu que nos transforma
(RV).- En su catequesis del
miércoles 22 de mayo, el Obispo de Roma reflexionó sobre la unidad entre la fe en
el Espíritu Santo y la fe en la Iglesia. “Ambas cosas van juntas –dijo-, pues el Espíritu
Santo es quien da vida a la Iglesia y guía sus pasos. Sin él, la Iglesia no podría
cumplir su misión de ir y hacer discípulos de todas las naciones.” A continuación
afirmó que la misión de la Iglesia es de todos. “Todos deben ser evangelizadores,
sobre todo con la propia vida. Para ello es necesario abrirse sin temor a la acción
del Espíritu Santo”. Expresó que en Pentecostés el Espíritu “hizo salir de sí mismos
a los Apóstoles y los transformó en anunciadores de las grandezas de Dios, que cada
uno entendía en su propia lengua. Así, la confusión de las lenguas, como en Babel,
queda superada, porque ahora reina la apertura a Dios y a los demás, y lleva al anuncio
de la Palabra de Dios con un lenguaje que todos entienden, el del amor que el Espíritu
derrama en los corazones”. Francisco explicó que el Espíritu infunde la valentía
de anunciar la novedad del Evangelio con franqueza, en voz alta y en todo tiempo y
lugar. Y que para esto debemos estar “bien apoyados en la oración, sin la cual toda
acción queda vacía y el anunciar carece de alma, pues no está animado por el Espíritu”. jesuita
Guillermo Ortiz
Texto completo de la síntesis en español pronunciada
por el Papa
Queridos hermanos y hermanas: En el Credo, tras
la profesión de fe en el Espíritu Santo, decimos: «Creo en la Iglesia, que es una,
santa, católica y apostólica». Ambas cosas van juntas, pues el Espíritu Santo es quien
da vida a la Iglesia y guía sus pasos. Sin él, la Iglesia no podría cumplir su misión
de ir y hacer discípulos de todas las naciones. Esta misión no es sólo de algunos,
sino la mía, la tuya, la nuestra. Todos deben ser evangelizadores, sobre todo con
la propia vida. Para ello es necesario abrirse sin temor a la acción del Espíritu
Santo. En Pentecostés, el Espíritu Santo hizo salir de sí mismos a los Apóstoles y
los transformó en anunciadores de las grandezas de Dios, que cada uno entendía en
su propia lengua. Así, la confusión de las lenguas, como en Babel, queda superada,
porque ahora reina la apertura a Dios y a los demás, y lleva al anuncio de la Palabra
de Dios con un lenguaje que todos entienden, el del amor que el Espíritu derrama en
los corazones. El Espíritu, además, infunde la valentía de anunciar la novedad del
Evangelio con franqueza (parresía), en voz alta y en todo tiempo y lugar. Y esto,
bien apoyados en la oración, sin la cual toda acción queda vacía y el anunciar carece
de alma, pues no está animado por el Espíritu. ******** Saludo con afecto
a los peregrinos de lengua española, en particular a los venidos de España, Argentina,
Chile, Ecuador, Guatemala, México, Perú y otros países latinoamericanos. Que todos
nos dejemos guiar por el Espíritu Santo, para ser verdaderos discípulos y misioneros
de Cristo en la Iglesia. Muchas gracias.
Traducción del texto
de la catequesis completa del Papa en italiano
ìQueridos hermanos
y hermanas, buenos días!
en el Credo, después de haber profesado la fe en el
Espíritu Santo, decimos: "Creo en la Iglesia una, santa, católica y apostólica". Hay
una conexión profunda entre estas dos realidades de la fe: es el Espíritu Santo, de
hecho, quién da vida a la Iglesia, guía sus pasos. Sin la presencia y la acción incesante
del Espíritu Santo, la Iglesia no podría vivir y no podría cumplir con la tarea que
Jesús resucitado le ha confiado de ir y hacer discípulos a todas las naciones (cf.
Mt 28:18). Evangelizar es la misión de la Iglesia, no sólo de algunos, sino la mía,
la tuya, nuestra misión. El apóstol Pablo exclamaba: "¡Ay de mí si no predicara el
Evangelio!" (1 Cor 9,16). Cada uno de nosotros debe ser evangelizador ¡sobre todo
con la vida! Pablo VI subrayaba que "... evangelizar es la gracia y la vocación propia
de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar” (Esort. ap.
Evangelii nuntiandi, 14).
¿Quién es el verdadero motor de la evangelización
en nuestra vida y en la Iglesia? Pablo VI escribía con claridad: "Es él, el Espíritu
Santo que, hoy como al principio de la Iglesia, actúa en cada evangelizador que se
deje poseer y conducir por Él, que le sugiere las palabras que a solas no podría encontrar,
disponiendo a la vez la preparación de la mente de quien escucha para que sea receptivo
a la Buena Nueva y al Reino anunciado" (ibid., 75). Para evangelizar, pues, es necesario
una vez más abrirse a la acción del Espíritu de Dios, sin temor a lo que nos pida
y a dónde nos guíe. ¡Confiémonos a Él! Él nos permitirá vivir y dar testimonio de
nuestra fe, e iluminará el corazón de aquellos que nos encontremos. Esta ha sido la
experiencia de Pentecostés, los Apóstoles reunidos con María en el Cenáculo, "aparecieron
lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos, y todos
fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otros idiomas, la manera
en que el Espíritu les daba que hablasen "(Hechos 2:3-4). El Espíritu Santo al descender
sobre los apóstoles, los hace salir de donde estaban encerrados por miedo, los hace
salir de sí mismos, y los convierte en heraldos y testigos de las "grandes maravillas
de Dios" (v. 11). Y esta transformación obrada por el Espíritu Santo se refleja en
la multitud que acudió al lugar y que provenía "de todas las naciones que hay bajo
el cielo" (v. 5), porque todo el mundo escucha las palabras de los apóstoles, como
si estuvieran pronunciadas en su propia lengua (6).
Éste es un primer efecto
importante de la acción del Espíritu Santo que guía y anima el anuncio del Evangelio:
la unidad, la comunión. En Babel, según la Biblia, había comenzado la dispersión de
los pueblos y la confusión de las lenguas, como resultado del acto de soberbia y de
orgullo del hombre que quería construir con sus propias fuerzas, sin Dios, "una ciudad
y una torre cuya cúspide llegara hasta el cielo "(Génesis 11:04). En Pentecostés,
estas divisiones se superan. Ya no hay orgullo con Dios, ni cerrazón entre unos y
otros, sino apertura hacia Dios: el salir para anunciar su Palabra: una nueva lengua,
la del amor que el Espíritu Santo derrama en los corazones (cf. Rom 5,5), una lengua
que todos pueden entender y que, una vez acogida, puede expresarse en cualquier vida
y en todas las culturas. La lengua del Espíritu, la lengua del Evangelio es la lengua
de la comunión, que invita a superar la cerrazón y la indiferencia, divisiones y conflictos.
Todos debemos preguntarnos ¿cómo me dejo guiar por el Espíritu Santo, para que mi
testimonio de fe sea de unidad y de comunión? ¿Llevo la palabra de reconciliación
y de amor, que es el Evangelio, en los lugares donde yo vivo? A veces parece que se
repita hoy lo que sucedió en Babel: divisiones, incapacidad para entenderse entre
sí, rivalidad, envidia, egoísmo. ¿Yo que hago con mi vida? Creo unidad a mí alrededor,
o divido, divido, divido con las críticas, la envidia. ¿Qué hago? Pensemos en ello.
Llevar el Evangelio es proclamar y vivir, nosotros en primer lugar, la reconciliación,
el perdón, la paz, la unidad, el amor que el Espíritu Santo nos da. Recordemos las
palabras de Jesús: "En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el
amor que se tengan los unos a los otros " (Jn 13:34-35).
Un segundo elemento:
el día de Pentecostés, Pedro, lleno del Espíritu Santo, se pone de pie "con los once"
y "en voz alta" (Hechos 2:14), "con confianza" (v. 29) anuncia la buena nueva de Jesús,
que dio su vida por nuestra salvación y que Dios lo resucitó de entre los muertos.
Éste es otro efecto de la acción del Espíritu Santo: el coraje de proclamar la novedad
del Evangelio de Jesús a todos, con franqueza (parresia), en voz alta, en todo tiempo
y en todo lugar. Y esto ocurre incluso hoy para la Iglesia y para cada uno de nosotros:
del fuego de Pentecostés, de la acción del Espíritu Santo, se desprenden siempre nuevas
energías de misión, nuevas formas para proclamar el mensaje de la salvación, nuevo
valor para evangelizar. ¡No nos cerremos nunca a esta acción! ¡Vivamos con humildad
y valentía el Evangelio! Demos testimonio de la novedad, la esperanza, la alegría
que el Señor trae a la vida. Escuchemos en nosotros "la dulce y confortadora alegría
de evangelizar" (Pablo VI, Exhortación Apostólica. Ap. Evangelii nuntiandi, 80). Porque
evangelizar y anunciar a Jesús nos da alegría. En cambio el egoísmo nos da amargura,
tristeza, nos lleva hacia abajo. Evangelizar nos lleva hacia arriba.
Menciono
sólo un tercer elemento, que, sin embargo, es particularmente importante: una nueva
evangelización, una Iglesia que evangeliza debe comenzar siempre con la oración, con
el pedir, como los Apóstoles en el Cenáculo, el fuego del Espíritu Santo. Sólo la
relación fiel e intensa con Dios permite salir de la propia cerrazón y anunciar el
Evangelio con parresia. Sin la oración nuestras acciones se convierten en vacío y
nuestro anunciar no tiene alma, no está animado por el Espíritu.
Queridos amigos,
como dijo Benedicto XVI, hoy la Iglesia "siente sobre todo el viento del Espíritu
Santo que nos ayuda, nos muestra el camino justo; y así, con nuevo entusiasmo, estamos
en camino y damos gracias al Señor" (palabras en la Asamblea Ordinaria del Sínodo
de los Obispos, 27 de octubre de 2012). Renovemos cada día la confianza en la acción
del Espíritu Santo, la confianza que Él obra en nosotros, Él está dentro de nosotros.
Él nos da el fervor apostólico, nos da la paz, nos da la alegría. Renovemos esta confianza,
dejémonos guiar por Él, seamos hombres y mujeres de oración, que dan testimonio del
Evangelio con valentía, convirtiéndose en instrumentos en nuestro mundo de la unidad
y de la comunión de Dios. Gracias.