«Autenticidad evangélica, eclesialidad, ardor misionero»: Papa Francisco a las Hermandades
de todo el mundo
(RV).- (Con audio) Presidiendo con gran alegría la Santa Misa, que culmina este VI
domingo de Pascua, la peregrinación de las Hermandades en el Año de la Fe, el Obispo
de Roma agradeció su importante testimonio y su numerosa presencia en la Plaza de
San Pedro, en representación de las que están difundidas en todo el mundo. Y ello
a pesar de la lluvia, que cayendo por momentos no pudo ‘aguar’ la devoción y alegría
de estos miles de cofrades, que habían empezado a llegar en procesión desde muy temprano,
para la Misa del Papa con sus estandartes e imágenes. Una gran variedad de colores
y signos de la piedad popular de la Iglesia universal. Citando a Benedicto XVI,
el Papa Francisco destacó la importancia de la ‘evangelicidad’ de las Hermandades
y de la riqueza de manifestaciones de la piedad popular, que los obispos latinoamericanos
definen como una espiritualidad, una mística, un espacio de encuentro con Jesucristo.
Amen a la Iglesia, déjense guiar por ella alentó el Santo Padre y, exhortando también
a ser auténticos evangelizadores, añadió: ¡sean misioneros del amor y de la ternura
de Dios! Con estas palabras de aliento y esperanza el Santo Padre concluyó su homilía:
«Autenticidad
evangélica, eclesialidad, ardor misionero. Pidamos al Señor que oriente siempre nuestra
mente y nuestro corazón hacia Él, como piedras vivas de la Iglesia, para que todas
nuestras actividades, toda nuestra vida cristiana, sea un testimonio luminoso de su
misericordia y de su amor. Así caminaremos hacia la meta de nuestra peregrinación
terrena, hacia la Jerusalén del cielo. Allí ya no hay ningún templo: Dios mismo y
el Cordero son su templo; y la luz del sol y la luna ceden su puesto a la gloria del
Altísimo. Que así sea». (CdM -RV)
Texto y audio de la Homilía de
Papa Francisco (Audio)
VI Domingo
de Pascua 5 de mayo de 2013
Queridos Hermanos y Hermanas
En
el camino del Año de la Fe, me alegra celebrar esta Eucaristía dedicada de manera
especial a las Hermandades, una realidad tradicional en la Iglesia que ha vivido en
los últimos tiempos una renovación y un redescubrimiento. Saludo a todos con afecto,
en especial a las Hermandades que han venido de diversas partes del mundo. Gracias
por su presencia y su testimonio.
1. Hemos escuchado en el Evangelio
un pasaje de los sermones de despedida de Jesús, que el evangelista Juan nos ha dejado
en el contexto de la Última Cena. Jesús confía a los Apóstoles sus últimas recomendaciones
antes de dejarlos, como un testamento espiritual. El texto de hoy insiste en que la
fe cristiana está toda ella centrada en la relación con el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo. Quien ama al Señor Jesús, acoge en sí a Él y al Padre, y gracias al Espíritu
Santo acoge en su corazón y en su propia vida el Evangelio. Aquí se indica el centro
del que todo debe iniciar, y al que todo debe conducir: amar a Dios, ser discípulos
de Cristo viviendo el Evangelio. Dirigiéndose a ustedes, Benedicto XVI ha usado esta
palabra: «evangelicidad». Queridas Hermandades, la piedad popular, de la que son una
manifestación importante, es un tesoro que tiene la Iglesia, y que los obispos latinoamericanos
han definido de manera significativa como una espiritualidad, una mística, que es
un «espacio de encuentro con Jesucristo». Acudan siempre a Cristo, fuente inagotable,
refuercen su fe, cuidando la formación espiritual, la oración personal y comunitaria,
la liturgia. A lo largo de los siglos, las Hermandades han sido fragua de santidad
de muchos que han vivido con sencillez una relación intensa con el Señor. Caminen
con decisión hacia la santidad; no se conformén con una vida cristiana mediocre, sino
que su pertenencia sea un estímulo, ante todo para ustedes, para amar más a Jesucristo.
2. También
el pasaje de los Hechos de los Apóstoles que hemos escuchado nos habla de lo que es
esencial. En la Iglesia naciente fue necesario inmediatamente discernir lo que es
esencial para ser cristianos, para seguir a Cristo, y lo que no lo es. Los Apóstoles
y los ancianos tuvieron una reunión importante en Jerusalén, un primer «concilio»
sobre este tema, a causa de los problemas que habían surgido después de que el Evangelio
hubiera sido predicado a los gentiles, a los no judíos. Fue una ocasión providencial
para comprender mejor qué es lo esencial, es decir, creer en Jesucristo, muerto y
resucitado por nuestros pecados, y amarse unos a otros como Él nos ha amado. Pero
noten cómo las dificultades no se superaron fuera, sino dentro de la Iglesia. Y aquí
entra un segundo elemento que quisiera recordarles, como hizo Benedicto XVI: la «eclesialidad».
La piedad popular es una senda que lleva a lo esencial si se vive en la Iglesia, en
comunión profunda con sus Pastores. Queridos hermanos y hermanas, la Iglesia los quiere.
Sean una presencia activa en la comunidad, como células vivas, piedras vivas. Los
obispos latinoamericanos han dicho que la piedad popular, de la que ustedes son una
expresión es « una manera legítima de vivir la fe, un modo de sentirse parte de la
Iglesia» (Documento de Aparecida, 264). Amen a la Iglesia. Déjense guiar por ella.
En las parroquias, en las diócesis, sean un verdadero pulmón de fe y de vida cristiana.
Veo en esta plaza una gran variedad de colores y de signos. Así es la Iglesia: una
gran riqueza y variedad de expresiones en las que todo se reconduce a la unidad, al
encuentro con Cristo.
3. Quisiera añadir una tercera palabra que los
debe caracterizar: «misionariedad». Tienen una misión específica e importante, que
es mantener viva la relación entre la fe y las culturas de los pueblos a los que pertenecen,
y lo hacen a través de la piedad popular. Cuando, por ejemplo, llevan en procesión
el crucifijo con tanta veneración y tanto amor al Señor, no hacen únicamente un gesto
externo; indican la centralidad del Misterio Pascual del Señor, de su Pasión, Muerte
y Resurrección, que nos ha redimido; e indican, primero a ustedes mismos y también
a la comunidad, que es necesario seguir a Cristo en el camino concreto de la vida
para que nos transforme. Del mismo modo, cuando manifiestan la profunda devoción a
la Virgen María, señalan al más alto logro de la existencia cristiana, a Aquella que
por su fe y su obediencia a la voluntad de Dios, así como por la meditación de las
palabras y las obras de Jesús, es la perfecta discípula del Señor (cf. Lumen gentium,
53). Esta fe, que nace de la escucha de la Palabra de Dios, ustedes la manifiestan
en formas que incluyen los sentidos, los afectos, los símbolos de las diferentes culturas...
Y, haciéndolo así, ayudan a transmitirla a la gente, especialmente a los sencillos,
a los que Jesús llama en el Evangelio «los pequeños». En efecto, «el caminar juntos
hacia los santuarios y el participar en otras manifestaciones de la piedad popular,
también llevando a los hijos o invitando a otros, es en sí mismo un gesto evangelizador»
(Documento de Aparecida, 264). Sean también ustedes auténticos evangelizadores. Que
sus iniciativas sean «puentes», senderos para llevar a Cristo, para caminar con Él.
Y, con este espíritu, estén siempre atentos a la caridad. Cada cristiano y cada comunidad
es misionera en la medida en que lleva y vive el Evangelio, y da testimonio del amor
de Dios por todos, especialmente por quien se encuentra en dificultad. Sean misioneros
del amor y de la ternura de Dios.
Autenticidad evangélica, eclesialidad,
ardor misionero. Pidamos al Señor que oriente siempre nuestra mente y nuestro corazón
hacia Él, como piedras vivas de la Iglesia, para que todas nuestras actividades, toda
nuestra vida cristiana, sea un testimonio luminoso de su misericordia y de su amor.
Así caminaremos hacia la meta de nuestra peregrinación terrena, hacia la Jerusalén
del cielo. Allí ya no hay ningún templo: Dios mismo y el Cordero son su templo; y
la luz del sol y la luna ceden su puesto a la gloria del Altísimo. Que así sea.