Sean sacerdotes de Cristo, llenos de misericordia y ternura, voz del Pueblo de Dios
y de la humanidad entera, pide Francisco
(RV).- En nombre de Cristo
y de la Iglesia, el Obispo de Roma pidió a los nuevos sacerdotes, que recibieron de
sus manos la ordenación presbiteral, que consideren que ejerciendo el ministerio de
la Sagrada Doctrina serán partícipes de la misión del Señor, único Maestro. Dispensando
a todos la Palabra de Dios... «Recuerden también que la Palabra de Dios no es propiedad
de ustedes: es Palabra de Dios. Y la Iglesia es la que custodia la Palabra de Dios».
Acaba de terminar en estos momentos la Santa Misa en la Basílica de San Pedro, celebrada
por el Santo Padre Francisco, en la que ha ordenado diez nuevos presbíteros.
En
su homilía, el Santo Padre los invitó a que conscientes de haber sido elegidos entre
los hombres y constituidos en favor de ellos para cuidar las cosas de Dios, ejerzan
con alegría y caridad sincera la obra sacerdotal de Cristo, con el único anhelo de
gustar a Dios y a no a ellos mismos. «Sean pastores, no funcionarios. Sean mediadores,
no intermediarios».
En fin, participando en la misión de Cristo, Cabeza y
Pastor, en comunión filial con su obispo, Francisco los ha exhortado a que se comprometan
en unir a sus fieles en una única familia para conducirlos a Dios Padre por medio
de Cristo en el Espíritu Santo. Y que tengan siempre ante sus ojos el ejemplo del
Buen Pastor, que no ha venido para ser servido, sino para servir y para tratar de
salvar lo que estaba perdido.
(CdM – RV)
Texto completo de la homilía
del Santo Padre:
Queridísimos hermanos y hermanas
Estos hermanos
e hijos nuestros han sido llamados al orden del presbiterado. Reflexionemos atentamente
a cuál ministerio serán elevados en la Iglesia. Como bien saben, el Señor Jesús
es el único Sumo Sacerdote del Nuevo Testamento, pero en Él también todo el pueblo
santo de Dios ha sido constituido pueblo sacerdotal.
Sin embargo, entre todos
sus discípulos, el Señor Jesús quiere elegir algunos en particular para que, ejerciendo
públicamente en la Iglesia en su nombre el oficio sacerdotal en favor de todos los
hombres, continúen su personal misión de maestro, sacerdote y pastor.
Así como
en efecto, para ello Él había sido enviado por el Padre, del mismo modo Él envió a
su vez al mundo, primero a los apóstoles y luego a los obispos y sus sucesores, a
los cuales, en fin, se dio como colaboradores a los presbíteros, que –unidos a ellos
en el ministerio sacerdotal – están llamados al servicio del pueblo de Dios.
Después
de madura reflexión y oración, ahora estamos por elevar al orden de los presbíteros
a estos hermanos nuestros, para que al servicio de Cristo, Maestro, Sacerdote y Pastor,
cooperen en la edificación del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia como pueblo de Dios
y Templo Santo del Espíritu Santo.
En efecto, ellos serán configurados
en Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, es decir que serán consagrados como verdaderos
sacerdotes del Nuevo Testamento y con este título que los une en el sacerdocio a su
obispo, serán predicadores del Evangelio, pastores del Pueblo de Dios y presidirán
las acciones de culto, especialmente en la celebración del sacrificio del Señor.
En
cuanto a ustedes, hermanos e hijos amadísimos, que están por ser promovidos al orden
del presbiterado, consideren que ejerciendo el ministerio de la Sagrada Doctrina serán
partícipes de la misión de Cristo, único Maestro. Dispensen a todos aquella Palabra
de Dios que ustedes mismos han recibido con alegría. Recuerden a sus mamás, abuelitas,
catequistas, que les dieron la Palabra de Dios, la fe…. este don de la fe, que les
transmitieron, este don de la fe. Lean y mediten asiduamente la Palabra del Señor,
para creer lo que han leído, para enseñar lo que aprendieron en la fe, vivir lo que
han enseñado. Recuerden también que la Palabra de Dios no es propiedad de ustedes:
es Palabra de Dios. Y la Iglesia es la que custodia la Palabra de Dios.
Por
lo tanto, que la doctrina de ustedes sea alimento para el Pueblo de Dios; alegría
y sostén a los fieles de Cristo el perfume de vuestra vida, para que con su palabra
y su ejemplo ustedes edifiquen la casa de Dios, que es la Iglesia. Ustedes continuarán
la obra santificadora de Cristo. Mediante el ministerio de ustedes, el sacrificio
espiritual de los fieles se hace perfecto, porque se une al sacrificio de Cristo,
que por medio de las manos de ustedes, en nombre de toda la Iglesia, es ofrecido de
modo incruento sobre el altar de la celebración por los Santos Misterios.
Reconozcan
pues lo que hacen. Imiten lo que celebren, para que participando en el misterio de
la muerte y resurrección del Señor, lleven la muerte de Cristo en sus miembros y caminen
con Él en novedad de vida.
Con el Bautismo agregarán nuevos fieles al Pueblo
de Dios. Con el Sacramento de la Penitencia remitirán los pecados en nombre de Cristo
y de la Iglesia: hoy les pido en nombre de Cristo y de la Iglesia, por favor, no se
cansen de ser misericordiosos. Con el óleo santo darán alivio a los enfermos y también
a los ancianos: no se avergüencen de dar ternura a los ancianos … Celebrando los sagrados
ritos y elevando sus oraciones de alabanza y súplica durante las distintas horas del
día, ustedes se harán voz del Pueblo de Dios y de la humanidad entera.
Conscientes
de haber sido elegidos entre los hombres y constituidos en favor de ellos para cuidar
las cosas de Dios, ejerzan con alegría y caridad sincera la obra sacerdotal de Cristo,
con el único anhelo de gustar a Dios y no a ustedes mismos. Sean pastores, no funcionarios.
Sean mediadores, no intermediarios.
En fin, participando en la misión de Cristo,
Cabeza y Pastor, en comunión filial con su obispo, comprométanse en unir a sus fieles
en una única familia para conducirlos a Dios Padre por medio de Cristo en el Espíritu
Santo. Tengan siempre ante sus ojos el ejemplo del Buen Pastor, que no ha venido
para ser servido, sino para servir y para tratar de salvar lo que estaba perdido.