Nuestra fe tiene al centro una Persona, Jesucristo, Palabra de Dios hecha carne, Francisco
a la Comisión Bíblica
(RV).- (Con audio) El Papa Francisco recibió este mediodía a los miembros de la Pontificia
Comisión Bíblica, encabezados por su Presidente, el Arzobispo Gerhard Ludwig Müller,
tras la celebración de su Asamblea plenaria anual.
Al recordar que han profundizado
el tema de “la inspiración y la verdad de la Biblia”, el Santo Padre destacó la importancia
que tiene no sólo para cada creyente, sino para la Iglesia entera, puesto que “la
vida y la misión de la Iglesia se fundan en la Palabra de Dios, que es alma de la
teología y, al mismo tiempo, inspiradora de toda la existencia cristiana”.
También
afirmó que las Sagradas Escrituras son el testimonio en forma escrita de la Palabra
divina, el memorial canónico que atestigua el evento de la Revelación, razón por la
cual la Palabra de Dios, “precede y excede la Biblia”. De ahí que nuestra fe “no
tiene en el centro sólo un libro, sino una historia de salvación y, sobre todo, a
una Persona, Jesucristo, Palabra de Dios hecha carne”.
Y precisamente porque
el horizonte de la Palabra divina abraza y se extiende más allá de la Escritura, el
Papa afirmó que para comprenderla adecuadamente, es necesaria la constante presencia
del Espíritu Santo que “guía toda la verdad” (Jn 16, 13). Es necesario colocarse
en la corriente de la gran Tradición que, bajo la asistencia del Espíritu Santo y
la guía del Magisterio, ha reconocido los escritos canónicos como Palabra que Dios
dirige a su pueblo y jamás ha dejado de meditarlos y de descubrir sus inagotables
riquezas, tal como lo reafirmó el Concilio Vaticano II en la Constitución dogmática
Dei Verbum.
Tras recordar que existe una unidad inseparable entre la
Sagrada Escritura y la Tradición, porque ambas provienen de una misma fuente, el Papa
explicó que de ahí se desprende que “el exégeta debe estar atento a percibir la Palabra
de Dios presente en los textos bíblicos colocándolo dentro de la misma fe de la Iglesia”.
La interpretación
de las Sagradas Escrituras no puede ser sólo un esfuerzo científico individual, sino
que debe ser siempre confrontada, insertada y autenticada por la tradición viva de
la Iglesia. Esta norma es decisiva para precisar la correcta y recíproca relacione
entre la exégesis y el Magisterio de la Iglesia. Los textos inspirados por Dios han
sido confiados a la Comunidad de los creyentes, a la Iglesia de Cristo, para alimentar
la fe y guiar la vida de la caridad. El respeto de esta naturaleza profunda de las
Escrituras condiciona la misma validez y la eficacia de la hermenéutica bíblica. Esto
comporta la insuficiencia de toda interpretación subjetiva o sencillamente limitada
a un análisis incapaz de acoger en sí ese sentido global que en el curso de los siglos
ha constituido la Tradición del entero Pueblo de Dios.
El Papa Francisco
concluyó con estas palabras:
Queridos Hermanos,
deseo concluir mi intervención formulando a todos ustedes mi agradecimiento y animándolos
en su valioso trabajo. Que el Señor Jesucristo, Verbo de Dios encarnado y divino Maestro
que ha abierto la mente y el corazón de sus discípulos a la inteligencia de las Escrituras
(Cfr. Lc 24, 45), guíe y sostenga siempre su actividad. Que la Virgen María, modelo
de docilidad y obediencia a la Palabra de Dios, les enseñe a acoger plenamente la
riqueza inagotable de la Sagrada Escritura no sólo a través de la investigación intelectual,
sino en la oración y en toda su vida de creyentes, sobre todo en este Año de la fe,
a fin de que su trabajo contribuya a hacer resplandecer la luz de la Sagrada Escritura
en el corazón de los fieles. Deseándoles una fructuosa continuación de sus actividades,
invoco sobre ustedes la luz del Espíritu Santo e imparto a todos mi Bendición Apostólica.
Texto
completo de la alocución del Papa:
Venerado Hermano, queridos miembros
de la Pontificia Comisión Bíblica:
Me alegra acogerlos al término de su Asamblea
plenaria anual. Agradezco al Presidente, el Arzobispo Gerhard Ludwig Müller, sus palabras
de saludo y la concisa exposición del tema que ha sido objeto de atenta reflexión
en el curso de sus trabajos. Se han reunido nuevamente para profundizar un argumento
muy importante: la inspiración y la verdad de la Biblia. Se trata de un tema que atañe
no sólo a cada creyente, sino a la Iglesia entera, puesto que la vida y la misión
de la Iglesia se fundan en la Palabra de Dios, que es alma de la teología y, al mismo
tiempo, inspiradora de toda la existencia cristiana.
Como sabemos, las Sagradas
Escrituras son el testimonio en forma escrita, de la Palabra divina, el memorial canónico
que atestigua el evento de la Revelación. La Palabra de Dios, por tanto, precede y
excede la Biblia. Por esta razón nuestra fe no tiene en el centro sólo un libro, sino
una historia de salvación y, sobre todo, a una Persona, Jesucristo, Palabra de Dios
hecha carne. Precisamente porque el horizonte de la Palabra divina abraza y se extiende
más allá de la Escritura, para comprenderla adecuadamente es necesaria la constante
presencia del Espíritu Santo que “guía toda la verdad” (Jn 16, 13). Es necesario
colocarse en la corriente de la gran Tradición que, bajo la asistencia del Espíritu
Santo y la guía del Magisterio, ha reconocido los escritos canónicos como Palabra
que Dios dirige a su pueblo y jamás ha dejado de meditarlos y de descubrir sus inagotables
riquezas. El Concilio Vaticano II lo reafirmó con gran claridad en la Constitución
dogmática Dei Verbum: “Por que todo lo que se refiere a la interpretación de
la Sagrada Escritura, está sometido en última instancia a la Iglesia, que tiene el
mandato y el ministerio divino de conservar y de interpretar la Palabra de Dios” (n.
12).
Como nos recuerda también la mencionada Constitución conciliar, existe
una unidad inseparable entre la Sagrada Escritura y la Tradición, porque ambas provienen
de una misma fuente: “Así, pues, la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura están
íntimamente unidas y compenetradas. Porque surgiendo ambas de la misma divina fuente,
se funden en cierto modo y tienden a un mismo fin. Ya que la Sagrada Escritura es
la Palabra de Dios en cuanto se consigna por escrito bajo la inspiración del Espíritu
Santo, y la Sagrada Tradición transmite íntegramente a los sucesores de los Apóstoles
la Palabra de Dios, a ellos confiada por Cristo Señor y por el Espíritu Santo para
que, con la luz del Espíritu de la verdad la guarden fielmente, la expongan y la difundan
con su predicación; de donde se sigue que la Iglesia no deriva solamente de la Sagrada
Escritura su certeza acerca de todas las verdades reveladas. Por eso se han de recibir
y venerar ambas con un mismo espíritu de piedad” (Ibíd., 9).
Se desprende
por tanto que el exégeta debe estar atento a percibir la Palabra de Dios presente
en los textos bíblicos colocándolo dentro de la misma fe de la Iglesia. La interpretación
de las Sagradas Escrituras no puede ser sólo un esfuerzo científico individual, sino
que debe ser siempre confrontada, inserida y autenticada por la tradición viva de
la Iglesia. Esta norma es decisiva para precisar la correcta y recíproca relación
entre la exégesis y el Magisterio de la Iglesia. Los textos inspirados por Dios han
sido confiados a la Comunidad de los creyentes, a la Iglesia de Cristo, para alimentar
la fe y guiar la vida de la caridad. El respeto de esta naturaleza profunda de las
Escrituras condiciona la misma validez y la eficacia de la hermenéutica bíblica. Esto
comporta la insuficiencia de toda interpretación subjetiva o sencillamente limitada
a un análisis incapaz de acoger en sí ese sentido global que en el curso de los siglos
ha constituido la Tradición del entero Pueblo de Dios, que “in credendo falli nequit”
(Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática Lumen gentium, 12).
Queridos
Hermanos, deseo concluir mi intervención formulando a todos ustedes mi agradecimiento
y animándolos en su valioso trabajo. Que el Señor Jesucristo, Verbo de Dios encarnado
y divino Maestro que ha abierto la mente y el corazón de sus discípulos a la inteligencia
de las Escrituras (Cfr. Lc 24, 45), guíe y sostenga siempre su actividad. Que
la Virgen María, modelo de docilidad y obediencia a la Palabra de Dios, les enseñe
a acoger plenamente la riqueza inagotable de la Sagrada Escritura no sólo a través
de la investigación intelectual, sino en la oración y en toda su vida de creyentes,
sobre todo en este Año de la fe, a fin de que su trabajo contribuya a hacer resplandecer
la luz de la Sagrada Escritura en el corazón de los fieles. Deseándoles una fructuosa
continuación de sus actividades, invoco sobre ustedes la luz del Espíritu Santo e
imparto a todos mi Bendición Apostólica.