El hombre y la mujer cumbre de la creación, el Papa en su catequesis
(RV).- (Con audio) Como todos los miércoles también este 6 de febrero Benedicto XVI
celebró, en el Aula Pablo VI del Vaticano, su tradicional audiencia semanal, en la
que participaron varios miles de fieles y peregrinos de numerosos países. En su catequesis,
siguiendo sus meditaciones sobre el Credo, el Papa se refirió a Dios como Creador
del cielo y de la tierra, como Creador del ser humano.
En su catequesis central
en italiano el Papa se preguntó si tiene sentido, en la época de la ciencia y de la
técnica, hablar aún de creación, y cómo debemos comprender las narraciones del libro
del Génesis. Y explicó que la Biblia no pretende ser un manual de ciencias naturales;
sino que, en cambio, pretende hacer comprender “la verdad auténtica y profunda de
las cosas”. Porque la verdad fundamental que los relatos del Génesis nos revelan es
que el mundo “no es un conjunto de fuerzas contrastantes entre sí, sino que tiene
su origen y su estabilidad en el Logos, en la Razón eterna de Dios, que sigue sustentando
el universo”. “Hay un designio sobre el mundo – dijo Benedicto XVI– que nace de esta
Razón, del Espíritu Creador”. Y creer que en la base de todo está esto, “ilumina todo
aspecto de la existencia y da el valor de afrontar, con confianza y con esperanza,
la aventura de la vida”.
A modo de introducción, se leyó en las diversas lenguas
un pasaje bíblico tomado del libro del Génesis (1, 1-2.27.31ª):
Al resumir
estos conceptos para los peregrinos de lengua española el Papa dijo:
Queridos hermanos
y hermanas: El Credo llama a Dios «Padre todopoderoso», y añade que es «Creador
del cielo y de la tierra», como se dice al inicio de la Escritura: «Al principio creó
Dios el cielo y la tierra». Dios es Padre en cuanto origen de la vida y, al crear,
muestra su omnipotencia. Dios pone orden, armonía y belleza en todas las cosas, y
no deja de su mano a sus criaturas. Así, el mundo creado muestra vestigios de la acción
divina, bondadosa y cercana, que permiten vislumbrar la profunda verdad de la creación
y el amor de que está impregnada, más allá de un examen meramente fáctico. Por la
revelación, el creyente puede leer en el gran libro de la naturaleza quién es Dios
como Creador y Padre. La cumbre de la creación es el hombre y la mujer, el ser humano:
un ser pequeño respecto a la inmensidad del universo, pero el único que ha sido hecho
«a imagen de Dios», capaz de entender la sabiduría de su obra, reconociendo y alabando
a través de ella al Creador. Por eso goza de la especial protección de Dios, que fundamenta
la inviolabilidad de la dignidad humana, frente a la tentación de ver en las personas
simples objetos inanimados para la propia utilidad.
Saludo cordialmente
a los peregrinos de lengua española, en particular al grupo y a la Delegación de la
Guardia Civil, con el Arzobispo castrense, el Señor Ministro del Interior y el Director
General de ese Cuerpo, que ruega a la Virgen del Pilar la fuerza espiritual necesaria
para su importante servicio a la sociedad española. Y saludo igualmente a los peregrinos
venidos de España, Chile, México y otros países latinoamericanos. Que la fe en Dios,
Padre y Creador, sea para todos fuente de serenidad y esperanza. Muchas
gracias.
Al
saludar, en sus respectivos idiomas, a los diversos grupos de fieles, como es costumbre,
el Obispo de Roma afirmó que reza por todas las personas de lengua árabe, a quienes
deseó que Dios los bendiga.
Al dar su bienvenida a los fieles polacos Su Santidad
les recordó que “vivir de la fe quiere decir reconocer la grandeza de Dios Creador
y, aceptando nuestra pequeñez, dejar que el Señor la colme con su amor”. Porque “la
luz de la fe desenmascara todo mal y nos da la certeza de poder ser liberados”. Por
lo que deseó que esta certeza “sea para nosotros fuente de esperanza y de alegría”.
Al
saludar cordialmente a la comunidad del Seminario arquidiocesano eslovaco de San Carlos
Borromeo de Košice, guiada por el Arzobispo emérito S.E. Mons. Alojz Tkáč, el Papa
deseó a estos queridos seminaristas que su peregrinación a las tumbas de los Santos
Apóstoles, en el Año de la fe, refuerce su fidelidad a Cristo y la generosa respuesta
a su llamada, a la vez que los bendijo junto a sus seres queridos.
Benedicto
XVI, hablando en ruso, manifestó su alegría al saludar a una delegación de Kazakhstan,
encabezada por el Sr. Kairat Mami, Presidente del Senado de la República. Y les deseó
que Dios Omnipotente bendiga su país y su empeño en favor del diálogo entre las religiones
y por el bien común.
El Papa dio su cordial bienvenida a los peregrinos búlgaros,
en particular a los miembros del Club Atlántico de Bulgaria, a quienes manifestó su
deseo de que la visita a la Ciudad Eterna acreciente su confianza en Dios y que la
intercesión celestial del Beato Juan Pablo II sostenga sus propósitos de bien.
Hablando
en italiano el Santo Padre manifestó su alegría al acoger a los Obispos que participan
en el congreso «Cristianos y Pastores para la Iglesia de mañana», organizado por la
Comunidad de San Egidio, en coincidencia con el aniversario de su fundación. A estos
queridos hermanos en el episcopado y a todos los miembros de esta Comunidad el Papa
les deseó que reaviven su fe en el Señor y que testimonien, con renovado entusiasmo,
la caridad evangélica, en especial hacia los débiles y los pobres.
También
dirigió un caluroso saludo a los Frailes Menores Conventuales, que celebran su 200°
Capítulo General. A estos queridos hermanos el Obispo de Roma los exhortó a testimoniar
a los hombres de hoy “la belleza de seguir el Evangelio en la sencillez y en la fraternidad”.
Por
otra parte, Su Santidad dio su cordial bienvenida a los participantes en el Curso
de formación humana para el sacerdocio y la vida consagrada, acompañados por el Cardenal
Elio Sgreccia; así como al Grupo del Estudio Teológico Interdiocesano de Camaiore,
con el Arzobispo de Pisa, Mons. Benotto, y a la Pía Obra “Cruz Verde” de Padua, en
el centenario de sus actividades.
Por último, el Santo Padre dirigió un pensamiento
afectuoso a los jóvenes, enfermos y recién casados que participaron en esta audiencia
general. En esta ocasión, el Pontífice les deseó que la memoria litúrgica de San Pablo
Miki y de sus compañeros mártires japoneses, impulse a los queridos jóvenes, especialmente
a los estudiantes del Instituto Franciscano “Fay de Bruno” de Turín, en el 150° aniversario
de su fundación, y a los de las Escuelas “Regnum Christi” de Roma, a gastar sus energías
por la causa del Evangelio; ayude a los queridos enfermos a aceptar la cruz en unión
espiritual con el corazón de Cristo; y anime a los queridos recién casados a tener
siempre confianza en la Providencia, incluso en los momentos difíciles de su vida
conyugal.
(María Fernanda Bernasconi – RV).
Texto completo de
la catequesis del Papa:
Creo en Dios: el Creador del cielo y de la tierra,
el Creador del ser humano
Pasaje bíblico: Gen 1,1-2.27.31 a
Queridos
hermanos y hermanas:
el Credo, que comienza calificando a Dios como
"Padre Todopoderoso", como ya meditamos la semana pasada, añade luego que Él es "el
Creador del cielo y de la tierra", y así retoma la afirmación con la que empieza la
Biblia. En el primer versículo de la Sagrada Escritura, se lee, en efecto, como hemos
escuchado: "Al principio Dios creó el cielo y la tierra" (Génesis 1,1): es Dios el
origen de todas las cosas y en la belleza de la creación se despliega su omnipotencia
de Padre amoroso.
Dios se manifiesta como Padre en la creación, como
origen de la vida, y, al crear, muestra su omnipotencia. Las imágenes utilizadas
por la Sagrada Escritura a este respecto son muy sugestivas (cf. Is 40,12, 45,18,
48,13, Salmos 104,2.5, 135,7, Pr 8, 27-29). Él, como Padre bueno y poderoso, cuida
todo lo que ha creado con un amor y una fidelidad que nunca faltan (cf. Sal 57,11,
108,5, 36,6). Repiten los Salmos. De este modo, la creación se convierte en un lugar
donde conocer y reconocer la omnipotencia de Dios y su bondad, y se convierte en una
llamada a la fe de nosotros los creyentes para que proclamemos a Dios como Creador.
"Por la fe - escribe el autor de la Carta a los Hebreos - comprendemos que la Palabra
de Dios formó el mundo, de manera que lo visible proviene de lo invisible " (11,3).
La fe implica pues saber reconocer lo invisible, reconociendo su huella en el mundo
visible. El creyente puede leer el gran libro de la naturaleza y comprender su lenguaje;
el universo nos habla de Dios, pero es necesaria su Palabra de revelación, que suscita
la fe, para que el hombre pueda alcanzar la plena conciencia de la realidad de Dios
como Creador y Padre.
Es en el libro de la Sagrada Escritura donde
la inteligencia humana puede encontrar, a la luz de la fe, la clave interpretativa
para comprender el mundo. En particular, tiene un lugar especial el primer capítulo
del Génesis, con la presentación solemne de la obra creadora divina, que se despliega
a lo largo de siete días: en seis días Dios lleva a término la creación y el séptimo
día, el sábado, deja toda actividad y descansa. Día de libertad para todos, día de
la comunión con Dios y así, con esta imagen, el Libro del Génesis nos indica que el
primer anhelo de Dios era el de encontrar un amor que respondiera a su amor. Y el
segundo, el de crear un mundo material donde colocar este amor, a estas criaturas
que libremente le respondan.
Esta estructura hace que el texto esté
marcado por algunas repeticiones significativas. Durante seis veces, por ejemplo,
se repite la frase: "Y Dios vio que era bueno" (vv. 4.10.12.18.21.25) y, finalmente,
la séptima vez, después de la creación del hombre: "Dios miró todo lo que había hecho,
y vio que era muy bueno "(v. 31). Todo lo que Dios crea es bello y bueno, impregnado
de sabiduría y de amor; la acción creadora de Dios pone orden, infunde armonía, dona
belleza.
En el relato del Génesis emerge luego que el Señor crea en
su palabra: durante diez veces se lee en el texto, el término "dijo Dios" (vv. 3.6.9.11.14.20.24.26.28.29),
es la palabra, el logos de Dios el origen de la realidad del mundo, al decir ‘Dios
dijo’subraya el poder eficaz de la Palabra divina. Así canta el Salmista:
‘La palabra del Señor hizo el cielo, y el aliento de su boca, los ejércitos celestiales...
porque él lo dijo, y el mundo existió, él dio una orden, y todo subsiste’. La vida
surge y el mundo existe porque todo obedece a la Palabra divina.
Pero
nuestra pregunta hoy es ¿tiene sentido, en la era de la ciencia y de la técnica, seguir
hablando de la creación? ¿Cómo debemos comprender la narración del Génesis? La
Biblia no quiere ser un manual de ciencias naturales; lo que sí quiere es hacer comprender
la verdad auténtica y profunda de las cosas. La verdad fundamental, que las narraciones
del Génesis, nos desvelan es que el mundo no es un conjunto de fuerzas contrastantes
entre sí, sino que tiene su origen y su estabilidad en el Logos, en la Razón eterna
de Dios, que continúa sosteniendo el universo. Hay un diseño sobre el mundo que nace
de esta Razón, del Espíritu creador. Creer que en la base de todo hay esto, ilumina
cada aspecto de la existencia y da la valentía necesaria para afrontar con confianza
y con esperanza la aventura de la vida.
Por lo tanto la Escritura nos
dice que el origen de la existencia del mundo, y de la nuestra no es lo irracional
y la necesidad, sino la razón, el amor y la libertad. Ésta es la alternativa: o prioridad
de lo irracional y de la necesidad, o prioridad de la razón, de la libertad, del amor.
Nosotros creemos en esta posición.
Pero me gustaría decir unas palabras
sobre lo que es el culmen de todo lo creado: El hombre y la mujer, el ser humano,
el único "capaz de conocer y amar a su Creador" (Constitución Pastoral Gaudium et
Spes, 12). El salmista mirando los cielos se pregunta: " Al ver el cielo, obra de
tus manos, la luna y la estrellas que has creado: ¿qué es el hombre para que pienses
en él, el ser humano para que lo cuides?"(8,4 a 5). El ser humano, creado con amor
por Dios, es algo muy pequeño ante la inmensidad del universo; a veces, mirando fascinados
los espacios enormes del firmamento, también nosotros percibimos nuestro ser limitados.
El ser humano está abitado por esta paradoja: nuestra pequeñez y caducidad conviven
con la grandeza de lo que el amor eterno de Dios ha querido para nosotros.
Los
relatos de la creación en el Libro del Génesis también nos introducen en este misterioso
ámbito, ayudándonos a conocer el plan de Dios para el hombre. En primer lugar afirmando
que Dios formó al hombre del polvo de la tierra (cf. Gn 2:7). Esto significa que no
somos Dios, no nos hemos hecho solos, somos tierra; pero también significa que somos
la buena tierra, a través de la obra del Creador bueno. A esto se suma otra realidad
fundamental: todos los seres humanos son polvo, más allá de las distinciones hechas
por la cultura y la historia, más allá de cualquier diferencia social; somos una única
humanidad plasmada con la sola tierra de Dios. Hay también un segundo elemento: el
ser humano se origina porque Dios sopla el aliento de vida en el cuerpo moldeado por
la tierra (cf. Gn 2:7). El ser humano está hecho a imagen y semejanza de Dios (cf.
Gn 1:26-27). «Todos, entonces, llevamos en nosotros el aliento vital de Dios y cada
vida humana – nos dice la Biblia – está bajo la particular protección de Dios. Ésta
es la razón más profunda de la inviolabilidad de la dignidad humana, contra toda tentación
de evaluar a la persona según criterios utilitaristas y de poder». Ser a imagen y
semejanza de Dios indica que el hombre no está encerrado en sí mismo, sino que tiene
una referencia esencial en Dios
En los primeros capítulos del Libro
del Génesis encontramos dos imágenes significativas: el jardín con el árbol del conocimiento
del bien y del mal y la serpiente (cf. 2:15-17; 3,1-5). El jardín nos dice que la
realidad en la que Dios ha puesto al ser humano no es un bosque salvaje, sino un lugar
que protege, nutre y sustenta; y el hombre debe reconocer el mundo no como propiedad
para ser saqueada y explotada, sino como don del Creador, signo de su voluntad salvífica,
un don que ha de cultivar y cuidar, hacer crecer y desarrollar con respeto, en armonía,
siguiendo los ritmos y la lógica, de acuerdo con el plan de Dios (cf. Gn 2,8-15).
La
serpiente es una figura que viene de los cultos orientales de la fecundidad, que tanto
fascinaban a Israel y que eran una constante tentación para abandonar la misteriosa
alianza con Dios. A la luz de esto, la Sagrada Escritura presenta la tentación a la
que vienen sometidos Adán y Eva como el núcleo de la tentación y el pecado. ¿Qué dice
la serpiente? No niega a Dios, pero insinúa una falsa pregunta: "¿Así que Dios les
ordenó que no comieran de ningún árbol del jardín?».(Génesis 3:1). De esta manera,
la serpiente suscita la sospecha de que la alianza con Dios es como una cadena que
ata, que priva de la libertad y de las cosas más bellas y preciosas de la vida.
La
tentación invita a construirse el propio mundo en el que vivir, no acepta las limitaciones
del ser criatura, los límites del bien y del mal, de la moral; la dependencia del
amor del Dios Creador es vista como una carga de la que liberarse. Éste es siempre
el núcleo de la tentación. Pero cuando se distorsiona la relación con Dios, poniéndose
en su lugar, todas las demás relaciones se alteran. Entonces, el otro se convierte
en un rival, en una amenaza: Adán, después de haber sucumbido a la tentación, acusa
de inmediato a Eva (cf. Gn 3:12), y los dos se ocultan de la vista de aquel Dios con
quien hablaban con amistad (ver 3.8 - 10); el mundo ya no es el jardín para vivir
en armonía, sino un lugar para ser explotado y lleno de insidias ocultas (cf. 3:14-19),
la envidia y el odio hacia el otro entran en el corazón del hombre: ejemplar es Caín
que mata a su propio hermano Abel (cf. 4,3-9). Yendo contra su Creador, en realidad
el hombre va en contra de sí mismo, reniega su origen y por lo tanto su verdad; y
el mal entra en el mundo, con su triste cadena de dolor y de muerte. Y si todo lo
que había creado Dios era bueno, muy bueno, después de esta libre decisión del hombre,
de mentir contra la verdad, el mal entra en el mundo.
De los relatos
de la creación, me gustaría destacar una última enseñanza: el pecado engendra el pecado
y todos los pecados de la historia están interrelacionados. Este aspecto nos lleva
a hablar de lo que ha sido llamado el "pecado original". ¿Cuál es el significado de
esta realidad, difícil de entender? Quisiera sólo dar algún elemento. En primer lugar,
debemos tener en cuenta que ningún hombre está encerrado en sí mismo, nadie puede
vivir de sí mismo y para sí mismo; nosotros recibimos la vida del otro y no sólo en
el nacimiento, sino todos los días. El ser humano es relación: Yo soy yo mismo solo
en el tú y a través del tú, en la relación de amor con el Tú de Dios y el tú de los
otros. Pues bien, el pecado perturba o destruye la relación con Dios, su presencia
destruye la relación con Dios, la relación fundamental, toma el lugar de Dios.
El
Catecismo de la Iglesia Católica afirma que con el primer pecado el hombre ‘hizo elección
de sí mismo contra Dios, contra las exigencias de su estado de criatura y, por tanto,
contra su propio bien’ (n. 398). Perturbada la relación fundamental, son puestos en
peligro o destruidos también los otros polos de la relación, el pecado arruina las
relaciones, así lo destruye todo, porque nosotros somos relación.
Ahora
bien, si la estructura relacional de la humanidad viene malograda desde el principio,
todo hombre entra en un mundo marcado por esta alteración de las relaciones, entra
en un mundo perturbado por el pecado, que le marca personalmente; el pecado inicial
daña y hiere la naturaleza humana (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 404-406).
Y el hombre, por sí solo, no puede salir de esta situación; sólo el Creador puede
restaurar las justas relaciones. Sólo si Aquel, del que nos hemos desviado, viene
hacia nosotros y nos tiende la mano con amor, las justas relaciones pueden reanudarse.
Esto se realiza en Jesucristo, que cumple exactamente el recorrido inverso al de Adán,
como describe el himno del segundo capítulo de la Epístola de San Pablo a los Filipenses
(2:5-11): mientras que Adán no reconoce su ser criatura y quiere ponerse en el lugar
de Dios, Jesús, el Hijo de Dios, está en una perfecta relación filial con el Padre,
se abaja, se convierte en el siervo, recorre el camino del amor humillándose hasta
la muerte en la cruz, para reordenar las relaciones con Dios. La Cruz de Cristo se
convierte así en el nuevo Árbol de la vida.
Queridos hermanos y hermanas,
vivir la fe quiere decir reconocer la grandeza de Dios y aceptar nuestra pequeñez,
nuestra condición de criaturas dejando que el Señor la colme con su amor y así crezca
nuestra verdadera grandeza. El mal, con su carga de dolor y de sufrimiento, es un
misterio que queda iluminado por la luz de la fe, que nos da la certeza de poder ser
liberados de él, la certeza de que es bueno ser hombre».