Confiar en el perdón de Dios cuando nos equivocamos , el Papa en su catequesis
(RV).- (Con audio) Durante la audiencia general del último miércoles de enero, Benedicto
XVI prosiguió sus reflexiones sobre el Credo, recordando que en su catequesis anterior
se había detenido a considerar las palabras iniciales de la profesión de fe: “Creo
en Dios”. Y explicó que el Credo especifica que Dios es el Padre omnipotente, el Creador
del cielo y de la tierra, por lo que en esta ocasión, el Papa reflexionó con los miles
de fieles reunidos en el Aula Pablo VI del Vaticano sobre la primera y fundamental
definición del Creador, que es Padre. Un Padre bueno, que nos ha elegido y bendecido
antes de la creación del mundo. Un Padre que no abandona, sino que nos sostiene, ayuda
y salva con una fidelidad que sobrepasa infinitamente la de los hombres, para abrirse
a dimensiones de eternidad.
En su catequesis general en italiano el Papa explicó
que – como revela Jesús – Dios es el Padre que nutre a las aves del cielo sin que
ellas deban sembrar y cosechar, y reviste de colores maravillosos a las flores de
los campos, con vestidos más bellos que los del rey Salomón (Cfr. Mt 6,26-32;
Lc 12, 24-28); y nosotros – añade Jesús – ¡valemos mucho más que las flores
y las aves del cielo! Dios es un Padre bueno que acoge y abraza al hijo perdido y
arrepentido (Cfr. Lc 15,11ss), da gratuitamente a quienes piden (Cfr. Mt
18,19; Mc 11,24; Jn 16, 23) y ofrece el pan del cielo y el agua viva
que hace vivir eternamente (Cfr. Jn 6, 32.51.58).
El amor de Dios Padre
jamás decae. Dios no se cansa de nosotros, es amor que dona hasta el extremo, hasta
el sacrificio del Hijo. La fe nos da esta certeza, que se convierte en una roca segura
en la construcción de nuestra vida.
Nosotros, dijo también Benedicto XVI,
podemos afrontar todos los momentos de dificultades y de peligro, la experiencia de
la oscuridad de la crisis y del tiempo del dolor, sostenidos por la confianza en que
Dios no nos deja solos y está siempre cerca, para salvarnos y conducirnos a la vida.
Al
resumir estos conceptos en nuestro idioma, el Santo Padre dijo:
Queridos hermanos
y hermanas:
Quisiera hablar hoy sobre la primera y fundamental definición
que el Credo nos presenta de Dios: Él es Padre omnipotente.
La revelación
bíblica nos ayuda a comprender esta expresión. Dios es Padre porque nos ha elegido
y bendecido antes de la creación del mundo; nos ha hecho realmente sus hijos en Jesús;
porque acompaña nuestra existencia, dándonos su Palabra, sus enseñanzas, su gracia
y su Espíritu, y porque podemos confiar en su perdón cuando nos equivocamos de camino.
Él es un Padre bueno, que no abandona, sino que sostiene, ayuda y salva con una fidelidad
que sobrepasa infinitamente la de los hombres. Nos ha dado a su Hijo para que seamos
hijos suyos y nos ofrece el Espíritu Santo para que podamos llamarle, en verdad, «Abbá,
Padre».
Su grandeza como Padre omnipotente se manifiesta plenamente
sobre la cruz gloriosa de su Hijo. No es una fuerza arbitraria que cambia los acontecimientos
o anula el dolor, sino que se expresa en la misericordia, en el perdón, en la incansable
llamada a la conversión y en una actitud de paciencia, mansedumbre y amor.
Saludo
a los fieles de lengua española provenientes de España, México, Chile y demás países
latinoamericanos. Invito a todos a ser constantes en la fe, dando testimonio de Cristo,
y a vivir en plenitud el Credo, abandonándonos confiadamente a Dios Padre y a su misericordia
omnipotente, que salva. Muchas gracias.
Como es costumbre, al saludar a
los diversos grupos de peregrinos que asistieron a esta audiencia, el Papa dijo que
rezar por todas las personas de lengua árabe a quienes deseó que Dios los bendiga.
Al saludar cordialmente a los fieles polacos, Su Santidad recordó que el Año
de la fe es una ocasión especial para ser conscientes de que Dios es nuestro Padre.
Y manifestó su deseo de que esta verdad nos haga testigos gozosos del Evangelio. A
la vez que pidió que nos acordemos de esta verdad también en los momentos de prueba,
crisis y sufrimiento de la vida, porque Dios está siempre con nosotros, nos guía y
desea nuestro bien.
El Papa también saludó de corazón a los peregrinos eslovacos,
de modo especial a los procedentes de Oščadnica, Bánovce nad Bebravou y de la Universidad
Komenský de Bratislava. Y tras deseó que la luz del Evangelio ilumine todos los pasos
de la vida de estos hermanos y hermanas les impartió su Bendición Apostólica extensiva
a todos sus seres queridos en Eslovaquia.
En sus saludos a los peregrinos de
lengua italiana, el Obispo de Roma destacó la presencia de los Obispos amigos del
Movimiento de los Focolares. Junto a estos Hermanos en el episcopado, el Papa saludó
a cuantos participarán en los encuentros organizados en diversas regiones del mundo,
a quienes les aseguró su oración, deseando que el carisma de la unidad, que aprecian
de modo particular, los sostenga y anime en su ministerio apostólico.
El Santo
Padre saludó asimismo a los fieles de la Arquidiócesis de Potenza-Muro Lucano-Marsiconuovo,
acompañados por su Pastor, Mons. Agostino Superbo. A estos queridos amigos Benedicto
XVI los impulsó a seguir dedicando todos sus esfuerzos para que tanto en las ciudades
como en los centros menores se asegure una sólida instrucción religiosa, a fin de
que todos estén preparados para recibir con fruto los Sacramentos, indispensable alimento
del crecimiento en la fe.
Ante la presencia en este encuentro de las Autoridades
civiles de Basilicata, a quienes dirigió un saludo deferente, el Papa expresó su
vivo reconocimiento a cuantos se han prodigado en la preparación del sugestivo pesebre
colocado en la Plaza de San Pedro que ha sido admirado por numerosos peregrinos, como
expresión del arte de la localidad de Luca.
Por último, el Pontífice se dirigió
a los jóvenes, enfermos y recién casados presentes en esta audiencia general, a quienes
recordó que mañana celebraremos la memoria litúrgica de san Juan Bosco, sacerdote
y educador. Por esta razón pidió a los jóvenes que vean a esta figura como un auténtico
maestro de vida. Recomendó a los enfermos que aprendan de su experiencia espiritual
a confiar en cada circunstancia en Cristo crucificado. Y sugirió a los recién casados
que recurran a la intercesión de este santo para vivir con empeño generoso su misión
de esposos.
(María Fernanda Bernasconi – RV).
Traducción
del texto completo de la catequesis del Papa en italiano
Queridos hermanos
y hermanas:
en la catequesis del miércoles pasado, hemos reflexionado sobre
las palabras del Credo: "Creo en Dios". Pero la profesión de fe especifica esta afirmación:
Dios es el Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Me gustaría reflexionar
con ustedes ahora sobre la primera y fundamental definición de Dios, que el Credo
nos presenta: Él es Padre. No siempre es fácil hoy en día hablar de paternidad.
Sobre todo en el mundo occidental. Las familias disgregadas, los compromisos de trabajo
cada vez más apretados, las preocupaciones y, a menudo, la fatiga de equilibrar el
presupuesto familiar, así como la invasiva distracción de los medios de comunicación
en la vida diaria son algunos de los muchos factores que pueden impedir una relación
serena y constructiva entre padres e hijos. A veces, la comunicación se hace difícil,
se pierde la confianza y la relación con la figura del padre puede llegar a ser problemática.
Por lo que, no teniendo modelos adecuados como referencia, se vuelve problemático
incluso imaginar a Dios como padre. Para aquellos que han tenido la experiencia de
un padre demasiado autoritario e inflexible, o indiferente y poco afectuoso, o incluso
ausente, no es fácil pensar con serenidad en Dios como Padre y abandonarse a Él con
confianza. Pero la revelación bíblica ayuda a superar estas dificultades hablándonos
de un Dios que nos muestra qué significa ser verdaderamente "padre", y es sobre todo
el Evangelio el que nos revela este rostro de Dios como Padre, que ama hasta el don
de su propio Hijo para la salvación de la humanidad. La referencia a la figura
paterna ayuda por lo tanto a comprender algo del amor de Dios, que sin embargo es
infinitamente más grande, fiel y total que el de cualquier hombre. "¿Quién de ustedes,
cuando su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pez, le da una serpiente?
Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre
celestial dará cosas buenas a aquellos que se las pidan! "(Mt 7,9 - 11; cfr Lc 11,11
a 13). Dios es nuestro Padre porque Él nos ha bendecido y elegido antes de la creación
del mundo (cfr. Ef 1,3-6), nos hizo realmente sus hijos en Jesús (cfr. 1 Jn 3,1).
Y, como Padre, Dios acompaña con amor nuestra vida, nos da su Palabra, sus enseñanzas,
su gracia y su Espíritu. Él - como revela Jesús - es el Padre que alimenta a las
aves del cielo, sin que deban sembrar y cosechar, y reviste de colores maravillosos
las flores del campo, con trajes más bellos que los del rey Salomón (cfr. Mt 6,26
- a 32; Lucas 12,24-28), y - añade Jesús - ¡nosotros valemos mucho más que las flores
y las aves del cielo! Y si Él es tan bueno que hace "salir el sol sobre malos y buenos
y hace caer la lluvia sobre justos e injustos " (Mt 5, 45), siempre podremos, sin
miedo y con total confianza, encomendarnos a su perdón cuando nos equivocamos de camino.
Dios es un Padre bueno que acoge y abraza al hijo perdido y arrepentido (cfr. Lc 15,
11), da gratuitamente a los que piden (cfr. Mt 18,19; Mc 11, 24, Jn 16, 23) y ofrece
el pan del cielo y el agua viva que da vida para siempre (cfr. Jn 6, 32, 51,58). Por
lo tanto, el orante del Salmo 27, rodeado de enemigos, asediado por los malvados y
calumniadores, mientras busca la ayuda del Señor y lo invoca, puede dar su testimonio
lleno de fe, afirmando: " Aunque mi padre y mi madre me abandonen, el Señor me recibirá
"(v. 10). Dios es un Padre que nunca abandona a sus hijos, un Padre amoroso que sostiene,
ayuda, acoge, perdona y salva, con una fidelidad que supera inmensamente la de los
hombres, para abrirse a las dimensiones de la eternidad. "Porque es eterno su amor",
como repite en una letanía, en cada versículo, el Salmo 136 evocando la historia de
la salvación. El amor de Dios Padre nunca falla, no se cansa de nosotros, es amor
que se da sin límites, hasta el sacrificio de su Hijo. La fe nos dona esta certeza
que se convierte en una roca segura en la construcción de nuestras vidas: podemos
afrontar todos los momentos de dificultad y de peligro, la experiencia de la oscuridad
de la crisis y del tiempo de dolor, sostenidos por la fe en que Dios no nos deja
solos y siempre está cerca, para salvarnos y llevarnos a la vida eterna. Es en
el Señor Jesús donde se muestra plenamente el rostro benévolo del Padre que está
en los cielos. Conociéndolo a Él, podemos conocer también al Padre (cfr. Jn 8,19,
14,7), viéndolo a Él, podemos ver al Padre, porque Él está en el Padre y el Padre
está en Él (cfr. Jn 14,9,11). Él es la "Imagen del Dios invisible”, como lo define
el himno de la Carta a los Colosenses, “el Primogénito de toda la creación... el Primero
que resucitó de entre los muertos", "en quien tenemos la redención y el perdón de
los pecados " y la reconciliación de todas las cosas, “habiendo restablecido la paz
por la sangre de su cruz y reconciliando todo lo que existe en la tierra y en el cielo,
" (cfr. Col 1,13-20). La fe en Dios Padre pide creer en el Hijo, bajo la acción
del Espíritu, reconociendo en la Cruz que salva la revelación definitiva del amor
divino. Dios es nuestro Padre al darnos a su Hijo por nosotros; Dios es nuestro Padre
perdonando nuestros pecados y llevándonos a la alegría de la vida resucitada; Dios
es nuestro Padre al ofrecernos el Espíritu que nos hace hijos y que nos permite llamarlo,
en verdad, "Abba, Padre "(cf. Rom 8:15). Por eso Jesús, enseñándonos a orar, nos
invita a decir "Padre Nuestro" (Mt 6,9 a 13;. Cf Lc 11:2-4). La paternidad de
Dios es, pues, amor infinito, ternura que se inclina sobre nosotros, hijos débiles,
necesitados de todo. El Salmo 103, el gran himno de la misericordia divina, proclama:
"«Como un padre cariñoso con sus hijos, así es cariñoso el Señor con sus fieles; él
conoce de qué estamos hechos, sabe muy bien que no somos más que polvo." (vv. 13-14).
Es sólo nuestra pequeñez, nuestra débil naturaleza humana, nuestra fragilidad que
se convierte en llamamiento a la misericordia del Señor para que manifieste su grandeza
y ternura de Padre que nos ayuda, nos perdona y nos salva. Y Dios responde a nuestra
llamada, enviando a su Hijo, que muere y resucita por nosotros; entra en nuestra fragilidad,
haciendo lo que el hombre solo nunca hubiera podido hacer: él toma sobre Sí el pecado
del mundo, como cordero inocente y nos abre el camino a la comunión con Dios, nos
hace verdaderos hijos de Dios. Está ahí, en el Misterio pascual, que se revela en
todo su esplendor, el rostro definitivo del Padre. Y es aquí, en la Cruz gloriosa,
que se realiza la plena manifestación de la grandeza de Dios como "Padre omnipotente". Pero
podemos preguntarnos: ¿cómo es posible imaginar un Dios todopoderoso mirando la cruz
de Cristo? ¿Este poder del mal que lleva a matar al hijo de Dios? Nos gustaría una
omnipotencia divina de acuerdo con nuestros esquemas mentales y nuestros deseos: un
Dios "omnipotente" que resuelva los problemas, que intervenga para evitarnos las dificultades,
que venza a los poderes adversos, cambie el curso de los acontecimientos y anule el
dolor. Por eso, hoy en día muchos teólogos dicen que Dios no es omnipotente, porque
de lo contrario no existiría tanto sufrimiento, y tanta maldad en el mundo. De hecho,
ante el mal y el sufrimiento, para muchos de nosotros, es problemático, difícil creer
en un Dios Padre y creerlo todopoderoso; algunos buscan refugio en los ídolos, cediendo
a la tentación de encontrar una respuesta en una omnipotencia supuesta "magia" y sus
promesas ilusorias. Pero la fe en Dios Todopoderoso nos lleva por caminos muy diferentes.
A aprender a conocer que el pensamiento de Dios es diferente del nuestro, que los
caminos de Dios son diferentes de los nuestros, y también su omnipotencia es diferente:
no se expresa como una fuerza automática o arbitraria, sino que se caracteriza por
una libertad amorosa y paternal. De hecho, Dios al crear criaturas libres, dándoles
libertad ha renunciado a una parte de su poder, dejando el poder de nuestra libertad.
Así ama y respeta la libre respuesta de amor a su llamada. Como Padre, Dios quiere
que seamos sus hijos de su corazón y vivamos como tal, en su Hijo, en comunión, en
plena familiaridad con Él. Su omnipotencia no se expresa en la violencia, no se
expresa en la destrucción de un poder adverso como nosotros quisiéramos, sino que
se expresa en el amor, la misericordia, el perdón, en la aceptación de nuestra libertad
y en la incansable llamada a la conversión del corazón, en una actitud, sólo aparentemente
débil. Dios parece débil si vemos a Jesucristo que ora, que invita, que se hace matar,
pero es la actitud aparentemente débil hecha de paciencia, mansedumbre y amor que
demuestra que éste es el verdadero camino de la potencia y de poder. Este es el poder
de Dios y esto vencerá. El sabio del libro de la Sabiduría se dirige a Dios de esta
manera: "Tú te compadeces de todos, porque todo lo puedes, y apartas los ojos de los
pecados de los hombres para que ellos se conviertan. Tú amas todo lo que existe…Pero
tú eres indulgente con todos, ya que todo es tuyo, Señor que amas la vida "(11:23-24a
.26). Sólo el que es realmente poderoso puede soportar el dolor y tener a la vez
compasión, solo quien es de verdad potente puede ejercer plenamente la fuerza del
amor. Y Dios, a quien pertenecen todas las cosas, porque todas las cosas fueron hechas
por Él, revela su fuerza amando a todos y a todo, en una paciente espera de la conversión
de nosotros los hombres, a los que quiere tener como hijos. Dios espera nuestra conversión.
El amor todopoderoso de Dios no tiene límites, hasta el punto que "no escatimó a su
propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros" (Romanos 8:32). La omnipotencia
del amor no es la del poder del mundo, sino la del don total, y Jesús, el Hijo de
Dios, revela al mundo la verdadera omnipotencia del Padre dando su vida por nosotros
pecadores. He aquí la verdadera, auténtica y perfecta potencia divina: responder al
mal no con el mal sino con el bien, a los insultos con el perdón, al odio homicida
con el amor que da la vida. Así pues, el mal viene vencido realmente, porque viene
lavado por el amor de Dios; y la muerte viene derrotada definitivamente, porque es
transformada en don de vida. Dios Padre resucita al Hijo: la muerte, la gran enemiga
(cf. 1 Cor 15:26), viene tragada y privada de su veneno (cf. 1 Cor 15,54-55), y nosotros,
liberados del pecado, podemos acceder a nuestra realidad de hijos de Dios. Por
lo tanto, cuando decimos "Yo creo en Dios Padre omnipotente" expresamos nuestra fe
en el poder del amor de Dios que, en su Hijo muerto y resucitado vence el odio, la
maldad, el pecado y nos da vida eterna, aquella de hijos que quieren estar siempre
en la "Casa del Padre". Decir Creo en Dios Padre omnipotente, en su poder, en su manera
de ser padre, es siempre un acto de fe, de conversión, de transformación de nuestro
pensamiento, de todo nuestro afecto, de todo nuestro modo de vivir. Queridos hermanos
y hermanas, pidamos al Señor que sostenga nuestra fe, que nos ayude a encontrar realmente
la fe, y nos de la fuerza para anunciar a Cristo crucificado y resucitado Cristo y
darle testimonio en el amor a Dios y al prójimo. Y Dios nos conceda recibir el don
de nuestra filiación, para vivir plenamente la realidad del Credo, confiando en el
amor del Padre y de su omnipotencia misericordiosa, la verdadera omnipotencia, que
salva. Gracias.