2013-01-19 13:55:02

No pusieron el Amor en la balanza de la economía


REFLEXION DOMINICAL
Bodas de Cana - Dom. 2 TO ©, jesuita Guillermo Ortiz

(Audio): RealAudioMP3

Es una historia real: Angélica y Ricardo con un tiempo suficiente de estar de novios decidieron casarse. -¡Cómo se van a casar si tienen un trabajo precario y tampoco tienen casa donde vivir! se escandalizaron algunos. -¡Nos amamos y queremos formar una familia aunque no tengamos mas que el amor! respondían al unísono Angélica y Ricardo.

Cuando el grupo de oración de Angélica se enteró que solo pasarían por la iglesia, porque no tenían dinero para fiesta, reaccionaron haciéndose cargo de la fiesta. Y soy testigo de que fue una fiesta muy sencilla pero hermosa, iluminada con el resplandor de la alegría que generan la amistad y el amor. ¿De qué sirve que en un casamiento o un matrimonio no falte nada material si falta el amor? Sólo si hay amor hay alegría y fiesta.

Unos 10 años después Angélica y Ricardo están económicamente apenas un poquito mejor, pero el amor les ha crecido dos lindos hijos y por tanto ha crecido la felicidad. Ahora son cuatro los que se aman como familia.

Los amigos agradecemos a Angélica y Ricardo el testimonio de coraje y valentía, la humildad y la confianza en Dios con la que nos muestran aún hoy, que la riqueza más grande es el amor. Y que no hay que devaluarlo nunca poniéndolo en la balanza de la economía.

A cielo abierto Así afirma el testigo: “El cielo se abrió”. En el bautismo de Jesús en el Jordán, el cielo se abrió, descendió sobre Jesús el Espíritu. Y desde ese momento el cielo continúa abierto en la persona de Jesús de Nazaret, a través del cual desciende sobre nosotros la vida en el
Espíritu de Amor, abundante, inagotable. La carne del Hijo de Dios; sus manos, sus ojos, su corazón, son el marco de la ventana o la puerta que se abre al cielo. Allí donde Jesús es convocado, recibido; allí donde Jesús se hace presente, hay abundancia de la vida en el Espíritu de Amor que nos cura del mal y nos llena de la Vida de Dios.

Así sucedió en Cana de Galilea: unos novios pobres invitan a Jesús y a su madre a las bodas y con esta invitación ellos abren esta puerta a la abundancia la vida en el Espíritu de Amor. Sucede también hoy en matrimonios y familias que invitan a Jesús a vivir con ellos.


Del Evangelio según san Juan (Cap. 2,1-11)

En aquel tiempo hubo unas bodas en Cana de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús también fue invitado con sus discípulos. Y como faltaba vino, la madre de Jesús le dijo: «No tienen vino». Jesús le respondió: «Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía». Pero su madre dijo a los sirvientes: «Hagan todo lo que él les diga». Había allí seis tinajas de piedra destinadas a los ritos de purificación de los judíos, que contenían unos cien litros cada una. Jesús dijo a los sirvientes: «Llenen de agua estas tinajas». Y las llenaron hasta el borde. «Saquen ahora, agregó Jesús, y lleven al encargado del banquete». Así lo hicieron. El encargado probó el agua cambiada en vino… llamó al esposo y les dijo: “Siempre se sirve primero el buen vino y cuando todos han bebido bien, se trae el de inferior calidad. Tú has guardado el buen vino hasta este momento». ..

Invitaron a Jesús. El aceptó y bendijo abundantemente la familia

Jesús acepta la invitación y llena ese matrimonio, esa familia con la alegría del Espíritu de Amor. Si aún no has invitado a Jesús a tu familia no tendrás en tu familia la verdadera fiesta del amor sin fin… Mucho más hoy, que por los fracasos de muchos matrimonios, por la precariedad o falta de trabajo y casa donde vivir, los jóvenes no se animan a afrontar un matrimonio, una familia. Por eso está el sacramento católico del matrimonio, porque sin Jesús, por más que tengamos materialmente todo, faltará la alegría de l fiesta del amor sin fin.

Jesús ofrece la vida plena, pero respeta nuestra libertad. Por eso, tenemos que poner de nuestra parte; tenemos que aceptar y recibir a Jesús libre y concientemente. Y vivir como Jesús nos pide.

Esto me mueve a invitar a Jesús a mi casa, a mi familia. Sí invitemos a Jesús a nuestra casa, somos materialmente pobres, pero tener con nosotros a Jesús será nuestra mayor riqueza, nuestra fuerza más grande ante las pruebas de la vida.








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