En Bayamo – Manzanillo inicia la celebración por los 500 años de evangelización
(RV).- La diócesis del Santísimo Salvador de Bayamo-Manzanillo, Provincia de Granma,
en el sureste de Cuba celebró los 500 años de Evangelización y la apertura del Año
de la Fe. En la celebración eucarística presidida por Mons. Álvaro Beyra Luarca,
Obispo de la Diócesis, el prelado destacó en su homilía, la necesidad de que los
fieles hagan como buenos seguidores de Cristo siempre y en todo momento, la voluntad
de Dios. La celebración eucarística inaugural del Año de la Fe y los 500 años de evangelización
de Bayamo, unió a los fieles en fervorosa devoción con todas las diócesis con la intención
de renovar sus vidas y actualizar las promesas realizadas por los padres sobre los
hijos en el día del bautismo. PLJR – Radio Vaticano / @pjuregui Fuente:
Conferencia de Obispos católicos de Cuba, Raynor Rivera Licea
Texto
homilía de Mons. Álvaro Beyra Luarca, el 13.01.2013 Queridos hijos: Hoy
celebramos la fiesta del Bautismo del Señor, fiesta que clausura el tiempo de Navidad,
y en nuestra diócesis inaugura el Año de la Fe, al cual ha sido convocada la Iglesia
Universal por Su Santidad el Papa Benedicto XVI en conmemoración de los 50 años de
la apertura del Concilio Vaticano II, año de celebraciones que inició en Roma el pasado
11 de octubre y se extenderá hasta el 24 de noviembre, fiesta de Cristo Rey y culmen
del Año Litúrgico.
El tiempo de Navidad, como todos sabemos, comienza
el 25 de diciembre con la celebración del nacimiento del Hijo de Dios, Dios se hace
visible en medio de los hombres en la figura de un niño, Dios vino a compartir nuestra
vida en las mismas condiciones nuestras, se hace visible primero al pueblo de Israel
representado en los pastores de Belén y luego a todos los pueblos del mundo en la
figura de los Magos venidos de Oriente. Pero en esta fiesta del Bautismo se acaba
de revelar definitivamente como lo que es: el Salvador del mundo, es el momento en
que el hombre Jesús asume su misión, la misión que el Padre le confía como Salvador,
la razón de ser de su Encarnación. El Padre lo acoge como hijo predilecto, amado,
y va a comenzar lo que se llama su vida pública, su ministerio de anuncio del Reino
de Dios, Reino que inicia en su mismo actuar y que establecerá definitivamente con
su muerte y resurrección. Ya desde siglos antes esta venida del Salvador
había sido anunciada por los profetas, como escuchamos en la primera lectura del Libro
del profeta Isaías, siete siglos antes. Fue un momento propicio para este anuncio.
En aquel entonces el pueblo de Israel vivía el momento más triste de su historia y
corría el riesgo de desaparecer para siempre. La nación israelita había sido desmantelada
por la invasión babilónica y su pueblo deportado a tierra extranjera; sin rey, sin
templo, sin sacerdotes, sin nada…, soportando el yugo de la opresión política y desprovista
de todos sus bienes. Cuando no existía ningún soporte que garantizara la
supervivencia de la nación, el peligro de desaparecer para siempre era muy real. Era
el momento propicio para aquellos que se negaban a resignarse ante tal situación para
reconocer que se necesitaba un salvador, alguien que viniera de fuera, que no estuviera
sometido a la situación reinante. Pero el anuncio del profeta quiere llamarlos
más allá de la salvación económica y política, los invita a esperar una salvación
que fuera más allá de los límites humanos, una salvación que no sería una simple restauración
de la situación de antes -que dicho sea de paso nunca había sido excelente-, sino
a una realidad desconocida y de horizontes muchos más amplios, una salvación también
del pecado, del peor de los males que es el que todos llevamos dentro, de los límites
de la condición humana y elevarse hasta la condición divina, a ser como Dios, hijos
de Dios. Y este anuncio se cumple con la venida efectivamente de Alguien
desde fuera, del cielo; de Alguien que no estuviera sometido al pecado, Dios mismo,
el Hijo de Dios, y esa salvación se inaugura con el anuncio del Reino de Dios por
Jesús luego de su bautismo. Queridos hijos: A esta vida nueva,
salvada, se nace por el bautismo, en el cual Dios nos acoge realmente y de una vez
y para siempre como hijos. Pero el bautismo es solo el comienzo, el primer paso de
un camino que llega hasta el fin de nuestro peregrinar en la tierra y esa condición
de hijo predilecto, hijo amado, movido por el Espíritu solo se logra cuando como Jesús
nos decidimos y nos mantenemos fieles a tomar como Norte de todos los actos de nuestra
vida el hacer la voluntad del Padre. A esto nos quiere llevar el Año de
la Fe, a renovar en nuestras vidas, a actualizar en el día de hoy y siempre esas promesas
que hicimos, o nuestros padres hicieron por nosotros, el día de nuestro bautismo,
a hacer como buenos cristianos, como otros cristos, siempre y en todo momento la voluntad
del Padre, a expandir nuestras vidas hasta llegar a ser hijos de Dios en Cristo Jesús.
Amén.