Jesús ejerce sobre nosotros la acción liberadora del amor de Dios, el Papa en su homilía
(RV).- También este año la alegre ternura de algunos niños recién nacidos, bautizados
por Benedicto XVI - en un abrazo ideal a todos los niños del mundo – iluminó la solemnidad
de la Capilla Sixtina, en la Fiesta del Bautismo del Señor. Veinte bebés de pocos
meses, hijos de empleados vaticanos, como Agnese y María Teresa, cuyos padres trabajan
en nuestra emisora, siendo respectivamente, la primera hija de una compañera del programa
escandinavo y la segunda de un compañero del programa italiano. Como es tradicional,
al comienzo, el Papa dialogó con los padres, que fueron respondiendo y dando a conocer
el nombre elegido para estas 9 niñas y 11 niños, momentos de gran emoción escuchemos...
Jesús ejerce
sobre nosotros la acción liberadora del amor de Dios, destacó el Papa en su homilía,
que empezó poniendo de relieve la alegría de esta celebración y la belleza y significado
del Bautismo. Benedicto XVI hizo hincapié en «la obra de Dios que Jesús quiere cumplir:
la misión divina de curar a quien está herido y medicar a quien está enfermo, de tomar
sobre sí el pecado del mundo».
Benedicto XVI recordó asimismo que al recibir
el Bautismo estos niños renacen como hijos de Dios, partícipes de la relación filial
que Jesús tiene con el Padre, capaces de dirigirse a Dios llamándolo con plena confidencia
y confianza: “Abbá, Padre”. Insertados en esta relación y liberados del pecado original,
ellos se convierten en miembros vivos del único cuerpo que es la Iglesia y capaces
de vivir en plenitud su vocación a la santidad, de modo que puedan heredar la vida
eterna, obtenida gracias a la resurrección de Jesús.
A los queridos padres,
el Papa les señaló que al pedir el Bautismo para sus niños, manifiestan y testimonian
su fe, la alegría de ser cristianos y de pertenecer a la Iglesia. Y dirigiéndose a
los padrinos y madrinas les recordó el importante deber de sostener y ayudar a los
padres en la obra educativa
(CdM - RV)
Texto completo de la homilía
del Santo Padre Benedicto XVI de la Santa Misa en le Fiesta del Bautismo del Señor
Queridos
hermanos y hermanas
La alegría que brota de la celebración de la Santa Navidad
encuentra hoy cumplimiento en la fiesta del Bautismo del Señor. A esta alegría se
añade un ulterior motivo para nosotros, que estamos reunidos aquí: en el sacramento
del Bautismo que dentro de poco administraré a estos recién nacidos se manifiesta,
en efecto, la presencia viva y operante del Espíritu Santo que, enriqueciendo a la
Iglesia con nuevos hijos, la vivifica y la hace crecer, y por esto no podemos dejar
de alegrarnos. Deseo dirigirles un saludo especial a ustedes, queridos padres, padrinos
y madrinas, que hoy testimonian su fe pidiendo el Bautismo para estos niños, para
que sean generados a la vida nueva en Cristo y entren a formar parte de la comunidad
de los creyentes.
El relato evangélico del bautismo de Jesús, que hoy hemos
escuchado según la redacción de san Lucas, muestra la vía de abajamiento y de humildad,
que el Hijo de Dios ha elegido libremente para adherir al designio del Padre, para
ser obediente a su voluntad de amor hacia el hombre en todo, hasta el sacrificio en
la cruz. Una vez adulto, Jesús da inicio a su ministerio público yendo al río Jordán
para recibir de Juan un bautismo de penitencia y de conversión. Sucede lo que a nuestros
ojos podría parecer paradójico. ¿Jesús tiene necesidad de penitencia y conversión?
Ciertamente no. Y sin embargo, precisamente Aquel que carece de pecado, se pone entre
los pecadores para hacerse bautizar, para cumplir este gesto de penitencia; el Santo
de Dios se une a cuantos se reconocen necesitados de perdón y piden a Dios el don
de la conversión, es decir la gracia de volver a Él con todo el corazón, para ser
totalmente suyo. Jesús quiere ponerse de la parte de los pecadores, haciéndose solidario
con ellos, expresando la cercanía de Dios. Jesús se muestra solidario con nosotros,
con nuestra fatiga de convertirnos, de dejar nuestros egoísmos, de separarnos de nuestros
pecados, para decirnos que si lo aceptamos en nuestra vida Él es capaz de volver a
levantarnos y conducirnos a la altura de Dios Padre. Y esta solidaridad de Jesús no
es, por decirlo de alguna manera, un sencillo ejercicio de la mente y de la voluntad.
Jesús se ha inmerso realmente en nuestra condición humana, la ha vivido totalmente,
menos que en el pecado, y es capaz de comprender su debilidad y fragilidad. Por esta
razón Él siente compasión, elige “partir con” los hombres, hacerse penitente junto
a ellos. Ésta es la obra de Dios que Jesús quiere cumplir: la misión divina de curar
a quien está herido y medicar a quien está enfermo, de tomar sobre sí el pecado del
mundo.
¿Qué sucede en el momento en que Jesús se hace bautizar por Juan? Frente
a este acto de amor humilde por parte del Hijo de Dios, se abren los cielos y se manifiesta
visiblemente el Espíritu Santo bajo forma de paloma, mientras una voz desde lo alto
expresa la complacencia del Padre, que reconoce al Hijo Unigénito, al Amado. Se trata
de una verdadera manifestación de la Santísima Trinidad, que da testimonio de la divinidad
de Jesús, de su ser el Mesías prometido, Aquel a quien Dios ha enviado a liberar a
su pueblo, para que sea salvado (Cfr, Is 40,2). Se realiza así la profecía de Isaías
que hemos escuchado en la primera Lectura: el Señor Dios viene con poder para destruir
las obras del pecado y su brazo ejerce el dominio para desarmar al Maligno; verdaderamente
Jesús actúa como el Pastor bueno que apacienta el rebaño y lo reúne, para que no sea
dispersado (Cfr. Is 40,10-11), y ofrece su misma vida para que tenga vida. Por su
muerte redentora el hombre es liberado del dominio del pecado y es reconciliado con
el Padre; por su resurrección el hombre es salvado de la muerte eterna y es hecho
victorioso sobre el Maligno.
Queridos hermanos y hermanas, ¿Qué se produce
en el Bautismo que dentro de poco administraré a sus niños? Sucede precisamente esto:
serán unidos de modo profundo y para siempre con Jesús, inmersos en el misterio de
su muerte, que es fuente de vida, para participar en su resurrección, para renacer
a una vida nueva. He aquí el prodigio que hoy se repite también para sus niños: al
recibir el Bautismo ellos renacen como hijos de Dios, partícipes de la relación filial
que Jesús tiene con el Padre, capaces de dirigirse a Dios llamándolo con plena confidencia
y confianza: “Abbá, Padre”. Insertados en esta relación y liberados del pecado original,
ellos se convierten en miembros vivos del único cuerpo que es la Iglesia y capaces
de vivir en plenitud su vocación a la santidad, de modo que puedan heredar la vida
eterna, obtenida gracias a la resurrección de Jesús.
Queridos padres, al pedir
el Bautismo para sus niños, ustedes manifiestan y testimonian su fe, la alegría de
ser cristianos y de pertenecer a la Iglesia. Es la alegría que brota de la conciencia
de haber recibido un gran don de Dios, precisamente la fe, un don que ninguno de nosotros
ha podido merecer, pero que nos ha sido dado gratuitamente y al cual hemos respondido
con nuestro “sí”. Es la alegría de reconocernos hijos de Dios, de descubrir que nos
encomendamos a sus manos, de sentirnos acogidos en un abrazo de amor, del mismo modo
que una mamá sostiene y abraza a su niño. Esta alegría, que orienta el camino de cada
cristiano, se funda en una relación personal con Jesús, una relación que orienta la
entera existencia humana. En efecto, Él es el sentido de nuestra vida, Aquel sobre
el cual vale la pena tener fija la mirada, para ser iluminados por su Verdad y poder
vivir en plenitud. Por esto el camino de la fe que hoy comienza para estos niños se
funda en una certeza, en la experiencia de que no hay nada más grande que conocer
a Cristo y comunicar a los demás la amistad con Él; sólo en esta amistad se abren
realmente las grandes potencialidades de la condición humana y podemos experimentar
lo que es bello y lo que libera (Cfr. Homilía de la Santa Misa por el inicio del Pontificado,
24 de abril de 2005). Quien ha experimentado esto no está dispuesto a renunciar a
su propia fe por ninguna otra cosa en el mundo.
A ustedes, queridos padrinos
y madrinas, les corresponde el importante deber de sostener y ayudar en la obra educativa
de los padres, flanqueándolos en la transmisión de las verdades de la fe y en el testimonio
de los valores del Evangelio, en hacer crecer a estos niños en una amistad cada vez
más profunda con el Señor. Sepan ofrecerles siempre su buen ejemplo, mediante el ejercicio
de las virtudes cristianas. No es fácil manifestar abiertamente y sin compromisos
aquello en lo que se cree, especialmente en el contexto en el que vivimos, frente
a una sociedad que considera con frecuencia fuera de moda y fuera del tiempo a quienes
viven de la fe en Jesús. Siguiendo la ola de esta mentalidad, también puede existir
entre los cristianos el riesgo de entender la relación con Jesús como limitante, como
algo que mortifica la propia realización personal; “Dios es visto como el límite de
nuestra libertad, un límite que hay que eliminar a fin de que el hombre pueda ser
totalmente sí mismo” (La infancia de Jesús, 101). ¡Pero no es así! Esta visión
muestra que no ha entendido nada de la relación con Dios, porque precisamente en la
medida en que se procede en el camino de la fe, se comprende que Jesús ejerce sobre
nosotros la acción liberadora del amor de Dios, que nos hace salir de nuestro egoísmo,
de estar replegados sobre nosotros mismos, para conducirnos a una vida plena, en comunión
con Dios y abierta a los demás. “Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece
en Dios” (1 Jn 4, 16). Estas palabras de la Primera Carta de Juan expresan con singular
claridad el centro de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente
imagen del hombre y de su camino» (Encíclica Deus caritas est, 1).
El
agua con la cual estos niños serán marcados en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo, los inmergirá en esa “fuente” de vida que es Dios mismo y que los
hará sus hijos verdaderos. Y la semilla de las virtudes teologales, infundidas por
Dios, la fe, la esperanza y la caridad, semilla que hoy es puesta en sus corazones
por el poder del Espíritu Santo, deberá ser alimentada siempre por la Palabra de Dios
y por los Sacramentos, de modo que estas virtudes del cristiano puedan crecer y llegar
a su plena maduración, hasta hacer de cada uno de ellos un verdadero testigo del Señor.
Mientras invocamos sobre estos pequeños la efusión del Espíritu Santo, los encomendamos
a la protección de la Santísima Virgen; que Ella los custodie siempre con su materna
presencia y los acompañe en todo momento de su vida. Amén.