“Las vocaciones signo de la esperanza fundada en la fe”, el Papa en su mensaje para
la 50ª Jornada Mundial de oración por las vocaciones
(RV).- Se hizo público hoy el Mensaje de Benedicto XVI – firmado en el Vaticano el
pasado 6 de octubre – con motivo de la celebración de la 50ª Jornada Mundial de oración
por las vocaciones, que tendrá lugar el próximo 21 de abril, IV Domingo de Pascua.
Con este motivo el Santo Padre invita a reflexionar sobre el tema: “Las vocaciones
signo de la esperanza fundada sobre la fe”, que se inscribe en el contexto del Año
de la Fe y en el 50 aniversario de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II.
El Papa recuerda que el siervo de Dios Pablo VI, durante la Asamblea conciliar,
instituyó esta Jornada de invocación unánime a Dios Padre para que continúe enviando
obreros a su Iglesia, y destaca que en estos decenios, las diversas comunidades eclesiales
extendidas por todo el mundo se han encontrado espiritualmente unidas cada año, en
el cuarto domingo de Pascua, para implorar a Dios el don de santas vocaciones y proponer
a la reflexión común la urgencia de la respuesta a la llamada divina.
Al mismo
tiempo, Su Santidad pone de manifiesto que esta significativa cita anual ha favorecido
un fuerte empeño por situar cada vez más en el centro de la espiritualidad, de la
acción pastoral y de la oración de los fieles, la importancia de las vocaciones al
sacerdocio y a la vida consagrada.
Benedicto XVI escribe que la esperanza es
espera de algo positivo para el futuro, pero que, al mismo tiempo, sostiene nuestro
presente, marcado frecuentemente por insatisfacciones y fracasos. Y al preguntarse
¿dónde se funda nuestra esperanza?, afirma que contemplando la historia del pueblo
de Israel, narrada en el Antiguo Testamento, vemos cómo, también en los momentos de
mayor dificultad como los del Exilio, aparece un elemento constante, que subrayan
los profetas, a saber: la memoria de las promesas hechas por Dios a los Patriarcas;
memoria que lleva a imitar la actitud ejemplar de Abrahán, tal como lo recuerda también
el Apóstol Pablo.
En todo momento, sobre todo en aquellos más difíciles, la
fidelidad del Señor, auténtica fuerza motriz de la historia de la salvación, es la
que siempre hace vibrar los corazones de los hombres y de las mujeres, confirmándolos
en la esperanza de alcanzar un día la “Tierra prometida”. Aquí está el fundamento
seguro de toda esperanza, afirma el Papa: Dios no nos deja nunca solos y es fiel a
la palabra dada. Por este motivo, en toda situación gozosa o desfavorable, podemos
nutrir una sólida esperanza y rezar con el salmista: “Descansa sólo en Dios, alma
mía, porque él es mi esperanza” (Sal 62,6).
Su Santidad también escribe que
tener esperanza equivale “a confiar en el Dios fiel, que mantiene las promesas de
la alianza. Fe y esperanza están, por tanto, estrechamente unidas. Y explica que la
fidelidad de Dios en la que se puede confiar con firme esperanza consiste en su amor.
Él, que es Padre, vuelca en nuestro yo más profundo su amor, mediante el Espíritu
Santo (cf. Rm 5,5). Y este amor, que se ha manifestado plenamente en Jesucristo, interpela
a nuestra existencia, pide una respuesta sobre aquello que cada uno quiere hacer de
su propia vida, sobre cuánto está dispuesto a empeñarse para realizarla plenamente.
Tras
destacar que el amor de Dios sigue, en ocasiones, caminos impensables, y que alcanza
siempre a aquellos que se dejan encontrar, Benedicto afirma que también ahora Jesús
repite: “Ven y sígueme” (Mc 10,21). Y explica que para responder a esta invitación
es necesario dejar de elegir por sí mismo el propio camino. Porque seguirlo significa
sumergir la propia voluntad en la voluntad de Jesús, darle verdaderamente la precedencia,
ponerlo en primer lugar frente a todo lo que forma parte de nuestra vida: la familia,
el trabajo, los intereses personales y nosotros mismos. Significa entregar la propia
vida a él, vivir con él en profunda intimidad, entrar a través de él en comunión con
el Padre y con el Espíritu Santo y, en consecuencia, con los hermanos y hermanas.
En cuanto a las vocaciones sacerdotales y religiosas que nacen de la experiencia
del encuentro personal con Cristo, del diálogo sincero y confiado con él, para entrar
en su voluntad, el Papa escribe que es necesario “crecer en la experiencia de fe,
entendida como relación profunda con Jesús, como escucha interior de su voz, que resuena
dentro de nosotros”. Y añade que la oración constante y profunda hace crecer la fe
de la comunidad cristiana, en la certeza, siempre renovada, de que Dios nunca abandona
a su pueblo y lo sostiene suscitando vocaciones especiales al sacerdocio y a la vida
consagrada, para que sean signos de esperanza para el mundo.
Hacia el final
de su mensaje el Santo Padre escribe que la respuesta a la llamada divina por parte
de un discípulo de Jesús para dedicarse al ministerio sacerdotal o a la vida consagrada,
se manifiesta como uno de los frutos más maduros de la comunidad cristiana, que ayuda
a mirar con particular confianza y esperanza al futuro de la Iglesia y a su tarea
de evangelización. Tarea, esta última, que necesita siempre de nuevos obreros para
la predicación del Evangelio, para la celebración de la Eucaristía y para el sacramento
de la reconciliación. Por eso pide que no falten sacerdotes celosos, que sepan acompañar
a los jóvenes como “compañeros de viaje” para ayudarles a reconocer, en el camino
a veces tortuoso y oscuro de la vida, a Cristo, camino, verdad y vida.
Y concluye
deseando que los jóvenes, en medio de tantas propuestas superficiales y efímeras,
sepan cultivar la atracción hacia los valores, las altas metas, las opciones radicales,
para un servicio a los demás siguiendo las huellas de Jesús. “Queridos jóvenes – les
pide el Papa – no tengan miedo de seguirlo y de recorrer con intrepidez los exigentes
senderos de la caridad y del compromiso generoso. Así serán felices de servir, serán
testigos de aquel gozo que el mundo no puede dar, serán llamas vivas de un amor infinito
y eterno, y aprenderán a dar razón de su esperanza”.