Afirmar el valor de la vida humana, invitación del Santo Padre a creyentes y no creyentes
(RV).- Benedicto XVI dirigió un mensaje a los participantes en la sesión portuguesa
del Atrio de los Gentiles, que se concluyó ayer en Guimaraes y en Braga. El evento,
que comenzó el día 17 con el título de “El valor de la vida”, fue organizado para
reflexionar sobre la vida en sus revelaciones y en sus misterios, y para mostrar
cómo los hombres se relacionan con ella.
“La conciencia del carácter sagrado
de la vida –escribe el Papa– pertenece a la herencia moral de la humanidad”. Porque
como afirma, la vida no es “algo de lo que se pueda disponer libremente, sino un don
que hay que custodiar” de manera fiel. De este modo el Pontífice se ha dirigido a
los creyentes y no creyentes reunidos en Portugal “con la aspiración común de afirmar
el valor de la vida humana ante la marea creciente de la cultura de la muerte”.
La
razón – explica Benedicto XVI – puede aferrar el valor de la vida, pero sólo el amor
infinito y omnipotente de Dios da la vida eterna. “Ésta es la certeza –escribe el
Papa – que la Iglesia anuncia”, a la vez que recuerda que en el Evangelio de san Juan
se lee: “Dios ha amado tanto al mondo que ha dado a su Hijo unigénito, para que quien
cree en él no muera, sino que tenga la vida eterna”.
“Dios –prosigue el Santo
Padre– ama a toda persona” que, por lo tanto, es digna de vivir incondicionalmente”.
Pero en la edad moderna – destaca – el hombre ha querido “sustraerse a la mirada creadora
y redentora del Padre, basándose en sí mismo" y no en Dios, como si se hubiera querido
encerrar en un edificio sin ventanas y proveer por su cuenta al clima y a la luz.
Por esta razón el Pontífice escribe que “hay que abrir nuevamente las ventanas, mirar
la vastedad del mundo, el cielo y la tierra, y aprender a usar todo esto según el
modo justo”. Porque de hecho – aclara – “el valor de la vida resulta evidente sólo
si Dios existe”.
De aquí la invitación del Papa dirigida también a los no
creyentes a vivir “como si Dios existiera”, incluso si no se tiene “la fuerza para
creer”. Porque ningún problema puede ser resuelto completamente “si Dios no es puesto
en el centro”, si no volverá a ser “visible en el mundo y determinante en nuestra
vida”. Quien se abre a Dios – concluye Benedicto XVI – “no se aparta del mundo y de
los hombres, sino que encuentra a los hermanos”, y en Dios cae todo “muro de separación”.