Reflexión dominical: Domingo XXXI del Tiempo
Ordinario, jesuita Guillermo Ortiz - RV
Francisco de Borja, antes de ser jesuita
trabajó en la corte del emperador Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano
Germánico. En 1539, escoltó el cuerpo de la emperatriz Isabel a su tumba en Granada
y en esa ocasión fue impactado de tal modo por el efecto de la muerte sobre la bella
emperatriz, que decidió: «nunca más serviré a un señor que se pueda morir». Este santo
español fue el 3° superior general de los jesuitas.
Yo ¿a quien sirvo?; ¿Cuál
es la causa de mi vida? Muchos gastan su vida, sus energías en un trabajo al servicio
de un déspota, o en empresas que someten a sus clientes. Otros, seducidos por la comodidad,
el placer, la fama, el poder, sirven con todo su ser a estos señores, que no pueden
ofrecer una fiesta sin fin. ¿Qué fiesta dura toda la vida? Todas tienen fecha de
vencimiento. Las fiestas de la droga, por ejemplo, las del alcohol; las de los
juegos de azar, no solo acaban sino que acaban mal, en la adicción, en el síndrome
de abstinencia, en la perdida total de la libertad, en una dependencia enfermiza,
en la locura, la cárcel, la muerte. La única fiesta que no termina es la del Amor
de Dios en el corazón de Jesús que vence el egoísmo, el mal, la muerte, abrazando
con su vida a todos sus hermanos. Para muchos la libertad, ese deseo y don esencial
para alcanzar lo más hermoso de la vida, ya no es más que una pancarta de cartón pintado.
Vivimos dominados, sometidos desde afuera por los engaños de los poderosos y desde
adentro por la fuerza caprichosa y violenta de la naturaleza herida por las adicciones,
dependencias; las pasiones desordenadas.
¿Quién es tu señor? Es decir: ¿quién
decide finalmente tus acciones, la opción fundamental de tu vida; el sentido de tu
existencia? Con la mano en el corazón ¿puedo decir que soy libre, que no me domina
interiormente nadie y que puedo elegir y decidir lo mejor, lo más hermoso y bueno? Dios
es Amor y me ama y te ama cada día en tantos dones, beneficios, gracias, milagros.
Nos ama regalándonos el don de la libertad interior para elegir lo mejor, el gozo
mayor, interminable, de su vida. Con este amor cotidiano, generoso, fiel, indestructible,
nos llama al diálogo del amor, al encuentro con él. Y con su mandamiento de amarlo
sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos nos enseña el camino de
la felicidad. Y nos advierte para que no caigamos en el error de servir a señores
y fiestas con fecha de vencimiento. Él nos libera para vivir con él y con los hermanos
la fiesta interminable del Amor victorioso.
Jesús, quiero conocerte para vivir
con mis hermanos en el Espíritu de amor contigo y con el Padre. Que el Encuentro contigo
me libere de ataduras, adicciones, del “señor” o los “señores”, que tienen fecha de
vencimiento y que no me pueden ofrecer la vida plena, pero que desde adentro o desde
afuera pretenden dominar mi vida y pensamiento. Si Dios es Amor, quiero que él
sea mi único Señor, quiero conocerlo y servirlo solo a él, para vivir la fiesta sin
fin del amor con mis hermanos, como lo revela tu cuerpo victorioso, resucitado.
Del
Evangelio de san Marcos: En aquel tiempo un escriba se acercó a Jesús y le preguntó:
«Maestro ¿cuál es el primero de los mandamientos?». Jesús respondió: «El primero es:
Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu
Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus
fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento
más grande que estos». El escriba le dijo: «Muy bien, Maestro, tienes razón al decir
que hay un solo Dios y no hay otro más que él, y que amarlo con todo el corazón, con
toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale
más que todos los holocaustos y todos los sacrificios». Jesús, al ver que había respondido
tan acertadamente, le dijo: «Tú no estás lejos del Reino de Dios». Y nadie se atrevió
a hacerle más preguntas.