Nos libera de adicciones y ataduras para vivir la Vida plena
Reflexión dominical
(RV).- (Con audio) ¿Tienes aún capacidad
de elegir, de decidir; de renunciar a una cosa por otra mejor? La libertad es el sueño
hermoso del corazón humano. Lo experimentan de modo especial los jóvenes. Un ansia
profunda de libertad. Una libertad que solo puede ser representada por el vuelo sin
confines del águila o la paloma. Pero si vuelan tan lejos y tan algo es porque nada
los ata, los aprisiona, los detiene, son libres de apegos que los condicionan. Son
realmente libres y todo su ser está hecho para volar sin límites. Tú ¿eres libre?
Yo, ¿soy libre?
Hay cosas que nos dan sensaciones fuertes, emociones engañosas
de plenitud, de vida intensa, que se nos ofrecen aquí y ahora. Son realidades más
fáciles de alcanzar, que las promesas de felicidad de la religión, que nos exige trabajo,
renuncia, sacrificio. Por esta ansiedad del aquí y ahora de sentirnos bien, muy
pronto el ansia de libertad infinita, el ansia de Dios, se transforma en poco menos
que una “pancarta”; un grito vacío con el que exijo el derecho a hacer “lo que se
me da la gana”, sin ninguna regla que me coarte. Y así, me ato yo mismo; te dejas
aprisionar por pequeñas o grandes cosas, que por este apego desordenado quitan la
libertad y nos hacen dependientes, prisioneros, con la voluntad dominada, incapaces
ya de volar. Riqueza, fama, comodidad, sensaciones fuertes, adicciones, dependencia.
¿Qué te ata?, ¿Qué me aprisiona?
Jesús con su cruz, nos abre a ti y a mí la
puerta al horizonte infinito de la vida plena en el amor sin fin del mismo Dios. Es
Dios quien puso el ansia de libertad en tu corazón y el mío. Él nos llama. Su amor
puede liberarte y liberarme para vivir la Vida plena de Jesús resucitado.
Escuchemos
el Evangelio del domingo. La Palabra de Dios mueve el encuentro con Jesús. Jesús es
la Palabra de Dios hecha carne y pan. En la Eucaristía Dios mismo nos toca para liberarnos.
Nutrámonos con la Palabra de Dios que libera.
Pidamos a Jesús que nos libere
de ataduras, para vivir de su mano la Vida plena que nos ofrece en comunidad. jesuita
Guillermo Ortiz - RV
Del Evangelio de Jesucristo según san Marcos, capítulo
10 versículos 17 al 30
En aquel tiempo, cuando se puso en camino, un hombre
corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para
heredar la Vida eterna?». Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno.
Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás
falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre». El hombre
le respondió: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud». Jesús lo miró
con amor y le dijo: «Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los
pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme». El, al oír estas
palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes. Entonces
Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil será para los ricos
entrar en el Reino de Dios!». Los discípulos se sorprendieron por estas palabras,
pero Jesús continuó diciendo: «Hijos míos, ¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios!
Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el
Reino de Dios». Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros:
«Entonces, ¿quién podrá salvarse?». Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: «Para
los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible». Pedro
le dijo: «Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido». Jesús respondió:
«Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos
o campos por mí y por la Buena Noticia, desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento
por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos, campos, en medio de las persecuciones;
y en el mundo futuro recibirá la Vida eterna.