(RV).- (Con audio) En su editorial para el semanario Octava
Dies del Centro Televisivo Vaticano, nuestro Director General, el P. Federico Lombardi,
comenta el inicio del Año de la fe según el pensamiento de Benedicto XVI:
El perfil del
anciano Pontífice se recorta en la noche del 11 de octubre en el cuadro de la ventana
más amada del mundo, en un momento alto y emocionante. Él sabe bien que los ojos y
el corazón de todos esperan una palabra que se acerque a uno de los discursos improvisados
más famosos de todos los tiempos, el “de la Luna”, de su inolvidable predecesor Juan
XXIII. El aspecto y el estilo son muy diversos, pero el mensaje no es menos intenso
y profundo.
Hace cincuenta años el joven Ratzinger, corazón sacerdotal
puro e inteligencia apasionada, miraba también él desde la Plaza hacia la ventana,
lleno de ardor ideal. Ahora la mirada de Benedicto parece mirar hacia lo alto más
que hacia la muchedumbre, porque mientras habla escruta el misterio de Dios. Dios,
primera prioridad del pontificado, primera referencia de aquel Concilio que él nos
invita a volver a hacer nuestro en su más profunda verdad e intención. Dios y nuestra historia, Dios y la historia de la Iglesia. “Las alegrías
y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres, son también las de
los discípulos de Cristo…”. Así inicia el último documento conciliar. Historia que
hay que leer a la luz de las parábolas evangélicas, como la de la cizaña y la de la
red. Historia de pecado insidioso y terrible, cristalizado en sus “estructuras”, de
pecado personal que hiere y envilece la experiencia de cada uno de nosotros. Pero
también historia de gracia que trabaja silenciosa y se manifiesta en “pequeñas llamas
de bondad, caridad y verdad”, como las que puntean innumerables y encienden la Plaza
en esta noche sin Luna. Por tanto, alegría sobria, alegría humilde; pero alegría verdadera,
consciente de la presencia y de la obra del Espíritu del Señor que está con nosotros
– a pesar de todo – y es fuerte y fiel.
Alegría humilde, pequeñas llamas
de bondad y verdad, que transformen y den calor. Quien pensaba que el Año de la fe
se debía manifestar con una serie de eventos triunfales no había entendido bien. El
Papa Benedicto mira hacia otra dirección. Y volviendo a mirar hacia los fieles en
la Plaza concluye haciéndose eco del Papa Juan: “Vayan a casa, den un beso a los niños,
y díganles que es del Papa”. Un sencillo bezo ligero lleno del amor de Dios. El Año
de la fe comienza así.