La bondad de Dios es más fuerte que la fragilidad humana
(RV).- (Con audio) También el 11 de
octubre la Plaza de San Pedro fue escenario de los grandes acontecimientos eclesiales
de la catolicidad, cuando al acoger a miles de fieles que llegaron tras una procesión
con antorchas, regresaron a sus casas llevando el beso del Papa a sus niños, en este
caso de Benedicto XVI.
El Obispo de Roma se asomó a las nueve de la noche
a la ventana de su estudio para saludar a los numerosos participantes en la procesión
con antorchas organizada por la Acción Católica Italiana (ACI), en colaboración con
la diócesis de Roma, con motivo de la apertura del Año de la Fe y del cincuenta aniversario
del inicio del Concilio Vaticano II. La procesión, que salió a las 19.30 de Castel
Sant'Angelo, se coloca en el ámbito de la manifestación “La Iglesia bella del Concilio",
una iniciativa de ACI y de la diócesis romana.
“Buenas noches a todos y gracias
por haber venido -dijo el Papa a las personas reunidas en la Plaza de San Pedro- Hace
cincuenta años, este mismo día, yo también estaba en esta plaza, mirando a esta ventana
a la que se asomó el Papa bueno, el beato Juan XXIII, que pronunció palabras inolvidables,
palabras llenas de poesía, de bondad, palabras que salían del corazón”.
“Éramos
felices y estábamos llenos de entusiasmo. El gran concilio ecuménico se había inaugurado;
estábamos seguros de que llegaba una primavera para la Iglesia, una nueva Pentecostés,
con una presencia nueva y fuerte de la gracia liberadora del Evangelio”.
“Hoy
también somos felices, tenemos la alegría en nuestro corazón, pero podríamos decir
que es una alegría, quizás, más sobria, una alegría humilde. En estos cincuenta años
hemos aprendido y experimentado que el pecado original existe y se traduce, siempre
de nuevo, en pecados personales, que pueden transformarse en estructuras del pecado.
Hemos visto que en el campo del Señor también hay siempre cizaña. Hemos visto que
en la red de Pedro también hay peces podridos. Hemos visto que la fragilidad humana
también está presente en la Iglesia, que la barca de la Iglesia también navega con
viento contrario, en medio de tempestades que la acechan y, a veces, hemos pensado:
“El Señor duerme y se ha olvidado de nosotros”.
“Esta es una parte de las experiencias
de estos cincuenta años, pero también hemos tenido una experiencia nueva de la presencia
del Señor, de su bondad, de su fuerza. El fuego del Espíritu Santo, el fuego de Cristo
no es un fuego devorador o destructor; es un fuego silencioso, es una pequeña llama
de bondad, de bondad y verdad que transforma, que da luz y calor. Hemos visto que
el Señor no nos olvida. Hoy también, a su manera, humildemente, el Señor está presente
y calienta los corazones, muestra vida, crea carismas de bondad y de caridad que iluminan
al mundo y son para nosotros garantía de la bondad de Dios. Sí, Cristo vive, está
con nosotros también hoy, y podemos ser felices también ahora porque su bondad no
se apaga. ¡Hoy también es fuerte!”.
“Al final, me atrevo a hacer mías las palabras
inolvidables del papa Juan: “Vayan a sus casas, denle un beso a los niños y díganles
que es un beso del Papa”
“En este sentido y de todo corazón les imparto mi
bendición: “Bendito sea el nombre del Señor”.