El amor del Dios eterno en el hoy del hombre, el Papa y el «aggiornamento»
(RV).- No se trata de seguir las corrientes del momento, la Iglesia está llamada a
la santidad y a proclamar y testimoniar a Cristo, ayer, hoy y siempre, éste es el
mensaje del Concilio. Al final de esta mañana - en el marco del Sínodo y del Año de
la Fe - el Santo Padre dirigió un saludo cordial y fraternal a los queridos Patriarcas
y Arzobispos de las Iglesias orientales católicas y a los presidentes de las Conferencias
Episcopales del mundo, «en cuyos rostros – dijo textualmente – veo a los centenares
de Obispos, que en todas las regiones de la tierra están comprometidos en el anuncio
del Evangelio y en el servicio a la Iglesia y al hombre, en obediencia al mandato
recibido por Cristo».
Benedicto XVI centró su discurso - con su especial gratitud
a los Obispos, que participaron en el Concilio Vaticano II - en la actualidad de la
palabra «aggiornamento», que el Beato Juan XXII utilizó casi de forma programática
para los trabajos conciliares.
El Papa hizo hincapié en su convicción de que
la «intuición» - que su Predecesor «compendió» con esta palabra - sigue siendo exacta,
ya que el cristianismo no se debe considerar como ‘algo del pasado’, ni vivir mirando
perennemente hacia ‘atrás’, porque Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y lo será para
siempre. (cfr. Heb 13,8):
«El cristianismo
está marcado por la presencia del Dios eterno, que entró en el tiempo y está presente
en todo tiempo, porque todo tiempo mana de su poder creador, de su eterno ‘hoy’. Por
ello el cristianismo es siempre nuevo».
No se trata de adaptarse a modas y
corrientes pasajeras, el cristianismo es un árbol en perenne ‘aurora’ y siempre joven,
nunca envejece y su energía vital no conoce ocaso:
«Y esta actualidad,
este «aggiornamento» no significa ruptura con la tradición, sino que expresa su continua
vitalidad; no significa reducir la fe, abajándola a la moda del momento, al metro
de lo que más nos guste, a lo que le guste a la opinión pública. Se trata de todo
lo contrario: así como hicieron los Padres conciliares, debemos llevar el ‘hoy’ que
vivimos a la medida del evento cristiano, debemos llevar el ‘hoy’ de nuestro tiempo
al ‘hoy‘ de Dios. El Concilio fue un tiempo de gracia en el que el Espíritu Santo
nos enseñó que la Iglesia, en su caminar en la historia, debe hablar siempre al hombre
contemporáneo, pero ello puede ser sólo gracias a la fortaleza de quienes tienen raíces
profundas en Dios, se dejan guiar por Él y viven con pureza la propia fe; no de quienes
se adaptan al momento que pasa, ni del que elige el camino más cómodo».
Con
la Constitución dogmática conciliar sobre la Iglesia, Lumen Gentium, y recordando
que todos en la Iglesia están llamados a la santidad, siguiendo la voluntad de Dios,
Benedicto XVI destacó el Año de la fe, alentando a conmemorar el Concilio y a proclamar
a Cristo y su salvación al hombre de nuestro tiempo:
«La santidad
muestra el verdadero rostro de la Iglesia, hace entrar el ‘hoy’ eterno de Dios en
el ‘hoy’ de nuestra vida, en el ‘hoy’ del hombre de esta época nuestra. Queridos Hermanos
en el episcopado, la memoria del pasado es preciosa, pero nunca un fin en sí misma.
El Año de la fe que empezamos ayer nos sugiere el mejor modo para recordar y conmemorar
el Concilio: concentrarnos en el corazón de su mensaje, que no es sino el mensaje
de la fe en Cristo, único Salvador del mundo, proclamada al hombre de nuestro tiempo.
Aún hoy lo que es importante y esencial es llevar el rayo del amor de Dios al corazón
y a la vida de todo hombre y de toda mujer y llevar a los hombres y mujeres de todo
lugar y época a Dios. Anhelo profundamente que todas las Iglesias particulares encuentren,
en la celebración de este Año, la siempre necesaria ocasión para volver al manantial
vivo del Evangelio y al encuentro transformador con la persona de Jesucristo. Gracias»