Benedicto XVI invoca el amparo de María y le encomienda la Iglesia
(RV).- El día en que los creyentes del mundo rezan con ternura y devoción ante la
cuna de la Madre de Dios, recordando su Natividad, el Papa recibió a unos 350 participantes
en el XXIII Congreso Mariológico Mariano Internacional y señaló la importancia del
tema elegido para sus trabajos: "La mariología a partir del Concilio Vaticano II.
Recepción, balance y perspectivas", ya que nos preparamos para recordar y celebrar
el 50 aniversario del comienzo de la gran cumbre, que se inauguró el 11 de octubre
de 1962.
Fecha elegida por el Beato Juan XXIII por ser – el 11 de octubre
– el día en que el Concilio de Éfeso proclamó a María «Theotokos», Madre de Dios,
hizo hincapié Benedicto XVI, subrayando el evento especial que él mismo ha convocado:
«Como saben,
el próximo 11 de octubre, para conmemorar ese acontecimiento extraordinario, se abrirá
solemnemente el Año de la fe, que he querido proclamar con el Motu Proprio Porta fidei,
en el que, presentando a María como modelo ejemplar de fe, invoco Su protección especial
y su intercesión sobre el camino de la Iglesia, encomendando a Ella, dichosa porque
ha creído, este tiempo de gracia. También hoy, queridos hermanos y hermanas, la Iglesia
se alegra en la celebración litúrgica de la Natividad de la Bienaventurada Virgen
María, la Toda Santa, aurora de nuestra salvación.
Evocando una homilía de
San Andrés de Creta - que vivió en los siglos VII y VIII – el Papa puso de relieve
el significado de la fiesta de la Natividad de María, tesela preciosa del extraordinario
mosaico que es el plan divino de la salvación de la humanidad:
«El misterio
de Dios que se hace hombre y la deificación del hombre, asumido por el Verbo, representan
la suma de los bienes que Cristo nos ha donado, la revelación del plan divino y la
derrota de toda presuntuosa autosuficiencia humana. La venida de Dios entre los hombres,
como una luz brillante y la realidad divina claramente visible, es el don de la salvación
tan grande y maravilloso que nos fue dado. La celebración de hoy honra la Natividad
de la Madre de Dios, pero su verdadero significado es el objetivo de este evento,
que es la encarnación del Verbo. En efecto, María nació, y creció para ser la Madre
del Rey de los siglos, de Dios» (Sermón I: PG 97, 806-807).
Este testimonio,
importante y antiguo, nos lleva al corazón de las reflexiones y que el Concilio Vaticano
II quiso destacar en el título del Capítulo VIII de la Constitución dogmática sobre
la Iglesia Lumen gentium: «La Santísima Virgen María Madre de Dios en el misterio
de Cristo y de la Iglesia». Éste es el "nexo Mysteriorum," la íntima conexión entre
los misterios de la fe cristiana, que el Concilio identificó como horizonte para entender
los elementos individuales y las diversas afirmaciones del patrimonio de la fe católica,
dijo también el Papa, contando luego su vivencia personal:
En el Concilio,
en el que participé como joven teólogo en calidad de experto, tuve la oportunidad
de ver las diferentes maneras de tratar las cuestiones acerca de la figura y el papel
de la Santísima Virgen María en la historia de la salvación.
Tras alentar
a perseverar en el magisterio conciliar, afianzados en la Madre de Dios, en la figura
de María a la luz de la Palabra, de los textos de la tradición patrística y litúrgica,
así como de la más amplia reflexión teológica y espiritual, en el camino de la verdad,
de la pulcritud y del amor de la Virgen, con su fe cristalina e inquebrantable, Benedicto
XVI recordó que «María, cuya fe se ha subrayado anteriormente, se incluye en el misterio
de amor y de comunión de la Santísima Trinidad, y que su cooperación en el plan divino
de la salvación y en la única mediación de Cristo se expresa claramente y se coloca
en la perspectiva adecuada, por lo que es un modelo y un punto de referencia para
la Iglesia, que en Ella se reconoce a sí misma, su vocación y su misión»:
«Por esta
razón, en la Exhortación Apostólica Verbum Domini, he dirigido una invitación a proseguir
por la senda dictada por el Concilio, invitación que dirijo cordialmente a ustedes,
queridos amigos y estudiosos. Ofrezcan su contribución competente de reflexión y propuesta
pastoral, para asegurar que el inminente Año de la Fe pueda ser para todos los creyentes
en Cristo, un verdadero momento de gracia, en el que la fe de María nos preceda y
acompañe como faro luminoso y como modelo de plenitud y de madurez cristiana, a quien
mirar con confianza y de la cual poder tomar el entusiasmo y la alegría, para vivir
con un compromiso cada vez mayor y con coherencia nuestra vocación de hijos de Dios,
hermanos en Cristo, miembros vivos de su Cuerpo que es la Iglesia. Encomiendo a todos
ustedes y su trabajo de investigación a la protección maternal de María, y les imparto
una especial bendición apostólica.