(RV).- (Con Audio) “Es evidente que este discurso –de Jesús- no es para ganar consenso.
Jesús lo sabe y lo pronuncia intencionalmente. De hecho es un momento crítico en el
desarrollo de su misión pública”. Propiamente, con este discurso Jesús provocó muchos
disensos, explicó el Sucesor de Pedro en la reflexión previa a la oración mariana
dominical del Ángelus, que rezó al mediodía del domingo 19, con los peregrinos llegados
a Castel Gandolfo.
El Papa reflexionó a partir del Evangelio en el que Jesús
se propone como Pan de vida”, y este pan es su carne y su sangre, ofrecidos en sacrificio
por nosotros. “Jesús hace este discurso para desilusionar a la multitud y para provocar
una decisión en sus discípulos. De hecho, muchos de entre ellos, desde ese momento
no lo siguieron más” dijo el Papa, después de explicar que “Jesús revela el sentido
del milagro” de la multiplicación de los panes. Esto es, que el tiempo de las promesas
se ha cumplido. Dios Padre que con el maná había alimentado a los Israelitas en desierto,
ahora la ha enviado a Él, el Hijo, como Pan de Vida eterna… Se trata de recibirlo
con fe, no escandalizándose de su humanidad”. jesuita Guillermo Ortiz- RV
Saludo
del Papa a los peregrinos de lengua española: (AUDIO)
TEXTO
DE LA ALOCUCIÓN DEL PAPA, PREVIA AL REZO DEL ÁNGELUS (19.08.2012)
Queridos
hermanos y hermanas
El Evangelio de este domingo (cfr. Jn 6,51-58) es la parte
final y culminante del discurso hecho por Jesús en la sinagoga de Cafarnaum, después
de que el día anterior había dado de comer a miles de personas con solo cinco panes
y dos peces. Jesús revela el sentido de aquel milagro, es decir que el tiempo de las
promesas se ha cumplido: Dios Padre, que con el maná había saciado el hambre de los
israelitas en el desierto, ahora lo ha mandado a Él, el Hijo, como verdadero Pan de
vida eterna, y este pan es su carne, su vida, ofrecida en sacrificio por nosotros.
Se trata por lo tanto de acogerlo con fe, no escandalizándose de su humanidad; y se
trata de «comer su carne y beber su sangre» (cfr. Jn 6,54), para tener en sí mismos
la plenitud de la vida. Es evidente que este discurso no está hecho para obtener consensos.
Jesús lo sabe y lo pronuncia intencionalmente; y en efecto aquel fue un momento crítico,
un vuelco en su misión pública. La gente, y los mismos discípulos, eran entusiastas
de Él cuando realizaba signos prodigiosos; y también la multiplicación de los panes
y de los peces era una clara revelación del Mesías, tanto es así que inmediatamente
después la multitud habría querido llevar a Jesús en triunfo y proclamarlo rey de
Israel. Pero ciertamente no era ésta la voluntad de Jesús, que con aquel extenso discurso
corta con los entusiasmos y provoca muchos desacuerdos. Él, en efecto, explicando
la imagen del pan, afirma de haber sido mandado para ofrecer la propia vida, y que,
quien quiere seguirlo debe unirse a Él en modo personal y profundo, participando
en su sacrificio de amor. Por esto Jesús instituirá en la última Cena el Sacramento
de la Eucaristía: para que sus discípulos puedan tener en sí mismos su caridad –esto
es decisivo- y, como un único cuerpo unido a Él, prolongar en el mundo su misterio
de salvación.
Escuchando este discurso la gente comprendió que Jesús no era
un Mesías como lo querían, que aspiraba a un trono terrenal. No buscaba consensos
para conquistar Jerusalén; es más, quería ir a la Ciudad santa para compartir la
suerte de los profetas: dar la vida por Dios y por el pueblo. Aquellos panes, partidos
para miles de personas, no querían provocar una marcha triunfal, sino preanunciar
el sacrificio de la Cruz, en la que Jesús se hace Pan, cuerpo y sangre ofrecidos en
expiación por la vida del mundo. Jesús por lo tanto pronunció aquel discurso para
desilusionar a las multitudes y, sobre todo, para provocar una decisión en sus discípulos.
En efecto, muchos entre estos, a partir de entonces, ya no lo seguirán.
Queridos
amigos, dejémonos, también nosotros, nuevamente sorprender por las palabras de Cristo:
Él, semilla de trigo lanzado en los surcos de la historia, es la primicia de la humanidad
nueva, liberada de la corrupción del pecado y de la muerte. Y redescubramos la belleza
del Sacramento de la Eucaristía, que expresa toda la humildad y la santidad de Dios:
su hacerse pequeño –Dios se hace pequeño- fragmento del universo para reconciliar
a todos en su amor. Que la Virgen María, que ha dado al mundo el Pan de la vida, nos
enseñe a vivir siempre en profunda unión con Él.