No con las armas de la violencia sino con el compartir del amor
(RV).- Queremos rezar para “que sean abatidas las desigualdades no con las armas de
la violencia sino con el compartir y el amor” fue el clamoroso pedido del Sucesor
de Pedro a los peregrinos llegados a Castel Gandolfo para rezar con él la oración
mariana dominical del Ángelus.
“Jesús no nos pide lo que no tenemos” reflexionó
Benedicto XVI en italiano, motivando la oración con el Evangelio de la multiplicación
de los panes. “El milagro no se produce a partir de la nada –dijo el Papa- sino por
el modesto compartir de lo que traía consigo un muchacho. Jesús no nos pide lo que
no tenemos, sino que nos hace ver que si cada uno ofrece lo poco que tiene, el milagro
se repite nuevamente. Dios es capaz de multiplicar cada pequeño gesto de amor y hacernos
participes de su don…”.
El Obispo de Roma dijo que la multiplicación de los
panes la multitud se asombra del prodigio material, pero “Jesús no es un rey terrenal
que ejerce el dominio, sino un rey que sirve, que se inclina sobre el hombre, para
saciar el hambre más profunda, aquella de Dios”.
Por ello invitó a pedir al
Señor redescubrir la importancia de nutrirnos con el cuerpo de Cristo; la Eucaristía,
permanente encuentro del hombre con Dios, en la cual el Señor se hace nuestro alimento,
se da a Sí mismo para transformarnos en Él. La insistencia del Evangelista en el pan
que viene compartido en cercanía de la Pascua nos refiere a la Eucaristía, que perpetúa
el don total del amor “Cristo nos nutre uniéndonos a él, nos atrae dentro de sí”.
“La cruz, el don total del amor se perpetua en la Eucaristía. Cristo se hace pan de
vida para los hombres”.
Benedicto XVI concluyó su motivación a la oración pidiendo
que se rece “para que no le falte jamás a ninguno el pan necesario para una vida digna
y sean abatidas las desigualdades no con las armas de la violencia sino con el compartir
y el amor”
Los que pasan por duras pruebas
Tanto los que gozan
un tiempo de descanso, como los que pasan por duras pruebas estuvieron en el recuerdo
afectuoso del Papa, que invitó en lengua española a recibir la palabra de Dios, meditándola
con corazón humilde y llevándola a la práctica con sencillez. jesuita Guillermo
Ortiz - RV
Palabras del Papa a los peregrinos de lengua española (AUDIO)
Texto
completo de la reflexión traducida del italiano
Queridos hermanos y hermanas, Este
domingo hemos iniciado la lectura del capitulo 6° del Evangelio de Juan. El capitulo
se abre con la escena de la multiplicación de los panes, que después Jesús comenta
en la sinagoga de Cafarnaúm, indicándose a Si mismo el «pan» que da la vida. Las acciones
cumplidas por Jesús son paralelas a aquellas de la Ultima Cena: «tomó los panes, dio
gracias y los distribuyó a los que estaban sentados» (Jn 6,11). La insistencia sobre
el tema del «pan», que viene compartido, y sobre el dar gracias (v.11, en griego eucharistesas),
recuerdan la Eucaristía, el Sacrificio de Cristo por la salvación del mundo. El
Evangelista observa que la Pascua estaba cercana (cfr v. 4). La mirada se orienta
hacia la Cruz, el don total de amor, y hacia la Eucaristía, el perpetuarse de este
don: Cristo se hace pan de vida para los hombres. San Agustín comenta: «¿quién, si
no Cristo, es el pan del cielo? Pero para que el hombre pudiese comer el pan de los
ángeles, el Señor de los ángeles se ha hecho hombre. Si tal no se hubiese hecho, no
tendríamos su cuerpo; no teniendo el cuerpo propiamente suyo, no comeríamos el pan
del altar» (Sermón 130,2). La Eucaristía es el permanente gran encuentro del hombre
con Dios, en el que el Señor se hace nuestro alimento, se da a Si mismo para transformarnos
en El. En la escena de la multiplicación, es indicada también la presencia de un
muchacho, que, frente a la dificultad de saciar a tanta gente, comparte lo poco que
tiene: cinco panes y dos pescados (cfr Jn 6,8). El milagro no se produce a partir
de nada, sino de un primer modesto compartir de aquello que un simple muchacho llevaba
consigo. Jesús no nos pide aquello que no tenemos, pero nos hace ver que si cada uno
ofrece lo poco que tiene, el milagro puede cumplirse siempre de nuevo: Dios es capaz
de multiplicar cada uno de nuestros pequeños gestos de amor y hacernos partícipes
de su don. La multitud permanece atónita ante el prodigio: ve en Jesús el nuevo Moisés,
digno del poder, y en el nuevo maná, el futuro asegurado, pero se detiene ante el
elemento material, y el Señor, «sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo
rey, se retiró otra vez solo a la montaña» (Jn 6,15). Jesús no es un rey terrenal
que ejercita el dominio, si no un rey que sirve, que se inclina sobre el hombre para
saciar no sólo el hambre material, si no sobretodo aquel más profundo, aquel de Dios.
Queridos hermanos y hermanas, pidamos al Señor hacernos redescubrir la importancia
de nutrirnos no sólo de pan sino de verdad, de amor, de Cristo, del cuerpo de Cristo,
participando fielmente y con gran consciencia a la Eucaristía, para estar cada vez
más íntimamente unidos a El. De hecho «no es el alimento eucarístico que se transforma
en nosotros, si no que somos nosotros los misteriosamente transformados. Cristo nos
nutre uniéndonos a sí; nos atrae dentro de sí» (Exhort. Apost. Sacramentum caritatis,
70). Al mismo tiempo, oremos para que jamás falte a nadie el pan necesario para una
vida digna, y sean derribadas las desigualdades no con las armas de la violencia,
si no con el compartir y el amor. Nos confiamos a la Virgen María, mientras invocamos
sobre nosotros y nuestros seres queridos su maternal intercesión.