(RV).- (Audio) Del 23 al 25 de
julio se llevó a cabo en Asís, el congreso de los Institutos seculares organizado
por su Conferencia mundial, analizando el tema: “En escucha de Dios, en los surcos
de la historia: el carácter secular habla a la consagración”. Se hizo público el mensaje,
firmado en nombre del Papa por el Cardenal Tarcisio Bertone, Secretario de Estado
vaticano, a la Presidenta del Consejo Ejecutivo de la Conferencia Mundial de los Institutos
Seculares. Con nosotros Fernando Martín, uno de los vicepresidentes de la Conferencia
Mundial quien en primer lugar nos habla del tema del congreso.
En su mensaje,
el Papa, refiriéndose a los trabajos que se realizaron en Asís, indica tres ámbitos
sobre los cuales el congreso dirigió su atención. (PY-RV)
Abrazar
con caridad las heridas del mundo y de la Iglesia
(RV).- Se hizo público el
mensaje, firmado en nombre del Papa por el Cardenal Tarcisio Bertone, Secretario de
Estado vaticano, a la Señorita Ewa Kusz, Presidenta del Consejo Ejecutivo de la Conferencia
Mundial de los Institutos Seculares, con ocasión del Congreso que se celebra en la
ciudad italiana de Asís para tratar el tema “En escucha de Dios, en los surcos de
la historia: el carácter secular habla a la consagración”.
El Purpurado destaca
en el Mensaje del Santo Padre que esta temática pone de relieve la identidad de los
consagrados que, viviendo en el mundo la libertad interior y la plenitud del amor
que derivan de los consejos evangélicos, se presentan como hombres y mujeres capaces
de una mirada profunda y de buen testimonio dentro de la historia. Y afirma que nuestro
tiempo plantea a la vida y a la fe interrogantes profundos, a la vez que manifiesta
el misterio del “carácter nupcial de Dios”. Porque, en efecto, el Verbo, que se hizo
carne, celebra las nupcias de Dios con la humanidad de toda época. El misterio escondido
desde siglos en la mente del Creador del universo (cfr. Ef 3, 9) manifestándose
con la encarnación, se proyecta hacia el cumplimiento futuro, si bien ya está injertado
en el hoy, como fuerza redentora y unificadora.
En el Mensaje pontificio se
lee que en la humanidad en camino, animados por el Espíritu Santo, pueden captar los
signos discretos y a veces escondidos que indican la presencia de Dios. Y sólo en
virtud de la gracia, que es don del Espíritu, pueden divisar en los senderos, con
frecuencia, tortuosos de las vicisitudes humanas la orientación hacia la plenitud
de la vida sobreabundante. Un dinamismo que representa, más allá de las apariencias,
el sentido verdadero de la historia según el designio de Dios. Porque como afirma
el Papa, “su vocación es la de estar en el mundo asumiendo todos los pesos y anhelos
con una mirada humana que coincida cada vez más con la divina, de la que surge un
empeño original y peculiar, fundado en la certeza de que Dios escribe su historia
de salvación en el entramado de las vicisitudes de nuestra historia.
En este
sentido se recuerda que su identidad refiere también un aspecto importante de su misión
en la Iglesia, a saber, ayudarla a realizar su estar en el mundo, a la luz de las
palabras del Concilio Vaticano II que en la Constitución pastoral Gaudium et spes
afirma que “no impulsa a la Iglesia ambición terrena alguna. Sólo desea una cosa:
continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo
para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para
ser servido”.
En cuanto a los trabajos que están desarrollando el Cardenal
Secretario de Estado escribe que el Su Santidad desea indicar tres ámbitos sobre los
cuales deben dirigir su atención. En primer lugar, la entrega total de su vida como
respuesta a un encuentro personal y vital con el amor de Dios. Lo que requiere una
vigilancia particular, puesto que sus estilos de vida deben manifestar la riqueza,
la belleza y la radicalidad de los consejos evangélicos.
En segundo lugar,
la vida espiritual, punto firme e irrenunciable, referencia cierta para alimentar
ese deseo de hacer unidad en Cristo que es tensión de toda la existencia de todo cristiano
y, tanto más, de quien responde a una llamada total de don de sí. Puesto que sólo
en Cristo, Señor de la historia, toda la historia y todas las historias encuentran
sentido y unidad. De modo que en la oración y en la escucha de la Palabra de Dios
deben alimentar este anhelo. A la vez que en la celebración eucarística reencuentran
la raíz del hacerse “pan de Amor, partido por los hombres”. Mientras en la contemplación,
en la mirada de la fe iluminada por la gracia, deben enraizar el empeño de compartir
con toda mujer las preguntas profundas que habitan en cada una, para construir la
esperanza y confianza.
Y, en tercer lugar, la formación, que no descuida ninguna
edad, porque se trata de vivir la propia vida en plenitud, educándose a esa sabiduría
que permite tener conciencia de ser criatura humana y de la grandeza del Creador.
De ahí que se les pida que busquen contenidos y modalidades para una formación que
los haga laicos y presbíteros capaces de dejarse interrogar ante la complejidad que
el mundo atraviesa hoy, permaneciendo abiertos a las solicitudes provenientes de la
relación con los hermanos que encuentren en su camino, empeñándose asimismo en un
discernimiento de la historia a la luz de la Palabra de Vida.
El Papa también
les pide que estén dispuestos a construir, junto a todos los buscadores de la verdad,
recorridos de bien común, sin soluciones ya preparadas y sin temor a las preguntas
que permanecen tales, sino capaces de poner en juego su vida, con la certeza de que
el grano de trigo, que cae en la tierra, si muere produce mucho fruto (cfr. Jn
12, 24). De la misma manera, Su Santidad les pide que sean creativos, porque el Espíritu
construye novedades; que alimenten miradas capaces de futuro y raíces firmes en Cristo
Señor, para saber hablar también a nuestro tiempo de la experiencia de amor que es
el fundamento de la vida de todo hombre. Y todo esto sin dejar de abrazar con caridad
las heridas del mundo y de la Iglesia. Viviendo, sobre todo, una vida gozosa y plena,
acogedora y capaz de perdón, porque está fundada en Jesucristo, Palabra definitiva
de Amor de Dios para el hombre.
El Cardenal Bertone concluye afirmando que
mientras les dirige estas reflexiones, el Sumo Pontífice les asegura, para su Congreso
y su Asamblea, un recuerdo particular en la oración, invocando la intercesión de la
Bienaventurada Virgen María, que ha vivido en el mundo la perfecta consagración a
Dios en Cristo, a la vez que otorga a los participantes la implorada Bendición Apostólica.