Los Apóstoles no deben estar atados al dinero y a la comodidad
(RV).- Anunciar a Cristo “sin preocuparse por tener éxito”, es más sabiendo que “los
enviados de Dios con frecuencia no son bien acogidos”. Lo afirmó Benedicto XVI esta
mañana durante la homilía de la Santa Misa que celebró ante la Catedral de Frascati.
El Papa también invitó a los cristianos a “releer el Concilio” para redescubrir la
“belleza de ser Iglesia”.
El Santo Padre visitó esta mañana la diócesis suburbicaria
de Frascati, cuya historia está indisolublemente ligada a la del papado. En efecto,
fue Juan XXIII quien esta estableció, en 1962, que los cardenales suburbicarios mantuviesen
el título de la diócesis, mientras su cuidado pastoral fuera confiado a un obispo
residencial. Se trata de la cuarta visita de un Pontífice tras las realizadas por
el Papa Roncalli, en 1959; Pablo VI, en 1963 y Juan Pablo II, en 1980.
Frascati
es en la actualidad el principal centro urbano del área de los llamados “Castillos
Romanos”, situados en la zona a sur sur-este de Roma, de la que dista aproximadamente
unos 20 km. Se extiende por una superficie de 220 km cuadrados, y cuenta con siete
municipios y 123.500 habitantes, 24 parroquias, 27 sacerdotes diocesanos y 20 religiosos,
así como 353 religiosas.
En su homilía Benedicto XVI comenzó manifestando
que estaba muy feliz de estar hoy en medio de ellos para celebrar la Eucaristía y
para compartir alegrías y esperanzas, fatigas y compromisos, ideales y aspiraciones
de esta Comunidad diocesana. Tras saludar al Cardenal Tarcisio Bertone, su Secretario
de Estado y titular de esta Diócesis, Benedicto XVI saludó a su Pastor, Mons. Raffaello
Martinelli, y al Alcalde de Frascati, a quien le agradeció las corteses palabras de
bienvenida con las que fue recibido en nombre de todos.
Y después de saludar
a las demás autoridades civiles presentes el Santo Padre se dijo feliz de celebrar
con el obispo, que por más de 20 años fue colaborador en la Congregación para la Doctrina
de la Fe, con su contribución al catecismo de la Iglesia y al compendio. Porque como
dijo el Pontífice “en la sinfonía de la fe su voz está muy presente”.
(Audio)
En el Evangelio
de este domingo, Jesús toma la iniciativa de enviar los doce Apóstoles en misión (cfr.
Mc 6,7-13). En efecto la palabra «apóstoles» significa justamente «enviados, mandados».
Su vocación se realizará plenamente luego de la resurrección de Cristo, con el don
del Espíritu Santo en Pentecostés.
El Papa agregó que sin embargo, es
muy importante que desde el principio Jesús quiera hacer partícipes a los Doce en
su acción: es una especie de «aprendizaje» con vistas a la gran responsabilidad que
les espera:
(Audio) El hecho que Jesús
llame algunos discípulos a colaborar directamente a su misión, manifiesta un aspecto
de su amor: El no desdeña la ayuda que otros hombres puedan aportar a su obra; conoce
sus limitaciones, sus debilidades, pero no las desprecia, es más, les confiere la
dignidad de ser sus enviados. Jesús los manda de dos en dos y les da instrucciones,
que el Evangelista resume en pocas frases. La primera se refiere al espíritu de desapego:
los apóstoles no deben ser apegados el dinero y a las comodidades. Luego Jesús advierte
a los discípulos que no siempre recibirán una acogida favorable: a veces serán rechazados;
más aun, podrán ser también perseguidos. Pero esto no los debe impresionar: ellos
deben hablar a nombre de Jesús y predicar el Reino de Dios, sin preocuparse por tener
éxito. El éxito se lo dejan a Dios.
Y añadió que la primera Lectura proclamada
nos presenta la misma perspectiva, mostrándonos que los enviados de Dios a menudo
no son bien recibidos:
(Audio) Este es el caso
del profeta Amós, enviado por Dios a profetizar en el santuario de Betel, un santuario
del reino de Israel (cfr. Am 7, 12-15). Amós predica con gran energía contra las injusticias,
denunciando sobretodo los abusos del rey y de los notables, abusos que ofenden al
Señor y hacen vanos los actos de culto. Por eso Amasias, sacerdote de Betel, ordena
a Amós irse. Este responde que no ha sido él quien eligió esa misión, sino el Señor
ha hecho de él un profeta y lo ha enviado precisamente allí, al reino de Israel. Por
tanto, ya sea que venga aceptado o que venga rechazado, el continuará a profetizar,
predicando aquello que Dios dice y no aquello que los hombre quieren escuchar. Y esto
permanece, mandado por la Iglesia, no predicar lo que los poderosos quieren sentir.
El criterio de los discípulos es la verdad y la justicia, aunque esté contra los aplausos
y los poderes humanos.
De forma similar, prosiguió diciendo Su Santidad,
en el Evangelio, Jesús advierte a los Doce que podrá suceder que en alguna localidad
sean rechazados.
(Audio) En ese caso deberán
irse a otro lugar, luego de haber cumplido ante la gente el gesto de sacudir hasta
el polvo de sus pies, señal que expresa el desapego en dos sentidos: desapego moral
– como decir: el anuncio les ha sido dado, ustedes lo han rechazado – y despego material
– no hemos querido y no queremos nada para nosotros (cfr. Mc 6, 11). La otra indicación
muy importante del pasaje evangélico es que los Doce no pueden contentarse con predicar
la conversión: a la predicación se debe acompañar, según las instrucciones y el ejemplo
dados por Jesús, la curación de los enfermos. Curación corporal y espiritual. Habla
de la curación concreta de las enfermedades. Habla de echar los demonios, esto es,
purificar la mente humana, limpiar, limpiar los ojos del alma oscurecidos por la ideología
y por esto no pueden ver a Dios. No pueden ver la verdad y la justicia. Esta doble
curación es siempre mandada a los discípulos por Cristo.
Después de destacar
que la misión apostólica tiene que comprender siempre los dos aspectos de predicación
de la palabra de Dios y de manifestación de su bondad con gestos de caridad, de servicio
y de dedicación, el papa se refirió a la segunda Lectura que nos muestra la fecundidad
de la misión de los Doce, explicando que nuestra existencia cristiana es rica de promesas
y de esperanza, porque hemos sido hechos herederos, somos predestinados a vivir plena
y eternamente en la comunión con Dios. Y dio nuevamente gracias a Dios que lo ha enviado
a volver a anunciarles esta Palabra de salvación. Una Palabra que está en la base
de la vida y de la acción de la Iglesia, y también de esta Iglesia que está en Frascati.
También afirmó que su Obispo le había informado acerca del empeño pastoral
que mayormente tiene en el corazón, y que es, en sustancia, un empeño formativo, dirigido
ante todo a los formadores: formar a los formadores:
(Audio) Es precisamente
lo que ha hecho Jesús con sus discípulos: los ha instruido, los ha preparado, los
ha formado también mediante la «práctica» misionera, para que fueran capaces de asumir
la responsabilidad apostólica en la Iglesia. En la comunidad cristiana, éste es siempre
el primer servicio que los responsables ofrecen: a partir de los padres, que en la
familia cumplen la misión educativa hacia los hijos; pensemos en los párrocos, que
son responsables de la formación en la comunidad, y en todos los sacerdotes, en los
diversos ámbitos de trabajo: todos viven una prioritaria dimensión educativa; y en
los fieles laicos, además del papel ya recordado de los padres, que están implicados
en el servicio formativo con los jóvenes o con los adultos, como responsables en la
Acción Católica y en otros movimientos eclesiales, o empeñados en ambientes civiles
y sociales, siempre con una fuerte atención a la formación de las personas.
Benedicto
XVI recordó que sobre la responsabilidad de los laicos insistió el Siervo de Dios
Papa Pablo VI cuando visitó Frascati el 1° de septiembre de 1963, afirmando que “todos
somos responsables, todos somos corresponsables”.
(Audio) El Señor llama
a todos, distribuyendo diversos dones para diversas tareas en la Iglesia. Llama al
sacerdocio y a la vida consagrada, y llama al matrimonio y al empeño como laicos en
la Iglesia misma y en la sociedad. Es importante que la riqueza de los dones encuentre
plena acogida, especialmente por parte de los jóvenes; que se sienta la alegría de
responder a Dios con todo el ser, donándola en la vía del sacerdocio y de la vida
consagrada o en la vía del matrimonio, dos vías complementarias que se iluminan, se
enriquecen recíprocamente y juntas enriquecen la comunidad. La virginidad por el Reino
de Dios y el matrimonio son ambas vocaciones, llamadas de Dios a las que responder
con y por toda la vida. Dios llama: es necesario escuchar, recibir, responder. Como
María: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra (Cfr. Lc 1, 38).
El
Obispo de Roma añadió que también en la comunidad diocesana de Frascati, el Señor
siembra con amplitud sus dones, llama a seguirlo y a prolongar en el hoy su misión.
Mientras al recordar que hay necesidad de una nueva evangelización, propuso a los
presentes “que vivan intensamente el Año de la Fe que comenzará en octubre, a 50 años
de la apertura del Concilio Vaticano II”:
(Audio) Los Documentos
del Concilio contienen una riqueza enorme para la formación de las nuevas generaciones
cristianas. Con la ayuda de los sacerdotes y de los catequistas, reléanlos, profundícenlos,
y traten de ponerlos en práctica en las parroquias, en las asociaciones y en los movimientos.
Redescubran la belleza de ser Iglesia, de vivir el gran «nosotros» que Jesús ha formato
entorno a sí, para evangelizar el mundo: el «nosotros» de la Iglesia, jamás cerrado,
jamás replegado sobre sí, sino siempre abierto y tendiente al anuncio del Evangelio
a todos.
Por último, dirigiéndose a los queridos hermanos y hermanas de
Frascati, el Santo Padre les recomendó que estén unidos entre sí y, al mismo tiempo,
que sean misioneros. Que permanezcan firmes en la fe, enraizados en Cristo mediante
la Palabra y la Eucaristía; que sean gente que reza, para permanecer siempre ligados
a Cristo, como los sarmientos a la vid y, al mismo tiempo, que vayan, lleven su mensaje
a todos, especialmente a los pequeños, a los pobres y a los que sufren.
“En
toda comunidad – terminó diciéndoles– ámense entre ustedes, no estén divididos, sino
vivan como hermanos, para que el mundo crea que Jesús está vivo en su Iglesia y que
el reino de Dios está cerca”. Mientras al recordar que los Patronos de la Diócesis
de Frascati son dos Apóstoles: Felipe y Santiago, dos de los Doce, el Papa encomendó
a su intercesión el camino de su Comunidad, para que se renueve en la fe y de claro
testimonio con las obras de la caridad.
Texto completo de la homilía del
Santo Padre:
¡Queridos hermanos y hermanas!
Estoy muy feliz de estar
hoy en medio a ustedes para celebrar esta Eucaristía y para compartir alegrías y esperanzas,
fatigas y compromisos, ideales y aspiraciones de esta Comunidad diocesana. Saludo
al Señor Cardenal Tarcisio Bertone, mi Secretario de Estado y titular de esta Diócesis.
Saludo a su Pastor, Mons. Raffaello Martinelli, y al Alcalde de Frascati, agradeciéndole
por las corteses palabras de bienvenida con las que me han recibido a nombre de todos
ustedes. Estoy feliz de saludar al Señor Ministro, a los Presidentes de la Región
y de la Provincia, al Alcalde de Roma, a los demás Alcaldes presentes y todas las
distinguidas Autoridades. Estoy feliz de celebrar con vuestro obispo, que por más
de 20 años fue colaborador en la Congregación para la Doctrina de la Fe, con su contribución
al catecismo de la Iglesia y al compendio. En la sinfonía de la fe su voz está muy
presente.
En el Evangelio de este domingo, Jesús toma la iniciativa de enviar
los doce Apóstoles en misión (cfr. Mc 6,7-13). En efecto la palabra «apóstoles»
significa justamente «enviados, mandados». Su vocación se realizará plenamente luego
de la resurrección de Cristo, con el don del Espíritu Santo en Pentecostés. Sin embargo,
es muy importante que desde el principio Jesús quiera hacer partícipes a los Doce
en su acción: es una especie de «aprendizaje» con vistas a la gran responsabilidad
que les espera. El hecho que Jesús llame algunos discípulos a colaborar directamente
a su misión, manifiesta un aspecto de su amor: El no desdeña la ayuda que otros hombres
puedan aportar a su obra; conoce sus limitaciones, sus debilidades, pero no las desprecia,
es más, les confiere la dignidad de ser sus enviados. Jesús los manda de dos en dos
y les da instrucciones, que el Evangelista resume en pocas frases. La primera se refiere
al espíritu de desapego: los apóstoles no deben ser apegados el dinero y a las comodidades.
Luego Jesús advierte a los discípulos que no siempre recibirán una acogida favorable:
a veces serán rechazados; más aun, podrán ser también perseguidos. Pero esto no los
debe impresionar: ellos deben hablar a nombre de Jesús y predicar el Reino de Dios,
sin preocuparse por tener éxito. El éxito se lo dejan a Dios.
La primera Lectura
proclamada nos presenta la misma perspectiva, mostrándonos que los enviados de Dios
a menudo no son bien recibidos. Este es el caso del profeta Amós, enviado por Dios
a profetizar en el santuario de Betel, un santuario del reino de Israel (cfr. Am
7, 12-15). Amós predica con gran energía contra las injusticias, denunciando sobre
todo los abusos del rey y de los notables, abusos que ofenden al Señor y hacen vanos
los actos de culto. Por eso Amasias, sacerdote de Betel, ordena a Amós irse. Este
responde que no ha sido él quien eligió esa misión, sino el Señor ha hecho de él un
profeta y lo ha enviado precisamente allí, al reino de Israel. Por tanto, ya sea que
venga aceptado o que venga rechazado, el continuará a profetizar, predicando aquello
que Dios dice y no aquello que los hombre quieren escuchar. Y esto permanece, mandado
por la Iglesia, no predicar lo que los poderosos quieren sentir. El criterio de los
discípulos es la verdad y la justicia, aunque esté contra los aplausos y los poderes
humanos.
De forma similar, en el Evangelio, Jesús advierte a los Doce que
podrá suceder que en alguna localidad sean rechazados. En ese caso deberán irse a
otro lugar, luego de haber cumplido ante la gente el gesto de sacudir hasta el polvo
de sus pies, señal que expresa el desapego en dos sentidos: desapego moral – como
decir: el anuncio les ha sido dado, ustedes lo han rechazado – y despego material
– no hemos querido y no queremos nada para nosotros (cfr. Mc 6, 11). La otra
indicación muy importante del pasaje evangélico es que los Doce no pueden contentarse
con predicar la conversión: a la predicación se debe acompañar, según las instrucciones
y el ejemplo dados por Jesús, la curación de los enfermos. Curación corporal y espiritual.
Habla de la curación concreta de las enfermedades. Habla de echar los demonios, esto
es, purificar la mente humana, limpiar, limpiar los ojos del alma oscurecidos por
la ideología y por esto no pueden ver a Dios. No pueden ver la verdad y la justicia.
Esta doble curación es siempre mandada a los discípulos por Cristo.
La misión
apostólica tiene siempre que comprender los dos aspectos de predicación de la palabra
de Dios y de manifestación de su bondad con gestos de caridad, de servicio y de dedicación.
La
segunda Lectura de hoy nos muestra la fecundidad de la misión de los Doce. En efecto,
en este estupendo himno que abre la Carta a los Efesios, el apóstol Pablo da gracias
a Dios porque «nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales en los
cielos en Cristo» (1, 3). La experiencia de los Doce en Galilea ha sido la anticipación
de una misión más vasta, que – como decíamos – se ha producido después de resurrección
de Jesús, y de una predicación más rica, que ha hecho tomar conciencia del gran designio
divino de salvación. Dios no improvisa sus dones, sino que los prepara con tiempo.
Pablo nos recuerda que «en Él [Cristo] Dios nos ha elegido antes de la creación del
mundo» (v. 4). El proyecto originario de Dios es el de comunicar al hombre su gracia;
por esto Él ha creado el mundo y nos ha creado a nosotros, para poder comunicarnos
su amor y hacernos vivir en comunión con Él. Este amor gratuito de Dios ha procurado
la redención, la salvación de los pecadores. En la sangre de Cristo obtenemos la remisión
de los pecados, según la riqueza de su amor generoso, derramado abundantemente sobre
nosotros. Por tanto, nuestra existencia cristiana es rica de promesas y de esperanza,
porque hemos sido hechos herederos, somos predestinados a vivir plena y eternamente
en la comunión con Dios.
Queridos hermanos y hermanas, ¡doy gracias a Dios
que mi ha enviado hoy a volver a anunciarles esta Palabra de salvación! Una Palabra
que está en la base de la vida y de la acción de la Iglesia, también de esta Iglesia
que está en Frascati. Su Obispo me ha informado acerca del empeño pastoral que mayormente
tiene en el corazón, que es, en sustancia un empeño formativo, dirigido ante todo
a los formadores: formar a los formadores. Es precisamente lo que ha hecho Jesús con
sus discípulos: los ha instruido, los ha preparado, los ha formado también mediante
la «práctica» misionera, para que fueran capaces de asumir la responsabilidad apostólica
en la Iglesia. ¡Es bello y entusiasmante ver que, después de dos mil años, aún llevamos
adelante este empeño formativo de Cristo! En la comunidad cristiana, éste es siempre
el primer servicio que los responsables ofrecen: a partir de los padres, que en la
familia cumplen la misión educativa hacia los hijos; pensemos en los párrocos, que
son responsables de la formación en la comunidad, y en todos los sacerdotes, en los
diversos ámbitos de trabajo: todos viven una prioritaria dimensión educativa; y en
los fieles laicos, además del papel ya recordado de los padres, que están implicados
en el servicio formativo con los jóvenes o con los adultos, como responsables en la
Acción Católica y en otros movimientos eclesiales, o empeñados en ambientes civiles
y sociales, siempre con una fuerte atención a la formación de las personas. Sobre
la responsabilidad de los laicos insistió el Siervo de Dios el Papa Pablo VI cuando
vino aquí a Frascati el 1° de septiembre de 1963. Dijo que ella no deriva «sólo de
la necesidad de abrir los brazos del sacerdote que no llega a todos los ambientes
y no logra sostener todas las fatigas. Es dada por algo más profundo y más esencial,
por el hecho de que, también el laico es cristiano» (Insegnamenti di Paolo VI, I [1963],
570). Todos somos responsables, todos somos corresponsables.
El Señor llama
a todos, distribuyendo diversos dones para diversas tareas en la Iglesia. Llama al
sacerdocio y a la vida consagrada, y llama al matrimonio y al empeño como laicos en
la Iglesia misma y en la sociedad. Es importante que la riqueza de los dones encuentre
plena acogida, especialmente por parte de los jóvenes; que se sienta la alegría de
responder a Dios con todo el ser, donándola en la vía del sacerdocio y de la vida
consagrada o en la vía del matrimonio, dos vías complementarias que se iluminan, se
enriquecen recíprocamente y juntas enriquecen la comunidad. La virginidad por el Reino
de Dios y el matrimonio son ambas vocaciones, llamadas de Dios a las que responder
con y por toda la vida. Dios llama: es necesario escuchar, recibir, responder. Como
María: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra (Cfr. Lc
1, 38).
También aquí, en la comunidad diocesana de Frascati, el Señor siembra
con amplitud sus dones, llama a seguirlo y a prolongar en el hoy su misión. También
aquí hay necesidad de una nueva evangelización, y por esto les propongo que vivan
intensamente el Año de la Fe que comenzará en octubre, a 50 años de la apertura del
Concilio Vaticano II. Los Documentos del Concilio contienen una riqueza enorme para
la formación de las nuevas generaciones cristianas. Con la ayuda de los sacerdotes
y de los catequistas, reléanlos, profundícenlos, y traten de ponerlos en práctica
en las parroquias, en las asociaciones y en los movimientos. Redescubran la belleza
de ser Iglesia, de vivir el gran «nosotros» que Jesús ha formato entorno a sí, para
evangelizar el mundo: el «nosotros» de la Iglesia, jamás cerrado, jamás replegado
sobre sí, sino siempre abierto y tendiente al anuncio del Evangelio a todos.
¡Queridos
hermanos y hermanas de Frascati! Estén unidos entre sí y, al mismo tiempo, abiertos,
misioneros. Permanezcan firmes en la fe, enraizados en Cristo mediante la Palabra
y la Eucaristía; sean gente que reza, para permanecer siempre ligados a Cristo, como
los sarmientos a la vid y, al mismo tiempo, vayan, lleven su mensaje a todos, especialmente
a los pequeños, a los pobres, a los que sufren. En toda comunidad ámense entre ustedes,
no estén divididos, sino vivan como hermanos, para que el mundo crea que Jesús está
vivo en su Iglesia y que el reino de Dios está cerca. Los Patronos de la Diócesis
de Frascati son dos Apóstoles: Felipe y Santiago, dos de los Doce. A su intercesión
encomiendo el camino de su Comunidad, para que se renueve en la fe y dé claro testimonio
con las obras de la caridad. Amén.
(Traducción de María Fernanda Bernasconi
y Raúl Cabrera – RV).