(RV).- A la memoria aún viva del Concilio Ecuménico Vaticano II, nuestro director
general, el P. Federico Lombardi, dedica su editorial para el semanario Octava Dies
del Centro Televisivo Vaticano.
(Audio) El próximo lunes 9
de julio el Papa hará una breve visita a la casa de los Verbitas en Nemi, no sólo
para saludar a los Superiores y a los participantes en el Capítulo del famoso instituto
religioso misionero, sino también porque en aquel lugar, en el año 1965 él –joven
teólogo, perito conciliar- había participado en reuniones de profundización y reelaboración
de textos, en el vivaz y fecundo clima de estudio, debate y oración que acompañaba
y preparaba las plenarias de los Padres Conciliares en San Pedro.
En días pasados,
en una bella entrevista, el Cardenal Tucci evocaba el trabajo análogo que se desarrolló
en Ariccia para la preparación de la Constitución “Gaudium et spes” sobre la Iglesia
en el mundo contemporáneo, con la participación activa del joven Obispo Wojtyla, cuyas
intervenciones contribuían a la formulación de la famosa frase: “Sólo en el misterio
del Verbo encarnado encuentra verdadera luz el misterio del hombre” (n. 22), que,
no es casual, ha sido la más frecuentemente citada por Juan Pablo II.
Parece
que los participantes en el Concilio que aún viven son unos treinta, entre Padres
Conciliares y expertos, y sus testimonios suscitan una ola de emoción en quien, como
nosotros –aun no implicados directamente– recuerda bien aquel tiempo extraordinario
de fervor, entusiasmo y esperanza.
Esperamos que el 50° aniversario que nos
preparamos a celebrar en octubre sea ocasión para reconectarnos de modo vital a aquel
clima de escucha del Espíritu, de modo que también la relectura actual de los textos
se produzca en la línea de la “hermenéutica de la reforma, de la renovación en la
continuidad del único sujeto-Iglesia que el Señor nos ha donado, que crece en el tiempo
y se desarrolla, pero permaneciendo siempre el mismo, único sujeto del Pueblo de Dios
en camino” (Discurso a la Curia romana, 22 de diciembre de 2005). Así nos exhorta
sabiamente Joseph Ratzinger, testigo privilegiado y más que autorizado, entonces perito
conciliar y hoy Papa.