2012-07-06 16:26:31

Una reserva de Amor


jesuita Guillermo Ortiz
REFLEXIONES EN FRONTERA
(RV).- (Audio) RealAudioMP3 Hay muchos atendiendo hoy a los enfermos. Te llama la atención porque no es algo fácil. Inmediatamente lo relacionamos con una vocación. En realidad hay tantos -en la familia católica y fuera de ella-, profesionales y voluntarios que hoy llevan serenidad y esperanza a los que sufren.
El Sucesor de Pedro y Obispo de Roma, en la oración con los peregrinos el domingo 1 de julio, pidió a la Virgen María por los hermanos que viven un sufrimiento en el cuerpo o en el espíritu.
Antes de la oración, con las imágenes del padre desesperado por la muerte de su hija y de la mujer desahuciada por los médicos, probó renovar nuestra esperanza, afirmando que Jesús nos cura el corazón.
Pero no se olvido de los que trabajan con los enfermos. Dijo que son “una reserva de amor”. Y explicó que la necesaria competencia profesional sola, no basta. Los que ayudan a los enfermos necesitan “una formación del corazón”. Se los ha de guiar hacia el encuentro con Cristo que suscita el amor y abre el corazón al otro.
¿Cómo está hoy tu corazón?
Escuchemos al Papa: “Jesús se hace atento al sufrimiento humano y nos hace pensar también en todos aquellos que ayudan a los enfermos a llevar su cruz, en particular a los médicos, a los agentes sanitarios y cuantos aseguran la asistencia religiosa en los nosocomios. Ellos son “reservas de amor”, que llevan serenidad y esperanza a los que sufren.
En la Encíclica Deus caritas est observaba que, en este precioso servicio, es necesaria ante todo la competencia profesional – esta es una primera y fundamental necesidad – pero esta sola no basta. Se trata, en efecto, de seres humanos, que tienen necesidad de humanidad y de la atención del corazón. “Por eso, dichos agentes, además de la preparación profesional, necesitan también y sobre todo una ‘formación del corazón’: se les ha de guiar hacia ese encuentro con Dios en Cristo, que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro” (n. 31).
Pidamos a la Virgen María que acompañe nuestro camino de fe y nuestro empeño de amor concreto, especialmente hacia quien tiene necesidad, mientras invocamos su materna intercesión por nuestros hermanos que viven un sufrimiento en el cuerpo o en el espíritu.










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