(RV).- “La imagen de la semilla es particularmente querida por Jesús, porque expresa
el misterio del Reino de Dios” dijo el Sucesor de Pedro en su alocución previa a la
oración dominical del Ángelus, que rezó con los peregrinos reunidos bajo un sol intenso
en la Plaza de san Pedro, desde la ventana de su estudio.
“El crecimiento que
se produce gracias a un dinamismo propio de la semilla misma, y el contraste que existe
entre la pequeñez de la semilla y la grandeza de lo que produce” ayudan a la claridad
del mensaje expresó Benedicto: “El Reino de Dios, si bien exige nuestra colaboración,
es sobre todo don del Señor, gracia que precede al hombre y a sus obras. Nuestra pequeña
fuerza, aparentemente impotente frente a los problemas del mundo, crece con aquella
de Dios que no teme obstáculos, porque es cierta la victoria del Señor. Es el milagro
del amor de Dios que hace germinar y crecer cada semilla de bien esparcido sobre la
tierra”.
De la semilla al árbol frondoso
En su saludo a los
peregrinos de lengua española el Papa expresó que el Señor nos nuestra que el Reino
de Dios es como una semilla que, aunque al principio parece pequeña, está llamada
a crecer y desarrollarse hasta convertirse en un árbol frondoso (Audio)
Texto
completo del saludo del Papa en español
“Saludo con afecto a los
peregrinos de lengua española que participan en esta oración mariana. En el evangelio
de este domingo, el Señor nos ha mostrado que el Reino de Dios es como una semilla
que, aunque al principio puede parecer pequeña, sin embargo está llamada a crecer
y a desarrollarse hasta convertirse en un árbol frondoso. Así también, que la vida
de gracia y amor de Dios, sembrada en nuestra alma con el bautismo, y alimentada con
la escucha de la palabra de Dios, la participación en los sacramentos y la oración
constante, crezca continuamente y llegue a madurar en frutos abundantes de fe, esperanza
y caridad. Muchas gracias y feliz domingo” (jesuita Guillermo Ortiz-RV)
Palabras
anteriores al rezo del ángelus
Queridos hermanos y hermanas,
La
liturgia de hoy nos ofrece dos breves parábolas de Jesús: la de la semilla que crece
por sí misma y la de la semilla de mostaza (cfr Mc 4,26-34). A través de imágenes
del mundo de la agricultura, el Señor presenta el misterio de la Palabra y del Reino
de Dios, e indica las razones de nuestra esperanza y nuestro compromiso.
En
la primera parábola, la atención se centra en el dinamismo de la siembra: la semilla
que se echa en el suelo, tanto si el agricultor duerme, como si está despierto, sigue
creciendo y germinando por su cuenta. El hombre siembra con la confianza de que su
trabajo no será infructuoso. Lo que sostiene al agricultor en sus fatigas diarias
es, precisamente, la confianza en la fuerza de la semilla y en la bondad de la tierra.
Esta parábola recuerda el misterio de la creación y la redención, de la obra fecunda
de Dios en la historia. Es Él el Señor del Reino, el hombre es su humilde colaborador,
que contempla y disfruta de la acción creadora divina y espera pacientemente sus frutos.
La cosecha final nos hace pensar en la intervención conclusiva de Dios al final de
los tiempos, cuando Él realizará plenamente su Reino. El tiempo presente es el tiempo
de la siembra, y el crecimiento de la semilla está asegurado por el Señor. Todo cristiano,
por lo tanto, sabe muy bien que debe hacer todo lo posible, pero que el resultado
final depende de Dios: esta conciencia lo sostiene en la fatiga cotidiana, especialmente
en situaciones difíciles. En este contexto - escribe san Ignacio de Loyola: "Actúa
como si todo dependiera de ti, sabiendo muy bien que, en realidad, todo depende de
Dios." (cfr Pedro de Ribadeneira, Vida de San Ignacio de Loyola, Milán, 1998).
También
la segunda parábola utiliza la imagen de la semilla. Aquí, sin embargo, se trata de
una semilla específica, el grano de mostaza, considerada la semilla más pequeña de
todas las semillas. A pesar de lo pequeño, sin embargo, está llena de vida, desde
su despedazarse nace un brote capaz de romper el terreno, de salir a la luz del sol
y de crecer hasta convertirse en " la más grande de todas las hortalizas " (cfr Mc
4,32): la debilidad es la fuerza de la semilla, el despedazarse es su poder. Así es
el Reino de Dios: una realidad humanamente pequeña, compuesta por los pobres de corazón,
por los que no tienen confianza en su propia fuerza, sino en la del amor de Dios,
por quienes no son importantes a los ojos del mundo; y, sin embargo, precisamente
a través de ellos irrumpe el poder de Cristo y transforma lo que aparentemente es
insignificante.
La imagen de la semilla es particularmente querida por
Jesús, porque expresa muy bien el misterio del Reino de Dios. En las dos parábolas
de hoy, representa un "crecimiento" y "contraste": el crecimiento que se produce gracias
a un dinamismo presente en la semilla misma y el contraste que existe entre la pequeñez
de la semilla y la grandeza de lo que produce. El mensaje es claro: el Reino de Dios
- aun si exige nuestra colaboración - es, ante todo, don del Señor, la gracia que
precede al hombre y sus obras. Nuestra pequeña fuerza, aparentemente impotente ante
los problemas del mundo, si se inmerge en la de Dios, no teme ningún obstáculo, porque
la victoria del Señor es segura. Es el milagro del amor de Dios, el que hace germinar
y crecer cada semilla de bien esparcida en la tierra. Y la experiencia de este milagro
de amor nos hace ser optimistas, a pesar de las dificultades, de los sufrimientos
y del mal que encontramos. La semilla brota y crece, porque la hace crecer el amor
de Dios. Que la Virgen María, que acogió como "tierra buena" la semilla de la Palabra
de Dios, fortalezca en nosotros esta fe y esta esperanza (Traducción: Cecilia
de Malak-RV)
Palabras del Papa después del Ángelus
Como
es tradicional, el Santo Padre manifestó también este domingo su cercanía de Pastor
Universal a los que sufren. En particular hoy, después del rezo a la Madre de Dios,
el Papa recordó la próxima Jornada Mundial del Refugiado, el miércoles, 20 de junio,
promovida por Naciones Unidas:
«Quiere llamar la atención de la comunidad
internacional sobre las condiciones de tantas personas, especialmente de familias,
forzadas a huir de sus propias tierras, porque amenazadas por los conflictos armados
y por graves formas de violencia. Aseguro mi oración y la constante preocupación de
la Santa Sede, por estos hermanos y hermanas, al tiempo que espero que sus derechos
sean respetados siempre y que pronto puedan reunificarse con sus seres queridos.
Asimismo,
Benedicto XVI invitó a encomendarle a la Virgen María, los frutos del Congreso Eucarístico
Internacional de Dublín:
Hoy día, en Irlanda, se celebra la clausura del
Congreso Eucarístico Internacional, que esta semana hizo de Dublín, la ciudad de la
Eucaristía, donde numerosas personas se han recogido en oración, ante la presencia
de Cristo en el Sacramento del altar. En el misterio de la Eucaristía, Jesús quiso
quedarse con nosotros, para que podamos estar en comunión con Él y entre nosotros.
Encomendemos a María Santísima los frutos que han madurado en estos días de reflexión
y oración.
En sus saludos en lengua polaca, Benedicto XVI hizo hincapié
en que en los últimos días, la Iglesia celebró la Solemnidad del Sagrado Corazón de
Jesús y del Inmaculado Corazón de María. El Santo Padre deseó a todos los polacos
que aprendan del Divino Corazón de Jesús, que rebosa de bondad y de amor, la sensibilidad
a las necesidades de los demás, especialmente de los que son débiles y probados por
el sufrimiento. Con el anhelo que a partir de este corazón, que es soberano y centro
de todos los corazones, sepan también sacar la fuerza para construir relaciones fraternales
en las familias y en los lugares de trabajo
Con alegría, el Santo Padre quiso
recordar la beatificación de Cecilia Eusepi, este domingo por la tarde en la localidad
italiana de Nepi, en la diócesis de Civita Castellana. Y destacó la figura de esta
joven, que murió a la edad de 18 años, que anhelaba ser una monja misionera, pero
que se vio obligada a dejar el convento a causa de la enfermedad, que vivió con una
fe inquebrantable, demostrando gran capacidad de sacrificio por la salvación de las
almas, en íntima unión con Cristo.