Concluyó en Dublín el 50° Congreso Eucarístico Internacional
(RV).- (Audio) Concluyó la tarde
del domingo 17 de junio en Dublín, Irlanda, el 50° Congreso Eucarístico Internacional
sobre el tema: “La Eucaristía: Comunión con Cristo y entre nosotros”, evento eclesial
que Benedicto XVI había definido el miércoles pasado “una valiosa ocasión para reafirmar
la centralidad de la Eucaristía en la vida de la Iglesia”.
Mientras para su
clausura el Papa envió un videomensaje en el que se dirige a sus participantes “con
gran afecto en el Señor”. En efecto, al saludar a todos los que se han reunido en
Dublín, en especial al Cardenal Brady, al Arzobispo Martin, al clero, a las personas
consagradas, a los fieles de Irlanda y a todos los que viajaron desde lejos para apoyar
a la Iglesia en Irlanda con su presencia y oraciones, el Santo Padre afirma que el
tema de este Congreso nos lleva a reflexionar sobre “la Iglesia como misterio de comunión
con el Señor y con todos los miembros de su cuerpo”.
El Sucesor de Pedro destaca
en su videomensaje que “mediante el Bautismo, se nos incorpora a la muerte de Cristo,
renaciendo en la gran familia de los hermanos y hermanas de Jesucristo; por la Confirmación
recibimos el sello del Espíritu Santo y, por nuestra participación en la Eucaristía,
entramos en comunión con Cristo y se hace visible en la tierra la comunión con los
demás”, de modo que “recibimos también la prenda de la vida eterna futura”.
Mientras
al recordar una fecha histórica en la vida de la Iglesia y una iniciativa a la que
el mismo Santo Padre nos ha convocado, Benedicto XVI afirma:
El Congreso
tiene lugar en un momento en el que la Iglesia se prepara en todo el mundo para celebrar
el Año de la Fe, para conmemorar el quincuagésimo aniversario del inicio del Concilio
Vaticano II, un acontecimiento que puso en marcha la más amplia renovación del rito
romano que jamás se haya conocido. Basado en un examen profundo de las fuentes de
la liturgia, el Concilio promovió la participación plena y activa de los fieles en
el sacrificio eucarístico. Teniendo en cuenta el tiempo transcurrido, y a la luz de
la experiencia de la Iglesia universal en este periodo, es evidente que los deseos
de los Padres Conciliares sobre la renovación litúrgica se han logrado en gran parte,
pero es igualmente claro que ha habido muchos malentendidos e irregularidades.
En
cuanto a la renovación de las formas externas querida por los Padres Conciliares,
Su Santidad explica que se había pensado “para que fuera más fácil entrar en la profundidad
interior del misterio”; puesto que “su verdadero propósito era llevar a las personas
a un encuentro personal con el Señor, presente en la Eucaristía, y por tanto con el
Dios vivo, para que a través de este contacto con el amor de Cristo, pudiera crecer
también el amor de sus hermanos y hermanas entre sí”.
Sin embargo, la revisión
de las formas litúrgicas se ha quedado con cierta frecuencia en un nivel externo,
y la «participación activa» se ha confundido con la mera actividad externa. Por tanto,
queda todavía mucho por hacer en el camino de la renovación litúrgica real. En un
mundo que ha cambiado, y cada vez más obsesionado con las cosas materiales, debemos
aprender a reconocer de nuevo la presencia misteriosa del Señor resucitado, el único
que puede dar amplitud y profundidad a nuestra vida.
Refiriéndose a la
Eucaristía, el Pontífice recuerda que es el culto de toda la Iglesia, pero requiere
igualmente el pleno compromiso de cada cristiano; implica una llamada a ser pueblo
santo de Dios, pero también a la santidad personal. Por esta razón afirma que “se
ha de celebrar con gran alegría y sencillez, pero también tan digna y reverentemente
como sea posible”; puesto que “nos invita a arrepentirnos de nuestros pecados, pero
también a perdonar a nuestros hermanos y hermanas”; nos une en el Espíritu, pero también
nos da el mandato del mismo Espíritu de llevar la Buena Nueva de la salvación a otros.
Y añade otra consideración:
Por otra parte, la Eucaristía es el
memorial del sacrificio de Cristo en la cruz; su cuerpo y su sangre instauran la nueva
y eterna Alianza para el perdón de los pecados y la transformación del mundo. Durante
siglos, Irlanda ha sido forjada en lo más hondo por la santa Misa y por la fuerza
de su gracia, así como por las generaciones de monjes, mártires y misioneros que han
vivido heroicamente la fe en el país y difundido la Buena Nueva del amor de Dios y
el perdón más allá de sus costos.
Al recordar que los irlandeses son herederos
de una Iglesia que ha sido una fuerza poderosa para el bien del mundo, y que ha llevado
un amor profundo y duradero a Cristo y a su bienaventurada Madre a muchos otros, Benedicto
XVI afirma:
Vuestros antepasados en la Iglesia en Irlanda supieron cómo
esforzarse por la santidad y la constancia en su vida personal, cómo proclamar el
gozo que proviene del Evangelio, cómo inculcar la importancia de pertenecer a la Iglesia
universal, en comunión con la Sede de Pedro, y la forma de transmitir el amor a la
fe y la virtud cristiana a otras generaciones. Nuestra fe católica, imbuida de un
sentido radical de la presencia de Dios, fascinada por la belleza de su creación que
nos rodea y purificada por la penitencia personal y la conciencia del perdón de Dios,
es un legado que sin duda se perfecciona y se alimenta cuando se lleva regularmente
al altar del Señor en el sacrificio de la Misa.
Sin embargo, el Papa destaca
que “la gratitud y la alegría por una historia tan grande de fe y de amor se han visto
recientemente conmocionados de una manera terrible al salir a la luz los pecados cometidos
por sacerdotes y personas consagradas contra personas confiadas a sus cuidados”:
En
lugar de mostrarles el camino hacia Cristo, hacia Dios, en lugar de dar testimonio
de su bondad, abusaron de ellos, socavando la credibilidad del mensaje de la Iglesia.
¿Cómo se explica el que personas que reciben regularmente el cuerpo del Señor y confiesan
sus pecados en el sacramento de la penitencia hayan pecado de esta manera? Sigue siendo
un misterio.
“Evidentemente –prosigue Su Santidad– su cristianismo no
estaba alimentado por el encuentro gozoso con Cristo: se había convertido en una mera
cuestión de hábito”; mientras el esfuerzo del Concilio estaba orientado “a superar
esta forma de cristianismo y a redescubrir la fe como una amistad personal profunda
con la bondad de Jesucristo”.
Por eso aludió al objetivo de este Congreso
Eucarístico Internacional:
El Congreso Eucarístico tiene un objetivo similar.
Aquí queremos encontrarnos con el Señor resucitado. Le pedimos que nos llegue hasta
lo más hondo. Que al igual que sopló sobre los Apóstoles en la Pascua infundiéndoles
su Espíritu, derrame también sobre nosotros su aliento, la fuerza del Espíritu Santo,
y así nos ayude a ser verdaderos testigos de su amor, testigos de la verdad. Su verdad
es su amor. El amor de Cristo es la verdad.
Al concluir su mensaje a los
queridos hermanos y hermanas que participaron en este importante evento eclesial Su
Santidad ruega que el Congreso sea para cada uno de ellos “una experiencia espiritualmente
fecunda de comunión con Cristo y su Iglesia”, y anuncia la sede del próximo Congreso
Eucarístico Internacional que se celebrará dentro de cuatro años en Filipinas:
Al
mismo tiempo, me gustaría invitaros a uniros a mí en la oración, para que Dios bendiga
el próximo Congreso Eucarístico Internacional, que tendrá lugar en 2016 en la ciudad
de Cebú. Envío un caluroso saludo al pueblo de Filipinas, asegurando mi cercanía en
la oración durante el periodo de preparación a este gran encuentro eclesial. Estoy
seguro de que aportará una renovación espiritual duradera, no sólo a ellos, sino también
a todos los participantes del mundo entero. Ahora, encomiendo a todos los participantes
en este Congreso a la protección amorosa de María, Madre de Dios, y a san Patricio,
el gran Patrón de Irlanda, a la vez que, como muestra de gozo y paz en el Señor, os
imparto de corazón la Bendición Apostólica.
(María Fernanda Bernasconi
– RV).
Sigue el texto completo del videomensaje del Santo Padre:
Queridos
hermanos y hermanas:
Con gran afecto en el Señor, saludo a todos los que os
habéis reunido en Dublín para el 50 Congreso Eucarístico Internacional, en especial
al Señor Cardenal Brady, al Señor Arzobispo Martin, al clero, a las personas consagradas,
a los fieles de Irlanda y a todos los que habéis venido desde lejos para apoyar a
la Iglesia en Irlanda con vuestra presencia y vuestras oraciones.
El tema del
Congreso – «La Eucaristía: Comunión con Cristo y entre nosotros» – nos lleva
a reflexionar sobre la Iglesia como misterio de comunión con el Señor y con todos
los miembros de su cuerpo. Desde los primeros tiempos, la noción de koinonia
o communio ha sido central en la comprensión que la Iglesia ha tenido de sí
misma, de su relación con Cristo, su Fundador, y de los sacramentos que celebra, sobre
todo la Eucaristía. Mediante el Bautismo, se nos incorpora a la muerte de Cristo,
renaciendo en la gran familia de los hermanos y hermanas de Jesucristo; por la Confirmación
recibimos el sello del Espíritu Santo y, por nuestra participación en la Eucaristía,
entramos en comunión con Cristo y se hace visible en la tierra la comunión con los
demás. Recibimos también la prenda de la vida eterna futura.
El Congreso tiene
lugar en un momento en el que la Iglesia se prepara en todo el mundo para celebrar
el Año de la Fe, para conmemorar el quincuagésimo aniversario del inicio del
Concilio Vaticano II, un acontecimiento que puso en marcha la más amplia renovación
del rito romano que jamás se haya conocido. Basado en un examen profundo de las fuentes
de la liturgia, el Concilio promovió la participación plena y activa de los fieles
en el sacrificio eucarístico. Teniendo en cuenta el tiempo transcurrido, y a la luz
de la experiencia de la Iglesia universal en este periodo, es evidente que los deseos
de los Padres Conciliares sobre la renovación litúrgica se han logrado en gran parte,
pero es igualmente claro que ha habido muchos malentendidos e irregularidades. La
renovación de las formas externas querida por los Padres Conciliares se pensó para
que fuera más fácil entrar en la profundidad interior del misterio. Su verdadero propósito
era llevar a las personas a un encuentro personal con el Señor, presente en la Eucaristía,
y por tanto con el Dios vivo, para que a través de este contacto con el amor de Cristo,
pudiera crecer también el amor de sus hermanos y hermanas entre sí. Sin embargo, la
revisión de las formas litúrgicas se ha quedado con cierta frecuencia en un nivel
externo, y la «participación activa» se ha confundido con la mera actividad externa.
Por tanto, queda todavía mucho por hacer en el camino de la renovación litúrgica real.
En un mundo que ha cambiado, y cada vez más obsesionado con las cosas materiales,
debemos aprender a reconocer de nuevo la presencia misteriosa del Señor resucitado,
el único que puede dar amplitud y profundidad a nuestra vida.
La Eucaristía
es el culto de toda la Iglesia, pero requiere igualmente el pleno compromiso de cada
cristiano en la misión de la Iglesia; implica una llamada a ser pueblo santo de Dios,
pero también a la santidad personal; se ha de celebrar con gran alegría y sencillez,
pero también tan digna y reverentemente como sea posible; nos invita a arrepentirnos
de nuestros pecados, pero también a perdonar a nuestros hermanos y hermanas; nos une
en el Espíritu, pero también nos da el mandato del mismo Espíritu de llevar la Buena
Nueva de la salvación a otros.
Por otra parte, la Eucaristía es el memorial
del sacrificio de Cristo en la cruz; su cuerpo y su sangre instauran la nueva y eterna
Alianza para el perdón de los pecados y la transformación del mundo. Durante siglos,
Irlanda ha sido forjada en lo más hondo por la santa Misa y por la fuerza de su gracia,
así como por las generaciones de monjes, mártires y misioneros que han vivido heroicamente
la fe en el país y difundido la Buena Nueva del amor de Dios y el perdón más allá
de sus costos. Sois los herederos de una Iglesia que ha sido una fuerza poderosa para
el bien del mundo, y que ha llevado un amor profundo y duradero a Cristo y a su bienaventurada
Madre a muchos, a muchos otros. Vuestros antepasados en la Iglesia en Irlanda supieron
cómo esforzarse por la santidad y la constancia en su vida personal, cómo proclamar
el gozo que proviene del Evangelio, cómo inculcar la importancia de pertenecer a la
Iglesia universal, en comunión con la Sede de Pedro, y la forma de transmitir el amor
a la fe y la virtud cristiana a otras generaciones. Nuestra fe católica, imbuida de
un sentido radical de la presencia de Dios, fascinada por la belleza de su creación
que nos rodea y purificada por la penitencia personal y la conciencia del perdón de
Dios, es un legado que sin duda se perfecciona y se alimenta cuando se lleva regularmente
al altar del Señor en el sacrificio de la Misa. La gratitud y la alegría por una historia
tan grande de fe y de amor se han visto recientemente conmocionados de una manera
terrible al salir a la luz los pecados cometidos por sacerdotes y personas consagradas
contra personas confiadas a sus cuidados. En lugar de mostrarles el camino hacia Cristo,
hacia Dios, en lugar de dar testimonio de su bondad, abusaron de ellos, socavando
la credibilidad del mensaje de la Iglesia. ¿Cómo se explica el que personas que reciben
regularmente el cuerpo del Señor y confiesan sus pecados en el sacramento de la penitencia
hayan pecado de esta manera? Sigue siendo un misterio. Pero, evidentemente, su cristianismo
no estaba alimentado por el encuentro gozoso con Cristo: se había convertido en una
mera cuestión de hábito. El esfuerzo del Concilio estaba orientado a superar esta
forma de cristianismo y a redescubrir la fe como una amistad personal profunda con
la bondad de Jesucristo. El Congreso Eucarístico tiene un objetivo similar. Aquí queremos
encontrarnos con el Señor resucitado. Le pedimos que nos llegue hasta lo más hondo.
Que al igual que sopló sobre los Apóstoles en la Pascua infundiéndoles su Espíritu,
derrame también sobre nosotros su aliento, la fuerza del Espíritu Santo, y así nos
ayude a ser verdaderos testigos de su amor, testigos de la verdad. Su verdad es su
amor. El amor de Cristo es la verdad.
Mis queridos hermanos y hermanas, ruego
que el Congreso sea para cada uno de vosotros una experiencia espiritualmente fecunda
de comunión con Cristo y su Iglesia. Al mismo tiempo, me gustaría invitaros a uniros
a mí en la oración, para que Dios bendiga el próximo Congreso Eucarístico Internacional,
que tendrá lugar en 2016 en la ciudad de Cebú. Envío un caluroso saludo al pueblo
de Filipinas, asegurando mi cercanía en la oración durante el periodo de preparación
a este gran encuentro eclesial. Estoy seguro de que aportará una renovación espiritual
duradera, no sólo a ellos, sino también a todos los participantes del mundo entero.
Ahora, encomiendo a todos los participantes en este Congreso a la protección amorosa
de María, Madre de Dios, y a san Patricio, el gran Patrón de Irlanda, a la vez que,
como muestra de gozo y paz en el Señor, os imparto de corazón la Bendición Apostólica.