Orar con constancia y fidelidad, especialmente en las situaciones de aridez y sufrimiento
(RV).- En su catequesis de la audiencia general de esta mañana, el Santo Padre Benedicto
XVI se refirió a la experiencia contemplativa y a la fuerza de la plegaria a la que
alude San Pablo, para legitimar su condición de Apóstol del Evangelio.
Por
otra parte, el Papa invitó a rezar por los trabajos del Congreso Eucarístico Internacional
que se está celebrando en Dublín, Irlanda, sobre el tema: “La Eucaristía: Comunión
con Cristo y entre nosotros”. Su Santidad destacó la presencia del Legado Pontificio
en la persona del Cardenal Marc Oullet y en su saludo a los participantes en este
importante evento eclesial formuló votos “para que la Eucaristía sea siempre el corazón
pulsante de la vida de toda la Iglesia”.
El Sucesor de Pedro dijo textualmente:
Dirijo ahora mi afectuoso pensamiento y mi bendición a la Iglesia en Irlanda,
donde en Dublín, ante la presencia del Cardenal Marc Oullet, mi Legado, se desarrolla
el 50° Congreso Eucarístico Internacional sobre el tema: «La Eucaristía: Comunión
con Cristo y entre nosotros». Numerosos Obispos, sacerdotes, personas consagradas
y fieles laicos procedentes de los diversos continentes participan en este importante
evento eclesial.
Es una valiosa ocasión para reafirmar la centralidad
de la Eucaristía en la vida de la Iglesia. Jesús, realmente presente en el Sacramento
del Altar con el supremo Sacrificio de amor de la Cruz se dona a nosotros, se hace
nuestro alimento para asimilarnos a Él, para hacernos entrar en comunión con Él.
Y a través de esta comunión estamos unidos también entre nosotros, llegamos a ser
una cosa sola en Él, miembros los unos de los otros.
Quisiera invitaros
a uniros espiritualmente a los cristianos de Irlanda y del mundo, rezando por los
trabajos del Congreso, para que la Eucaristía sea siempre el corazón pulsante de la
vida de toda la Iglesia.
La audiencia sobre el tema de la oración en las
cartas de San Pablo, que Benedicto XVI está dedicando desde hace varias semanas, comenzó
con la siguiente introducción bíblica: (Audio)
En su catequesis
en nuestro idioma, Benedicto XVI afirmó:
(Audio) Queridos hermanos
y hermanas:
Deseo hablarles de la experiencia contemplativa y de la
fuerza en la plegaria a la que hace referencia san Pablo para legitimar su condición
de apóstol del evangelio. Él no presume de sus trabajos o esfuerzos, sino de la acción
de Dios en él. Antes de anunciar a Cristo, ha vivido en silencio y contemplación.
Su mística no se funda sólo en los eventos excepcionales que ha tenido, sino también
en lo cotidiano y la intensa relación con el Señor.
Contemplar al Señor
es fascinante porque Él nos atrae y cautiva el corazón, experimentando paz, belleza,
amor; pero es a su vez tremendo, porque se evidencia la debilidad humana, las incapacidades,
la dificultad de vencer el mal. En un mundo en que se corre el riesgo de confiar solamente
en la eficacia y la fuerza de los medios humanos, estamos llamados a descubrir y dar
testimonio del valor de la plegaria.
En la oración se dan momentos
de especial intensidad, en los que se experimenta vivamente la presencia del Señor,
pero es necesaria la constancia y la fidelidad, sobre todo en las situaciones de aridez,
de dificultad, de sufrimiento.
De los diversos saludos del Papa a los
numerosos grupos de peregrinos presentes destacamos el dirigido a los fieles polacos,
a quienes al dar su calurosa bienvenida les recordó que la liturgia del día celebra
a San Antonio de Padua, Doctor de la Iglesia. Y recordó que fue un ilustre predicador,
teólogo, confesor, protector de los pobres y de los que sufren. “Con su vida –dijo
Su Santidad– y especialmente con su fecundo apostolado nos enseña el fervor evangélico”.
Por esta razón, encomendó las intenciones y la peregrinación a las tumbas de los Apóstoles
de estos peregrinos a su intercesión.
Al dirigir su cordial saludo a los peregrinos
procedentes de la República Checa, el Santo Padre les deseó que su peregrinación
y el encuentro con el Sucesor de Pedro representen un aliciente a fin de que progresen
cada vez más en la alegría espiritual y en la fidelidad a las enseñanzas de Cristo.
Al dar su bienvenida de corazón a los peregrinos eslovacos, de modo particular
a un grupo de sacerdotes que celebran sus 25 años de ordenación sacerdotal, acompañador
por su Arzobispo, Mons. Cyril Vasiľ y por el Obispo Mons. Peter Rusnák, el Papa invitó
a estos hermanos a dar gracias al Señor por el gran don del sacerdocio y a ser ministros
acérrimos según el Corazón de Jesús, a la vez que con afecto los bendijo junto al
pueblo de Dios que les ha sido confiado.
En sus palabras a los grupos de peregrinos
italianos, el Obispo de Roma saludó a los sacerdotes de las Diócesis de Treviso y
de Tortona que festejan el 40° aniversario de su ordenación presbiteral, a quienes
les aseguró su particular recuerdo en la oración y les deseó una renovada efusión
de favores celestiales, para que sean fortalecidos en sus generosos propósitos de
fidelidad a la llamada del Señor. El Papa también saludó a los Legionarios de Cristo
que se preparan a transcurrir un período de experiencia pastoral y los animó a vivir
esta etapa del camino formativo como momento de gracia y de generosa disponibilidad.
Por
último, al saludar a los jóvenes que asistieron a esta audiencia general el Santo
Padre les recordó que para muchos de sus coetáneos ya comenzaron las vacaciones, mientras
para otros éste es tiempo de exámenes, razón por la cual invocó al Señor para que
los ayude a vivir este período con serenidad, experimentando su constante protección.
A los queridos enfermos presentes en el Aula Pablo VI Benedicto XVI los invitó
a encontrar consuelo en el Señor que sigue su obra de redención, también gracias a
su sufrimiento. Y a los recién casados les formuló votos para que puedan descubrir
el misterio de Dios que se dona por la salvación de todos, a fin de que su amor sea
cada vez más verdadero, duradero y acogedor.
Al saludar en nuestro idioma a
los numerosos peregrinos procedentes de América Latina y de España, Benedicto XVI
los invitó a dedicar más tiempo a la oración con las siguientes palabras:
(Audio) Saludo a los
peregrinos de lengua española, en particular a los grupos de España, México, Puerto
Rico, Venezuela y otros países latinoamericanos. Invito a todos a dedicar más tiempo
a la oración, para que nuestra vida sea transformada y animada por la fuerza concreta
del amor de Dios, y así afrontar cada adversidad, convencidos de que todo lo podemos
en Aquél que nos conforta. Muchas gracias. (María Fernanda Bernasconi – RV).
Texto
completo de la catequesis del Papa en español:
Queridos hermanos y hermanas,
el
encuentro diario con el Señor y la frecuencia en los sacramentos puede abrir nuestras
mentes y nuestros corazones a su presencia, a sus palabras, a su acción. La oración
no es sólo el respiro del alma, sino que - para usar una imagen - también es un oasis
de paz, en el que podemos encontrar el agua que alimenta nuestra vida espiritual y
transforma nuestra existencia. Y Dios nos atrae hacia sí, nos hace subir la montaña
de la santidad, para que nos acerquemos cada vez más a Él, ofreciéndonos a lo largo
del camino sus luces y consuelos. Ésta es la experiencia personal a la que se refiere
san Pablo, en el capítulo 12 de la Segunda Carta a los Corintios, sobre el que deseo
detenerme hoy. Ante quienes cuestionaban la legitimidad de su apostolado, él no
enumera tanto las comunidades que había fundado, los kilómetros que había recorrido;
no se limita a recordar las dificultades y la oposición que enfrentó con el fin de
anunciar el Evangelio, sino que indica su relación con el Señor, una relación tan
intensa, que se caracteriza también por momentos de éxtasis, de contemplación profunda
(cf. 2 Cor 12,1), por lo que no se jacta de lo que hizo, de su fuerza, de sus actividades,
de su éxitos, sino de la acción que ha hecho Dios en él y a través de él. Con gran
humildad, cuenta, en efecto, el momento en el que vivió la experiencia particular
de ser arrebatado y llevado al cielo de Dios. Recuerda que catorce años antes del
envío de la carta - así dice " fue arrebatado al tercer cielo" (v. 2). Con el lenguaje
y los modos del que cuenta algo que no se puede contar, san Pablo habla de ese hecho,
incluso en tercera persona; afirma que un hombre fue arrebatado al "jardín" de Dios,
al paraíso. La contemplación es tan profunda e intensa que el Apóstol no recuerda,
ni siquiera, los contenidos de la revelación recibida, pero sí recuerda bien la fecha
y las circunstancias en las que el Señor lo había aferrado de forma tan total, atrayéndolo
hacia sí, como había hecho en el camino a Damasco, en el momento de su conversión
(cf. Fil 3,12).
San Pablo sigue diciendo que, precisamente, para no vanagloriarse
por la grandeza de las revelaciones recibidas, lleva consigo una "espina" (2 Cor 12,7),
un sufrimiento, y suplica con fuerza al Resucitado, que lo libere del ángel de Satanás,
de esa espina dolorosa en la carne. Tres veces – cuenta - oró fervientemente al Señor
para que le alejara esa prueba. Y es en esta situación, en una profunda contemplación
de Dios, en la que "oyó palabras inefables que el hombre es incapaz de repetir " (v.
4), recibe la respuesta a su súplica. El Resucitado le dirige unas palabras claras
y tranquilizadoras: "Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad "
(v. 9).
El comentario de Pablo sobre estas palabras puede dejar sorprendidos,
pero revela cómo él comprende lo que significa ser verdaderamente un apóstol del Evangelio.
Exclama, en efecto, estas palabras: "más bien, me gloriaré de todo corazón en mi debilidad,
para que resida en mí el poder de Cristo. Por eso, me complazco en mis debilidades,
en los oprobios, en las privaciones, en las persecuciones y en las angustias soportadas
por amor de Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte "(v. 9b-10). Es decir,
que no se jacta de sus acciones, sino de la actividad de Cristo, que actúa precisamente
en su propia debilidad. Detengámonos aún un momento en este hecho, sucedido durante
los años en que san Pablo vivió en el silencio y la contemplación, antes de comenzar
a recorrer Occidente, para anunciar a Cristo, porque esta actitud de profunda humildad
y confianza ante la manifestación de Dios es fundamental también para nuestra oración
y para nuestra vida, para nuestra relación con Dios y nuestras debilidades.
En
primer lugar, ¿de qué debilidades habla el Apóstol? ¿Qué es esa espina en la carne?
No lo sabemos y no lo dice, pero su actitud nos hace comprender que todas las dificultades
en el seguimiento de Cristo y en el testimonio de su Evangelio, pueden ser superadas
si nos abrimos con confianza a la acción del Señor. San Pablo es muy consciente de
ser un "siervo inútil" un simple servidor (Lc 17, 10), no es él quien ha hecho grandes
cosas, es el Señor, "un recipiente de barro" (2 Cor 4,7), en el que Dios pone la riqueza
y el poder de su Gracia. En este momento de intensa oración contemplativa, san Pablo
comprende claramente cómo afrontar y vivir cada evento, sobre todo el sufrimiento,
las dificultades, la persecución: en el momento en que experimenta su propia debilidad,
se manifiesta el poder de Dios, que no abandona, no nos deja solos, sino que se vuelve
apoyo y fuerza. Ciertamente, Pablo hubiera preferido ser liberado de esa espina,
de ese sufrimiento, pero Dios dice que no, que es necesario para ti, que tendrás la
gracia suficiente para resistir y para dar lo que debe hacerse.
Esto vale
también para nosotros. El Señor no libera de los males, pero nos ayuda a madurar en
los sufrimientos, en las dificultades, en las persecuciones. La fe, por lo tanto,
nos dice que, si permanecemos en Dios "aunque nuestro hombre exterior se vaya destruyendo,
nuestro hombre interior se va renovando día a día, precisamente en las pruebas" (v.
16). El Apóstol comunica a los cristianos de Corinto - y también a nosotros - que
" nuestra angustia, que es leve y pasajera, nos prepara una gloria eterna, que supera
toda medida " (v. 17). En realidad, humanamente hablando, no era un peso ligero el
de las dificultades, era gravísimo. Sin embargo, en comparación con el amor de Dios,
con la grandeza de ser amados por Dios, se vuelve ligero, sabiendo que la cantidad
de la gloria será inconmensurable. Así que, en la medida en que crecemos en nuestra
unión con el Señor y en que nuestra oración se vuelve intensa, también nosotros vamos
a lo esencial y comprendemos que no es el poder de nuestros medios, de nuestras virtudes,
nuestras capacidades, el que realiza el Reino de Dios, sino que es Dios el que obra
maravillas, justo a través de nuestra propia debilidad, de nuestro no estar a la altura
del cargo. Por lo tanto, debemos tener la humildad de no confiar simplemente en nosotros
mismos, sino de trabajar con la ayuda del Señor en la viña del Señor, encomendándonos
a Él como "frágiles recipientes de barro".
San Pablo refiere de dos particulares
revelaciones que han cambiado radicalmente su vida. La primera, lo sabemos, es la
pregunta impresionante en el camino de Damasco: «¿Saulo, Saulo, por qué me persigues?»
(Hch 9,4) pregunta, que lo ha llevado a descubrir y a encontrar a Cristo vivo y presente,
y a sentir su llamado a ser apóstol del Evangelio. La segunda, son las palabras que
el Señor le ha dirigido en la experiencia de oración contemplativa sobre la que estamos
reflexionando: «Te basta mi gracia: la fuerza de hecho se manifiesta plenamente en
la debilidad». Sólo la fe, el confiar en la acción de Dios, en la bondad de Dios que
no nos abandona es la garantía de no trabajar en vano. Así la Gracia del Señor ha
sido la fuerza que ha acompañado a san Pablo en las tremendas fatigas para difundir
el Evangelio y su corazón ha entrado en el corazón de Cristo, volviéndose capaz de
conducir a los otros hacia Aquel que murió y resucitó por nosotros.
En la
oración abrimos por tanto nuestro ánimo al Señor para que Él venga a habitar nuestra
debilidad, transformándola en fuerza para el Evangelio. Y es rico de significado también
el verbo griego con el que Pablo describe este morar del Resucitado Señor en su frágil
humanidad; usa episkenoo, que podremos interpretar con «poner la propia tienda». El
Señor continúa poniendo su tienda en nosotros, en medio a nosotros: es el Misterio
de la Encarnación. El mismo Verbo divino, que ha venido a morar en nuestra humanidad,
quiere habitar en nosotros, plantar en nosotros su tienda, para iluminar y trasformar
nuestra vida y el mundo.
La intensa contemplación de Dios experimentada por
san Pablo recuerda aquella de los discípulos sobre el monte Tabor, cuando, viendo
a Jesús transfigurarse y resplandecer de luz, Pedro le dice: «Maestro, ¡qué bien estamos
aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». «No sabia
qué cosa decir, por que estaban llenos de temor» agrega San Marcos (Mc 9,5-6). Contemplar
al Señor es, al mismo tiempo, fascinante y tremendo: fascinante por que Él nos atrae
a si y rapta nuestro corazón hacia lo alto, llevándolo a su alteza donde experimentamos
la paz, la belleza del su amor; tremendo por que desnuda nuestra debilidad humana,
la nuestra inadecuación, la fatiga de vencer al Maligno que insidia nuestra vida,
aquella espina clavada también en nuestra carne. En la oración, en la contemplación
cotidiana del Señor, recibimos la fuerza del amor de Dios y sentimos que son verdaderas
las palabras de san Pablo a los cristianos de Roma cuando ha escrito: «Porque tengo
la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo
presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni
ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo
Jesús, nuestro Señor» (Rm 8,38-39).
De una manera en la que arriesgamos de
confiar solamente en la eficiencia y la potencia de los medios humanos, en este mondo,
estamos llamados a redescubrir y a testimoniar la potencia de Dios que se transmite,
se comunica en la oración, con la cual crecemos cada día en el conformar nuestra vida
a aquella de Cristo, el cual - como afirma el Apóstol Pablo - «Es cierto que él fue
crucificado en razón de su debilidad, pero vive por el poder de Dios. Así también,
nosotros participamos de su debilidad, pero viviremos con él por la fuerza de Dios,
para actuar entre ustedes» (2 Cor 13,4).
Queridos amigos, en el siglo pasado,
Albert Schweitzer, teólogo protestante y premio Nobel de la paz, afirmaba que «Pablo
es un místico y nada más que un místico», o sea un hombre verdaderamente enamorado
de Cristo y de tal manera unido a El, de poder decir: Cristo vive en mí. La mística
de san Pablo no se funda sólo en los eventos excepcionales por él vividos, sino también
en la cotidiana e intensa relación con el Señor que lo ha sostenido siempre con su
Gracia. La mística no lo ha alejado de la realidad, al contrario, le ha dado la fuerza
para vivir cada día por Cristo y de construir la Iglesia hasta el fin del mundo de
aquel tiempo. La unión con Dios no aleja del mundo, sino que nos da la fuerza de estar
realmente, de hacer cuánto se debe hacer en el mundo. También en nuestra vida de oración
podemos tener quizás momentos de particular intensidad, en los que sentimos más viva
la presencia del Señor, pero es importante la constancia, la fidelidad de la relación
con Dios, sobretodo en las situaciones de aridez, de dificultad, de sufrimiento, de
aparente ausencia de Dios. Solamente si somos aferrados por el amor de Cristo, estaremos
en condiciones de enfrentar toda adversidad como Pablo, convencidos que todo podemos
en Aquel que nos da fuerza (cfr Fil 4,13). Por lo tanto cuanto más espacio damos a
la oración, veremos que nuestra vida se transformará más y será animada por la fuerza
concreta del amor de Dios. Así ocurrió por ejemplo, con la bienaventurada Madre Teresa
de Calcuta, que en la contemplación de Jesús y justamente también en tiempos de larga
aridez encontraba la razón ultima y la fuerza increíble para reconocerlo en los pobres
y en los abandonados, no obstante su frágil figura. La contemplación de Cristo en
nuestra vida no nos hace extraños, como ya dicho, de la realidad, más bien nos hace
aun más participes de las vicisitudes humanas, por que el Señor, atrayéndonos a sí
en su oración, nos permite hacernos presentes y cercanos a cada hermano en su amor.
Gracias.
(Traducción del italiano: Raúl Cabrera y Cecilia de Malak – RV)