El Himno a la Alegria resonó más fuerte en presencia del Papa
(RV).-Haciendo un alto en las actividades que lo han llevado a Milán, la tarde del
viernes a las 19.30, Benedicto XVI asistió a un concierto en su honor en el famoso
Teatro della Scala, donde se interpretó la Novena Sinfonía de Ludwig van Beethoven.
Fue aquel "un momento de elevación del alma", como lo definió el Papa.
Escuche
la Novena Sinfonía de Beethoven intrepretada en el Teatro della Scala de Milán en
presencia del Santo Padre (audio):
Palabras
de Benedicto XVI al final del concierto: Señores Cardenales, ilustres Autoridades,
venerados Hermanos en el Episcopado y en el Presbiterado. ¡Queridas Delegaciones
del VII Encuentro Mundial de las Familias!
En este histórico lugar quisiera
recordar sobretodo un evento: era el 11 de mayo de 1946 y Arturo Toscanini alzó la
baqueta para dirigir un concierto memorable en la Scala reconstruida luego de los
horrores de la guerra. Cuentan que el gran Maestro apenas llegado aquí a Milán se
dirigió de inmediato a este Teatro y al centro de la sala comenzó a batir las manos
para probar si se había mantenido intacta su proverbial acústica y escuchando que
era perfecta exclamó: «E’ la Scala, è sempre la mia Scala!». En estas palabras, «
¡Es la Scala!», se encierra el sentido de este lugar, templo de la Opera, punto de
referencia musical y cultural no sólo para Milán y para Italia, sino para todo el
mundo. Y la Scala está ligada a Milán de manera profunda, es una de sus glorias más
grandes y he querido recordar aquel mes de mayo de 1946 porque la reconstrucción de
la Scala fue una señal de esperanza para la recuperación de la vida de toda la Ciudad
luego de las destrucciones de la Guerra. Es por tanto un honor para mi estar aquí
con todos ustedes y haber vivido, con este espléndido concierto, un momento de elevación
del alma. Agradezco al Alcalde, Abogado Giuliano Pisapia, el Sobreintendente, Dr.
Stéphane Lissner, también por haber introducido esta velada, pero sobretodo a la Orquesta
y el Coro del Teatro della Scala, a los cuatro Solistas y al maestro Daniel Barenboim
por la intensa y cautivante interpretación de una de las obras maestras absolutas
de la historia de la música. La gestación de la Novena Sinfonía de Ludwig van Beethoven
fue larga y compleja, pero desde los célebres primeros dieciséis compases del primer
movimiento, se crea un clima de espera de algo de grandioso y la espera no es defraudada.
Si
bien siguiendo sustancialmente las formas y el lenguaje tradicional de la Sinfonía
clásica, Beethoven hace percibir algo nuevo ya desde la amplitud sin precedentes de
todos los movimientos de la obra, que se confirma con la parte final introducida por
una terrible disonancia, de la cual se desprende el recitativo con las famosas palabras
«Amigos, no estos tonos, entonemos otros más atrayentes y gozosos», palabras que,
en un cierto sentido, «dan vuelta a la página» e introducen el tema principal del
Himno a la Alegría. Es una visión ideal de humanidad aquella que Beethoven diseña
con su música: «el gozo activo en la fraternidad está en el amor recíproco, bajo la
mirada paterna de Dios» (Luigi Della Croce). No es un gozo propiamente cristiano aquel
que Beethoven canta, es el gozo, sin embargo, de la fraterna convivencia de los pueblos,
de la victoria sobre el egoísmo, y es el deseo que el camino de la humanidad esté
marcado por el amor, casi como una invitación que dirige a todos más allá de toda
barrera y convicción.
Sobre este concierto, que debía ser una alegre
fiesta con ocasión de este encuentro de personas provenientes de casi todas las naciones
del mundo, está la sombra del sismo que ha llevado gran sufrimiento a tantos habitantes
de nuestro País. Las palabras tomadas del Himno a la Alegría de Schiller, suenan
como vacías para nosotros, es más, no parecen verdaderas. No probamos en absoluto
las centellas divinas del Elíseo. No estamos ebrios de fuego, más bien paralizados
por el dolor por tanta e incomprensible destrucción que ha costado vidas humanas,
que ha quitado casa y cobijo a tantos. También la hipótesis que sobre el cielo estrellado
debe habitar un buen padre, nos parece discutible. El buen padre ¿está sólo sobre
el cielo estrellado? ¿Su bondad no llega aquí hasta nosotros? Buscamos un Dios que
no se encuentra distante, sino que entra en nuestra vida y en nuestro sufrimiento.
En esta hora, las palabras de Beethoven “Amigos, no estos tonos…” las quisiéramos
remitir precisamente a aquellas de Schiller. No estos tonos. No tenemos necesidad
de un discurso irreal de un Dios lejano y de una fraternidad que no se compromete.
Estamos en búsqueda del Dios cercano. Buscamos una fraternidad que, en medio a los
sufrimientos, sostiene al otro y así ayuda a ir hacia adelante. Después de este concierto
muchos irán a la adoración eucarística – al Dios que se colocó en medio de nuestro
sufrimiento y continúa haciéndolo. Al Dios que sufre con nosotros y por nosotros y
que así ha hecho a los hombres y mujeres capaces de compartir el sufrimiento del otro
y de transformarlo en amor. Precisamente con este concierto nos sentimos llamados
a esto.
Gracias, una vez más a la Orquesta y al Coro del Teatro alla Scala,
a los Solistas y a cuantos han hecho posible esta velada. Gracias al Maestro Daniel
Barenboim también porque con la elección de la Novena Sinfonía de Beethoven nos permite
lanzar un mensaje con la música que afirme el valor fundamental de la solidaridad,
de la fraternidad y de la paz. Y me parece que este mensaje sea precioso también para
la familia, porque es en familia que se experimenta por primera vez que la persona
humana no ha sido creada para vivir encerrada en si misma, sino en relación con los
demás; es en familia que se comprende que la realización de si no consiste en el ponerse
al centro, guiados por el egoísmo, sino en el donarse; es en familia que se inicia
a encender en el corazón la luz de la paz para que ilumine este nuestro mundo. Y gracias
a todos ustedes por el momento que hemos vivido juntos.
(Traducción del
italiano: Griselda Mutual, Raúl Cabrera, RV)