(RV).- Como todos los miércoles, también esta mañana, a las 10,30 el Santo Padre Benedicto
XVI celebró su tradicional audiencia general, que tuvo lugar en la Plaza de San Pedro
y en la que participaron varios miles de fieles y peregrinos de numerosos países.
La audiencia comenzó con la siguiente introducción bíblica: (Audio)
En su catequesis
el Papa comenzó el tema de la oración en las Cartas de san Pablo, quien las inicia
y termina siempre con una plegaria, y en cuyo epistolario nos ha dejado una rica gama
de formas de orar. Escuchemos lo que Benedicto XVI dijo al respecto hablando en nuestro
idioma:
(Audio) Queridos hermanos
y hermanas: Hoy quiero comenzar a tratar la oración en las Cartas de san
Pablo, que las inicia y termina siempre con una plegaria, y que en su epistolario
nos ha dejado una riquísima gama de formas de orar. Para el Apóstol, la oración no
es una obra buena hecha a Dios, sino un don del Señor, la acción de su Espíritu en
nosotros. En el texto que hemos escuchado, Pablo canta al Espíritu, manifestando cómo
en la oración nos damos cuenta de nuestra pequeñez y de la necesidad que tenemos de
fiarnos y encomendarnos a Él. Así, el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad
y nos trasforma. El Espíritu del Hijo de Dios nos hace hijos y nos orienta hacia Él,
para que no seamos nosotros los que vivamos, sino que sea Cristo quien viva en nosotros.
La obra del Espíritu nos libera de la esclavitud del pecado, nos une radicalmente
a Cristo, incluso en la cruz, pues los sufrimientos ya no pueden apartarnos de Él,
y nuestros gemidos son un canto de esperanza. Por último, nos abre al clamor de los
hermanos, de modo que nuestra intercesión exprese siempre el amor que Dios ha derramado
en nuestros corazones.
De los saludos del Papa a los diversos grupos de
peregrinos presentes esta mañana en la Plaza de San Pedro destacamos el dirigido a
los fieles polacos, a quienes les dijo que “arrodillándonos para la oración cotidiana
nos abrimos a la acción del Espíritu Santo”. Y antes de bendecirlos de corazón junto
a todos sus seres queridos invitó a pedir a Cristo que sostenga nuestra oración con
el poder de su Espíritu, para iluminarla con su luz y hacerla conforme a la voluntad
de Dios.
A los peregrinos croatas, especialmente a los profesores y estudiantes
de la Escuela superior para las relaciones internacionales y de diplomacia de Zagreb,
llamándolos “queridos amigos”, Benedicto XVI les recordó que el domingo pasado Cristo
nos ha dado el fundamento de toda relación, a saber: “Amaos unos a otros, ¡como yo
os he amado! Por eso les recomendó que lleven este mandamiento en su corazón y que
lo pongan en práctica siempre y en todo lugar.
A los peregrinos de la República
Checa que se pusieron en camino de fe con destino a las tumbas de los Apóstoles y
los lugares de San Benito, el Papa les deseó que estas etapas de oración refuercen
su fe y sostengan su esperanza.
El Obispo de Roma también saludó con afecto
en eslovaco a los fieles procedentes de diversas parroquias de su país. Tras recordarles
que mañana, también la Iglesia en Eslovaquia celebrará la fiesta de la Ascensión,
Su Santidad les dijo que el Señor ha preparado un lugar para cada uno y nos espera.
De ahí que haya invitado a dirigir nuestros pensamientos y obras hacia la patria celestial.
En
su propio idioma el Pontífice también saludó a los militares procedentes de Ucrania,
que participan en la peregrinación militar a Lourdes, a quienes animó a “trabajar
generosamente por la seguridad y la paz, testimoniando con alegría el Evangelio de
Cristo”, porque como exclamó el Papa “¡Cristo ha resucitado!”.
En esta ocasión
el Santo Padre también saludó en su lenga a los peregrinos procedentes de Bulgaria,
a quienes encomendó, junto a su patria, a la Virgen María, pidiendo que “su Corazón
Inmaculado los guíe siempre en la búsqueda de la verdad y de la auténtica paz.
Al
saludar en italiano el Papa se dirigió de modo particular a los fieles de la Arquidiócesis
de L’Aquila, acompañados por su Pastor, Mons. Giuseppe Molinari, así como a los de
Rocca Santo Stefano que acudieron a esta audiencia con su Obispo, Mons. Domenico Sigalini.
Sobre cada uno de ellos Benedicto XVI invocó una renovada efusión de gracia divina
para una cada vez más fecunda y feliz adhesión a Cristo. También saludó a los padres
y a los alumnos de la Escuela “Regina Apostolorum” de las religiosas franciscanas
de la Inmaculada de Roma, a quienes deseó que continúen con renovado impulso espiritual
la obra educativa y social comenzada hace cincuenta años. De la misma manera el Pontífice
saludó a los sacerdotes y a los diáconos del Colegio Urbano de Roma, a quienes les
aseguró su oración, para que se sientan reforzados en sus generosos propósitos de
fidelidad a la llamada del Señor.
Por otra parte, el pensamiento del Papa también
se dirigió a los representantes de la Comunidad católica “Shalom”, que festeja el
30° aniversario de su fundación. Por estos queridos amigos, tras agradecerles su presencia,
formuló votos para que tanto el aniversario como la aprobación de sus estatutos, sean
un aliciente para proseguir con entusiasmo en el testimonio evangélico. Y añadió que
los acompaña con su oración y su bendición, a fin de que sean gozosos instrumentos
del amor y de la misericordia de Dios entre cuantos encuentren en su empeño misionero.
Por último, el pensamiento de Benedicto XVI se dirigió, como es costumbre,
a los jóvenes, enfermos y recién casados que asistieron a esta audiencia general.
“La Solemnidad de la Ascensión del Señor, que celebraremos mañana –dijo– nos invita
a mirar a Jesús que, subiendo al cielo, encomienda a los Apóstoles el mandato de llevar
su mensaje de salvación a todo el mundo”. A los jóvenes el Papa les pidió que se empeñen
con su entusiasmo al servicio del Evangelio. A los queridos enfermos les recomendó
que vivan sus sufrimientos unidos al Señor, para ofrecer una valiosa contribución
al crecimiento del Reino de Dios. Y a los recién casados, Su Santidad los invitó a
que testimonien el amor de Cristo con su amor conyugal.
Al saludar a los numerosos
peregrinos procedentes de América Latina y de España el Papa dijo:
(Audio)
Saludo cordialmente
a los grupos de lengua española, en particular al de la Institución Teresiana, en
el centenario de su fundación y fiel servicio a la Iglesia, así como a los provenientes
de España, México, Costa Rica, Guatemala, Argentina y otros países latinoamericanos.
Invito a todos a pedir al Señor, que su Espíritu sea nuestra fuerza para afrontar
las pruebas con la esperanza de estar radicados en Dios. Muchas gracias.
(María
Fernanda Bernaconi – RV).
Texto completo de la catequesis de Benedicto
XVI:
Queridos hermanos y hermanas, en la última catequesis hemos reflexionado
sobre la oración en los Hechos de los Apóstoles, hoy me gustaría empezar a hablar
acerca de la oración en las Cartas de San Pablo, el Apóstol de los gentiles. En primer
lugar quisiera señalar que no es casualidad que sus Cartas se introduzcan y terminen
con expresiones de oración: al principio de acción de gracias y de alabanza, y al
final de esperanza de que la gracia de Dios guíe el camino de las comunidades a las
que se dirige el escrito. Entre la fórmula de apertura: "Doy gracias a Dios por medio
de Jesucristo" (Romanos 1,8), y el saludo final: "que la gracia del Señor Jesús permanezca
con todos vosotros" (1 Corintios 16:23), se desarrollan los contenidos de las Cartas
del Apóstol. La de San Pablo es una oración que se manifiesta con una gran variedad
de formas, que van desde la acción de gracias a la bendición, de la alabanza a la
petición y a la intercesión, del himno a la súplica: una variedad de expresiones que
demuestran cómo la oración implica y penetra todas las situaciones de la vida, tanto
las personales como las de la comunidad a la que van dirigidas.
Un primer elemento
que el Apóstol nos quiere hacer entender es que la oración no debe ser vista simplemente
como una obra buena hecha por nosotros a Dios, como una propia acción. Ésta es ante
todo un don, fruto de la presencia viva, vivificante del Padre y de Cristo Jesús en
nosotros. En la Epístola a los Romanos escribe: "Igualmente, el mismo Espíritu viene
en ayuda de nuestra debilidad porque no sabemos orar como es debido, pero el Espíritu
mismo intercede por nosotros con gemidos inefables» (Rm 8,26). Y sabemos que es verdad,
cuando el apóstol dice que no sabemos orar de modo conveniente. Queremos orar, pero
Dios está lejos. No encontramos las palabras, el lenguaje para hablar con Dios, ni
tan siquiera el pensamiento. Sólo podemos abrirnos, poner nuestro tiempo a disposición
de Dios, esperar que Él nos ayude a entrar en el verdadero diálogo. Y el apóstol dice
que esta falta de palabras, esta ausencia de palabras, pero también este deseo de
ponerse en contacto con Dios es oración que el Espíritu Santo no sólo entiende, sino
que la lleva, e interpreta ante Dios. Precisamente esta debilidad se convierte, mediante
el Espíritu Santo, en verdadera oración, en verdadero contacto con Dios. El Espíritu
Santo es casi el intérprete que nos hace comprender a nosotros mismos, a Dios, lo
que queremos decir.
En la oración, nosotros experimentamos, más que en otras
dimensiones de la existencia, nuestra debilidad, nuestra pobreza, nuestro ser criaturas,
porque nos encontramos ante la omnipotencia y la trascendencia de Dios. Y cuanto más
avanzamos en la escucha y en diálogo con Dios, para que la oración se convierta en
el aliento cotidiano de nuestra alma, tanto más se percibe también el sentido de nuestras
limitaciones, no sólo frente a las situaciones concretas de cada día, sino también
en nuestra propia relación con el Señor. Crece entonces en nosotros la necesidad
de confiarnos y depender cada vez más a Él; comprendemos que "no sabemos… cómo orar
de manera conveniente" (Rom. 8,26). Es el Espíritu Santo que ayuda esta nuestra incapacidad,
ilumina nuestra mente y calienta nuestros corazones, guiando nuestro dirigirnos a
Dios. Para san Pablo la oración es sobre todo obra del Espíritu Santo en nuestra humanidad,
para hacerse cargo de nuestra debilidad y transformarnos de hombres vinculados a la
realidad material en hombres espirituales: en la Primera Epístola a los Corintios
dice: “nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene
de Dios, para que reconozcamos los dones gratuitos que Dios nos ha dado. Nosotros
no hablamos de estas cosas con palabras aprendidas de la sabiduría humana, sino con
el lenguaje que el Espíritu de Dios nos ha enseñado, expresando en términos espirituales
las realidades del Espíritu. "(2:12-13). Con su habitar en nuestra fragilidad humana,
el Espíritu Santo nos cambia, intercede por nosotros, y nos lleva a las alturas de
Dios (cf. Rm 8,26).
Con esta presencia del Espíritu Santo se realiza nuestra
unión con Cristo, ya que es el Espíritu del Hijo de Dios, en el cual somos hijos.
San Pablo habla del Espíritu de Cristo (cf. Rm 8,9), y no sólo del Espíritu de Dios.
Es obvio que si Cristo es el hijo de Dios, su espíritu es también espíritu de Dios,
y así si el espíritu de Dios, espíritu de Cristo, es muy divino para nosotros en el
Hijo de Dios e Hijo del hombre, el Espíritu de Dios se hace Espíritu humano y nos
toca. Podemos entrar en la comunión del Espíritu. Es como si dijese que no solo Dios
Padre se ha hecho visible en la Encarnación del Hijo, sino también el Espíritu de
Dios se manifiesta en la vida y en la acción de Jesucristo, que vivió, fue crucificado,
muerto y resucitado. El Apóstol recuerda que "nadie puede decir" ‘Jesús es Señor’
sino bajo la acción del Espíritu Santo" (1 Cor 12,3). Así pues el Espíritu dirige
nuestro corazón hacia Jesucristo, para que “no seamos nosotros a vivir, sino que Cristo
viva en nosotros " (cf. Ga 2,20). En sus Catequesis sobre los sacramentos, reflexionando
sobre la Eucaristía, afirma San Ambrosio: "¿Quién está embriagada de Espíritu está
enraizado en Cristo" (5, 3, 17: PL 16, 450).
Ahora, me gustaría destacar tres
consecuencias en nuestra vida cristiana cuando dejamos que obre en nosotros no el
espíritu del mundo, sino el Espíritu de Cristo como principio interior de todas nuestras
acciones. En primer lugar, con la oración animada por el Espíritu se nos da la
posibilidad de abandonar y de superar toda forma de miedo o de esclavitud, viviendo
la auténtica libertad de los hijos de Dios. Sin la oración que alimenta cada día nuestro
estar en Cristo, en una intimidad que crece progresivamente, nos encontramos en la
condición descrita por San Pablo, en la Carta a los Romanos: no hacemos el bien que
queremos, sino el mal que no queremos (cfr Rm 7:19). Ésta es la expresión de la alienación
del ser humano, la destrucción de nuestra libertad debido al pecado original. Queremos
el bien, pero no lo hacemos y hacemos el mal que no queremos. El Apóstol nos quiere
hacer entender que no es, ante todo, nuestra voluntad la que nos libera de esta condición,
así como tampoco es la Ley, sino que es el Espíritu Santo. Y puesto que " donde está
el Espíritu del Señor, allí está la libertad" (2 Corintios 3:17), con la oración,
experimentamos la libertad donada por el Espíritu: una libertad auténtica, que es
la libertad del mal y del pecado, a cambio del bien, de la vida y de Dios. La libertad
del Espíritu - añade san Pablo – nunca se identifica ni con el libertinaje, ni con
la posibilidad de elegir el mal, sino con "el fruto del Espíritu que es: amor, alegría
y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia". (Gal
5,22). Ésta es la verdadera libertad, poder seguir el anhelo del bien, de la verdadera
alegría, de la comunión con Dios y no quedar oprimidos por las circunstancias que
nos conducen hacia direcciones distintas. Una segunda consecuencia, que se verifica
en nuestras vidas, cuando dejamos obrar en nosotros al Espíritu de Cristo, es que
la misma relación con Dios llega a ser tan profunda, que nunca se ve afectada por
cualquier hecho o situación. Entonces comprendemos que con la oración no quedamos
liberados de pruebas o de sufrimientos, sino que podemos vivirlos en unión con Cristo,
con sus sufrimientos, con la perspectiva de participar también en su gloria (cf. Rm
8,17). Muchas veces, en nuestra oración, le pedimos a Dios que nos libere del dolor
físico y espiritual y lo hacemos con gran confianza. Sin embargo, a menudo tenemos
la impresión de no ser escuchados, por lo que corremos el riesgo de desalentarnos
y de no perseverar. En realidad, no hay ningún gemido humano que no sea escuchado
por Dios, y precisamente en la oración constante y fiel comprendemos con san Pablo
que "los sufrimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria futura
que se revelará en nosotros" (Romanos 8,18). La oración no nos exime de la prueba
y del sufrimiento, aún más - dice san Pablo - que "gemimos interiormente aguardando
la adopción como hijos y anhelando que se realice la redención de nuestro cuerpo"
(Rom 8, 23). Nos dice que la oración no nos exime del sufrimiento, sino que nos permite
vivirlo y afrontarlo con una nueva fuerza, con la misma confianza de Jesús, quien
- según la Carta a los Hebreos - "El dirigió durante su vida terrena súplicas y plegarias,
con fuertes gritos y lágrimas, a aquel que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado
por su humilde sumisión" (5,7). La respuesta de Dios Padre al Hijo y a sus fuertes
gritos y lágrimas, no fue la inmediata liberación del sufrimiento, de la cruz, de
la muerte, sino que fue la de concederle aun más, una respuesta mucho más profunda.
Por medio de la cruz y de la muerte, Dios ha respondido con la resurrección del Hijo
y con la vida nueva. La oración animada por el Espíritu Santo nos lleva también a
nosotros a vivir cada día el camino de la vida, con sus pruebas y sufrimientos, con
plena esperanza y confianza en Dios, que nos responde como le respondió al Hijo.
Y
la tercera consecuencia es que la oración del creyente se abre también a las dimensiones
de la humanidad y de la creación entera, haciéndose cargo de que "en efecto, toda
la creación espera ansiosamente esta revelación de los hijos de Dios " (Rm 8,19).
Esto significa que la oración, sostenida por el Espíritu de Cristo que habla en lo
más profundo de nosotros mismos, nunca se queda encerrada en sí misma - nunca es sólo
rezar por mí – sino que se abre al compartir los sufrimientos de nuestro tiempo y
de los demás. Se vuelve intercesión por los demás, y, por lo tanto, liberación de
mí mismo, canal de esperanza para toda la creación, expresión de ese amor de Dios
que se derrama en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos ha sido
dado (cfr Rm 5,5). Y precisamente ello es un signo de verdadera oración, que nunca
se finaliza sobre mi mismo yo, sino que se abre a los demás. De forma que me libera
y ayuda a redimir al mundo.
Queridos hermanos y hermanas, san Pablo nos enseña
que en nuestra oración, tenemos que abrirnos a la presencia del Espíritu Santo, que
ora en nosotros con gemidos inefables, para llevarnos a adherirnos a Dios con todo
nuestro corazón y con todo nuestro ser. El Espíritu de Cristo se vuelve la fuerza
de nuestra oración "débil", la luz de nuestra oración, "apagada", el fuego de nuestra
oración "árida", donándonos la verdadera libertad interior, enseñándonos a vivir afrontando
las pruebas de la existencia, con la certeza de que no estamos solos, y abriéndonos
a los horizontes de la humanidad y de la creación que "gime y sufre dolores de parto
" (Romanos 8, 22). Gracias
(Traducción del italiano: Eduardo Rubió y Cecilia
de Malak – RV)