(RV).- La tarde del viernes 11 de mayo a las 17,30 Benedicto XVI recibió al presidente
de Italia Giorgio Napolitano, para asistir, ambos, media hora después, al concierto
en honor del Pontífice, que tuvo lugar en el Aula Pablo VI, ofrecido por el mandatario
italiano con motivo del séptimo aniversario de la elección de Joseph Ratzinger. Según
el vocero de la Santa Sede, P. Lombardi, "en el transcurso del cordial coloquio entre
el Papa y el Presidente de la República, durado 20 minutos, ha sido expresada la
común preocupación por la paz, también con referencia a la situación en Oriente Medio".
"Por su parte el Papa Benedicto XVI ha expresado al Presidente su personal gratitud
por el gesto de ofrecerle este 'maravilloso Concierto'; ha manifestado una vez más
su afecto por Italia y su cercanía a todos los italianos, asegurando su oración en
este momento arduo y de empeño para el País".
Discurso completo del Santo Padre
al final del concierto:
¡Señor Presidente de la República, Señores Cardenales,
Honorables Ministros y Autoridades, Venerados hermanos en el Episcopado y
en el Presbiterado, Gentiles Señores y Señoras!
Un vivo y deferente saludo
al Presidente de la República Italiana, Honorable Giorgio Napolitano y a Su gentil
Señora, al cual aúno el sincero agradecimiento por las palabras cordiales, por los
dones de un violín y de una valiosa partitura, y por este Concierto de música sacra
de dos grandes autores italianos; son señales que manifiestan, una vez más, el lazo
entre el Sucesor de Pedro y esta querida Nación. Un saludo al Presidente del Consejo,
Senador Mario Monti, y a todas las Autoridades. Un sincero agradecimiento a la Orquesta
y al Coro del Teatro de la Opera de Roma, a las dos Sopranos, y sobretodo al Maestro
Riccardo Muti por la intensa interpretación y ejecución. Es conocida la sensibilidad
del Maestro Muti por la música sacra, como también el compromiso porque este rico
repertorio que expresa en música la fe de la Iglesia sea cada vez más conocido. También
por esto me alegra entregarle una condecoración pontificia. Expreso gratitud al Municipio
de Cremona, al Centro de Musicología Walter Stauffer y a la Fundación Antonio Stradivari-La
Triennale por haber puesto a disposición de las primeras partes de la Orquesta algunos
antiguos y preciosos instrumentos de sus colecciones propias.
Antonio Vivaldi
es un gran exponente de la tradición musical veneciana ¡Quien no conoce de él al menos
las Cuatro Estaciones! Pero aún permanece poco difundida su producción sacra, que
ocupa un significativo lugar en su obra y es de gran valor, sobretodo porque expresa
su fe. El Magníficat que hemos escuchado es el canto de alabanza de María y de todos
los humildes de corazón, que reconocen y celebran con gozo y gratitud la acción de
Dios en la propia vida y en la historia; de Dios que tiene un «estilo» diverso de
aquel del hombre, porque se pone de la parte de los últimos para dar esperanza. Y
la música de Vivaldi expresa la alabanza, la exultación, el agradecimiento y también
la maravilla frente a la obra de Dios, con una extraordinaria riqueza de sentimientos:
del solemne unísono coral al inicio, en el que es toda la Iglesia la que magnifica
el Señor, al brioso «Et exultavit», al bellísimo momento coral del «Et misericordia»
sobre el que se detiene con audaces armonías, ricas de modulaciones imprevistas, para
invitarnos a meditar sobre la misericordia de Dios que es fiel y se extiende por todas
las generaciones. Con las dos piezas sacras de Giuseppe Verdi, que hemos escuchado,
el registro cambia: nos encontramos ante el dolor de María a los pies de la Cruz:
Stabat Mater dolorosa. El gran Operista italiano, así como había indagado y expresado
el drama de tantos personajes en sus obras, aquí trata aquel de la Virgen que mira
al Hijo en la Cruz. La música se hace esencial, casi se «aferra» a las palabras para
expresar de la manera más intensa posible el contenido, en una gran variedad de sentimientos.
Basta pensar al doliente sentido de «piedad» con el que tiene inicio la Secuencia,
al dramático «Pro peccatis suae gentis», al susurrado «dum emisit spiritum», a las
invocaciones corales llenas de emoción, pero también de serenidad, dirigidas a María
«fons amoris», para que podamos participar a su dolor materno y hacer arder nuestro
corazón de amor a Cristo, hasta la estrofa final, súplica intensa y potente a Dios
para que al alma le sea dada la gloria del Paraíso, aspiración ultima de la humanidad. También
el Te Deum es un subseguirse de contrastes, pero la atención de Verdi al texto sacro
es minuciosa, tanto de ofrecer una lectura diversa de la tradición. El no ve sólo
el canto de las victorias o de las coronaciones, sino, como escribe, un subseguirse
de situaciones: la exultación inicial - «Te Deum», «Sanctus» -, la contemplación del
Cristo encarnado, que libera y abre el Reino de los Cielos, la invocación al «Judex
venturus», para que tenga misericordia, y por último el grito repetido por el soprano
y el coro «In te, Domine speravi» con el que se cierra la pieza, casi una petición
del mismo Verdi a tener esperanza y luz en el tramo final de la vida. Aquellas que
hemos escuchado esta tarde son las últimas dos piezas escritas por el Compositor,
no destinadas a la publicación, sino escritas sólo para sí mismo; es más, él habría
querido ser sepultado con la partitura del Te Deum. Queridos amigos, deseo que
esta tarde podamos repetir a Dios, con fe: En ti, Señor, repongo, con gozo, mi esperanza,
haz que te ame como tu Santa Madre, para que a mi alma, al final del camino, le sea
dada la gloria del Paraíso. Al Señor Presidente de la Republica Italiana, a las solistas,
a los miembros del Teatro de la Opera de Roma, al Maestro Muti, a los organizadores
y a todos los presentes de nuevo gracias. El Señor los bendiga a ustedes y a sus seres
queridos. (Traducción del italiano: Raúl Cabrera, RV)