(RV).- Benedicto XVI exhortó a unos cinco mil peregrinos de Madrid - que vinieron
a agradecerle al Papa por su viaje a España, para la JMJ - a testimoniar - en todo
momento y por doquier con valentía y fidelidad – la potencia y la luz de Cristo que
transforma el mundo y es el mejor de los amigos. Al recibir en audiencia, en el
Aula Pablo VI - animada por un ambiente de gran alegría y fervor - a estos numerosos
y queridos amigos, encabezados por el Cardenal Arzobispo de Madrid, Antonio María
Rouco Varela, el Santo Padre, evocó al beato Juan Pablo II y sus palabras fueron recibidas
con un conmovido y gran aplauso: «Me complace dar
la bienvenida, junto a la sede de Pedro, a quienes formáis parte de esta peregrinación,
que habéis organizado con ilusión para agradecer al Papa su viaje a España con motivo
de la Jornada Mundial de la Juventud, celebrada el pasado mes de agosto. Saludo cordialmente
a las autoridades, organizadores, patrocinadores y voluntarios, pero, de modo muy
especial, a los jóvenes, que son los protagonistas y principales destinatarios de
esta iniciativa pastoral impulsada vigorosamente por mi amado predecesor, el beato
Juan Pablo II, del que hoy recordamos su tránsito al cielo».
Asegurando que
no olvida la bellísima experiencia vivida en la capital española y que su corazón
se llena de gratitud a Dios porque desde su llegada, «se sucedieron y multiplicaron
las muestras de acogida y hospitalidad, junto a la fe y la alegría de los jóvenes,
que se convirtieron en signos elocuentes de Cristo resucitado», y haciendo hincapié
que «aquel espléndido encuentro sólo puede entenderse a la luz de la presencia del
Espíritu Santo en la Iglesia. Él no deja de infundir aliento en los corazones, y continuamente
nos saca a la plaza pública de la historia, como en Pentecostés, para dar testimonio
de las maravillas de Dios», el Papa reiteró que Cristo cuenta con la importante colaboración
y testimonio de la juventud:
«Vosotros
estáis llamados a cooperar en esta apasionante tarea y merece la pena entregarse a
ella sin reservas. Cristo os necesita a su lado para extender y edificar su Reino
de caridad. Esto será posible si lo tenéis como el mejor de los amigos y lo confesáis
llevando una vida según el evangelio, con valentía y fidelidad. Vosotros estáis llamados
a cooperar en esta apasionante tarea y merece la pena entregarse a ella sin reservas.
Cristo os necesita a su lado para extender y edificar su Reino de caridad. Esto será
posible si lo tenéis como el mejor de los amigos y lo confesáis llevando una vida
según el evangelio, con valentía y fidelidad».
«Alguno podría suponer que esto
no tiene nada que ver con él o que es una empresa que supera sus capacidades y talentos.
Pero no es así», dijo Benedicto XVI, alentando a reflejar con la propia vida la potencia
del amor del Señor que transforma el mundo:
«En esta aventura
nadie sobra. Por ello, no dejéis de preguntaros a qué os llama el Señor y cómo le
podéis ayudar. Todos tenéis una vocación personal que él ha querido proponeros para
vuestra dicha y santidad. Cuando uno se ve conquistado por el fuego de su mirada,
ningún sacrificio parece ya grande para seguirlo y darle lo mejor de sí mismo. Así
hicieron siempre los santos extendiendo la luz del Señor y la potencia de su amor,
transformando el mundo hasta convertirlo en un hogar acogedor para todos, donde Dios
es glorificado y sus hijos bendecidos».
En este contexto, el Papa recordó
que Cristo los ayudará a propagar su bondad, misericordia y consuelo, sin complejos
ni temores:
«Queridos
jóvenes, como aquellos apóstoles de la primera hora, sed también vosotros misioneros
de Cristo entre vuestros familiares, amigos y conocidos, en vuestros ambientes de
estudio o trabajo, entre los pobres y enfermos. Hablad de su amor y bondad con sencillez,
sin complejos ni temores. El mismo Cristo os dará fortaleza para ello. Por vuestra
parte, escuchadlo y tened un trato frecuente y sincero con él. Contadle con confianza
vuestros anhelos y aspiraciones, también vuestras penas y las de las personas que
veáis carentes de consuelo y esperanza. Evocando aquellos espléndidos días, deseo
exhortaros asimismo a que no ahorréis esfuerzo alguno para que los que os rodean lo
descubran personalmente y se encuentren con él, que está vivo, y con su Iglesia».
«Ayer,
con la solemnidad del domingo de Ramos, hemos iniciado la Semana Santa, en la que
seguimos los pasos de Cristo hasta la celebración de su misterio pascual. Lo aclamamos
como Mesías e Hijo de David, agitando, como los niños y jóvenes de Jerusalén, las
palmas de la salvación y del júbilo. Al mismo tiempo, contemplamos su dolorosa pasión
y su humillación hasta la muerte», recordó Benedicto XVI, con una nueva exhortación:
«Os invito,
durante estos días santos, a uniros plenamente a nuestro Redentor, recordando aquel
solemne Vía Crucis de la Jornada Mundial de la Juventud. En él oramos conmovidos ante
la belleza de aquellas imágenes sagradas, que expresaban con hondura los misterios
de nuestra fe. Os animo a cargar también vosotros con vuestra cruz, y la cruz del
dolor y de los pecados del mundo, para que entendáis mejor el amor de Cristo por la
humanidad. Así os sentiréis llamados a proclamar que Dios ama al hombre y le envió
a su Hijo, no para condenarlo, sino para que alcance una vida plena y con sentido».
La
próxima cita de los jóvenes del mundo es la de Río de Janeiro en 2013. Una vez más,
el Santo Padre recibió un gran aplauso cuando puso de relieve que la Iglesia - siempre
joven - prosigue su apostolado por los caminos del mundo, proclamando la alegría cristiana
a toda la humanidad:
«Queridos
amigos, estoy seguro de que ya estáis pensando en ir a Río de Janeiro, donde muchos
jóvenes del mundo entero volverán a congregarse, en lo que sin duda será un hito más
del camino de la Iglesia, siempre joven, que quiere ensanchar el horizonte de las
nuevas generaciones con el tesoro del evangelio, pujanza de vida para el mundo. Como
ahora avanzamos con los ojos fijos en la inminente aurora de la Pascua, que la celebración
de la Jornada Mundial de la Juventud en Brasil sea una nueva y gozosa experiencia
de Cristo resucitado, que conduce a toda la humanidad hacia la claridad de la vida
que procede de Dios».
Antes de despedirse y de dar su bendición, el Papa encomendó
a todos al amparo de la Madre de Dios y Madre nuestra:
«Que María
Santísima, que permaneció silenciosa al pie de la cruz de su Hijo y esperó paciente
el cumplimiento de sus promesas, sea siempre para vosotros Madre de misericordia,
vida, dulzura y esperanza vuestra. Gracias, muchas gracias por vuestra presencia festiva
y jovial, queridos jóvenes. Os bendigo de todo corazón».
(CdM - RV)
Texto
completo del discurso del Papa:
Señor Cardenal Arzobispo de Madrid, Venerados
hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio, Queridos jóvenes, Amigos
todos, Agradezco las amables palabras que me ha dirigido el Señor Cardenal
Antonio María Rouco Varela, haciéndose intérprete de los sentimientos de todos los
aquí presentes, y lo saludo con afecto entrañable, así como a los Señores Obispos
de la Provincia eclesiástica de Madrid y al Señor Obispo de San Sebastián y responsable
del departamento de pastoral de juventud en la Conferencia Episcopal Española. Me
complace dar la bienvenida, junto a la sede de Pedro, a quienes formáis parte de esta
peregrinación, que habéis organizado con ilusión para agradecer al Papa su viaje a
España con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud, celebrada el pasado mes de
agosto. Saludo cordialmente a las autoridades, organizadores, patrocinadores
y voluntarios, pero, de modo muy especial, a los jóvenes, que son los protagonistas
y principales destinatarios de esta iniciativa pastoral impulsada vigorosamente por
mi amado predecesor, el beato Juan Pablo II, del que hoy recordamos su tránsito al
cielo. Tengo muy presentes también a todos los obispos de España y a los
delegados episcopales de juventud, que tanto colaboraron en las diócesis para el feliz
desarrollo de ese significativo evento eclesial. Y no puedo dejar de mencionar a los
miembros de la Vida Consagrada y a tantas otras personas e instituciones que ofrecieron
su valiosa y generosa aportación a la culminación de este mismo fin. Siempre
que traigo a mi memoria la vigésimo sexta Jornada Mundial de la Juventud vivida en
Madrid, mi corazón se llena de gratitud a Dios por la experiencia de gracia de aquellos
días inolvidables. Desde mi llegada, se sucedieron y multiplicaron las muestras de
acogida y hospitalidad, junto a la fe y la alegría de los jóvenes, que se convirtieron
en signos elocuentes de Cristo resucitado. Queridos amigos, aquel espléndido
encuentro sólo puede entenderse a la luz de la presencia del Espíritu Santo en la
Iglesia. Él no deja de infundir aliento en los corazones, y continuamente nos saca
a la plaza pública de la historia, como en Pentecostés, para dar testimonio de las
maravillas de Dios. Vosotros estáis llamados a cooperar en esta apasionante tarea
y merece la pena entregarse a ella sin reservas. Cristo os necesita a su lado para
extender y edificar su Reino de caridad. Esto será posible si lo tenéis como el mejor
de los amigos y lo confesáis llevando una vida según el evangelio, con valentía y
fidelidad. Alguno podría suponer que esto no tiene nada que ver con él o
que es una empresa que supera sus capacidades y talentos. Pero no es así. En esta
aventura nadie sobra. Por ello, no dejéis de preguntaros a qué os llama el Señor y
cómo le podéis ayudar. Todos tenéis una vocación personal que él ha querido proponeros
para vuestra dicha y santidad. Cuando uno se ve conquistado por el fuego de su mirada,
ningún sacrificio parece ya grande para seguirlo y darle lo mejor de sí mismo. Así
hicieron siempre los santos extendiendo la luz del Señor y la potencia de su amor,
transformando el mundo hasta convertirlo en un hogar acogedor para todos, donde Dios
es glorificado y sus hijos bendecidos. Queridos jóvenes, como aquellos apóstoles
de la primera hora, sed también vosotros misioneros de Cristo entre vuestros familiares,
amigos y conocidos, en vuestros ambientes de estudio o trabajo, entre los pobres y
enfermos. Hablad de su amor y bondad con sencillez, sin complejos ni temores. El mismo
Cristo os dará fortaleza para ello. Por vuestra parte, escuchadlo y tened un trato
frecuente y sincero con él. Contadle con confianza vuestros anhelos y aspiraciones,
también vuestras penas y las de las personas que veáis carentes de consuelo y esperanza.
Evocando aquellos espléndidos días, deseo exhortaros asimismo a que no ahorréis esfuerzo
alguno para que los que os rodean lo descubran personalmente y se encuentren con él,
que está vivo, y con su Iglesia. Ayer, con la solemnidad del domingo de
Ramos, hemos iniciado la Semana Santa, en la que seguimos los pasos de Cristo hasta
la celebración de su misterio pascual. Lo aclamamos como Mesías e Hijo de David, agitando,
como los niños y jóvenes de Jerusalén, las palmas de la salvación y del júbilo. Al
mismo tiempo, contemplamos su dolorosa pasión y su humillación hasta la muerte. Os
invito, durante estos días santos, a uniros plenamente a nuestro Redentor, recordando
aquel solemne Vía Crucis de la Jornada Mundial de la Juventud. En él oramos conmovidos
ante la belleza de aquellas imágenes sagradas, que expresaban con hondura los misterios
de nuestra fe. Os animo a cargar también vosotros con vuestra cruz, y la cruz del
dolor y de los pecados del mundo, para que entendáis mejor el amor de Cristo por la
humanidad. Así os sentiréis llamados a proclamar que Dios ama al hombre y le envió
a su Hijo, no para condenarlo, sino para que alcance una vida plena y con sentido. Queridos
amigos, estoy seguro de que ya estáis pensando en ir a Río de Janeiro, donde muchos
jóvenes del mundo entero volverán a congregarse, en lo que sin duda será un hito más
del camino de la Iglesia, siempre joven, que quiere ensanchar el horizonte de las
nuevas generaciones con el tesoro del evangelio, pujanza de vida para el mundo. Como
ahora avanzamos con los ojos fijos en la inminente aurora de la Pascua, que la celebración
de la Jornada Mundial de la Juventud en Brasil sea una nueva y gozosa experiencia
de Cristo resucitado, que conduce a toda la humanidad hacia la claridad de la vida
que procede de Dios. Que María Santísima, que permaneció silenciosa al
pie de la cruz de su Hijo y esperó paciente el cumplimiento de sus promesas, sea siempre
para vosotros Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza vuestra. Gracias, muchas
gracias por vuestra presencia festiva y jovial, queridos jóvenes. Os bendigo de todo
corazón.