(RV).- Ayer por la tarde se leyó en la cárcel romana de Rebibbia el mensaje de Benedicto
XVI, firmado en el Vaticano el pasado 22 de marzo, con motivo del Vía Crucis que presidirá
en esta Casa penitenciaria el Cardenal Agostino Vallini, Vicario del Papa para la
diócesis de Roma, con la participación de detenidos, agentes penitenciarios y grupos
de fieles de diversas parroquias de la ciudad.
A estos queridos hermanos,
el Santo Padre les escribe que se siente particularmente cercano en esta iniciativa,
porque siempre está vivo en su corazón el recuerdo de la visita que realizó a la cárcel
de Rebibbia poco antes de la pasada Navidad. Y añade que recuerda los rostros de las
personas que ha encontrado y las palabras que ha escuchado, y que han dejado en el
Obispo de Roma un signo profundo. Por esta razón, el Papa se une espiritualmente a
su oración, dando continuidad, de este modo, a su presencia entre ellos, a la vez
que agradece por esto, en particular, a sus Capellanes.
“Sé que este Vía Crucis
quiere ser un signo de reconciliación”, escribe el Papa. Porque como dijo uno de los
detenidos durante el encuentro que mantuvo con Su Santidad, “la cárcel sirve para
volver a levantarse después de haber caído, para reconciliarse consigo mismo, con
los demás y con Dios”; y, de este modo, sirve para poder entrar nuevamente en la sociedad.
Asimismo el Santo Padre recuerda que “cuando en el Vía Crucis vemos a Jesús que cae
al suelo –una, dos, tres veces– comprendemos que Él ha compartido nuestra condición
humana”. Y añade que “el peso de nuestros pecados lo ha hecho caer; pero tres veces
Jesús se ha levantado y ha proseguido el camino hacia el Calvario”; de modo que, “con
su ayuda”, también nosotros podemos volver a levantarnos de nuestras caídas, y tal
vez ayudar a otro, a un hermano, a levantarse también.
Al preguntarse ¿qué
daba a Jesús la fuerza para ir hacia adelante?, el Papa responde “la certeza de que
el Padre estaba con Él”. “Si bien en su corazón estaba toda la amargura del abandono
–prosigue Benedicto XVI– Jesús sabía que el Padre lo amaba, y precisamente este amor
inmenso, esta misericordia infinita del Padre celestial lo consolaba y era más grande
que las violencias y los ultrajes que lo circundaban”. Incluso si todos lo despreciaban
y no lo trataban como hombre, Jesús, “en su corazón, tenía la firme certeza de ser
siempre hijo, el Hijo amado de Dios Padre”.
De ahí que el Papa les diga a
estos “queridos amigos” que el gran don que Jesús nos ha hecho con su Vía Crucis es
revelarnos que Dios es amor infinito, es misericordia, y lleva hasta el final el peso
de nuestros pecados, para que nosotros podamos volver a levantarnos, reconciliarnos
y encontrar la paz. Por eso no debemos tener miedo de recorrer nuestro “vía crucis”
y llevar nuestra cruz junto a Jesús. Porque Él está con nosotros. Y con nosotros –añade–
está también María, su madre y nuestra madre, que permanece fiel también a los pies
de nuestra cruz, y reza por nuestra resurrección, porque cree firmemente que, también
en la noche más oscura, la última palabra es la luz del amor de Dios.
Con
esta esperanza, basada en la fe, el Santo Padre les desea a todos los presos de Rebibbia
que vivan la próxima Pascua en la paz y en la alegría que Cristo ha pagado con su
sangre, y con gran afecto les imparte su bendición apostólica, extendiéndola de corazón
a sus familiares y seres queridos. (María Fernanda Bernasconi – RV).