(RV).- Una vez finalizada la Misa en el Parque del Bicentenario de León el Papa rezó
con los fieles allí reunidos la oración mariana del ángelus. A los queridos hermanos
y hermanas presentes, Su Santidad les recordó que en el Evangelio de este domingo,
Jesús habla del grano de trigo que cae en tierra, muere y se multiplica, respondiendo
a algunos griegos que se acercan al apóstol Felipe para pedirle: “Quisiéramos ver
a Jesús”. Y nosotros hoy –dijo el Papa– invocamos a María Santísima y le suplicamos:
“Muéstranos a Jesús”.
Al rezar ahora el Ángelus, recordando la Anunciación
del Señor, nuestros ojos también se dirigen espiritualmente hacia el cerro del Tepeyac,
al lugar donde la Madre de Dios, bajo el título de «la siempre virgen santa María
de Guadalupe», es honrada con fervor desde hace siglos, como signo de reconciliación
y de la infinita bondad de Dios para con el mundo.
Benedicto XVI también
recordó que sus Predecesores en la Cátedra de san Pedro la honraron con títulos tan
entrañables como “Señora de México, celestial Patrona de Latinoamérica, Madre y Emperatriz
de este Continente”. Mientras sus fieles hijos, a la vez que experimentan sus auxilios,
la invocan llenos de confianza con nombres tan afectuosos y familiares como “Rosa
de México, Señora del Cielo, Virgen Morena, Madre del Tepeyac, Noble Indita”.
Queridos
hermanos, no olviden que la verdadera devoción a la Virgen María nos acerca siempre
a Jesús, y «no consiste ni en un estéril y transitorio sentimentalismo, ni en una
vana credulidad, sino que procede de la fe verdadera, que nos lleva a reconocer la
excelencia de la Madre de Dios y nos inclina a un amor filial hacia nuestra Madre
y a la imitación de sus virtudes» (Lumen gentium, 67).
“Amarla –dijo el
Papa– es comprometerse a escuchar a su Hijo, venerar a la Guadalupana es vivir según
las palabras del fruto bendito de su vientre”.
En estos momentos en que
tantas familias se encuentran divididas o forzadas a la migración, cuando muchas padecen
a causa de la pobreza, la corrupción, la violencia doméstica, el narcotráfico, la
crisis de valores o la criminalidad, acudimos a María en busca de consuelo, fortaleza
y esperanza. Es la Madre del verdadero Dios, que invita a estar con la fe y la caridad
bajo su sombra, para superar así todo mal e instaurar una sociedad más justa y solidaria.
Y concluyó afirmando que con estos sentimientos, también el Sucesor de
Pedro deseaba “poner nuevamente bajo la dulce mirada de Nuestra Señora de Guadalupe
a este país y a toda Latinoamérica y el Caribe”.
Confío a cada uno de sus
hijos a la Estrella de la primera y de la nueva evangelización, que ha animado con
su amor materno su historia cristiana, dando expresión propia a sus gestas patrias,
a sus iniciativas comunitarias y sociales, a la vida familiar, a la devoción personal
y a la Misión continental que ahora se está desarrollando en estas nobles tierras.
En tiempos de prueba y dolor, ella ha sido invocada por tantos mártires que, a la
voz de «viva Cristo Rey y María de Guadalupe», han dado testimonio inquebrantable
de fidelidad al Evangelio y entrega a la Iglesia. Le suplico ahora que su presencia
en esta querida Nación continúe llamando al respeto, defensa y promoción de la vida
humana y al fomento de la fraternidad, evitando la inútil venganza y desterrando el
odio que divide. Santa María de Guadalupe nos bendiga y nos alcance por su intercesión
abundantes gracias del Cielo.
Texto y audio completo del Ángelus
(Audio)
Queridos
hermanos y hermanas
En el Evangelio de este domingo, Jesús habla del
grano de trigo que cae en tierra, muere y se multiplica, respondiendo a algunos griegos
que se acercan al apóstol Felipe para pedirle: «Quisiéramos ver a Jesús» (Jn 12,21).
Nosotros hoy invocamos a María Santísima y le suplicamos: «Muéstranos a Jesús». Al
rezar ahora el Angelus, recordando la Anunciación del Señor, nuestros ojos también
se dirigen espiritualmente hacia el cerro del Tepeyac, al lugar donde la Madre de
Dios, bajo el título de «la siempre virgen santa María de Guadalupe», es honrada con
fervor desde hace siglos, como signo de reconciliación y de la infinita bondad de
Dios para con el mundo.
Mis Predecesores en la Cátedra de san Pedro
la honraron con títulos tan entrañables como Señora de México, celestial Patrona de
Latinoamérica, Madre y Emperatriz de este Continente. Sus fieles hijos, a su vez,
que experimentan sus auxilios, la invocan llenos de confianza con nombres tan afectuosos
y familiares como Rosa de México, Señora del Cielo, Virgen Morena, Madre del Tepeyac,
Noble Indita.
Queridos hermanos, no olviden que la verdadera devoción
a la Virgen María nos acerca siempre a Jesús, y «no consiste ni en un estéril y transitorio
sentimentalismo, ni en una vana credulidad, sino que procede de la fe verdadera, que
nos lleva a reconocer la excelencia de la Madre de Dios y nos inclina a un amor filial
hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes» (Lumen gentium, 67). Amarla
es comprometerse a escuchar a su Hijo, venerar a la Guadalupana es vivir según las
palabras del fruto bendito de su vientre.
En estos momentos en que
tantas familias se encuentran divididas o forzadas a la migración, cuando muchas padecen
a causa de la pobreza, la corrupción, la violencia doméstica, el narcotráfico, la
crisis de valores o la criminalidad, acudimos a María en busca de consuelo, fortaleza
y esperanza. Es la Madre del verdadero Dios, que invita a estar con la fe y la caridad
bajo su sombra, para superar así todo mal e instaurar una sociedad más justa y solidaria.
Con estos sentimientos, deseo poner nuevamente bajo la dulce mirada
de Nuestra Señora de Guadalupe a este País y a toda Latinoamérica y el Caribe. Confío
a cada uno de sus hijos a la Estrella de la primera y de la nueva evangelización,
que ha animado con su amor materno su historia cristiana, dando expresión propia a
sus gestas patrias, a sus iniciativas comunitarias y sociales, a la vida familiar,
a la devoción personal y a la Misión continental que ahora se está desarrollando en
estas nobles tierras. En tiempos de prueba y dolor, ella ha sido invocada por tantos
mártires que, a la voz de «viva Cristo Rey y María de Guadalupe», han dado testimonio
inquebrantable de fidelidad al Evangelio y entrega a la Iglesia. Le suplico ahora
que su presencia en esta querida Nación continúe llamando al respeto, defensa y promoción
de la vida humana y al fomento de la fraternidad, evitando la inútil venganza y desterrando
el odio que divide. Santa María de Guadalupe nos bendiga y nos alcance por su intercesión
abundantes gracias del Cielo.