¡En Cristo anunciamos con alegría al mundo el amor de Dios!
(RV).- Un nuevo encuentro fraterno y un nuevo impulso en el camino ecuménico, destacó
Benedicto XVI en la celebración con el Arzobispo de Canterbury, de las primeras vísperas
del III Domingo de Cuaresma, con la participación del Primado de la Iglesia Anglicana,
en la antigua e histórica Iglesia romana de los Santos Andrés y Gregorio, en el monte
Celio.
En la intensa jornada ecuménica, de este sábado, en la que el Papa recibió
por la mañana en el Vaticano, al Arzobispo de Canterbury, y por la tarde, prosiguió
con la solemne celebración del milenario de la fundación de la Casa Madre de los Camaldulenses
y la memoria del Tránsito de San Gregorio Magno, Benedicto XVI y Rowan Williams inauguraron
también la Capilla de San Gregorio, como lugar de oración para los peregrinos anglicanos
que visiten Roma y que hospeda la Cruz donada en esta circunstancia por el Primado
anglicano.
Son varias las oportunidades en que Benedicto XVI ha mantenido encuentros
con el Primado de la Iglesia Anglicana, pero esta celebración ecuménica, de este sábado
10 de marzo, tuvo un matiz especial. Es la tercera vez, que un Papa y un Arzobispo
de Canterbury acuden juntos al histórico lugar del Celio, donde se encuentra el monasterio
entre cuyos monjes Gregorio Magno eligió al que iba a ser san Agustín de Canterbury
y a los otros cuarenta camaldulenses, para que llevaran el Evangelio a los Anglosajones.
Texto
completo de las palabras del Papa:
¡Vuestra gracia, Venerables Hermanos,
queridos monjes y monjas camaldulenses, queridos hermanos y hermanas!
Me da
gran alegría estar hoy aquí en esta Basílica de San Gregorio en el Celio para la celebración
solemne de las Vísperas en la memoria del Tránsito de San Gregorio Magno. Con ustedes,
queridos Hermanos y Hermanas de la Familia camaldulense, doy gracias a Dios por los
mil años de la fundación de la Sagrada Ermita de Camaldoli, de parte de San Romualdo.
Me alegro mucho de la presencia, en esta circunstancia particular, de Vuestra Gracia
Rowan Williams, arzobispo de Canterbury. A usted, querido Hermano en Cristo, a cada
uno de vosotros, queridos religiosos y religiosas, y a todos los presentes mi más
cordial saludo.
Hemos escuchado dos lecturas de San Pablo. La primera,
tomada de la segunda carta a los Corintios, tiene particular sintonía con el tiempo
litúrgico en el que vivimos: la Cuaresma. Pues, contiene la exhortación del Apóstol
a aprovechar el momento favorable para recibir la gracia de Dios. El momento favorable
es, naturalmente, el que Jesucristo vino a revelarnos y darnos el amor de Dios por
nosotros, con su Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección. El "día de la salvación"
es esa realidad que san Pablo llama la "plenitud de los tiempos", el momento en que
Dios encarnándose entra de una forma única en el tiempo y lo llena de su gracia.
A nosotros nos corresponde pues recibir este don, que es el mismo Jesús: su Persona,
su Palabra, su Espíritu Santo. Además, en la primera lectura que hemos escuchado,
San Pablo nos habla de sí mismo y de su apostolado. De cómo: se esfuerza por ser fiel
a Dios en su ministerio, para que sea verdaderamente eficaz y no un obstáculo para
la fe. Estas palabras nos hacen pensar en San Gregorio Magno, en el testimonio luminoso
que dio al pueblo de Roma y a la Iglesia entera, con un servicio impecable y lleno
de celo por el Evangelio. Verdaderamente, se puede aplicar también a Gregorio lo que
Pablo escribió de sí mismo: la gracia de Dios en él no fue estéril (cf. 1 Cor 15:10).
Éste es en realidad el secreto para la vida de cada uno de nosotros recibir la gracia
de Dios y aceptar con todo el corazón y todas las fuerzas su acción. Éste es también
el secreto de la verdadera alegría y de la paz profunda.
La segunda lectura,
tomada la Carta a los Colosenses, nos presenta las palabras - siempre tan conmovedoras
por su alcance pastoral y espiritual - que el Apóstol dirige a los miembros de esa
comunidad para formarlos según el Evangelio, para que todo lo que hagan, en palabras
y obras, sea siempre en nombre del Señor Jesús, dando gracias por él a Dios Padre
en palabra y obra, todo en el nombre del Señor Jesús" (Col. 3, 17). "Sean perfectos",
dijo el Maestro a sus discípulos, y ahora el Apóstol exhorta a vivir según esta elevada
medida de vida del cristiano, que es la santidad. Puede hacerlo, porque los hermanos
a los que se dirige son elegidos por Dios, santos y amados". También aquí en la base
de todo está la gracia de Dios, el don de la llamada, el misterio del encuentro con
Jesús vivo. Pero esta gracia requiere la respuesta de los bautizados: requiere el
compromiso de revestirse con los sentimientos de Cristo: ternura, bondad, humildad,
mansedumbre, magnanimidad, perdón mutuo, y, sobre todo, como síntesis y culminación,
el ágape, el amor que Dios nos ha dado a través de Jesús y que el Espíritu Santo ha
derramado en nuestros corazones. Y para revestirnos de Cristo, su Palabra debe habitar
entre nosotros y en nosotros con toda su riqueza y abundancia. En un clima de constante
acción de gracias, la comunidad cristiana se nutre de la Palabra y eleva a Dios, como
canto de alabanza, la Palabra que Él nos ha dado. Y cada acción, cada gesto, cada
servicio se lleva a cabo dentro de esta relación profunda con Dios, en el movimiento
interior del amor trinitario que viene a nosotros y vuelve a subir hacia Dios, movimiento
que en la celebración del Sacrificio Eucarístico encuentra su forma más alta.
Esta
palabra también ilumina las circunstancias felices que nos ven juntos hoy, en el nombre
de San Gregorio Magno. Gracias a la fidelidad y a la benevolencia del Señor, la Congregación
de los Monjes camaldulenses de la Orden de San Benito pudo recorrer mil años de historia,
nutriéndose cada día con la Palabra de Dios y la Eucaristía, como les había enseñado
su fundador San Romualdo, según el " triplex bonum " de la soledad, la vida en común
y de la evangelización. Figuras ejemplares de hombres y mujeres de Dios, como San
Pedro Damián, Graciano - el autor del Decretum - San Bruno de Querfurt y los cinco
hermanos mártires, Rodolfo I y II, la beata Gerardesca, la beata Juana y el Beato
Pablo Justiniani, hombres de ciencia y de arte, como Fray Mauro el Cosmógrafo, Lorenzo
Monaco, Ambrogio Traversari, Pedro Delfino y Guido Grandi, historiadores ilustres,
como los cronistas Camaldulenses Giovanni Benedetto y Anselmo Mittarelli Costadoni;
celosos pastores de la Iglesia, entre los cuales el Papa Gregorio XVI, han mostrado
los horizontes y la gran fecundidad de la tradición camaldulense.
Cada fase
de la larga historia de los camaldulenses conoció testimonios fieles del Evangelio,
no sólo en el silencio del escondimiento y la soledad y en la oración común, compartida
con los hermanos, sino también un servicio humilde y generoso hacia todos. Especialmente
fecunda fue la bienvenida ofrecida en los monasterios camaldulenses. En el momento
del humanismo florentino los muros camaldulenses acogieron las célebres Disputationes,
en las que participaron grandes humanistas como Marsilio Ficino y Cristoforo Landino:
en los años dramáticos de la Segunda Guerra Mundial, los mismos claustros favorecieron
el nacimiento del célebre "Código de Camaldoli" , una de las fuentes más significativas
de la Constitución de la República Italiana. No menos fecundos fueron los años del
Concilio Vaticano II, durante los cuales maduraron entre los camaldulenses personalidades
de gran valor, que enriquecieron la congregación y la Iglesia y promovieron nuevos
impulsos en los Estados Unidos de América, en Tanzania, en India y en Brasil. En todo
esto, era una garantía de fecundidad el apoyo de los monjes y monjas que acompañaban
las nuevas fundaciones con la oración constante, vivida en la profundidad de su ‘reclusión’,
a veces llegando al heroísmo.
El 17 de septiembre de 1993, el Beato Papa Juan
Pablo II, encontrado a los monjes en la Sagrada Ermita de Camaldoli, comentó el tema
de inminente Capítulo General, "Elegir la esperanza, elegir el futuro", con estas
palabras: "Elegir la esperanza y el futuro es, en última instancia, elegir a Dios...
Significa elegir a Cristo, esperanza de cada hombre. " Y agregó: "Esto es particularmente
cierto, en esa forma de vida que Dios mismo ha suscitado en la Iglesia, inspirando
a San Romualdo para que fundara la familia benedictina de Camaldoli, con el complemento
característico de la Ermita y el Monasterio, la vida solitaria y cenobítica coordinadas
entre ellas". Mi Predecesor, el Beato Juan Pablo II también señaló que "elegir a Dios
significa cultivar, humilde y pacientemente - aceptando, los tiempos de Dios - el
diálogo ecuménico e interreligioso", partiendo siempre de la fidelidad al carisma
original recibido de San Romualdo y trasmitido a través de una milenaria y multiforme
tradición.
Alentados por la visita y las palabras del Sucesor de Pedro, ustedes
los monjes y las monjas Camaldulenses han seguido su camino, buscando siempre el justo
equilibrio entre el espíritu ermitaño y la vida cenobítica, entre la necesidad de
dedicarse por completo a Dios en la soledad y el sostenerse mutuamente con la oración
en común y dar la bienvenida a los hermanos para que puedan recurrir a las fuentes
de vida espiritual y juzgar los acontecimientos del mundo, con conciencia verdaderamente
evangélica. Así ustedes tratan de lograr esa perfecta caridad, que San Gregorio Magno
consideraba como meta de toda manifestación de fe, compromiso que se confirma con
vuestro lema: "Ego vobis, Vos Mihi", síntesis de la fórmula de la alianza entre Dios
y su pueblo, y fuente de la perenne vitalidad de vuestro carisma.
El Monasterio
de San Gregorio en el Celio es el contexto romano en el que celebramos el milenio
de Camaldoli, junto con Vuestra Gracia el Arzobispo de Canterbury, que al igual que
nosotros, reconoce este monasterio como lugar de nacimiento de la relación entre el
cristianismo y las Tierras británicas y la Iglesia de Roma. La celebración de hoy
se caracteriza así por un profundo carácter ecuménico que, como sabemos, ya es parte
del espíritu contemporáneo camaldulense. Este Monasterio camaldulenses romano ha desarrollado
con Canterbury y la Comunión Anglicana - especialmente después del Concilio Vaticano
II - vínculos ya tradicionales. Por tercera vez, hoy el Obispo de Roma encuentra al
arzobispo de Canterbury, en la casa de San Gregorio Magno. Y es de justicia que así
sea, porque precisamente desde este monasterio el Papa Gregorio eligió a Agustín y
sus 40 monjes para enviarlos a llevar el Evangelio a los anglosajones, hace poco más
de mil cuatrocientos años. La presencia constante de los monjes en este lugar, y por
tanto tiempo, es ya de por sí un testimonio de la fidelidad de Dios a su Iglesia,
que con alegría podemos anunciar al mundo entero. Anhelamos que el signo que juntos
colocaremos ante el altar sagrado donde el mismo San Gregorio celebraba el Sacrificio
eucarístico, no quede solo como recuerdo de nuestro encuentro fraterno, sino como
un estímulo para todos los fieles católicos y anglicanos, para que visitando en Roma
las tumbas gloriosas de los santos Apóstoles y Mártires, renueven el compromiso de
orar constantemente y de trabajar por la unidad, para vivir plenamente según aquel
"Ut unum sint", que Jesús dirigió al Padre.
Este profundo deseo, que tenemos
la alegría de compartir, lo encomendamos a la intercesión de San Gregorio Magno y
de San Romualdo. Amén.