Jesús carga sobre sí la pena de todos los hombres oprimidos por el mal
(RV).- (Con Audios) Esta mañana al finalizar la Audiencia General Su Santidad
Benedicto XVI lanzó un fuerte llamamiento tras la ola de frío y de hielo que está
abatiendo algunas regiones de Europa provocando ingentes daños: “Deseo manifestar
–dijo el Papa- mi más viva cercanía a las poblaciones golpeadas por tan intenso mal
tiempo, mientras invito a la oración por las víctimas y sus familiares”. Benedicto
XVI alentó en su mensaje a practicar la solidaridad para que las personas probadas
por tan trágicos eventos, sean socorridas con generosidad.
La Catequesis del
Papa en el marco de la Audiencia General celebrada esta mañana en el Aula Pablo VI
del Vaticano estuvo centrada en la oración de Jesús en el momento de su muerte, «Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», "cuando Jesús reza usando las palabras
del salmo veintidós, carga sobre sí la pena de todos los hombres oprimidos por el
mal, y los lleva hasta el corazón de Dios con la certeza de que su grito será escuchado
en la resurrección". Patricia L. Jáuregui Romero - RV
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en Español
TEXTO
SALUDOS PAPA EN ESPAÑOL Queridos hermanos y hermanas: Nuestra reflexión de hoy
se centra sobre la oración de Jesús en el momento de su muerte, según la narración
de san Marcos y san Mateo. Las seis horas de Jesús sobre la cruz, con los insultos
de diversos grupos y la oscuridad que cubrió toda la tierra, culminan con el grito
de su oración: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Jesús reza usando
las palabras del comienzo del salmo veintidós, en las que el salmista manifiesta no
sólo el sentimiento de abandono por parte de Dios, sino también la seguridad de su
presencia en medio de su pueblo. De esta manera, en el momento del sufrimiento y el
abandono, manifiesta su confianza en la cercanía del Padre. Además, haciendo suyo
este salmo del pueblo de Israel que sufre, Jesús carga sobre sí la pena de todos los
hombres oprimidos por el mal, y los lleva hasta el corazón de Dios con la certeza
de que su grito será escuchado en la resurrección. Así, en el momento extremo, cuando
parece que Dios está ausente y en silencio, Jesús reza abandonándose en sus manos.
Saludo
cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los sacerdotes del
Colegio Sacerdotal Argentino en Roma, a los participantes en el curso promovido por
el Centro Internacional de Animación Misionera, a los grupos venidos de España, México,
Nicaragua y otros países latinoamericanos. Que la oración de Jesús sobre la cruz nos
enseñe a dirigirnos a Dios con la certeza de que él está siempre presente y nos escucha,
y a rezar de modo especial por aquellos hermanos nuestros que sufren o pasan necesidad,
para que también ellos sientan el amor de Dios que nunca los abandona. Muchas gracias.
Traducción
completa de la catequesis del Papa
Queridos hermanos y hermanas,
Hoy
me gustaría reflexionar con vosotros sobre la oración de Jesús ante la inminencia
de la muerte, deteniéndome sobre lo que nos dicen San Marcos y San Mateo. Los dos
evangelistas nos refieren la oración de Jesús muriéndose no sólo en la lengua griega,
con la que está escrita su historia, sino también, por la importancia de aquellas
palabras, en una mezcla de hebreo y arameo. De esta manera se ha transmitido no sólo
el contenido, sino también el sonido con que esta oración ha vibrado en los labios
de Jesús. Escuchamos, realmente, tal como eran las palabras de Jesús. Al mismo tiempo,
los dos evangelistas nos han descrito la actitud de los presentes en la crucifixión,
que no entendieron -o no quisieron entender - esta oración. Escribe San Marcos,
como hemos escuchado: "Al mediodía, se oscureció toda la tierra hasta las tres de
la tarde. Y a esa hora, Jesús exclamó en alta voz: "Eloí, Eloí, lemá sabactáni?" que
significa "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? '" (15:34) En la estructura
de la historia, la oración, el grito de Jesús se produce al final de las tres horas
de oscuridad que, desde el mediodía hasta las tres de la tarde, cayeron sobre toda
la tierra. Estas tres horas de tinieblas son, a su vez, la continuación de un anterior
lapso de tiempo, también de unas tres horas, iniciado con la crucifixión de Jesús.
El evangelista Marcos, de hecho, nos informa que: "Ya eran las nueve de la mañana
cuando lo crucificaron. "(cf. 15:25). De todas las indicaciones horarias de la historia,
las seis horas de Jesús en la cruz se dividen en dos partes cronológicamente equivalentes. En
las primeras tres horas, desde las nueve hasta mediodía, se producen las burlas de
los diferentes grupos de personas que muestran su escepticismo, que afirman no creer.
San Marcos escribe: "Los que pasaban lo injuriaban" (15:29), " De la misma manera,
los sumos sacerdotes y los escribas se burlaban de él" (15:31), "e incluso los que
estaban crucificados con él le injuriaban "(15:32). En las siguientes tres horas,
desde el mediodía "hasta las tres de la tarde", el evangelista habla sólo de que la
oscuridad descendió sobre toda la tierra; hay solo la oscuridad que ocupa toda la
escena, sin ninguna referencia a los movimientos de los personajes o a las palabras.
Cuando Jesús se va acercando cada vez más a la muerte, sólo hay la oscuridad que
cae "sobre toda la tierra".
Incluso el cosmos participa en este evento: la
oscuridad envuelve a las personas y a las cosas, pero incluso en este momento de tinieblas,
Dios está presente, no abandona. En la tradición bíblica, la oscuridad tiene un significado
ambivalente: es un signo de la presencia y de la acción del mal, pero también de una
misteriosa presencia y acción de Dios, que es capaz de vencer todas las tinieblas.
En El libro del Éxodo, por ejemplo, leemos:
“El Señor dijo a Moisés: «Yo
vendré a encontrarme contigo en medio de una densa nube (19,9) e insiste otra vez:
«mientras el pueblo se mantenía a distancia, Moisés se acercó a la nube oscura donde
estaba Dios. (20:21). Y en los discursos del Deuteronomio, Moisés dice: “la montaña
ardía envuelta en un fuego que se elevaba hasta lo más alto del cielo, entre negros
nubarrones y una densa oscuridad” (4:11), vosotros “oísteis la voz que salía de las
tinieblas, mientras la montaña ardía envuelta en llamas” "(5:23). En la escena de
la crucifixión de Jesús las tinieblas envuelven la tierra y son tinieblas de muerte
en las que el Hijo de Dios se sumerge para dar la vida, con su acto de amor.
Volviendo
a la narración de San Marcos, ante los insultos de las diferentes categorías de personas,
en la oscuridad que se cierne sobre todo, en el momento que se enfrenta a la muerte,
Jesús con el grito de su oración muestra que, junto a la carga del sufrimiento y de
la muerte en la que parece estar el abandono, la ausencia de Dios, Él tiene la plena
certeza de la cercanía del Padre, que aprueba este acto supremo de amor, del don total
de Sí mismo, aunque no se escuche, como en otras ocasiones, la voz desde arriba.
Leyendo
los Evangelios, vemos que en otros momentos importantes de su existencia terrena Jesús
habían visto asociarse a los signos de la presencia del Padre y la aprobación de su
camino del amor, también la voz clarificadora de Dios. Así lo constatamos, en la historia
que sigue al bautismo en el Jordán, con el desgarramiento de los cielos, se escucha
la palabra del Padre: " Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección”
(Mc 1,11). En la transfiguración, después, al signo de la nube se acompaña la palabra:
" Este es mi Hijo muy querido, escuchadlo» (Mc 9,7). En cambio, en la proximidad de
la muerte en la Cruz, cae el silencio, no se oye ninguna voz, pero la mirada del amor
del Padre permanece fija en el don del amor del Hijo.
Pero ¿qué significado
tiene la oración de Jesús, aquel grito que dirige al Padre: «Dios mío, Dios mío, ¿por
qué me has abandonado?» En esta oración ¿se encuentra quizá la conciencia de haber
sido abandonado? ¿La duda de su misión y de la presencia del Padre? Las palabras que
Jesús dirige al Padre son el comienzo del Salmo 22, en el que el Salmista manifiesta
a Dios la tensión entre su sentir que ha sido dejado solo y la conciencia certera
de la presencia de Dios en medio de su pueblo. El salmista reza: «Dios mío, Te invoco
de día, y no respondes, de noche, y no encuentro descanso; y sin embargo, tú eres
el Santo, que reinas entre las alabanzas de Israel». (v 3-4). El Salmista habla de
“grito” para expresar todo el sufrimiento de su oración ante Dios, aparentemente ausente:
en el momento de angustia el rezo se vuelve un grito.
Ello sucede también en
nuestra relación con el Señor: ante las situaciones más difíciles y dolorosas, cuando
parece que Dios no escucha, no debemos tener miedo de encomendarle a Él todo el peso
que llevamos en nuestro corazón, no debemos tener miedo de gritarle a El nuestro sufrimiento.
Pues Él está cerca de nosotros aunque calle aparentemente.
Repitiendo desde
la cruz, precisamente la palabras que abren el Salmo 22 – «Elì, Elì, lemà sabactàni?»
– «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27,46), gritando las palabras
del Salmo, Jesús reza en el momento del último rechazo de los hombres, en el momento
del abandono; pero reza con este Salmo, con la conciencia de la presencia de Dios
Padre también en esta hora en la que vive el drama humano de la muerte. Pero, en nosotros
emerge una pregunta: ¿cómo es posible que un Dios tan poderoso no intervenga para
librar a su Hijo de esta prueba terrible? Es importante comprender que la oración
de Jesús no es el grito del que va hacia la muerte con desesperación, así como tampoco
es el grito del que sabe que ha sido abandonado. Jesús en ese momento hace suyo todo
el Salmo 22, el Salmo del pueblo de Israel que sufre, y de, este modo, toma sobre
Sí no sólo la pena de su pueblo, sino también la de todos los hombres que sufren por
la opresión del mal y, al mismo tiempo, presenta todo ello al corazón del mismo Dios,
con la certeza de que su grito será escuchado en la resurrección: «el grito en el
extremo tormento es al mismo tiempo certeza de la respuesta divina, certeza de la
salvación – non sólo para el mismo Jesús, sino para “muchos” » (Jesús de Nazaret II,
239-240).
En esta oración de Jesús se encierra la extrema confianza y la entrega
en las manos de Dios, aun Dios cuando parece ausente, aun cuando parece permanecer
en silencio, siguiendo un diseño que para nosotros es incomprensible. En el Catecismo
de la Iglesia Católica leemos así: «En el amor redentor que le unía siempre al Padre
(cf. Jn 8, 29), nos asumió desde el alejamiento con relación a Dios por nuestro pecado
hasta el punto de poder decir en nuestro nombre en la cruz: "Dios mío, Dios mío, ¿por
qué me has abandonado?». (n. 603). El suyo es un sufrir en comunión con nosotros
y por nosotros, que deriva del amor y lleva en sí la redención y la victoria del amor.
Las
personas presentes a los pies de la cruz de Jesús no logran comprender y piensan que
su grito sea una súplica dirigida a Elías. En una escena concitada, intentan darle
de beber para prolongar su vida y verificar si verdaderamente Elías llegará para darle
su socorro, pero un fuerte grito pone fin a la vida terrenal de Jesús y al anhelo
de esas personas. En el momento extremo, Jesús deja que su corazón exprese el dolor,
pero deja emerger, al mismo tiempo, que percibe la presencia del Padre y su consenso
al plan de salvación de la humanidad.
También nosotros nos encontramos siempre
y nuevamente ante el «hoy» del sufrimiento, del silencio de Dios - lo expresamos tantas
veces en nuestra oración – pero también nos encontramos ante el «hoy» de la Resurrección,
de la respuesta de Dios que ha cargado sobre Sí nuestros sufrimientos, para llevarlos
junto con nosotros y darnos la firme esperanza de que serán derrotados (cfr Carta
Encíclica Spe salvi, 35-40).
Queridos amigos, en la oración presentémosle a
Dios nuestras cruces cotidianas, con la certeza de que Él está presente y nos escucha.
El grito de Jesús nos recuerda cómo en la oración debemos superar las barreras de
nuestro “yo” y de nuestros problemas y abrirnos a las necesidades y a los sufrimientos
de los demás. Que la oración de Jesús muriendo en la Cruz nos enseñe a rezar con amor,
por tantos hermanos y hermanas que sienten el peso de la vida cotidiana, que viven
momentos difíciles, que están en el dolor, que no reciben una palabra de consuelo,
roguemos todo esto al corazón de Dios, para que ¡también ellos puedan percibir el
amor de Dios que no nos abandona nunca! Gracias