Domingo, 8 ene. (RV).-“La elección fundamental” es la de los padres cristianos que
asumen la responsabilidad de pensar de inmediato al Sacramento del bautismo para que
sus neonatos reciban “el don de la gracia de Dios y la semilla eterna”. Bajo esta
premisa inició el Santo Padre Benedicto XVI su homilía, en la Solemnidad del Bautismo
del Señor, en la que tradicionalmente imparte este sacramento a varios niños.
La
gloriosa y sugestiva Capilla Sixtina del Palacio Apostólico enmarcó este emotivo rito
en el que le fueron presentados al Papa 16 niños y niñas recién nacidos, por sus padres
y padrinos, y donde no faltaron llantos, risas y algarabía típicas de las familias
avocadas a ser en esta iniciación al cristianismo de sus hijos, “canales, a través
de los cuales debe pasar la linfa vital del amor de Dios”.
La tarea y misión
comprometedora de los padres, ayudados por el padrino y la madrina, de educar a sus
hijos; la obligación de los adultos de ser los primeros que deben alimentarse de las
fuentes de la Palabra y de los Sacramentos para guiar a los más jóvenes en su crecimiento
y creer fuertemente en la presencia y en la acción del Espíritu Santo, para sostenerlos
en el trabajo de educar en la fe, fueron sólo algunas de las tantas sugerencias del
Papa en su homilía de este domingo. Queridos hermanos y hermanas, - concluyó el Pontífice-
invocamos entonces todos juntos el Espíritu Santo, para que descienda abundantemente
sobre estos niños, los consagre a imagen de Jesús, y los acompañe siempre en el camino
de sus vidas. RV- ATD
Texto completo
HOMILIA PAPA BENEDICTO
XVI EN LA MISA CON BAUTISMO EN LA FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR
¡Queridos
hermanos y hermanas!
Es siempre una alegría celebrar esta Santa Misa con Bautismos
de niños, en la Fiesta del Bautismo del Señor. ¡Saludo a todos con afecto, queridos
padres, padrinos y madrinas, y a todos ustedes familiares y amigos! Han venido – lo
han dicho en voz alta – para que sus neonatos reciban el don de la gracia de Dios,
la semilla de la vida eterna. Ustedes papás lo han querido. Han pensado al Bautismo
aun antes que su niño o su niña viniesen a la luz. Su responsabilidad de padres cristianos
les ha hecho pensar de inmediato al Sacramento que marca el ingreso en la vida cristiana.
Podemos decir que ésta ha sido su primera elección educativa como testimonios de la
fe hacia sus hijos: ¡la elección fundamental!
La tarea de los padres, ayudados
por el padrino y la madrina, es aquella de educar al hijo o la hija. Educar es muy
comprometedor, a veces es arduo para nuestras capacidades humanas, siempre limitadas,
pero educar se convierte en una misión maravillosa si se la cumple en colaboración
con Dios, que es el primer y verdadero educador de cada hombre.
En la primera
Lectura que hemos escuchado, tomada del Libro del profeta Isaías, Dios se dirige a
su pueblo justamente como un educador. Pone en guardia a los Israelitas del peligro
de buscar acabar con su sed y saciarse en las fuentes equivocadas: “¿Por qué gastan
dinero en algo que no alimenta y sus ganancias en algo que non sacia?” (Is 55,2).
Dios quiere darnos cosas buenas de beber y de comer, cosas que nos hacen bien; mientras
a veces usamos mal nuestros recursos, los usamos para cosas que no sirven, es más,
que son incluso nocivas. Dios quiere sobretodo dársenos a Si mismo y su Palabra: sabe
que alejándonos de Él nos encontraríamos rápidamente en dificultad, como el hijo prodigo
de la parábola, y sobretodo perderíamos nuestra dignidad humana. Y por esto nos asegura
que Él es infinita misericordia, que sus pensamientos y sus caminos no son como los
nuestros – ¡para nuestra fortuna! – y que podemos siempre regresar a Él, a la casa
del Padre. Después nos asegura que si acogeremos su Palabra, ella traerá frutos buenos
a nuestra vida, como la lluvia que empapa la tierra (cfr Is 55,10-11).
A esta
palabra que el Señor nos ha dirigido mediante el profeta Isaías, hemos respondido
con la antífona del Salmo: “Sacarán agua con alegría de las fuentes de la salvación”.
Como personas adultas, nos hemos comprometido a sacar de las fuentes buenas, para
nuestro bien y el de aquellos que son confiados a nuestra responsabilidad, en particular
ustedes, queridos padres, padrinos y madrinas, por el bien de estos niños. ¿Y cuáles
son “las fuentes de la salvación”? Son la Palabra de Dios y los Sacramentos. Los adultos
son los primeros que deben alimentarse de estas fuentes, para poder guiar a los más
jóvenes en su crecimiento. Los padres deben dar tanto, pero para poder dar tienen
necesidad a su vez de recibir, de lo contrario se vacían, se secan. Los padres no
son la fuente, como tampoco nosotros sacerdotes somos la fuente: somos más bien como
canales, a través de los cuales debe pasar la linfa vital del amor de Dios. Si nos
desprendemos de la fuente, nosotros mismos en primer lugar lo sentimos negativamente
y no estamos más en condiciones de educar a otros. Por esto nos hemos comprometido
diciendo: “Sacaremos agua con alegría de las fuentes de la salvación”.
Vamos
ahora a la segunda lectura y al Evangelio. Nos dicen que la primer y principal educación
se realiza a través del testimonio. El evangelio nos habla de Juan el Bautista. Juan
fue un gran educador de sus discípulos, porque los ha conducido al encuentro con Jesús,
del cual ha dado testimonio. No se ha exaltado a sí mismo, no ha querido tener los
discípulos ligados a sí. Si bien Juan era un gran profeta, su fama era muy grande,
cuando llega Jesús, se retira detrás, indicándolo a Él: “viene detrás de mí Aquel
que es más fuerte que yo… Yo los he bautizado con agua pero él los bautizará con Espíritu
Santo” (Mc.1,7-8). El verdadero educador no liga a las personas a sí, no es posesivo.
Quiere que el hijo, o el discípulo aprendan a conocer la verdad y establezca con ella
una relación personal. El educador cumple su deber hasta el final, no hace faltar
su presencia atenta y fiel; pero el objetivo es que el educando escuche la voz de
la verdad hablando a su corazón y que la siga en un camino personal.
Volvamos
nuevamente al testimonio. En la segunda lectura el apóstol Juan escribe: “Es el Espíritu
el que da testimonio” (1 Jn 5,6). Se refiere al Espíritu Santo de Dios, que da testimonio
de Jesús, atestiguando que es el Cristo, el Hijo de Dios. Se lo ve también en la escena
del bautismo en el río Jordán: El Espíritu Santo desciende sobre Jesús como una paloma
para revelar que Él es el Hijo unigénito del eterno Padre (cfr Mc 1,10). También en
su Evangelio Juan subraya este aspecto, allí donde Jesús dice a sus discípulos: “Cuando
venga el Paráclito, que yo les enviaré del Padre, el Espíritu de la verdad que procede
del Padre, él dará testimonio de mí; y también ustedes darán testimonio, porque están
conmigo desde el principio” (Jn. 15,26-27). Esto nos da gran consuelo en el trabajo
de educar en la fe, porque sabemos que no estamos solos y que nuestro testimonio es
sostenido por el Espíritu Santo.
Es muy importante para ustedes padres, y también
para los padrinos y las madrinas, creer fuertemente en la presencia y en la acción
del Espíritu Santo, invocarlo y recibirlo en ustedes, mediante la oración y los Sacramentos.
Es él de hecho el que ilumina la mente, enardece el corazón del educador para que
sepa transmitir el conocimiento y el amor de Jesús. La oración es la primera condición
para educar, porque rezando nos ponemos en condiciones de dejar a Dios la iniciativa,
de confiarle los hijos a Él que los conoce primero y mejor que nosotros y sabe perfectamente
cuál es su verdadero bien. Y, al mismo tiempo, cuando rezamos nos ponemos en escucha
de las inspiraciones de Dios para hacer bien nuestra parte, que de todas maneras nos
espera y debemos realizar. Los sacramentos, especialmente la Eucaristía y la Penitencia,
nos permiten cumplir la acción educativa en unión con Cristo, en comunión con Él y
continuamente renovados por su perdón. La oración y los Sacramentos nos obtienen aquella
luz de verdad gracias a la cual podemos ser al mismo tiempo tiernos y fuertes, usar
dulzura y firmeza, callar y hablar en el momento justo, reprender y corregir en la
manera justa.
Queridos hermanos y hermanas, invocamos entonces todos juntos
el Espíritu Santo, para que descienda abundantemente sobre estos niños, los consagre
a imagen de Jesús, y los acompañe siempre en el camino de sus vidas. Los confiamos
a la guía materna de María Santísima, para que crezcan en edad, sabiduría y gracia
y lleguen a ser verdaderos cristianos, testigos fieles y gozosos del amor de Dios.
Amén. (Traducción: jesuita Guillermo Ortiz)