2012: tiempo de esperanza y de pacífica convivencia, Ángelus
Domingo, 1 ene (RV).- (Audio) En el primer Ángelus
dominical de este año que hoy comienza Benedicto XVI, antes de rezar la tradicional
plegaria mariana dominical, saludó a los fieles invocando para todos: “que el Señor
haga brillar su rostro sobre ti y te muestre su gracia. Que el Señor te descubra su
rostro y te conceda la paz”. El rostro de Dios lo podemos contemplar se ha hecho visible.
“Iniciamos
así el nuevo año 2012 fijando la mirada en el Rostro de Dios que se revela en el Niño
de Belén, y en su Madre María, que acogió con humilde abandono el diseño divino.
Gracias a su generoso «sí» apareció en el mundo la luz verdadera que ilumina a cada
hombre y se nos ha abierto el camino de la paz”.
En su alocución el Sucesor
de Pedro ha recordado la importancia de educar en los valores de la justicia y de
la paz. "Los jóvenes miran hoy con una cierta aprehensión al futuro, manifestando
aspectos de su propia vida que merecen atención", por lo que los ha invitado a tener
paciencia y mantener la constancia de buscar la justicia y la paz, de cultivar el
gusto por lo que es recto y verdadero. Aludiendo a su mensaje para la Jornada Mundial
de la Paz, dedicado a ellos les expresó que “la paz no es un bien alcanzado plenamente,
sino una meta a la cual todos debemos aspirar y por la que todos debemos trabajar”.
Numerosísimos
los grupos provenientes del Continente Americano, el Caribe y España presentes en
la Plaza de San Pedro. A ellos el Benedicto XVI dirigió su cordial saludo en nuestro
idioma con los deseos de un feliz inicio de año. (Audio) Patricia L. Jáuregui
R.
TEXTO CON LAS PALABRAS DEL PAPA PREVIAS AL REZO MARIANO DEL ANGELUS
Queridos
hermanos y hermanas En la liturgia de este primer día del año resuena la triple
bendición bíblica, “Que el Señor te bendiga y te proteja. Que el Señor haga brillar
su rostro sobre ti y te muestre su gracia. Que el Señor te descubra su rostro y te
conceda la paz” (Nm 6,24-26). El rostro de Dios lo podemos contemplar se ha hecho
visible, se ha revelado en Jesús: Él es la imagen visible de Dios invisible. Y esto
gracias también a la Virgen María, de la cual hoy celebramos el título más grande,
aquél con el que participa en modo único en la historia de la salvación: ser Madre
de Dios. En su seno el Hijo del Altísimo asumió nuestra carne, y nosotros podemos
contemplar su gloria (cfr Jn 1,14), sentir su presencia de Dios-con-nosotros.
Iniciamos
así el nuevo año 2012 fijando la mirada en el Rostro de Dios que se revela en el Niño
de Belén, y en su Madre María, que acogió con humilde abandono el diseño divino.
Gracias a su generoso «sí» apareció en el mundo la luz verdadera que ilumina a cada
hombre (cfr Jn 1,9) y se nos ha abierto el camino de la paz.
Queridos hermanos
y hermanas, como es ya una feliz costumbre, celebramos hoy la Jornada Mundial de la
Paz, la cuadragésimo quinta. En el Mensaje que he dirigido a los Jefes de Estado,
a los Representantes de las Naciones y a todos los hombres de buena voluntad, y que
lleva como «Educar a los jóvenes en la justicia y la paz», he querido llamar la atención
sobre la urgencia de ofrecer a las nuevas generaciones adecuados recorridos educativos
para una formación integral de la persona, incluida la dimensión moral y espiritual
(cfr n. 3). He querido subrayar, en particular, la importancia de educar en los valores
de la justicia y de la paz. Los jóvenes miran hoy con una cierta aprehensión al futuro,
manifestando aspectos de su propia vida que merecen atención, como el «el deseo de
recibir una formación que los prepare en un modo más profundo para afrontar la realidad,
la dificultad y formar una familia y encontrar un lugar estable de trabajo, la efectiva
capacidad de contribuir en el mundo de la política, de la cultura y de la economía
para la construcción de una sociedad con un rostro más humano y solidario» (n. 1).
Invito a todos a tener paciencia y la constancia de buscar la justicia y la paz, de
cultivar el gusto por lo que es recto y verdadero (n. 5). La paz no es nunca un bien
alcanzado plenamente, sino una meta a la cual todos debemos aspirar y por la que todos
debemos trabajar.
Oremos para que no obstante las dificultades que en ocasiones
hacen arduo el camino, esta profunda aspiración se traduzca en gestos concretos de
reconciliación, de justicia y de paz Oremos también para que los responsables de las
Naciones renueven la disponibilidad y compromiso para acoger y favoreceré este irrefrenable
anhelo de la humanidad. Confiamos estos auspicios a la intercesión de la Madre del
“Rey de la Paz”, para que el año que inicia sea un tiempo de esperanza y de pacífica
convivencia para el mundo entero.
SALUDOS DEL PAPA DESPUÉS DEL REZO DEL ANGELUS
EN
ESPAÑOL: Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española aquí presentes
y a cuantos participan en el rezo del Ángelus a través de la radio y la televisión.
En este primer día del año, la Iglesia contempla con fervor a María Santísima, Madre
de Dios y madre nuestra, y a su Inmaculado Corazón encomienda confiada el deseo de
que brote por todas partes la justicia y la paz y cesen las guerras, las divisiones
y las enemistades entre los hombres. ¡Feliz año nuevo!
EN ITALIANO: Queridos
hermanos y hermanas, en estos días he recibido numerosos mensajes de felicitaciones:
agradezco a todos con afecto, especialmente por el don de la oración. Un deferente
auspicio deseo dirigirlo al Señor Presidente de la República Italiana, mientras al
entero pueblo italiano formulo todo mejor auspicio de paz y de prosperidad por el
año apenas iniciado. Expreso mi aprecio por las numerosas iniciativas de oración
por la paz y de reflexión sobre el tema que he propuesto en el Mensaje para la Jornada
Mundial que hoy celebramos. Recuerdo en particular la Marcha a nivel nacional que
se desarrolló en Brescia, como aquella promovida esta mañana en Roma y en las otras
ciudades del mundo por la Comunidad de San Egidio. Saludo además a los jóvenes de
la Obra de Don Orión y las familias del Movimiento del amor familiar que esta noche
han velado en la oración en la Plaza de San Pedro. Patricia L. Jáuregui R.