Sigo evocando con emoción la alegría de los jóvenes reunidos en Madrid
Viernes, 30 dic (RV).- Presidida por el Cardenal Antonio María Rouco Varela, Arzobispo
de Madrid y 40 obispos de las diócesis españolas y de distintos países europeos se
concelebró esta tarde la Santa Misa en la Fiesta de la Sagrada Familia.
En
la plaza de Colón de la capital española, transformada para la ocasión en un auditorio
al aire libre gracias a la presencia de dos orquestas, la Sinfónica y Coro de la Jornada
Mundial de la Juventud y la Sinfónica del Camino Neocatecumenal, ambas integradas
por cerca de 200 músicos, en su mayoría jóvenes, amenizaron con villancicos la espera
a medida que fue llegando el millón de personas.
El acto comenzó con las presentaciones
de los jóvenes y las familias de toda Europa que saludaron con sus banderas. A continuación
tuvo lugar la procesión en la que la Virgen fue llevada por numerosos jóvenes y que
dio paso al rezo del Santo Rosario en el que se intercalaron testimonios y cantos
relacionados con la festividad.
En su homilía, el
Cardenal Arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela dijo entre otras cosas: “¡Cuánto
cuesta hoy a una sociedad tan intensamente influida y condicionada por una visión
materialista y egocentrista del hombre y de su historia comprender y aceptar el Evangelio
de la vida, del matrimonio y de la familia! No se quiere caer en la cuenta de que
si el amor conyugal no es planteado, vivido y realizado en todo momento como una mutua
donación entre marido y mujer generosa y gratuitamente abierta a la donación de la
vida a los hijos, pierde su autenticidad y, más pronto o más tarde, se pierde a sí
mismo”.
El Purpurado leyó el mensaje del Santo Padre Benedicto XVI.
En
su mensaje, fechado en el Vaticano el pasado 27 de diciembre, el Papa saluda al purpurado
así como a los participantes en esa solemne Eucaristía, “para dar gracias a Dios por
este gran misterio que ilumina todo hogar cristiano y dar muestra a la humanidad entera
de esperanza y alegría”. E invita a todos “a considerar esta celebración como continuación
de la Navidad: Jesús se hizo hombre para traer al mundo la bondad y el amor de Dios;
y lo hizo allí donde el ser humano está más dispuesto a desear lo mejor para el otro,
a desvivirse por él, y a anteponer el amor por encima de cualquier otro interés y
pretensión”.
“Así –prosigue Benedicto XVI– vino a una familia de corazón sencillo,
nada presuntuoso, pero henchido de ese afecto que vale más que cualquier otra cosa.
Según el Evangelio, los primeros de nuestro mundo que fueron a ver a Jesús, los pastores,
“vieron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre”. Aquella familia, por
decirlo así, “es la puerta de ingreso en la tierra del Salvador de la humanidad, el
cual, al mismo tiempo, da a la vida de amor y comunión hogareña la grandeza de ser
un reflejo privilegiado del misterio trinitario de Dios”.
El Papa escribe que
“esta grandeza” es también una “espléndida vocación y un cometido decisivo para la
familia”, que su venerado predecesor, el beato Juan Pablo II, describía hace treinta
años como una participación “viva y responsable en la misión de la Iglesia de manera
propia y original, es decir, poniendo al servicio de la Iglesia y de la sociedad su
propio ser y obrar, en cuanto comunidad íntima de vida y amor” (Familiaris Consortio,
50).
Por esta razón, el Papa los anima a ser conscientes de tener a Dios a
su lado y de invocarlo siempre para recibir de él la ayuda necesaria para superar
sus dificultades, una ayuda cierta, fundada en la gracia del sacramento del matrimonio.
Y les pide que se dejen “guiar por la Iglesia, a la que Cristo ha encomendado la misión
de propagar la buena noticia de la salvación a través de los siglos, sin ceder a tantas
fuerzas mundanas que amenazan el gran tesoro de la familia”, que deben custodiar cada
día.
Su Santidad recuerda asimismo que el Niño Jesús, que crecía y se fortalecía,
lleno de sabiduría, en la intimidad del hogar de Nazaret “aprendió también en él de
alguna manera el modo humano de vivir”. Lo que “nos lleva a pensar en la dimensión
educativa imprescindible de la familia, donde se aprende a convivir, se transmite
la fe, se afianzan los valores y se va encauzando la libertad, para lograr que un
día los hijos tengan plena conciencia de la propia vocación y dignidad, y de la de
los demás”.
Al mismo tiempo, el Papa destaca que “el calor del hogar, el ejemplo
doméstico, es capaz de enseñar muchas más cosas de las que pueden decir las palabras”.
Y añade que esta dimensión educativa de la familia puede recibir un aliento especial
en el Año de la Fe, que comenzará dentro de unos meses. “Con este motivo –escribe
Benedicto XVI– os invito a revitalizar la fe en vuestras casas y tomar mayor conciencia
del Credo que profesamos”.
Por último, Su Santidad destaca que cuando sigue
evocando con emoción inolvidable la alegría de los jóvenes reunidos en Madrid para
la Jornada Mundial de la Juventud, pide a Dios, por intercesión de Jesús, María y
José, “que no dejen de darle gracias por el don de la familia, que sean agradecidos
también con sus padres, y que se comprometan a defender y hacer brillar la auténtica
dignidad de esta institución primaria para la sociedad y tan vital para la Iglesia”.
Con estos sentimientos, el Papa imparte de corazón su Bendición Apostólica. (María
Fernanda Bernasconi – RV).
Sigue el texto completo del mensaje del Santo
Padre Benedicto XVI:
“Al venerado hermano Antonio María Cardenal Rouco Varela,
Arzobispo de Madrid:
Me es grato saludar cordialmente a Vuestra Eminencia,
así como a los participantes en esa solemne Eucaristía celebrada en el centro de Madrid
con motivo de la fiesta de la Sagrada Familia, para dar gracias a Dios por este gran
misterio que ilumina todo hogar cristiano y dar muestra a la humanidad entera de esperanza
y alegría. Invito a todos a considerar esta celebración como continuación de la Navidad:
Jesús se hizo hombre para traer al mundo la bondad y el amor de Dios; y lo hizo allí
donde el ser humano está más dispuesto a desear lo mejor para el otro, a desvivirse
por él, y a anteponer el amor por encima de cualquier otro interés y pretensión. Así,
vino a una familia de corazón sencillo, nada presuntuoso, pero henchido de ese afecto
que vale más que cualquier otra cosa. Según el Evangelio, los primeros de nuestro
mundo que fueron a ver a Jesús, los pastores, “vieron a María y a José, y al niño
acostado en el pesebre” (Lc 12, 6). Aquella familia, por decirlo así, es la puerta
de ingreso en la tierra del Salvador de la humanidad, el cual, al mismo tiempo, da
a la vida de amor y comunión hogareña la grandeza de ser un reflejo privilegiado del
misterio trinitario de Dios.
Esta grandeza es también una espléndida
vocación y un cometido decisivo para la familia, que mi venerado predecesor, el beato
Juan Pablo II, describía hace treinta años como una participación “viva y responsable
en la misión de la Iglesia de manera propia y original, es decir, poniendo al servicio
de la Iglesia y de la sociedad su propio ser y obrar, en cuanto comunidad íntima de
vida y amor” (Familiaris Consortio, 50). Os animo, pues, especialmente a las familias
que participan en esa celebración, a ser conscientes de tener a Dios a vuestro lado
y de invocarlo siempre para recibir de él la ayuda necesaria para superar vuestras
dificultades, una ayuda cierta, fundada en la gracia del sacramento del matrimonio.
Dejaos guiar por la Iglesia, a la que Cristo ha encomendado la misión de propagar
la buena noticia de la salvación a través de los siglos, sin ceder a tantas fuerzas
mundanas que amenazan el gran tesoro de la familia, que debéis custodiar cada día.
El
Niño Jesús, que crecía y se fortalecía, lleno de sabiduría, en la intimidad del hogar
de Nazaret (Cf. Lc 2,40), aprendió también en él de alguna manera el modo humano de
vivir. Esto nos lleva a pensar en la dimensión educativa imprescindible de la familia,
donde se aprende a convivir, se transmite la fe, se afianzan los valores y se va encauzando
la libertad, para lograr que un día los hijos tengan plena conciencia de la propia
vocación y dignidad, y de la de los demás. El calor del hogar, el ejemplo doméstico,
es capaz de enseñar muchas más cosas de las que pueden decir las palabras. Esta dimensión
educativa de la familia puede recibir un aliento especial en el Año de la Fe, que
comenzará dentro de unos meses. Con este motivo, os invito a revitalizar la fe en
vuestras casas y tomar mayor conciencia del Credo que profesamos.
Cuando
sigo evocando con emoción inolvidable la alegría de los jóvenes reunidos en Madrid
para la Jornada Mundial de la Juventud, pido a Dios, por intercesión de Jesús, María
y José, que no dejen de darle gracias por el don de la familia, que sean agradecidos
también con sus padres, y que se comprometan a defender y hacer brillar la auténtica
dignidad de esta institución primaria para la sociedad y tan vital para la Iglesia.
Con estos sentimientos, os imparto de corazón la Bendición Apostólica”.