2011-12-30 19:27:47

Sigo evocando con emoción la alegría de los jóvenes reunidos en Madrid


Viernes, 30 dic (RV).- Presidida por el Cardenal Antonio María Rouco Varela, Arzobispo de Madrid y 40 obispos de las diócesis españolas y de distintos países europeos se concelebró esta tarde la Santa Misa en la Fiesta de la Sagrada Familia.

En la plaza de Colón de la capital española, transformada para la ocasión en un auditorio al aire libre gracias a la presencia de dos orquestas, la Sinfónica y Coro de la Jornada Mundial de la Juventud y la Sinfónica del Camino Neocatecumenal, ambas integradas por cerca de 200 músicos, en su mayoría jóvenes, amenizaron con villancicos la espera a medida que fue llegando el millón de personas.

El acto comenzó con las presentaciones de los jóvenes y las familias de toda Europa que saludaron con sus banderas. A continuación tuvo lugar la procesión en la que la Virgen fue llevada por numerosos jóvenes y que dio paso al rezo del Santo Rosario en el que se intercalaron testimonios y cantos relacionados con la festividad.

RealAudioMP3 En su homilía, el Cardenal Arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela dijo entre otras cosas: “¡Cuánto cuesta hoy a una sociedad tan intensamente influida y condicionada por una visión materialista y egocentrista del hombre y de su historia comprender y aceptar el Evangelio de la vida, del matrimonio y de la familia! No se quiere caer en la cuenta de que si el amor conyugal no es planteado, vivido y realizado en todo momento como una mutua donación entre marido y mujer generosa y gratuitamente abierta a la donación de la vida a los hijos, pierde su autenticidad y, más pronto o más tarde, se pierde a sí mismo”.

El Purpurado leyó el mensaje del Santo Padre Benedicto XVI.

En su mensaje, fechado en el Vaticano el pasado 27 de diciembre, el Papa saluda al purpurado así como a los participantes en esa solemne Eucaristía, “para dar gracias a Dios por este gran misterio que ilumina todo hogar cristiano y dar muestra a la humanidad entera de esperanza y alegría”. E invita a todos “a considerar esta celebración como continuación de la Navidad: Jesús se hizo hombre para traer al mundo la bondad y el amor de Dios; y lo hizo allí donde el ser humano está más dispuesto a desear lo mejor para el otro, a desvivirse por él, y a anteponer el amor por encima de cualquier otro interés y pretensión”.

“Así –prosigue Benedicto XVI– vino a una familia de corazón sencillo, nada presuntuoso, pero henchido de ese afecto que vale más que cualquier otra cosa. Según el Evangelio, los primeros de nuestro mundo que fueron a ver a Jesús, los pastores, “vieron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre”. Aquella familia, por decirlo así, “es la puerta de ingreso en la tierra del Salvador de la humanidad, el cual, al mismo tiempo, da a la vida de amor y comunión hogareña la grandeza de ser un reflejo privilegiado del misterio trinitario de Dios”.

El Papa escribe que “esta grandeza” es también una “espléndida vocación y un cometido decisivo para la familia”, que su venerado predecesor, el beato Juan Pablo II, describía hace treinta años como una participación “viva y responsable en la misión de la Iglesia de manera propia y original, es decir, poniendo al servicio de la Iglesia y de la sociedad su propio ser y obrar, en cuanto comunidad íntima de vida y amor” (Familiaris Consortio, 50).

Por esta razón, el Papa los anima a ser conscientes de tener a Dios a su lado y de invocarlo siempre para recibir de él la ayuda necesaria para superar sus dificultades, una ayuda cierta, fundada en la gracia del sacramento del matrimonio. Y les pide que se dejen “guiar por la Iglesia, a la que Cristo ha encomendado la misión de propagar la buena noticia de la salvación a través de los siglos, sin ceder a tantas fuerzas mundanas que amenazan el gran tesoro de la familia”, que deben custodiar cada día.

Su Santidad recuerda asimismo que el Niño Jesús, que crecía y se fortalecía, lleno de sabiduría, en la intimidad del hogar de Nazaret “aprendió también en él de alguna manera el modo humano de vivir”. Lo que “nos lleva a pensar en la dimensión educativa imprescindible de la familia, donde se aprende a convivir, se transmite la fe, se afianzan los valores y se va encauzando la libertad, para lograr que un día los hijos tengan plena conciencia de la propia vocación y dignidad, y de la de los demás”.

Al mismo tiempo, el Papa destaca que “el calor del hogar, el ejemplo doméstico, es capaz de enseñar muchas más cosas de las que pueden decir las palabras”. Y añade que esta dimensión educativa de la familia puede recibir un aliento especial en el Año de la Fe, que comenzará dentro de unos meses. “Con este motivo –escribe Benedicto XVI– os invito a revitalizar la fe en vuestras casas y tomar mayor conciencia del Credo que profesamos”.

Por último, Su Santidad destaca que cuando sigue evocando con emoción inolvidable la alegría de los jóvenes reunidos en Madrid para la Jornada Mundial de la Juventud, pide a Dios, por intercesión de Jesús, María y José, “que no dejen de darle gracias por el don de la familia, que sean agradecidos también con sus padres, y que se comprometan a defender y hacer brillar la auténtica dignidad de esta institución primaria para la sociedad y tan vital para la Iglesia”. Con estos sentimientos, el Papa imparte de corazón su Bendición Apostólica. (María Fernanda Bernasconi – RV).

Sigue el texto completo del mensaje del Santo Padre Benedicto XVI:

“Al venerado hermano Antonio María Cardenal Rouco Varela, Arzobispo de Madrid:

Me es grato saludar cordialmente a Vuestra Eminencia, así como a los participantes en esa solemne Eucaristía celebrada en el centro de Madrid con motivo de la fiesta de la Sagrada Familia, para dar gracias a Dios por este gran misterio que ilumina todo hogar cristiano y dar muestra a la humanidad entera de esperanza y alegría. Invito a todos a considerar esta celebración como continuación de la Navidad: Jesús se hizo hombre para traer al mundo la bondad y el amor de Dios; y lo hizo allí donde el ser humano está más dispuesto a desear lo mejor para el otro, a desvivirse por él, y a anteponer el amor por encima de cualquier otro interés y pretensión. Así, vino a una familia de corazón sencillo, nada presuntuoso, pero henchido de ese afecto que vale más que cualquier otra cosa. Según el Evangelio, los primeros de nuestro mundo que fueron a ver a Jesús, los pastores, “vieron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre” (Lc 12, 6). Aquella familia, por decirlo así, es la puerta de ingreso en la tierra del Salvador de la humanidad, el cual, al mismo tiempo, da a la vida de amor y comunión hogareña la grandeza de ser un reflejo privilegiado del misterio trinitario de Dios.

Esta grandeza es también una espléndida vocación y un cometido decisivo para la familia, que mi venerado predecesor, el beato Juan Pablo II, describía hace treinta años como una participación “viva y responsable en la misión de la Iglesia de manera propia y original, es decir, poniendo al servicio de la Iglesia y de la sociedad su propio ser y obrar, en cuanto comunidad íntima de vida y amor” (Familiaris Consortio, 50). Os animo, pues, especialmente a las familias que participan en esa celebración, a ser conscientes de tener a Dios a vuestro lado y de invocarlo siempre para recibir de él la ayuda necesaria para superar vuestras dificultades, una ayuda cierta, fundada en la gracia del sacramento del matrimonio. Dejaos guiar por la Iglesia, a la que Cristo ha encomendado la misión de propagar la buena noticia de la salvación a través de los siglos, sin ceder a tantas fuerzas mundanas que amenazan el gran tesoro de la familia, que debéis custodiar cada día.

El Niño Jesús, que crecía y se fortalecía, lleno de sabiduría, en la intimidad del hogar de Nazaret (Cf. Lc 2,40), aprendió también en él de alguna manera el modo humano de vivir. Esto nos lleva a pensar en la dimensión educativa imprescindible de la familia, donde se aprende a convivir, se transmite la fe, se afianzan los valores y se va encauzando la libertad, para lograr que un día los hijos tengan plena conciencia de la propia vocación y dignidad, y de la de los demás. El calor del hogar, el ejemplo doméstico, es capaz de enseñar muchas más cosas de las que pueden decir las palabras. Esta dimensión educativa de la familia puede recibir un aliento especial en el Año de la Fe, que comenzará dentro de unos meses. Con este motivo, os invito a revitalizar la fe en vuestras casas y tomar mayor conciencia del Credo que profesamos.

Cuando sigo evocando con emoción inolvidable la alegría de los jóvenes reunidos en Madrid para la Jornada Mundial de la Juventud, pido a Dios, por intercesión de Jesús, María y José, que no dejen de darle gracias por el don de la familia, que sean agradecidos también con sus padres, y que se comprometan a defender y hacer brillar la auténtica dignidad de esta institución primaria para la sociedad y tan vital para la Iglesia. Con estos sentimientos, os imparto de corazón la Bendición Apostólica”.

Vaticano, 27 de diciembre de 2011.







All the contents on this site are copyrighted ©.