Jueves, 22 dic (RV).- “Vivimos hoy en un momento especialmente intenso”, dijo el Papa,
al destacar que la Navidad ya está cerca y nos impulsa a encontrarnos “para este hermoso
intercambio de felicitaciones, que conllevan el deseo recíproco de vivir con alegría
y auténtico fruto espiritual la fiesta de Dios que se hizo carne y puso su morada
entre nosotros”. Con estas palabras el Santo Padre comenzó su alocución, en el ámbito
del tradicional encuentro, celebrado esta mañana a las 11,00 en la Sala Clementina
del Palacio Apostólico del Vaticano, con los Cardenales y demás miembros de la Curia
Romana y de la Familia Pontificia.
Benedicto XVI les dijo que ésta es la ocasión,
no sólo para saludarlos, sino también para expresar a cada uno de sus miembros su
agradecimiento personal y el de la Iglesia por el generoso servicio que desarrollan.
Y tras agradecer de modo particular al Cardenal Angelo Sodano, Decano del Colegio
Cardenalicio, que se hizo intérprete de los sentimientos de los presentes y de cuantos
trabajan en las diferentes oficinas de la Curia, del Governatorato, así como en las
Representaciones Pontificias esparcidas en todo el mundo, el Papa reafirmó: “Todos
estamos comprometidos a fin de que el anuncio que los ángeles han proclamado en la
noche de Belén (...) resuene en toda la tierra para llevar alegría y esperanza”.
Al
destacar que en este final del año, Europa se encuentra en una crisis económica y
financiera que, en última instancia, se funda sobre la crisis ética que amenaza al
Viejo Continente, el Papa dijo:
Aunque no están
en discusión algunos valores como la solidaridad, el compromiso por los demás, la
responsabilidad por los pobres y los que sufren, falta con frecuencia, sin embargo,
la fuerza que los motive, capaz de inducir a las personas y a los grupos sociales
a renuncias y sacrificios. El conocimiento y la voluntad no siguen siempre la misma
pauta. La voluntad que defiende el interés personal oscurece el conocimiento, y el
conocimiento debilitado no es capaz de fortalecer la voluntad. Por eso, de esta crisis
surgen preguntas muy fundamentales: ¿Dónde está la luz que pueda iluminar nuestro
conocimiento, no sólo con ideas generales, sino con imperativos concretos? ¿Dónde
está la fuerza que lleva hacia lo alto nuestra voluntad? Estas son preguntas a las
que debe responder nuestro anuncio del Evangelio, la nueva evangelización, para que
el mensaje llegue a ser acontecimiento, el anuncio se convierta en vida.
El
Santo Padre recordó que el gran tema de este año, como también de los siguientes,
es cómo anunciar el Evangelio. Y se preguntó ¿de qué manera la fe, en cuanto fuerza
viva y vital, puede llegar a ser hoy realidad? A la vez que afirmó que “todos los
acontecimientos eclesiales del año que está por concluir han estado relacionados en
definitiva con este tema”.
Se han realizado
viajes a Croacia, a España, para la Jornada Mundial de la Juventud, a mi Patria, Alemania,
y finalmente a África, Benín, para la entrega del Documento postsinodal sobre justicia,
paz y reconciliación; un documento del que ha de nacer una realidad concreta en las
diversas Iglesias particulares. Han sido inolvidables también los viajes a Venecia,
a San Marino, a Ancona, para el Congreso eucarístico, y a Calabria. Y ha tenido lugar,
en fin, la importante jornada del encuentro entre las religiones y entre las personas
en búsqueda de verdad y de paz en Asís; una jornada concebida como un nuevo impulso
en la peregrinación hacia la verdad y la paz. La institución del Consejo Pontificio
para la Promoción de la Nueva Evangelización nos remite anticipadamente al Sínodo
que sobre el mismo tema tendrá lugar en el próximo año.
Su Santidad explicó
que también tiene que ver con ello el Año de la Fe, en recuerdo del comienzo del Concilio,
hace cincuenta años, a la vez que cada uno de estos acontecimientos ha tenido su propio
matiz.
En Alemania,
el país de origen de la Reforma, la cuestión ecuménica, con todas sus dificultades
y esperanzas, ha tenido naturalmente una importancia particular. Indisolublemente
unida a esto, hay siempre en el centro de las discusiones una pregunta: ¿Qué es una
reforma de la Iglesia? ¿Cómo sucede? ¿Cuáles son sus caminos y sus objetivos? No sólo
los fieles creyentes, sino también otros ajenos, observan con preocupación cómo los
que van regularmente a la iglesia son cada vez más ancianos y su número disminuye
continuamente; cómo hay un estancamiento de las vocaciones al sacerdocio; cómo crecen
el escepticismo y la incredulidad. ¿Qué debemos hacer entonces?
Ciertamente,
dijo el Papa, es necesario hacer muchas cosas. Pero el hacer, por sí solo, no resuelve
el problema. Porque tal como afirmó en Friburgo, el núcleo de la crisis de la Iglesia
en Europa es la crisis de fe. Y “si no encontramos una respuesta para ella, si la
fe no adquiere nueva vitalidad, con una convicción profunda y una fuerza real gracias
al encuentro con Jesucristo, todas las demás reformas serán ineficaces”.
En este sentido,
el encuentro en África con la gozosa pasión por la fe ha sido de gran aliento. Allí
no se percibía ninguna señal del cansancio de la fe, tan difundido entre nosotros,
ningún tedio de ser cristianos, como se percibe cada vez más en nosotros. Con tantos
problemas, sufrimientos y penas como hay ciertamente en África, siempre se experimentaba
sin embargo la alegría de ser cristianos, de estar sostenidos por la felicidad interior
de conocer a Cristo y de pertenecer a su Iglesia.
El Obispo de Roma también
se refirió a la “magnífica experiencia de la Jornada Mundial de la Juventud, en Madrid”,
que ha sido “una medicina contra el cansancio de creer”. Porque como afirmó “cada
vez con más claridad se perfila en las Jornadas Mundiales de la Juventud un modo nuevo,
rejuvenecido, de ser cristiano”, que intentó caracterizar en cinco puntos:
Primero, hay
una nueva experiencia de la catolicidad, la universalidad de la Iglesia. Esto es lo
que ha impresionado de inmediato a los jóvenes y a todos los presentes: venimos de
todos los continentes y, aunque nunca nos hemos visto antes, nos conocemos. Hablamos
lenguas diversas y tenemos diferentes hábitos de vida, diferentes formas culturales
y, sin embargo, nos encontramos de inmediato unidos, juntos como una gran familia.
Se relativiza la separación y la diversidad exterior. Todos quedamos tocados por el
único Señor Jesucristo, en el cual se nos ha manifestado el verdadero ser del hombre
y, a la vez, el rostro mismo de Dios.
“El hecho de que todos los seres
humanos sean hermanos y hermanas no es sólo una idea –dijo Benedicto XI–, sino que
aquí se convierte en una experiencia real y común que produce alegría. Y, así, hemos
comprendido también de manera muy concreta que, no obstante todas las fatigas y la
oscuridad, es hermoso pertenecer a la Iglesia universal que el Señor nos ha dado:
De aquí nace
después un modo nuevo de vivir el ser hombres, el ser cristianos. Una de las experiencias
más importantes de aquellos días ha sido para mí el encuentro con los voluntarios
de la Jornada Mundial de la Juventud: eran alrededor de 20.000 jóvenes que, sin excepción,
habían puesto a disposición semanas o meses de su vida para colaborar en los preparativos
técnicos, organizativos y de contenido de la JMJ, y que precisamente así habían hecho
posible el desarrollo ordenado de todo el conjunto.
Al dar su tiempo,
el hombre da siempre una parte de la propia vida –recordó el Papa–; porque al final,
estos jóvenes estaban visible y “tangiblemente” llenos de una gran sensación de felicidad:
su tiempo tenía un sentido; “estos jóvenes habían ofrecido en la fe un trozo de vida”.
Un tercer elemento,
que de manera cada vez más natural y central forma parte de las Jornadas Mundiales
de la Juventud, y de la espiritualidad que proviene de ellas, es la adoración. Fue
inolvidable para mí, durante mi viaje en el Reino Unido, el momento en Hydepark, en
que decenas de miles de personas, en su mayoría jóvenes, respondieron con un intenso
silencio a la presencia del Señor en el Santísimo Sacramento, adorándolo. Lo mismo
sucedió, de modo más reducido, en Zagreb, y de nuevo en Madrid, tras el temporal que
amenazaba con estropear todo el encuentro nocturno, al no funcionar los micrófonos.
Tras afirmar que “Dios es omnipresente” y que “la presencia corpórea de
Cristo resucitado es otra cosa, algo nuevo”, porque el Resucitado “viene en medio
de nosotros”; el Papa dijo que esto “es adoración, y esto marcará después mi vida.
Sólo así puedo celebrar también la Eucaristía de modo adecuado y recibir rectamente
el Cuerpo del Señor”. De ahí que otro elemento importante de las Jornadas Mundiales
de la Juventud es “la presencia del Sacramento de la Penitencia que, de modo cada
vez más natural, forma parte del conjunto”.
Con eso reconocemos
que tenemos continuamente necesidad de perdón y que perdón significa responsabilidad.
Existe en el hombre, proveniente del Creador, la disponibilidad a amar y la capacidad
de responder a Dios en la fe. Pero, proveniente de la historia pecaminosa del hombre
(la doctrina de la Iglesia habla del pecado original), existe también la tendencia
contraria al amor: la tendencia al egoísmo, al encerrarse en sí mismo, más aún, al
mal. Mi alma se mancha una y otra vez por esta fuerza de gravedad que hay en mí, que
me atrae hacia abajo. Por eso necesitamos la humildad que siempre pide de nuevo perdón
a Dios; que se deja purificar y que despierta en nosotros la fuerza contraria, la
fuerza positiva del Creador, que nos atrae hacia lo alto.
Finalmente, como
última característica que no hay que descuidar en la espiritualidad de las Jornadas
Mundiales de la Juventud, el Santo Padre mencionó la alegría. Y añadió que según su
parecer, lo decisivo es “la certeza que proviene de la fe: yo soy amado. Tengo un
cometido. Soy aceptado, soy querido”.
Allí donde
falta la percepción del hombre de ser acogido por parte de Dios, de ser amado por
él, la pregunta sobre si es verdaderamente bueno existir como persona humana, ya no
encuentra respuesta alguna. La duda acerca de la existencia humana se hace cada vez
más insuperable. Cuando llega a ser dominante la duda sobre Dios, surge inevitablemente
la duda sobre el mismo ser hombres. Hoy vemos cómo esta duda se difunde. Lo vemos
en la falta de alegría, en la tristeza interior que se puede leer en tantos rostros
humanos. Sólo la fe me da la certeza: «Es bueno que yo exista». Es bueno existir como
persona humana, incluso en tiempos difíciles. La fe alegra desde dentro. Ésta es una
de las experiencias maravillosas de las Jornadas Mundiales de la Juventud.
El
Santo Padre aludió brevemente al encuentro de Asís, por el que dio gracias a Dios
porque nosotros –representantes de las religiones del mundo y también representantes
del pensamiento en búsqueda de la verdad – pudimos encontrarnos aquel día en un clima
de amistad y de respeto recíproco, en el amor por la verdad y en la responsabilidad
común por la paz. Por último, Benedicto XVI agradeció nuevamente de corazón a todos
los miembros de la Curia por el apoyo para llevar adelante la misión que el Señor
les ha confiado como testigos de su verdad, y les deseó a todos “la alegría que Dios,
en la encarnación de su Hijo, nos ha querido dar. Feliz Navidad”. (MFB – RV).
Texto
completo del Discurso del Santo Padre a la Curia Romana:
Señores Cardenales, Venerados
Hermanos en el Episcopado y en el Presbiterado, queridos hermanos y hermanas
Vivimos
hoy en un momento especialmente intenso. La santa Navidad está ya muy cerca y lleva
a la gran familia de la Curia romana a reunirse para este hermoso intercambio de felicitaciones,
que conllevan el deseo recíproco de vivir con alegría y auténtico fruto espiritual
la fiesta de Dios que se hizo carne y puso su morada entre nosotros (cf. Jn 1,14).
Esta es para mí una ocasión no sólo para expresar mi felicitación personal, sino también
para manifestar a cada uno de vosotros mi agradecimiento y el de la Iglesia por vuestro
generoso servicio; os ruego que lo transmitáis también a todos los colaboradores de
nuestra gran familia. Doy las gracias de modo particular al Cardenal Decano, Angelo
Sodano, que se ha hecho portavoz de los sentimientos de todos los presentes y de los
que trabajan en las diferentes oficinas de la Curia, del Governatorato, incluidos
los que desempeñan su ministerio en las Representaciones Pontificias repartidas por
todo el mundo. Todos estamos comprometidos en que el anuncio que los ángeles proclamaron
en la noche de Belén, «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres
de buena voluntad» (Lc 2,14), resuene en toda la tierra para llevar gozo y esperanza.
En
este final del año, Europa se encuentra en una crisis económica y financiera que,
en última instancia, se funda sobre la crisis ética que amenaza al Viejo Continente.
Aunque no están en discusión algunos valores como la solidaridad, el compromiso por
los demás, la responsabilidad por los pobres y los que sufren, falta con frecuencia,
sin embargo, la fuerza que los motive, capaz de inducir a las personas y a los grupos
sociales a renuncias y sacrificios. El conocimiento y la voluntad no siguen siempre
la misma pauta. La voluntad que defiende el interés personal oscurece el conocimiento,
y el conocimiento debilitado no es capaz de fortalecer la voluntad. Por eso, de esta
crisis surgen preguntas muy fundamentales: ¿Dónde está la luz que pueda iluminar nuestro
conocimiento, no sólo con ideas generales, sino con imperativos concretos? ¿Dónde
está la fuerza que lleva hacia lo alto nuestra voluntad? Estas son preguntas a las
que debe responder nuestro anuncio del Evangelio, la nueva evangelización, para que
el mensaje llegue a ser acontecimiento, el anuncio se convierta en vida.
En
efecto, el gran tema de este año, como también de los siguientes, es cómo anunciar
el Evangelio. ¿De qué manera la fe, en cuanto fuerza viva y vital, puede llegar a
ser hoy realidad? Todos los acontecimientos eclesiales del año que está por concluir
han estado relacionados en definitiva con este tema. Se han realizado viajes a Croacia,
a España, para la Jornada Mundial de la Juventud, a mi Patria, Alemania, y finalmente
a África, Benín, para la entrega del Documento postsinodal sobre justicia, paz y reconciliación;
un documento del que ha de nacer una realidad concreta en las diversas Iglesias particulares.
Han sido inolvidables también los viajes a Venecia, a San Marino, a Ancona, para el
Congreso eucarístico, y a Calabria. Y ha tenido lugar, en fin, la importante jornada
del encuentro entre las religiones y entre las personas en búsqueda de verdad y de
paz en Asís; una jornada concebida como un nuevo impulso en la peregrinación hacia
la verdad y la paz. La institución del Consejo Pontificio para la Promoción de la
Nueva Evangelización nos remite anticipadamente al Sínodo que sobre el mismo tema
tendrá lugar en el próximo año.
También tiene que ver con ello el Año de la
Fe, en recuerdo del comienzo del Concilio, hace cincuenta años. Cada uno de estos
acontecimientos ha tenido su propio matiz. En Alemania, el país de origen de la Reforma,
la cuestión ecuménica, con todas sus dificultades y esperanzas, ha tenido naturalmente
una importancia particular. Indisolublemente unida a esto, hay siempre en el centro
de las discusiones una pregunta: ¿Qué es una reforma de la Iglesia? ¿Cómo sucede?
¿Cuáles son sus caminos y sus objetivos? No sólo los fieles creyentes, sino también
otros ajenos, observan con preocupación cómo los que van regularmente a la iglesia
son cada vez más ancianos y su número disminuye continuamente; cómo hay un estancamiento
de las vocaciones al sacerdocio; cómo crecen el escepticismo y la incredulidad. ¿Qué
debemos hacer entonces? Hay una infinidad de discusiones sobre lo que se debe hacer
para invertir la tendencia. Ciertamente, es necesario hacer muchas cosas. Pero el
hacer, por sí solo, no resuelve el problema. Como dije en Friburgo, el núcleo de la
crisis de la Iglesia en Europa es la crisis de fe. Si no encontramos una respuesta
para ella, si la fe no adquiere nueva vitalidad, con una convicción profunda y una
fuerza real gracias al encuentro con Jesucristo, todas las demás reformas serán ineficaces.
En
este sentido, el encuentro en África con la gozosa pasión por la fe ha sido de gran
aliento. Allí no se percibía ninguna señal del cansancio de la fe, tan difundido entre
nosotros, ningún tedio de ser cristianos, como se percibe cada vez más en nosotros.
Con tantos problemas, sufrimientos y penas como hay ciertamente en África, siempre
se experimentaba sin embargo la alegría de ser cristianos, de estar sostenidos por
la felicidad interior de conocer a Cristo y de pertenecer a su Iglesia. De esta alegría
nacen también las energías para servir a Cristo en las situaciones agobiantes de sufrimiento
humano, para ponerse a su disposición, sin replegarse en el propio bienestar. Encontrar
esta fe dispuesta al sacrificio, y precisamente alegre en ello, es una gran medicina
contra el cansancio de ser cristianos que experimentamos en Europa.
La magnífica
experiencia de la Jornada Mundial de la Juventud, en Madrid, ha sido también una medicina
contra el cansancio de creer. Ha sido una nueva evangelización vivida. Cada vez con
más claridad se perfila en las Jornadas Mundiales de la Juventud un modo nuevo, rejuvenecido,
de ser cristiano, que quisiera intentar caracterizar en cinco puntos.
1. Primero,
hay una nueva experiencia de la catolicidad, la universalidad de la Iglesia. Esto
es lo que ha impresionado de inmediato a los jóvenes y a todos los presentes: venimos
de todos los continentes y, aunque nunca nos hemos visto antes, nos conocemos. Hablamos
lenguas diversas y tenemos diferentes hábitos de vida, diferentes formas culturales
y, sin embargo, nos encontramos de inmediato unidos, juntos como una gran familia.
Se relativiza la separación y la diversidad exterior. Todos quedamos tocados por el
único Señor Jesucristo, en el cual se nos ha manifestado el verdadero ser del hombre
y, a la vez, el rostro mismo de Dios. Nuestras oraciones son las mismas. En virtud
del encuentro interior con Jesucristo, hemos recibido en nuestro interior la misma
formación de la razón, de la voluntad y del corazón. Y, en fin, la liturgia común
constituye una especie de patria del corazón y nos une en una gran familia. El hecho
de que todos los seres humanos sean hermanos y hermanas no es sólo una idea, sino
que aquí se convierte en una experiencia real y común que produce alegría. Y, así,
hemos comprendido también de manera muy concreta que, no obstante todas las fatigas
y la oscuridad, es hermoso pertenecer a la Iglesia universal que el Señor nos ha dado.
2.
De aquí nace después un modo nuevo de vivir el ser hombres, el ser cristianos. Una
de las experiencias más importantes de aquellos días ha sido para mí el encuentro
con los voluntarios de la Jornada Mundial de la Juventud: eran alrededor de 20.000
jóvenes que, sin excepción, habían puesto a disposición semanas o meses de su vida
para colaborar en los preparativos técnicos, organizativos y de contenido de la JMJ,
y que precisamente así habían hecho posible el desarrollo ordenado de todo el conjunto.
Al dar su tiempo, el hombre da siempre una parte de la propia vida. Al final, estos
jóvenes estaban visible y «tangiblemente» llenos de una gran sensación de felicidad:
su tiempo tenía un sentido; precisamente en el dar su tiempo y su fuerza laboral habían
encontrado el tiempo, la vida. Y entonces, algo fundamental se me ha hecho evidente:
estos jóvenes habían ofrecido en la fe un trozo de vida, no porque había sido mandado
o porque con ello se ganaba el cielo; ni siquiera porque así se evita el peligro del
infierno. No lo habían hecho porque querían ser perfectos. No miraban atrás, a sí
mismos. Me vino a la mente la imagen de la mujer de Lot que, mirando hacia atrás,
se convirtió en una estatua de sal. Cuántas veces la vida de los cristianos se caracteriza
por mirar sobre todo a sí mismos; hacen el bien, por decirlo así, para sí mismos.
Y qué grande es la tentación de todos los hombres de preocuparse sobre todo de sí
mismos, de mirar hacia atrás a sí mismos, convirtiéndose así interiormente en algo
vacío, «estatuas de sal». Aquí, en cambio, no se trataba de perfeccionarse a sí mismos
o de querer tener la propia vida para sí mismos. Estos jóvenes han hecho el bien –
aun cuando ese hacer haya sido costoso, aunque haya supuesto sacrificios – simplemente
porque hacer el bien es algo hermoso, es hermoso ser para los demás. Sólo se necesita
atreverse a dar el salto. Todo eso ha estado precedido por el encuentro con Jesucristo,
un encuentro que enciende en nosotros el amor por Dios y por los demás, y nos libera
de la búsqueda de nuestro propio «yo». Una oración atribuida a san Francisco Javier
dice: «Hago el bien no porque a cambio entraré en el cielo y ni siquiera porque, de
lo contrario, me podrías enviar al infierno. Lo hago porque Tú eres Tú, mi Rey y mi
Señor». También en África encontré la misma actitud, por ejemplo en las religiosas
de Madre Teresa que cuidan de los niños abandonados, enfermos, pobres y que sufren,
sin preguntarse por sí mismas y, precisamente así, se hacen interiormente ricas y
libres. Esta es la actitud propiamente cristiana. También ha sido inolvidable para
mí el encuentro con los jóvenes discapacitados en la fundación San José, de Madrid,
encontré de nuevo la misma generosidad de ponerse a disposición de los demás; una
generosidad que, en definitiva, nace del encuentro con Cristo que se ha entregado
a sí mismo por nosotros.
3. Un tercer elemento, que de manera cada vez más
natural y central forma parte de las Jornadas Mundiales de la Juventud, y de la espiritualidad
que proviene de ellas, es la adoración. Fue inolvidable para mí, durante mi viaje
en el Reino Unido, el momento en Hydepark, en que decenas de miles de personas, en
su mayoría jóvenes, respondieron con un intenso silencio a la presencia del Señor
en el Santísimo Sacramento, adorándolo. Lo mismo sucedió, de modo más reducido, en
Zagreb, y de nuevo en Madrid, tras el temporal que amenazaba con estropear todo el
encuentro nocturno, al no funcionar los micrófonos. Dios es omnipresente, sí. Pero
la presencia corpórea de Cristo resucitado es otra cosa, algo nuevo. El Resucitado
viene en medio de nosotros. Y entonces no podemos sino decir con el apóstol Tomás:
«Señor mío y Dios mío». La adoración es ante todo un acto de fe: el acto de fe como
tal. Dios no es una hipótesis cualquiera, posible o imposible, sobre el origen del
universo. Él está allí. Y si él está presente, yo me inclino ante él. Entonces, razón,
voluntad y corazón se abren hacia él y a partir de él. En Cristo resucitado está presente
el Dios que se ha hecho hombre, que sufrió por nosotros porque nos ama. Entramos en
esta certeza del amor corpóreo de Dios por nosotros, y lo hacemos amando con él. Esto
es adoración, y esto marcará después mi vida. Sólo así puedo celebrar también la Eucaristía
de modo adecuado y recibir rectamente el Cuerpo del Señor.
4. Otro elemento
importante de las Jornadas Mundiales de la Juventud es la presencia del Sacramento
de la Penitencia que, de modo cada vez más natural, forma parte del conjunto. Con
eso reconocemos que tenemos continuamente necesidad de perdón y que perdón significa
responsabilidad. Existe en el hombre, proveniente del Creador, la disponibilidad a
amar y la capacidad de responder a Dios en la fe. Pero, proveniente de la historia
pecaminosa del hombre (la doctrina de la Iglesia habla del pecado original), existe
también la tendencia contraria al amor: la tendencia al egoísmo, al encerrarse en
sí mismo, más aún, al mal. Mi alma se mancha una y otra vez por esta fuerza de gravedad
que hay en mí, que me atrae hacia abajo. Por eso necesitamos la humildad que siempre
pide de nuevo perdón a Dios; que se deja purificar y que despierta en nosotros la
fuerza contraria, la fuerza positiva del Creador, que nos atrae hacia lo alto.
5.
Finalmente, como última característica que no hay que descuidar en la espiritualidad
de las Jornadas Mundiales de la Juventud, quisiera mencionar la alegría. ¿De dónde
viene? ¿Cómo se explica? Seguramente hay muchos factores que intervienen a la vez.
Pero, según mi parecer, lo decisivo es la certeza que proviene de la fe: yo soy amado.
Tengo un cometido. Soy aceptado, soy querido. Josef Pieper, en su libro sobre el amor,
ha mostrado que el hombre puede aceptarse a sí mismo sólo si es aceptado por algún
otro. Tiene necesidad de que haya otro que le diga, y no sólo de palabra: «Es bueno
que tú existas». Sólo a partir de un «tú», el «yo» puede encontrarse a sí mismo. Sólo
si es aceptado, el «yo» puede aceptarse a sí mismo. Quien no es amado ni siquiera
puede amarse a sí mismo. Este ser acogido proviene sobre todo de otra persona. Pero
toda acogida humana es frágil. A fin de cuentas, tenemos necesidad de una acogida
incondicionada. Sólo si Dios me acoge, y estoy seguro de ello, sabré definitivamente:
«Es bueno que yo exista». Es bueno ser una persona humana. Allí donde falta la percepción
del hombre de ser acogido por parte de Dios, de ser amado por él, la pregunta sobre
si es verdaderamente bueno existir como persona humana, ya no encuentra respuesta
alguna. La duda acerca de la existencia humana se hace cada vez más insuperable. Cuando
llega a ser dominante la duda sobre Dios, surge inevitablemente la duda sobre el mismo
ser hombres. Hoy vemos cómo esta duda se difunde. Lo vemos en la falta de alegría,
en la tristeza interior que se puede leer en tantos rostros humanos. Sólo la fe me
da la certeza: «Es bueno que yo exista». Es bueno existir como persona humana, incluso
en tiempos difíciles. La fe alegra desde dentro. Ésta es una de las experiencias maravillosas
de las Jornadas Mundiales de la Juventud.
Nos llevaría muy lejos hablar ahora
también del encuentro de Asís de manera detallada, como merecería la importancia del
acontecimiento. Agradezcamos sencillamente a Dios porque nosotros –representantes
de las religiones del mundo y también representantes del pensamiento en búsqueda de
la verdad – pudimos encontrarnos aquel día en un clima de amistad y de respeto recíproco,
en el amor por la verdad y en la responsabilidad común por la paz. Podemos esperar
que de este encuentro haya nacido una nueva disponibilidad para servir la paz, la
reconciliación y la justicia.
Por último, quisiera agradecer de corazón a
todos vosotros por el apoyo para llevar adelante la misión que el Señor nos ha confiado
como testigos de su verdad, y os deseo a todos la alegría que Dios, en la encarnación
de su Hijo, nos ha querido dar. Feliz Navidad.