Miércoles, 21 dic (RV).- Una invitación a buscar el significado genuino del misterio
que celebramos, es decir, a vivir con gozo el hecho de que Dios, en Jesús, “está cerca
de cada uno de nosotros” y “quiere recorrer a nuestro lado el camino de la vida”,
son las palabras del Sucesor de Pedro en la síntesis en español de la última catequesis
previa a la Navidad 2011. Benedicto XVI prometió pedir al Niño Dios “por quienes pasan
duras pruebas” e insistió que en estos días la caridad con los más necesitados debe
ser particularmente activa, porque “para los pobres no puede haber dilación”.
Palabras
de Benedicto en español (AUDIO)
“Queridos
hermanos y hermanas: En la sociedad actual, donde por desgracia las fiestas que
se avecinan están perdiendo progresivamente su valor religioso, es importante que
los signos externos de estos días no nos alejen del significado genuino del misterio
que celebramos. A saber: el Verbo de Dios se ha hecho carne y ha puesto su morada
entre nosotros. Vivamos, por tanto, con gozo este hecho maravilloso. El Eterno ha
entrado en los límites del espacio y el tiempo para hacer posible que hoy nos encontremos
con Él. Dios está cerca de cada uno de nosotros y desea que lo descubramos, para que
con su luz se disipen las tinieblas que encubren nuestra vida y la humanidad. Vivamos
asimismo la Navidad contemplando con fervor el camino del inmenso amor de Dios, que
nos atrae hacia Sí a través de la encarnación, pasión, muerte y resurrección de su
Hijo. Sobre todo, vivamos este misterio en la Eucaristía, verdadero eje de la Navidad.
En ella se hace realmente presente Jesús, Pan bajado del cielo y Cordero sacrificado
por nuestra salvación. Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular
a los grupos venidos de España y de los países latinoamericanos. Invito a todos a
celebrar una Navidad auténticamente cristiana, con la alegría de saber que el Señor
vino al mundo para salvarnos. Él quiere recorrer a nuestro lado el camino de la vida.
Al Niño Dios pediré por todos, especialmente por quienes pasan por duras pruebas.
Que en estos días santos, la caridad cristiana se muestre singularmente activa con
los más necesitados. Para los pobres no puede haber dilación. Feliz Navidad. Muchas
gracias.”
(JGO-RV)
Texto completo de la catequesis del Papa:
Queridos
hermanos y hermanas:
Con alegría los acojo en esta Audiencia general, cuando
faltan pocos días para la celebración de la Navidad del Señor. El saludo que en estos
días escuchamos decir a todos es ¡Feliz Navidad! Y los mejores deseos para las fiestas
navideñas. Hagamos de forma que, en la sociedad actual, el intercambio de parabienes
no pierda su profundo valor religioso y la fiesta no quede atrapada en los aspectos
exteriores, que tocan las cuerdas del corazón. Ciertamente, los signos exteriores
son lindos e importantes, con tal de que no nos distraigan, sino que más bien nos
ayuden a vivir la Navidad en su sentido más verdadero, el sagrado y cristiano, para
que nuestra alegría no sea superficial, sino profunda.
Con la liturgia navideña
la Iglesia nos introduce en el gran Misterio de la Encarnación. La Navidad, en efecto,
no es un simple aniversario del nacimiento de Jesús - que también lo es – sino que
es algo más. Es celebrar un Misterio que ha marcado y sigue marcando la historia del
hombre – Dios mismo vino a abitar entre nosotros (cfr Jn 1,14), se hizo realmente
uno de nosotros; un Misterio que interesa nuestra fe y nuestra existencia; un Misterio
que vivimos concretamente en las celebraciones litúrgicas, en particular, en la Santa
Misa. Alguien se podría preguntar ¿cómo es posible que yo viva ahora este evento tan
lejano en el tiempo? ¿Cómo puedo participar de forma fructuosa en el nacimiento del
Hijo de Dios, que fue hace más de dos mil años? En la Santa Misa de la Noche de Navidad,
repetiremos en el Salmo Responsorial estas palabras: «Hoy nos ha nacido el Salvador».
Este adverbio de tiempo, «hoy», se repite varias veces en todas las celebraciones
navideñas se refiere al evento del nacimiento de Jesús y a la salvación que la Encarnación
del Hijo de Dios viene a traer. En la Liturgia, este evento supera los límites del
espacio y del tiempo y se vuelve actual, presente; su efecto perdura, aún con el pasar
de los días, de los años y de los siglos. Indicando que Jesús nace «hoy», la Liturgia
no usa una frase sin sentido, sino que subraya que este Nacimiento abarca y penetra
toda la historia. Permanece como una realidad, también hoy, a la cual podemos llegar
precisamente en la liturgia. Para nosotros los creyentes, la celebración de la Navidad
renueva la certeza de que Dios está realmente presente con nosotros, aún en carne,
y no está sólo lejos, aún estando con el Padre, está cerca de nosotros. Dios, en ese
Niño nacido en Belén, se acercó realmente al hombre, Él mismo es hombre y nosotros
lo podemos encontrar ahora, en un «hoy» que no tiene ocaso.
Quisiera insistir
en este punto, porque al hombre contemporáneo, hombre de lo “sensible”, de lo experimentable
empíricamente, le resulta cada vez más fatigoso abrir los horizontes y entrar en el
mundo de Dios. La redención de la humanidad sucede, por cierto, en un momento preciso
e identificable de la historia: en el evento de Jesús de Nazaret; pero Jesús es el
Hijo de Dios, es Dios mismo, que no sólo le ha hablado al hombre, le ha mostrado signos
admirables, lo ha guiado a lo largo de toda una historia de salvación, sino que se
ha hecho hombre y sigue siendo hombre. El Eterno ha entrado en los límites del tiempo
y del espacio, para hacer que sea posible «hoy» el encuentro con Él. Los textos litúrgicos
navideños nos ayudan a comprender que los eventos de la salvación obrada por Cristo
son siempre actuales, interesan a cada hombre y a todos los hombres. Cuando escuchamos
o pronunciamos, en las celebraciones litúrgicas, este «Hoy nos ha nacido el Salvador»,
no estamos utilizando una expresión vacía y convencional, sino que entendemos que
Dios no ofrece «hoy», hoy, ahora, a mí, a cada uno de nosotros, la posibilidad de
reconocerlo y de acogerlo, como hicieron los pastores en Belén, para que Él nazca
también en nuestra vida y la renueve, la ilumine, la transforme con su Gracia, con
su Presencia.
La Navidad, por lo tanto, al tiempo que conmemora el nacimiento
de Jesús en la carne, de la Virgen María - y numerosos textos litúrgicos hacen revivir
ante nuestros ojos algún episodio -, la Navidad es un evento eficaz para nosotros.
El Papa san León Magno, presentando el sentido profundo de la Fiesta de la Navidad,
invitaba a sus fieles con estas palabras: «Exultemos en el Señor, queridos míos,
y abramos nuestro corazón al gozo más puro, porque ha amanecido el día que para nosotros
significa la nueva redención, la antigua preparación, la felicidad eterna. Se renueva,
en efecto, para nosotros el ciclo anual, que se renueva, el alto misterio de nuestra
salvación, que, prometido en el comienzo y acordado al final de los tiempos, está
destinado a durar sin fin» (Sermo 22, In Nativitate Domini, 2,1: PL 54,193). También
san León Magno, en otra de sus Homilías navideñas, afirmaba: «Hoy el autor del mundo
ha sido generado en el vientre de una virgen: aquel que había hecho todas las cosas
se ha hecho hijo de una mujer, que él mismo ha creado. Hoy el Verbo de Dios se ha
aparecido revestido de carne y, así como nunca había sido visible para ningún ojo
humano, ahora se ha hecho visible y palpable. Hoy, los pastores han recibido de la
voz de los ángeles la noticia de que ha nacido el Salvador, en la sustancia de nuestro
cuerpo y de nuestra alma» (Sermo 26, In Nativitate Domini, 6,1: PL 54,213).
Hay
un segundo aspecto que quisiera mencionar brevemente: el evento de Belén debe ser
considerado a la luz del Misterio Pascual: el uno y el otro son parte de la única
obra redentora de Cristo. La encarnación y el nacimiento de Jesús nos invitan a dirigir
la mirada hacia su muerte y su resurrección: Navidad y Pascua, ambas, son fiestas
de la redención. Pascua la celebra como la victoria sobre el pecado y sobre la muerte:
marca el momento final, cuando la gloria del Hombre-Dios brilla como la luz del día;
Navidad la celebra como la entrada de Dios en la historia haciéndose hombre para reconducir
el hombre a Dios: marca, por así decirlo, el momento inicial, cuando se entrevé la
claridad del alba. Pero precisamente como el alba precede y hace presagiar ya la luz
del día, así pues la Navidad anuncia ya la Cruz y la gloria de la Resurrección. También
los dos periodos del año, en las que están colocadas las dos grandes fiestas, al menos
en algunas partes del mundo, pueden ayudar a comprender este aspecto. Efectivamente,
mientras Pascua cae al principio de la primavera, cuando el sol vence las densas y
frías nieblas y renueva la faz de la tierra, Navidad cae al principio del invierno,
cuando la luz y el calor del sol no logran despertar la naturaleza, envuelta en el
frío, bajo cuyo estrato, sin embargo, pulsa la vida. Y empieza de nuevo la victoria
del sol y del calor.
Los padres de la Iglesia leían siempre el nacimiento de
Cristo a la luz de la entera obra redentora, que encuentra su culmen en el Misterio
Pascual. La Encarnación del Hijo de Dios aparece no solo como el inicio y la condición
de salvación, sino como la presencia misma del Misterio de nuestra salvación: Dios
se hace hombre, nace niño como nosotros, toma nuestra carne para vencer la muerte
y el pecado. Dos significativos textos de san Basilio lo ilustran bien. Decía a los
fieles san Basilio: “Dios asume la carne para destruir la muerte que se esconde en
ella. Como los antídotos de un veneno una vez ingeridos anulan sus efectos, y como
las tinieblas de una casa se disuelven a la luz del sol, así la muerte que dominaba
sobre la naturaleza humana fue destruida ante la presencia de Dios. Y como el hielo
permanece sólido en el agua mientras dura la noche y reinan las tinieblas, pero rápidamente
se disuelve con el calor del sol, así la muerte, que había reinado hasta la venida
de Cristo, apenas aparece la gracia de Dios Salvador y surge el sol de justicia, “fue
absorbida en la victoria” (1Cor 15,54) no pudiendo coexistir con la Vida” (Homilía
sobre el nacimiento de Cristo, 2: pag 31, 1461). Y también san Basilio, en otro texto,
dirigía esta invitación: “Celebramos la salvación del mundo, la navidad del género
humano. Hoy ha sido remitida la culpa de Adán. Ya no debemos decir más: “Eres polvo
y al polvo volverás” (Gn 3,19), sino: unido a Aquel que ha venido del cielo, serás
admitido en el cielo” (Homilía sobre el nacimiento de Cristo, 6: pg 31, 1473).
En
Navidad nosotros encontramos la ternura y el amor de Dios que se inclina sobre nuestros
límites, sobre nuestras debilidades, sobre nuestros pecados y se baja hasta nosotros.
San Pablo afirma que Jesucristo “aún siendo de condición divina... se despojó de sí
mismo, tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres (Fil 2,6-7).
Miremos a la gruta de Belén: Dios se humilla hasta nacer en un pesebre, que es el
preludio de la humillación a la hora de su pasión. El culmen de la historia de amor
entre Dios y el hombre pasa a través de la cueva de Belén y el sepulcro de Jerusalén. Queridos
hermanos y hermanas, vivamos con alegría la Navidad que se acerca. Vivamos este evento
maravilloso: el Hijo de Dios nace todavía “hoy” Dios está verdaderamente cerca de
cada uno de nosotros y quiere encontrarnos, quiere llevarnos a Él. Él es la verdadera
luz, que despeja y disuelve las tinieblas que envuelven nuestra vida y a la humanidad.
Vivamos la Navidad del Señor contemplando el camino del amor inmenso de Dios que nos
ha levantado hacia Él a través del Misterio de la Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección
de su Hijo, porque -como afirma san Agustín- “en (Cristo) la divinidad del Unigénito
se ha hecho partícipe de nuestra mortalidad, para que nosotros fuéramos partícipes
de su inmortalidad” (Epístola 187,6,20: Pl 33,839-840). Sobre todo contemplemos
y vivamos este Misterio en la celebración de la Eucaristía, centro de la Santa Navidad;
allí se hace presente de manera real Jesús, verdadero Pan descendido del cielo, verdadero
Cordero sacrificado para nuestra salvación.
Deseo a todos vosotros y a vuestras
familias que celebréis una Navidad verdaderamente cristiana, de modo que el intercambio
de felicitaciones en aquel día sea expresión de la alegría de saber que Dios está
cerca y quiere recorrer con nosotros el camino de la vida. Gracias.
(Traducción
del italiano Eduardo Rubió y Cecilia de Malak)