jesuita Guillermo Ortiz Martes, 20 dic (RV).- Escuchemos en esta
Navidad el anuncio feliz; el anuncio de que Dios no nos deja solos. Así, en un corral
de animales, Jesús es el Hijo de Dios que no nos abandona, viene a acompañarnos; a
estar con nosotros; viene para ser uno como nosotros, a pasar por nuestros trabajos,
penas, pobrezas, dificultades, y para mostrarnos que lo Dios ofrece es algo muy lindo
y bueno como lo que le paso a él mismo. Jesús trabajó, sufrió y murió como nosotros,
pero ¡Resucitó! Viene para que conozcamos el Camino de la Vida plena y feliz.
Nos
gustaría más que el Padre Dios fuera como ese Papa Noel que trae regalos lindos. El
regalo del Padre Dios es su propio Hijo Jesús que en nuestra propia carne nos acompaña,
de modo que podamos llegar con Él a la vida plena y feliz. Como dice Ignacio de Loyola:
para que siguiéndolo en la pena, también lo sigamos en la gloria (Cfr. Ejercicios
95).
El Árbol de Navidad que vemos hasta en los lugares menos religiosos, nos
recuerda que hay árboles que no dan frutos venenosos, que matan –como tantos hombres
y mujeres que han elegido el camino del desprecio y maltrato de los hermanos-. También
hay árboles que dan frutos buenos, sanos. Hay un fruto que cura, que es medicina para
el cuerpo y el alma. Por eso le decimos a la Virgen: “Bendito el fruto de tu vientre”.
Jesús, el fruto bendito del vientre de María - representado en esos frutos brillantes
del árbol de Navidad-, es bueno y nos da la vida plena que tu y yo a veces buscamos
en lugares equivocados. Ese fruto bendito del vientre de María de Nazaret en el pesebre
nos alimenta en serio, es medicina, nos cura del mal y nos llena con la fuerza y la
luz de la Vida viva.
Si de veras escuchamos atentamente, y contemplando tratamos
de penetrar el corazón del Misterio de Navidad, la oración nos moverá a ponernos de
rodillas para adorar al Verbo hecho carne, como lo hicieron los pastores y los magos
de oriente, y nos moverá a abrir el corazón a los otros, sobre todo a los más necesitados.