Que el Niño de Belén nos libere de la cárcel del pecado
Domingo, 18 dic (RV).- Con gran alegría y conmoción, Benedicto XVI en este cuarto
domingo de Adviento ha visitado esta mañana la cárcel romana de Rebibbia. “Estaba
en la cárcel, y vinisteis a verme”. Estas son las palabras del juicio final, relatado
por el evangelista Mateo, y estas palabras del Señor en las cuales se identifica con
los detenidos expresan en plenitud el sentido de mi visita de hoy entre vosotros”,
ha dicho el Papa a los detenidos en su discurso. “Dondequiera que haya un hambriento,
un extranjero, un enfermo, un encarcelado, allí está Cristo”. “Es ésta la razón principal
por la que estoy aquí, “feliz” entre vosotros, para rezar, dialogar y escuchar”.
El Pontífice ha puesto de relieve la atención de la Iglesia por el mundo judicial
y carcelario.
Hay una necesidad
urgente de establecer sistemas independientes judiciales y penitenciarios, con el
fin de restaurar la justicia y rehabilitar a los culpables. Se han de desterrar también
los casos de errores judiciales y los malos tratos a los reclusos, así como las numerosas
ocasiones en que no se aplica la ley, lo que comporta una violación de los derechos
humanos, y también los encarcelamientos que sólo muy tarde, o nunca, terminan en un
proceso. ‘La Iglesia reconoce su misión profética respecto a todos los afectados por
la delincuencia, así como la necesidad que tienen de reconciliación, justicia y paz’.
Los reclusos son seres humanos que merecen, no obstante su crimen, ser tratados con
respeto y dignidad. Necesitan nuestra atención”.
“La justicia humana y
la divina –ha explicado Benedicto XVI- son muy diversas. Ciertamente, los hombres
no son capaces de aplicar la justicia divina, pero al menos deben verla, tratar de
captar el espíritu profundo que la anima, para que también ilumine la justicia humana,
para evitar -como lamentablemente sucede frecuentemente- que el detenido se convierta
en un excluido.
Justicia y misericordia,
justicia y caridad, puntos cardinales de la doctrina social de la Iglesia, son dos
realidades diferentes sólo para nosotros, los hombres, que distinguimos atentamente
un acto justo, de un acto de amor. “Justo” para nosotros es “lo que al otro le es
debido”, mientras “misericordioso” es lo que es donado por bondad. Y una cosa parece
excluir a la otra. Pero para Dios no es así: en Él justicia y caridad coinciden; no
hay una acción justa que no sea también acto de misericordia y de perdón y, al mismo
tiempo, no hay ninguna acción misericordiosa que no sea perfectamente justa.
El
Papa hablando luego del sistema de detención ha afirmado que “gira en torno a dos
puntos firmes, ambos importantes: por un lado tutelar a la sociedad de eventuales
amenazas y, por otro, reintegrar a quien se ha equivocado, sin pisotear su dignidad
y sin excluirlo de la vida social”. Dos aspectos importantes que tienden a no crear
ese “abismo” entre la realidad carcelaria real y la pensada por la ley, que prevé
como elemento fundamental la función reeducadora de la pena y el respeto de los derechos
y de la dignidad de las personas”
Sé que la aglomeración
y el deterioro de las cárceles pueden hacer aún más amarga la detención: he recibido
varias cartas de detenidos que lo subrayan. Es importante que las instituciones promuevan
un análisis atento de la situación carcelaria hoy, verifiquen las estructuras, los
medios y el personal, de modo que los detenidos jamás descuenten una “doble pena”;
y es importante promover uno desarrollo del sistema carcelario, que, si bien en el
respeto de la justicia, sea cada vez más adecuado a las exigencias de la persona humana,
con el recurso también a las penas de no detención o a modalidades diversas de detención.
Recordando, la cercanía de la Navidad del Señor, el Santo Padre ha dicho
a los presos de Rebibbia que “el Niño de Belén será feliz cuando todos los hombres
vuelvan a Dios con el corazón renovado. Pidámosle en el silencio y en la oración que
seamos todos liberados de la prisión del pecado, de la soberbia y del orgullo: en
efecto, cada uno tiene necesidad de de salir de esta cárcel interior para estar verdaderamente
libre del mal, de las angustias y de la muerte. ¡Sólo ese Niño colocado en el pesebre
es capaz de dar a todos esta plena liberación!
Quisiera terminar
diciéndoos que la Iglesia sostiene y anima todo esfuerzo tendente a garantizar a todos
una vida digna. Estad seguros de que yo estoy cerca de cada uno de vosotros, de vuestras
familias, de vuestros niños, de vuestros jóvenes, de vuestros ancianos y os llevo
a todos en mi corazón ante Dios. ¡Que el Señor os bendiga a vosotros y vuestro futuro!
El Papa respondiendo, luego, a las palabras de algunos detenidos les ha
dicho que estaba “conmovido por la amistad que les habían manifestado”. Rocco, Omar,
(un extranjero de color), Alberto, (un detenido de acento típicamente romano y padre
de una niña que desea abrazar), Federico (que ha hablado en nombre de los presos internados
en la enfermería y todos de los que viven enfermos en la cárcel), han sido los que
han dirigido unas palabras al Pontífice, el cual ha saludado personalmente a cada
uno de ellos.
“Estoy aquí -ha dicho el Papa, respondiendo a uno de los detenidos-
para mostraros mi amistad, pero mi visita es un gesto público” que recuerda a nuestros
conciudadanos “las dificultades que se viven en la cárcel”. “Tengo esperanzas en que
el gobierno hará todo lo posible para mejorar vuestra situación, según los auspicios
expresados por la ministro de justicia, Paola Severino.
La ministro de justicia
había leído poco antes un conmovedor texto escrito precisamente por uno los detenidos
en el que se describía “el mundo de humillación de la cárcel, la soledad, el sufrimiento,
la desesperación” y pedía a las autoridades más “respeto, escucha, comprensión y espíritu
fraterno, sin prejuicios ni falsas moralidades”. “Para no perder las fuerzas de seguir
viviendo”.
“Es verdad que muchos hablan mal y de manera feroz de los presos,
pero también hay muchas personas que tienen presente la situación que se vive en la
cárcel” ha afirmado el Santo Padre. “Tenemos que soportar que algunos hablen ferozmente.
También hablan de modo feroz contra el Papa y sin embargo, vamos hacia delante”. “Es
importante proseguir, ir hacia delante” ha dicho Benedicto XVI respondiendo a otra
pregunta. A final del encuentro un detenido de Rebibbia ha leído una oración: “Dios,
acuérdate de mi, está cerca de nosotros, ayúdanos a superar nuestras noches insomnes.
Amen”.
Alocución completa de Benedicto XVI a los detenidos en la cárcel romana
de Rebibbia:
Queridos hermanos y hermanas:
Con gran alegría
y conmoción estoy esta mañana entre vosotros, para una visita que bien se coloca a
pocos días de la celebración de la Navidad del Señor. Dirijo un caluroso saludo a
todos, en particular al Ministro de la Justicia, Honorable Paola Severino, y a los
Capellanes, a quienes agradezco las palabras de bienvenida, que me han dirigido también
en vuestro nombre. Saludo al Dr. Carmelo Cantone, Director de la Cárcel, y a los colaboradores,
a la policía penitenciaria y a los voluntarios que se prodigan a favor de las actividades
de este Instituto. Y de modo especial, os saludo a todos vosotros, detenidos, manifestándoos
mi cercanía.
“Estaba en la cárcel, y vinisteis a verme” (Mt 25, 36).
Estas son las palabras del juicio final, relatado por el evangelista Mateo, y estas
palabras del Señor en las cuales se identifica con los detenidos expresan en plenitud
el sentido de mi visita de hoy entre vosotros. Dondequiera que haya un hambriento,
un extranjero, un enfermo, un encarcelado, allí está Cristo mismo, que espera nuestra
visita y nuestra ayuda. Es ésta la razón principal que me causa felicidad por estar
aquí, para rezar, dialogar y escuchar. La Iglesia siempre ha contado, entre las obras
de misericordia corporal, la visita a los encarcelados (Cf. Catecismo de la Iglesia
Católica, 2447). Y ésta, para ser completa, requiere una plena capacidad de acogida
del detenido, “haciéndole espacio en el propio tiempo, en la propia casa, en las propias
amistades, en las propias leyes, en las propias ciudades” (Cf. CEI, Evangelización
y testimonio de la caridad, 39). En efecto, quisiera ponerme en escucha de las vicisitudes
personales de cada uno, pero lamentablemente no es posible; he venido para deciros
sencillamente que Dios os ama con un amor infinito y que sois siempre hijos de Dios.
Y el mismo unigénito Hijo de Dios, el Señor Jesús, experimentó la cárcel, fue sometido
a un juicio ante un tribunal y sufrió la más feroz condena de la pena capital.
Con
ocasión de mi reciente viaje apostólico a Benín, en noviembre pasado, her firmado
una Exhortación apostólica postsinodal en la que he reafirmado la atención de la Iglesia
por la justicia en los Estados. He escrito: “Por tanto, hay una necesidad urgente
de establecer sistemas independientes judiciales y penitenciarios, con el fin de restaurar
la justicia y rehabilitar a los culpables. Se han de desterrar también los casos de
errores judiciales y los malos tratos a los reclusos, así como las numerosas ocasiones
en que no se aplica la ley, lo que comporta una violación de los derechos humanos,
y también los encarcelamientos que sólo muy tarde, o nunca, terminan en un proceso.
‘La Iglesia en África (...) reconoce su misión profética respecto a todos los afectados
por la delincuencia, así como la necesidad que tienen de reconciliación, justicia
y paz’. Los reclusos son seres humanos que merecen, no obstante su crimen, ser tratados
con respeto y dignidad. Necesitan nuestra atención” (n. 83). Así dice este documento.
Queridos
hermanos y hermanas, la justicia humana y la divina son muy diversas. Ciertamente,
los hombres no son capaces de aplicar la justicia divina, pero al menos deben verla,
tratar de captar el espíritu profundo que la anima, para que también ilumine la justicia
humana, para evitar –como lamentablemente sucede frecuentemente– que el detenido se
convierta en un excluido. En efecto, Dios es Aquel que proclama la justicia con fuerza,
pero al mismo tiempo, cura las heridas con el bálsamo de la misericordia.
La
palabra del evangelio de Mateo (20, 1-16) sobre los jornaleros llamados a trabajar
en la viña nos hace comprender en qué consiste esta diferencia entre la justicia humana
y la divina, porque hace explícita la delicada relación entre justicia y misericordia.
La parábola describe a un agricultor que asume algunos obreros en su viña. Pero lo
hace en diversas horas del día, de modo que alguno trabaja todo el día o algún otro
sólo una hora. En el momento de la entrega de la paga, el patrón suscita estupor y
enciende un debate entre los obreros. La cuestión se refiere a la generosidad –considerada
por los presentes injusticia- del dueño de la viña, quien decide dar la misma paga
tanto a los trabajadores de la mañana como a los últimos de la tarde. Desde el punto
de vista humano, esta decisión es una auténtica injusticia, pero desde el punto de
vista de Dios es un acto de bondad, porque la justicia divina da a cada uno lo suyo
y, además, comprende la misericordia y el perdón.
Justicia y misericordia,
justicia y caridad, puntos cardinales de la doctrina social de la Iglesia, son dos
realidades diferentes sólo para nosotros, los hombres, que distinguimos atentamente
un acto justo de un acto de amor. Justo para nosotros es “lo que al otro le es debido”,
mientras misericordioso es lo que es donado por bondad. Y una cosa parece excluir
a la otra. Pero para Dios no es así: en Él justicia y caridad coinciden; no hay una
acción justa que no sea también acto de misericordia y de perdón y, al mismo tiempo,
no hay ninguna acción misericordiosa que no sea perfectamente justa. ¡Qué
lejana es la lógica de Dios de la nuestra! ¡Y qué diverso del nuestro es su modo de
actuar! El Señor nos invita a comprender y observar el verdadero espíritu de la ley,
para darle pleno cumplimiento en el amor hacia quien está necesitado. “La caridad
es, por tanto, la ley en su plenitud”, escribe san Pablo (Rm 13, 10): por tanto, nuestra
justicia será tanto más perfecta cuanto más esté animada por el amor por Dios y por
los hermanos. Queridos amigos, el sistema de detención gira
en torno a dos puntos firmes, ambos importantes: por un lado tutelar a la sociedad
de eventuales amenazas y, por otro, reintegrar a quien se ha equivocado sin pisotear
la dignidad y sin excluirlo de la vida social. Estos dos aspectos tienen su importancia
y tienden a no crear ese “abismo” entre la realidad carcelaria real y la pensada por
la ley, que prevé como elemento fundamental la función reeducadora de la pena y el
respeto de los derechos y de la dignidad de las personas. ¡La vida humana pertenece
sólo a Dios, que nos la ha dado, y no es abandonada a la merced de nadie, ni siquiera
a nuestro libre albedrío! Nosotros estamos llamados a custodiar la perla preciosa
de nuestra vida la de los demás.
Sé que la aglomeración y el deterioro
de las cárceles pueden hacer aún más amarga la detención: he recibido varias cartas
de detenidos que lo subrayan. Es importante que las instituciones promuevan un análisis
atento de la situación carcelaria hoy, verifiquen las estructuras, los medios y el
personal, de modo que los detenidos jamás descuenten una “doble pena”; y es importante
promover un desarrollo del sistema carcelario, que, si bien en el respeto de la justicia,
sea cada vez más adecuado a las exigencias de la persona humana, con el recurso también
a las penas de no detención o a modalidades diversas de detención.
Queridos
amigos, hoy es el cuarto domingo del tiempo de Adviento. Que la Navidad del Señor,
ya cercana, vuelva a encender con esperanza y amor vuestro corazón. El nacimiento
del Señor Jesús, del que haremos memoria dentro de pocos días, nos recuerda su misión
de llevar la salvación a todos los hombres, sin exclusión de nadie. Su salvación no
se impone, pero nos llega a través de los actos de amor, de misericordia y de perdón
que nosotros mismos sabemos realizar. El Niño de Belén será feliz cuando todos los
hombres vuelvan a Dios con corazón renovado. Pidámosle en el silencio y en la oración
que seamos todos liberados de la prisión del pecado, de la soberbia y del orgullo:
en efecto, cada uno tiene necesidad de salir de esta cárcel interior para estar verdaderamente
libre del mal, de las angustias y de la muerte. ¡Sólo ese Niño colocado en el pesebre
es capaz de dar a todos esta plena liberación!
Quisiera terminar diciéndoos
que la Iglesia sostiene y anima todo esfuerzo tendente a garantizar a todos una vida
digna. Estad seguros de que yo estoy cerca de cada uno de vosotros, de vuestras familias,
de vuestros niños, de vuestros jóvenes, de vuestros ancianos y os llevo a todos en
mi corazón ante Dios. ¡Que el Señor os bendiga a vosotros y vuestro futuro! (Traducción
de María Fernanda Bernasconi – RV).