Domingo, 11 dic (RV).- No desistir de esperar su venida
“La vigilancia
del corazón que el cristiano está llamado a ejercitar siempre, en la vida de todos
los días, caracteriza en particular este tiempo en el que preparamos con alegría el
misterio de Navidad”, reflexionó previamente a la oración del Ángelus, el Sucesor
de Pedro, desde la ventana de su estudio que da a la Plaza de san Pedro, repleta de
niños con sus familiares y catequistas que traían la imagen del Niño Jesús de sus
Pesebres, para que el Papa las bendijera: “El primer saludo esta reservado a los niños
de Roma –dijo el Papa al final de la oración del Ángelus- que han venido para la bendición
de los “Bambinelli”.”
Que nuestros hogares se inunden de luz Saludo
del Papa a los peregrinos de lengua española (Audio)
Audio
y texto completo de la reflexión del Papa previa al Ángelus (Audio)
Queridos
hermanos y hermanas,
Los textos litúrgicos de este período de Adviento
nos renuevan la invitación a vivir en la espera de Jesús, a no desistir de esperar
su venida, de tal modo que nos mantengamos en una actitud de apertura y de disponibilidad
al encuentro con Él. La vigilancia del corazón, que el cristiano está llamado a ejercitar
siempre, en la vida de todos los días, caracteriza particularmente este tiempo en
el cual nos preparamos con alegría al misterio de la Navidad (cfr Prefazio dell’Avvento
II). El ambiente externo propone los habituales mensajes de tipo comercial aunque
si menos por la actual crisis económica. El cristiano está invitado a vivir el Adviento
sin dejarse distraer por las luces, pero sabiendo dar el justo valor a las cosas,
para fijar la mirada interior en Cristo. De hecho, si perseveramos “vigilantes en
la alabanza y alegres en la oración” (ibid.), nuestros ojos serán capaces de reconocer
en Él la verdadera luz del mundo, que viene a alumbrar nuestras tinieblas.
Particularmente,
la liturgia de este domingo, llamada “Gaudéte”, nos invita a la alegría, a una vigilancia
no triste, sino alegre. “Gaudete in Domino siempre” –escribe San Pablo: “Alégrense
siempre en el Señor” (Filp 4,4). La verdadera alegría no es fruto del divertirse,
entendido en el sentido etimológico de la palabra divertir, es decir evadirse de los
compromisos de la vida y de sus responsabilidades.
La verdadera alegría
esta ligada a algo más profundo. Ciertamente, en los ritmos cotidianos, a menudo frenéticos,
es importante tener espacios de tiempo para el descanso, para relajarse, pero la verdadera
alegría está ligada a la relación con Dios. Quien ha encontrado a Cristo en la propia
vida, experimenta en el corazón una serenidad y una alegría que nadie y ninguna situación
puede quitar. San Agustín lo había entendido muy bien, en su búsqueda de la verdad,
de la paz, de la alegría, luego de haber buscado en vano en las múltiples cosas, concluye
con la célebre expresión que el corazón del hombre está inquieto, no encuentra serenidad
y paz hasta que no descansa en Dios (cfr Le Confessioni, I,1,1).
La
verdadera alegría no es un simple estado de ánimo pasajero, ni algo que se alcanza
con los propios esfuerzos, sino que es un don, nace del encuentro con la persona de
Jesús, de hacerle espacio en nosotros, de acoger el Espíritu Santo que guía nuestra
vida. Es una invitación que hace el apóstol Pablo: “Que el Dios de la paz los santifique
plenamente, para que ustedes se conserven irreprochables en todo su ser –espíritu,
alma y cuerpo- hasta la Venida de Nuestro Señor Jesucristo” (1 Tes 5,23).
En
este tiempo de Adviento reforcemos la convicción de que el Señor ha venido en medio
de nosotros y continuamente renueva su presencia de consolación, de amor y de alegría.
Tengamos confianza en Él; come una vez más afirma San Agustín, a la luz de su experiencia:
el Señor está más cercano a nosotros de cuanto nosotros lo estamos de nosotros mismos
–“interior intimo meo et superior summo meo” (Le Confessioni, III,6,11).
Confiemos
nuestro camino a la Virgen Inmaculada, cuyo espíritu exultó en Dios Salvador. Que
sea Ella que guíe nuestros corazones en la alegre espera de la venida de Jesús, una
espera rica de oración y de obras buenas. (Traducción: Claudia Alberto-RV)
Después
del rezo mariano y del responso por los difuntos, el Santo Padre saludó a los niños
romanos, que siguiendo la tradición del tercer Domingo de Adviento, llevan sus estatuitas
del Niño Dios para que el Papa las bendiga. Benedicto XVI les dio su bendición y con
ternura les pidió que recen por él:
«Queridos hermanos y hermanas, hoy el
primer saludo está dedicado a los niños de Roma, que vinieron para la tradicional
bendición de los ‘Bambinelli’, organizada por el Centro oratorios romanos. Queridos
niños, cuando recen ante sus nacimientos, acuérdense de mí, así como yo me acuerdo
de ustedes ¡Gracias! ¡Feliz Navidad!»
Saludando también a los representantes
del Movimiento para la vida de varios países europeos, llegados con motivo del premio
madre Teresa de Calcuta, asignado a la memoria de Chiara Lubich, fundadora de los
focolares, el Papa reiteró el derecho humano fundamental, con estas palabras: «Queridos
amigos, en el aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, recordemos
que el primero entre todos los derechos es el de la vida. Les deseo todo bien para
su actividad».
Así como Juan Bautista, servidor humilde y testigo de la luz
divina que nos viene a visitar, nosotros también estamos invitados a ser hijos de
la luz, enfatizó asimismo el Papa, alentando a no tener miedo de irradiar esta alegría
profunda que debe iluminar nuestro mundo (Cecilia de Malak-RV)