El juez ha querido tomar el rostro de los olvidados de la sociedad
Domingo, 20 nov (RV).- «¡Ánimo, el Papa está con vosotros!». Benedicto XVI presidió
esta mañana, en Cotonú, la Santa Misa de la Solemnidad de Jesucristo Rey del universo
y reiteró que el trono de Cristo es la Cruz y abraza a toda la humanidad, en especial
a los que sufren.
Al Estadio de la Amistad de Benín, acudieron cerca de cien
mil fieles – algunos pudieron entrar al recinto, otros siguieron desde su alrededor
la celebración del Papa. Llegaron también de Nigeria, Ghana, Togo, Burkina Faso y
otros países de África. Participaron 180 obispos, entre los cuales 40 presidentes
de conferencias episcopales africanas. A todos el Santo Padre les dirigió su mensaje
de esperanza y paz. (CdM-RV).
Texto completo de la Homilía en español:
Queridos hermanos
en el Episcopado y el sacerdocio, Queridos hermanos y hermanas
Es una gran
alegría para mí visitar por segunda vez este querido continente, a continuación de
haberlo hecho mi querido Predecesor, el beato Papa Juan Pablo II, y volver a vuestra
casa, Benín, para dirigiros un mensaje de esperanza y de paz. En primer lugar, deseo
agradecer muy cordialmente, a Monseñor Antonio Ganyé, Arzobispo de Cotonou, sus palabras
de bienvenida, y saludar a los obispos de Benin, así como a los cardenales y obispos
de numerosos países de África y de otros continentes. Y saludo calurosamente a todos
vosotros, queridos hermanos y hermanas, venidos para participar en esta Misa celebrada
por el Sucesor de Pedro. Pienso ciertamente en los benineses, pero también en los
fieles de los países francófonos vecinos, como Togo, Burkina Faso, Níger y otros más.
Nuestra celebración eucarística en la solemnidad de Cristo Rey del universo es una
oportunidad para dar gracias a Dios por el ciento cincuenta aniversario del comienzo
de la evangelización de Benin, y por la Segunda Asamblea especial para África del
Sínodo de los Obispos celebrado en Roma hace algún tiempo.
El Evangelio que
acabamos de escuchar, nos dice que Jesús, el Hijo del hombre, el juez último de nuestra
vida, ha querido tomar el rostro de los hambrientos y sedientos, de los extranjeros,
los desnudos, enfermos o prisioneros, en definitiva, de todos los que sufren o están
marginados; lo que les hagamos a ellos será considerado como si lo hiciéramos a Jesús
mismo. No veamos en esto una mera fórmula literaria, una simple imagen. Toda la vida
de Jesús es una muestra de ello. Él, el Hijo de Dios, se ha hecho hombre, ha compartido
nuestra existencia hasta en los detalles más concretos, haciéndose servidor de sus
hermanos más pequeños. Él, que no tenía donde reclinar su cabeza, fue condenado a
morir en una cruz. Este es el Rey que celebramos.
Sin duda, esto puede parecernos
desconcertante. Aún hoy, como hace 2000 años, acostumbrados a ver los signos de la
realeza en el éxito, la potencia, el dinero o el poder, tenemos dificultades para
aceptar un rey así, un rey que se hace servidor de los más pequeños, de los más humildes,
un rey cuyo trono es la cruz. Sin embargo, dicen las Sagradas Escrituras, así es como
se manifiesta la gloria de Cristo; en la humildad de su existencia terrena es donde
se encuentra su poder para juzgar al mundo. Para él, reinar es servir. Y lo que nos
pide es seguir por este camino para servir, para estar atentos al clamor del pobre,
el débil, el marginado. El bautizado sabe que su decisión de seguir a Cristo puede
llevarle a grandes sacrificios, incluso el de la propia vida. Pero, como nos recuerda
san Pablo, Cristo ha vencido a la muerte y nos lleva consigo en su resurrección. Nos
introduce en un mundo nuevo, un mundo de libertad y felicidad. También hoy son tantas
las ataduras con el mundo viejo, tantos los miedos que nos tienen prisioneros y nos
impiden vivir libres y dichosos. Dejemos que Cristo nos libere de este mundo viejo.
Nuestra fe en Él, que vence nuestros miedos, nuestras miserias, nos da acceso a un
mundo nuevo, un mundo donde la justicia y la verdad no son una parodia, un mundo de
libertad interior y de paz con nosotros mismos, con los otros y con Dios. Este es
el don que Dios nos ha dado en nuestro bautismo.
«Venid vosotros, benditos
de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo»
(Mt 25,34). Acojamos estas palabras de bendición que el Hijo del hombre dirigirá el
Día del Juicio a quienes habrán reconocido su presencia en los más humildes de sus
hermanos con un corazón libre y rebosante de amor de Dios. Hermanos y hermanas, este
pasaje del Evangelio es verdaderamente una palabra de esperanza, porque el Rey del
universo se ha hecho muy cercano a nosotros, servidor de los más pequeños y más humildes.
Y quisiera dirigirme con afecto a todos los que sufren, a los enfermos, a los aquejados
del sida u otras enfermedades, a todos los olvidados de la sociedad. ¡Tened ánimo!
El Papa está cerca de vosotros con el pensamiento y la oración. ¡Tened ánimo! Jesús
ha querido identificarse con el pequeño, con el enfermo; ha querido compartir vuestro
sufrimiento y reconoceros a vosotros como hermanos y hermanas, para liberaros de todo
mal, de toda aflicción. Cada enfermo, cada persona necesitada merece nuestro respeto
y amor, porque a través de él Dios nos indica el camino hacia el cielo.
Esta
mañana os invito también a que compartáis vuestra alegría conmigo. En efecto, hace
150 años que la cruz de Cristo fue plantada en vuestra tierra, que el Evangelio fue
anunciado por primera vez. En este día, damos gracias a Dios por el trabajo realizado
por los misioneros, por los «obreros apostólicos» originarios de aquí o venidos de
otros lugares, obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, catequistas y todos aquellos
que, hoy como ayer, han hecho posible la difusión de la fe en Jesucristo en el continente
africano. Deseo honrar aquí la memoria del venerado cardenal Bernardin Gantin, ejemplo
de fe y sabiduría para Benin y para todo el continente africano.
Queridos
hermanos y hermanas, todos los que han recibido ese don maravilloso de la fe, el don
del encuentro con el Señor resucitado, sienten también la necesidad de anunciarlo
a los demás. La Iglesia existe para anunciar esta Buena Noticia. Y este deber es siempre
urgente. Después de 150 años, hay todavía muchos que aún no han escuchado el mensaje
de salvación de Cristo. Hay también muchos que se resisten a abrir sus corazones a
la Palabra de Dios. Y son numerosos aquellos cuya fe es débil, y su mentalidad, costumbres
y estilo de vida ignoran la realidad del Evangelio, pensando que la búsqueda del bienestar
egoísta, la ganancia fácil o el poder es el objetivo final de la vida humana. ¡Sed
testigos ardientes, con entusiasmo, de la fe que habéis recibido! Haced brillar por
doquier el rostro amoroso de Cristo, especialmente ante los jóvenes que buscan razones
para vivir y esperar en un mundo difícil.
La Iglesia en Benin ha recibido
mucho de los misioneros: ella debe llevar a su vez este mensaje de esperanza a quienes
no conocen o han olvidado al Señor Jesús. Queridos hermanos y hermanas, os invito
a que tengáis esta preocupación por la evangelización en vuestro país, en los pueblos
de vuestro continente y en el mundo entero. El reciente Sínodo de los Obispos para
África lo recuerda con insistencia: el hombre de esperanza, el cristiano, no puede
ignorar a sus hermanos y hermanas. Esto estaría en contradicción con el comportamiento
de Jesús. El cristiano es un constructor incansable de comunión, de paz y solidaridad,
esos dones que Jesús mismo nos ha dado. Al ser fieles a ellos, estamos colaborando
en la realización del plan de salvación de Dios para la humanidad.
Queridos
hermanos y hermanas, os invito por tanto a fortalecer vuestra fe en Jesucristo mediante
una auténtica conversión a su persona. Sólo Él nos da la verdadera vida, y nos libera
de nuestros temores y resistencias, de todas nuestras angustias. Buscad las raíces
de vuestra existencia en el bautismo que habéis recibido y que os ha hecho hijos de
Dios. Que Jesucristo os dé a todos la fuerza para vivir como cristianos y tratar de
transmitir con generosidad a las nuevas generaciones lo que habéis recibido de vuestros
padres en la fe. Que el Señor os llene de su gracia.
(Inglés)
En este
día de fiesta, nos alegramos del reino de de Cristo Rey en toda la tierra. Él es quien
remueve todo lo que obstaculiza la reconciliación, la justicia y la paz. Recordemos
que la verdadera realeza no consiste en una ostentación de poder, sino en la humildad
del servicio; no en la opresión de los débiles, sino en la capacidad de protegerlos
para darles vida en abundancia (cf. Jn 10,10). Cristo reina desde la cruz y con los
brazos abiertos, que abarcan a todos los pueblos de la tierra y les atrae a la unidad.
Por la cruz, derriba los muros de la división, y nos reconcilia unos con otros y con
el Padre. Hoy oramos por los pueblos de África, para que todos puedan vivir en la
justicia, la paz y la alegría del Reino de Dios (cf. Rm 14,17). Con estos sentimientos,
saludo con afecto a todos los fieles anglófonos, venidos de Ghana, Nigeria y los países
limítrofes. ¡Que Dios os bendiga!
(Portugués)
Queridos hermanos
y hermanas de lengua portuguesa en Africa que me escucháis, os dirijo mi saludo y
os invito a renovar vuestra decisión de pertenecer a Cristo y servir a su reino de
reconciliación, de justicia y de paz. Su reino puede estar amenazado en nuestro corazón.
En él, Dios se encuentra con nuestra libertad. Nosotros – y sólo nosotros – podemos
impedir que reine sobre nosotros y hacer así difícil su señorío sobre la familia,
la sociedad y la historia. A causa de Cristo, muchos hombres y mujeres se han opuesto
con éxito a las tentaciones del mundo para vivir fielmente su fe, a veces hasta el
martirio. Queridos pastores y fieles, sed para ellos ejemplo, sal y luz de Cristo
en la tierra africana. Amén.
Agradezco a todos los Padres sinodales
su contribución
Domingo, 20 nov (RV).- Al término de la Santa Misa, Benedicto
XVI dirigió una alocución y procedió a la entrega de la Exhortación apostólica postsinodal,
Africae munus, a los Presidentes de las Conferencias Episcopales de África. (MFB-RV).
Texto
completo de la alocución del Santo Padre:
Señores Cardenales,
Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, Queridos hermanos
y hermanas
Durante esta solemne celebración litúrgica, hemos dado gracias
a Dios por el don de la Segunda Asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos,
celebrada en octubre de 2009, sobre el tema La Iglesia en África al servicio de la
reconciliación, la justicia y la paz: «Vosotros sois la sal de la tierra... Vosotros
sois la luz del mundo» (Mt 5,13-14). Agradezco a todos los Padres sinodales su contribución
a los trabajos de esta Asamblea sinodal. Mi gratitud se extiende también al Secretario
General del Sínodo de los Obispos, Monseñor Nikola Eterović, por la labor desarrollada
y por las palabras que me ha dirigido en vuesto nombre.
Después de haber firmado
ayer la Exhortación apostólica postsinodal Africae munus, hoy tengo la dicha de entregársela
a todas las Iglesias particulares por vuestro medio, Presidentes de las Conferencias
Episcopales de África – tanto nacionales como regionales – y los Presidentes de los
Sínodos de las Iglesias orientales católicas. Tras recibir el documento, comienzan
las fases locales de asimilación y de aplicación de los contenidos teológicos, eclesiológicos,
espiritual y pastorales de esta Exhortación. Es un texto que pretende promover, fomentar
y consolidar las diversas iniciativas locales ya existentes. Y desea también inspirar
otras más para la Iglesia católica en África.
(En inglés)
Una de las
primeras tareas de la Iglesia sigue siendo el anuncio de Jesucristo y su Evangelio
ad gentes, es decir, la evangelización de quienes están alejados de la Iglesia de
una u otra manera. Deseo que esta Exhortación os guíe en la proclamación de la Buena
Nueva de Jesús en África. Esto no es sólo un mensaje o una palabra. Es sobre todo
una apertura a una persona: Jesucristo, el Verbo encarnado. Sólo Él tiene palabras
de vida eterna (cf. Jn 6,68). Siguiendo el ejemplo de Cristo, todo cristiano está
llamado a reflejar la misericordia del Padre y la luz del Espíritu Santo. La evangelización
supone e implica también la reconciliación, prometiendo la paz y la justicia.
(En
Portugués)
Querida Iglesia en África, sé cada vez más sal de la tierra en
este territorio que Jesucristo ha bendecido con su presencia cuando ha encontrado
refugio en él. Sé la sal de la tierra de África, bendecida por la sangre de tantos
mártires, hombres, mujeres y niños, testigos de la fe cristiana hasta el don supremo
de la vida. Hazte luz del mundo, luz de África, que muchas veces, a través de pruebas,
busca el camino de la paz y la justicia para todos sus habitantes. Tu luz es Jesucristo,
«luz del mundo» (Jn 8,12). Que Dios te bendiga, querida África.
África,
tierra hospitalaria para la Sagrada Familia
Domingo, 20 nov (RV).- Tras
la alocución con motivo de la entrega de la Exhortación apostólica postsinodal, Africae
munus, el Pontífice rezó el ángelus. (MFB-RV).
Texto completo de
la alocución del Santo Padre a la hora del ángelus:
Queridos hermanos
y hermanas,
Al término de esta solemne celebración eucarística, unidos por
Cristo, nos dirigimos con confianza a su Madre para rezar el Ángelus. Después de haber
presentado la Exhortación apostólica Africae Munus, deseo confiar a la Virgen María,
Nuestra Señora de África, la nueva etapa que se abre para la Iglesia en este continente,
para que acompañe el porvenir de la evangelización de toda África, especialmente esta
tierra de Benin.
María aceptó con júbilo la invitación del Señor para ser
la Madre de Jesús. Que ella nos lleve a cumplir con la misión que Dios nos confía
hoy a nosotros. María es la mujer de nuestra tierra que ha tenido el privilegio de
dar a luz al Salvador del mundo. ¿Quién mejor que ella conoce el valor y la belleza
de la vida humana? Que nunca cese nuestro asombro ante el don de la vida. ¿Quién mejor
que ella conoce nuestras necesidades de hombres y mujeres todavía peregrinos en la
tierra? A los pies de la cruz, unida a su Hijo crucificado, ella es la Madre de la
esperanza. Esta esperanza nos permite afrontar lo cotidiano con la fuerza que proviene
de la verdad manifestada por Jesús.
Queridos hermanos y hermanas de África,
tierra hospitalaria para la Sagrada Familia, seguid cultivando los valores familiares
cristianos. En un momento en que muchas familias están separadas, exiliadas y afligidas
por conflictos interminables, sed los artesanos de la reconciliación y la esperanza.
Que con María, la Virgen del Magnificat, permanezcáis siempre alegres. Y que esta
alegría llegue al corazón de vuestras familias y vuestro país.
Con las palabras
del ángelus, nos dirigimos ahora a nuestra querida Madre. Confiemos a ella las intenciones
que llevamos en nuestro corazón, y pidámosle por África y el mundo entero.