Martes, 1 nov (RV).- En el día de Todos los Santos, el Papa Benedicto rezó la oración
del Ángelus desde la ventana de su estudio que da a la Plaza de San Pedro, acompañado
de multitud de peregrinos. En su saludo a los peregrinos de lengua española, invita
a contemplar el amor infinito de Dios, que se refleja en la victoria de los que ya
gozan de su gloria en el cielo.
Audio “Saludo con afecto
a los fieles de lengua española presentes en esta oración mariana. En la solemnidad
de Todos los Santos, la Liturgia nos invita a contemplar el amor infinito de Dios,
que se refleja en la victoria de los que ya gozan de su gloria en el cielo. Es el
amor del Padre que nos llama a ser hijos suyos, nos entrega a su propio Hijo para
redimirnos con su sangre purificadora. Por eso nos proclama dichosos aun cuando sufrimos
tribulación, porque en Él tenemos nuestra esperanza. Respondamos con generosidad y
coherencia a ese don, que ha sido derramado en nuestros corazones, siendo Santos como
Dios es Santo, para que también en nosotros se manifieste su gloria. Que Dios os bendiga”
JGO/CVV
Momento Colmado de Satisfacción
Texto
completo de la reflexión del Papa Benedicto, previo a la oración del ángelus y saludos
en distintas lenguas a los peregrinos, después de la oración:
Queridos
hermanos y hermanas
La Solemnidad de Todos los Santos es ocasión propicia
para elevar la mirada desde las realidades terrenas, ritmadas por el tiempo, a la
dimensión de Dios, la dimensión de la eternidad y de la santidad. Hoy, la liturgia
nos recuerda que la santidad es la vocación originaria de cada bautizado (cfr. Lumen
Gentium, 40). Cristo, de hecho, que con el Padre y con el Espíritu es el sólo Santo
(cfr. Ap. 15,4), ha amado a la Iglesia como su esposa y se ha dado a sí mismo por
ella, a fin de santificarla (Ef. 5,25-26). Por esta razón todos los miembros del Pueblo
de Dios están llamados a ser santos, según la afirmación del apóstol Pablo: “La voluntad
de Dios es que sean santos” (1 Ts 4,3). Por lo tanto, estamos invitados a mirar la
Iglesia no en su aspecto temporal y humano, marcado por la fragilidad, sino como Cristo
la ha querido, esto es “comunión de los Santos” (Catecismo de la Iglesia Católica,
946). En el Credo, la profesamos “santa”, en cuanto es el Cuerpo de Cristo, es instrumento
de participación a los santos misterios, en primer lugar la Eucaristía, es familia
de los Santos a cuya protección venimos confiados en el día del Bautismo.
Hoy
veneramos propiamente esta innumerable comunidad de Todos los Santos, los cuales,
a través de sus diferentes recorridos de vida, nos indican diversos caminos de santidad,
unidos por un único denominador: seguir a Cristo y conformarse a Él, hasta lo último
de nuestra realidad humana. Todos los estados de vida, de hecho, pueden llegar a ser,
con la acción de la gracia y con el empeño y la perseverancia de cada uno, caminos
de santificación. La conmemoración de los fieles difuntos, a la que es dedica la jornada
de mañana 2 de noviembre, nos ayuda a recordar a nuestros seres queridos que nos han
dejado y a todas las almas en camino hacia la plenitud de la vida, propiamente en
el horizonte de la Iglesia celeste, a la que la Solemnidad de hoy nos ha elevado.
Desde los primeros tiempos de la fe cristiana, la Iglesia terrena,
reconociendo la comunión de todo el cuerpo místico de Jesucristo, ha cultivado con
gran piedad la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragio por ellos. Nuestra oración
por los muertos es, por lo tanto, no sólo útil sino necesaria, en cuanto ella no sólo
los puede ayudar, sino que al mismo tiempo hace eficaz su intercesión en nuestro favor
(Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 958). También la visita a los cementerios
mientras custodia el ligamen de afecto con quienes nos han amado en esta vida, nos
recuerda que todos tendemos hacia otra vida, más allá de la muerte. El llanto, debido
al desprendimiento terreno, no prevalezca por esto sobre la certeza de la resurrección,
sobre la esperanza de alcanzar la bienaventuranza de la eternidad, “momento colmado
de satisfacción, en el cual la totalidad nos abraza y nosotros abrazamos la totalidad”
(Spe Salvi, 12). El objeto de nuestra esperanza de hecho es de gozar de la presencia
de Dios en la eternidad. Lo ha prometido Jesús a sus discípulos: “Los veré de nuevo
y su corazón se alegrará y ninguno podrá quitarles este gozo” (Jn 16,22).
A
la Virgen, Reina de Todos los Santos, confiamos nuestra peregrinación hacia la patria
celeste, mientras invocamos para los hermanos y las hermanas difuntos su materna intercesión.
(Traducción del italiano: Claudia Alberto, jesuita Guillermo Ortiz).
Saludo
con afecto a los fieles de lengua española presentes en esta oración mariana. En la
solemnidad de Todos los Santos, la Liturgia nos invita a contemplar el amor infinito
de Dios, que se refleja en la victoria de los que ya gozan de su gloria en el cielo.
Es el amor del Padre que nos llama a ser hijos suyos, nos entrega a su propio Hijo
para redimirnos con su sangre purificadora. Por eso nos proclama dichosos aun cuando
sufrimos tribulación, porque en Él tenemos nuestra esperanza. Respondamos con generosidad
y coherencia a ese don, que ha sido derramado en nuestros corazones, siendo Santos
como Dios es Santo, para que también en nosotros se manifieste su gloria. Que Dios
os bendiga.
Saludando a los peregrinos francófonos, el Pontífice ha
señalado que “la solemnidad de Todos los Santos nos acerca a todos aquellos y aquellas
que Dios ha hecho entrar en la estela de su luz. Este día nos debe hacer recordar
que también nosotros -ha dicho el Papa- estamos en camino hacia la santidad. En cada
uno de nosotros brilla una chispa de la luz de Dios, que está llamada a resplandecer.
Pongámonos, pues, a la escucha de las Bienaventuranzas, donde Jesús nos enseña la
manera de avanzar en el camino que conduce a la gloria del cielo. Así vamos a encontrar
la dicha de compartir la vida de Dios con todos los santos. ¡Feliz Día de Todos los
Santos a todos!
Felicitando con alegría en este día de Todos los Santos,
también en inglés, el Papa ha destacado que esta fiesta, unida a la conmemoración
de mañana de los fieles difuntos, nos habla de la belleza de nuestra fe o de la alegría
que nos espera en el cielo, con nuestros seres queridos que reposan en Cristo. Recemos
– ha alentado el Santo Padre – para que todos podamos alcanzar, un día, unidos en
la alegría, la casa del Padre.
Asimismo, Benedicto XVI ha saludado a los
hermanos y hermanas polacos, pensando en la alegría de todos aquellos a quienes Dios
ha introducido ya en su gloria. “Ellos son los beatos: disfrutan de la vida eterna”,
"ven a Dios tal cual es" (Cfr. 1 Jn 3,3). “El testimonio de su fe y santidad de la
vida sea para nosotros ejemplo en el camino que nos lleva a la casa del Padre. Que
este pensamiento fortalezca vuestra esperanza, cuando oréis ante las tumbas de vuestros
seres queridos. Os bendigo de corazón”. (Traducción: Celicia de Malak y Eduardio Rubió)